El cine tras la II Guerra Mundial

©Enrique Martínez-Salanova Sánchez

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Avances El realismo La crisis Superproducciones Megapelículas

Los avances hacia la mitad del siglo XX

El cine se apoyó en su crecimiento, en los años de la posguerra, en los avances tecnológicos producidos, algunos de ellos resultado de la contienda, y en la ideología, económica y social que dominó el mundo occidental en aquellos años. Los avances tecnológicos tuvieron que ver con la utilización de cámaras más versátiles, la mejora del soporte en el que se filmaba y su tratamiento del color y los avances en la grabación y reproducción de sonidos. El elemento ideológico lo aporta el encuentro del cine con el realismo, el neorrealismo en Italia, que permitió liberar a los cineastas de muchos encorsetados prejuicios sociales y al mismo tiempo abarató los costes de la cinematografía.

En cuanto a las cámaras, se había intentado siempre que el operador viese lo que rodaba a través del mismo objetivo. Esto se consiguió con la cámara «réflex», por la que se puede ver y enfocar al mismo tiempo y en una sola operación, aunque ya introducida en 1940, se incorporó por medio de cámaras más ligeras que podía y manejarse a mano. Fueron ya utilizadas por los alemanes durante la II Guerra Mundial y acogidas rápidamente por los corresponsales aliados.

La aplicación de la cinta magnetofónica fue también un adelanto que evitó muchos sinsabores a los técnicos de sonido, ya que podían grabar y borrar con facilidad, reproducir inmediatamente, sin esperar largas sesiones de laboratorio. Agilizó y mejoró los rodajes y por lo tanto la calidad de las películas, abaratando los costes. En la década de los cincuenta, todos los estudios utilizaban ya este soporte para sus grabaciones de sonido. Los magnetofones eran portátiles y se evitaron las grandes unidades, camiones, para el sonido. Fantasía (1940), una de las mejores realizaciones de Walt Disney, se distribuyó con sonido estereofónico.

Progresó el empleo del color, que del sistema anterior, se pasó a que las tres emulsiones estuvieran en la misma película, abaratando otra vez los costes de material fotográfico simplificando los procesos de revelado y mejorando la calidad del color.

La cinta también se hizo más resistente, se inventó el soporte de acetato, y se trabajaba con película pancromática, mucho más sensible y de mayor definición, que permitía filmar en condiciones de iluminación más difíciles. Se logró rodar más en exteriores y así flexibilizar rodajes y mejorar la calidad de la imagen.

El soporte de acetato dio mucha más seguridad al cine por ser más duradero, y sobre todo resistente al fuego, ya que los materiales de nitrato, utilizados hasta el momento, eran sumamente inflamables. Posteriormente, con el triacetato, se fabricaron películas no-inflamables.

 

 

Rodar en exteriores. El realismo.

Desde los comienzos del cine, lo normal era rodar en estudios, que permitían controlar mejor la iluminación y el resto de posibles incidencias. Los decorados permitían recrear en interiores cualquier ambiente y situación y los efectos especiales se encargaban del resto. Rodar en exteriores era mucho más caro y se corrían riesgos innecesarios.

Las nuevas tecnologías y sobre todo las corrientes realistas que desde Europa pudieron atisbar los realizadores norteamericanos, lograron que la industria de Hollywood se viera abocada al realismo, en forma de temas basados en la vida real, en las transformaciones sociales y en el rodaje en escenarios naturales. La influencia del neorrealismo italiano, de temas de actualidad, dramas de la vida real, películas de bajo coste y de alta aceptación por los espectadores hizo que los directores de todo el mundo se dispusieran a realizar películas «realistas», con menos presupuesto, recurriendo a actores «no estrellas» y abaratando así sustancialmente los costes.

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La crisis del cine (1950-60)

La televisión, hecho sociológico de relevancia ya durante la década de 1950, hizo revisar todos los esquemas que parecían incuestionables de la industria cinematográfica. Para muchos de los artífices de Hollywood, el pasado resulta inservible y el futuro se tambalea. El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950), de Billy Wilder, refleja magistralmente la crisis. La audiencia del cine decayó a niveles nunca sospechados, y muchos técnicos cinematográficos se pasaron al mundo de la televisión. La industria comenzó a realizar telefilmes, con el fin de adecuarse económicamente a los cambios y a vender para la televisión las películas antiguas.

Fue el momento en el que las grandes productoras comenzaron a investigar las posibilidades de, no solamente aliarse con la televisión, cosa que hicieron, sino al mismo tiempo competir por los espectadores de la pequeña pantalla, todavía en blanco y negro, con medios tecnológicos a los que la televisión no podía acceder. Surgieron así las grandes pantallas y el relieve. Como resultado de la magnificencia del tamaño, de la misma manera se llegó a las grandes superproducciones, a la elevación al firmamento de lo económico de grandes estrellas, a los guiones sobre temas históricos y bíblicos y al espectáculo de masas en la pantalla.

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Las superproducciones

El cine hizo en aquellos años lo imposible para mantener los espectadores en el cine, sacándolos de la pequeña pantalla con el señuelo mágico de las grandes salas. Crecieron las pantallas de tamaño con técnicas de diferente espectacularidad: El Cinerama, el CinemaScope, Vistavisión, sistemas que a la par que seducían por su vistosidad y tamaño debían impactar por las historias que contaban y la grandiosidad de los argumentos, de los efectos y de sus modos de expresión.

De esta época son Los Diez Mandamientos (The ten commandments 1956) de De Mille, La túnica sagrada (The Robe 1953) de Henry Coster, Espartaco (Spartacus, 1960), de Stanley Kubrick, Ben-Hur (1959) de William Wyler, en la que se probaron los efectos más espectaculares de la época, y Cleopatra (1963), de Joseph L. Mankiewicz.

Las dimensiones de las pantallas, y sobre todo el formato, excesivamente largo para los cánones del tiempo, permitió filmar escenas espectaculares de masas, pero resultaba ineficaz para los primeros planos. Por esta razón los guionistas y realizadores debieron cambiar sus formas de contar historias adaptándose más a la espectacularidad que a la dinámica del relato.

El mercado del cine lo coparon las superproducciones de aventuras, las míticas, de la antigüedad clásica (peplum), o las bíblicas. Podemos recordar películas como ¿Quo Vadis? (1951), de Mervyn LeRoy, Los caballeros del rey Arturo (Knights of the Round Table, 1953), Alejandro el Magno (Alexander the Great, 1956), etc. El final de esta época lo simbolizó el productor norteamericano, Samuel Bronston, con Rey de reyes (King of Kings, 1961), El Cid (1961), 55 días en Pekín (55 Days at Peking, 1963), La caída del Imperio Romano (The Fall of the Roman Empire, 1964) y El fabuloso mundo del circo (Circus Word, 1964), Rodadas todas ellas en España. La caída del imperio romano provocó la ruina de su productor y con ella el final de la era de las grandes superproducciones.

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Las megapelículas

Durante otra década más el declive de la asistencia de espectadores a las salas cinematográficas fue en aumento. Las productoras realizaron esfuerzos desesperados para atraer espectadores, haciendo películas que superaban las posibilidades económicas. Tras el fracaso económico de Cleopatra, se realizaron filmes que obtuvieron notables éxitos en taquilla, como El Doctor Zhivago (1965), de David Lean. La carrera imparable de las productoras por sustraer espectadores a la televisión, les llevó a una hacer gastos excesivos y a buscar caminos diferentes que atrajeran espectadores a las salas cinematográficas.

Las megapelículas reunían grandes estrellas, metrajes desmesurados, acción realizada por especialistas, grandes planos de paisajes, para impedir que pudieran ser pasadas por televisión, o ponérselo difícil, y temas de carácter universal, para que pudieran ser vendidas en todo el mundo. Es la época de películas como La vuelta al mundo en 80 días (Around the World in 80 Days, 1956) de Michael Anderson, El día más largo (The Longest Day, 1962) de Zanuck, El puente sobre el río Kwai (The Bridge on the River Kwai, 1957) y Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962) ambas de David Lean, que tuvieron grandes éxitos de taquilla.

En Europa, sin embargo se inician movimientos cinematográficos que cambian radicalmente los panoramas narrativos y el esquema económico del cine. Nace en Francia la llamada «nouvelle vague», de una serie de cineastas jóvenes que dan un giro radical a al teoría narrativa, trabajan con actores casi desconocidos, ponen el énfasis en la labor del director, que es considerado como un creador que pone su cámara, como los escritores, al servicio de la narración. Es conveniente señalar a François Truffaut, Claude Chabrol, Alain Resnais, y Jean-Luc Godard, en lo referente al cine francés. Cobra especial auge en esta época la cinematografía latinoamericana, que pone el énfasis en los fenómenos revolucionarios y en las transformaciones políticas e ideológicas y en la denuncia de las dictaduras. Especial mención se puede hacer del cine brasileño, con la formación de la corriente «Cinema Nóvo». Estos movimientos se desarrollan con más detenimiento en el capítulo de las Nuevas olas, en Tendencias del cine.

 


©Enrique Martínez-Salanova Sánchez