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El baúl de los disfraces

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

El baúl de los disfraces


 

En el colegio se respiraban desde el mes de enero aires de primera comunión. En abril ya era el colmo. No se hablaba de otra cosa. Como quién más quién menos tenía hermano, primo o demás familia a punto de pasar por el trance, se hablaba del asunto a todas horas y por todas partes, y hasta la mamá de Pepillo, que no venía nunca por el colegio, porque «para qué», se había asomado para preguntar que si traía gladiolos o azucenas para el altar, pues el hermano pequeño de Pepillo, Gerardito, estaba de comunión ese año. 

Aunque éramos ya un poco mayores, no podíamos dejar de recordar aquellos tiempos en que la pandilla completa hizo la primera comunión, y lo bien que doña Purita llena de esmero nos había preparado años atrás, para que no hiciéramos el ridículo en la Iglesia con el «Porlaseñaldelasantacruz», y el arrodillarnos todos a un tiempo, y en llevar la vela los niños con la mano derecha y las niñas con la izquierda, que era lo más importante de todo.

Y quién no se acordaba de cuando a Manolín, que acompañaba en el altar a Mariloli, que le tocaba decir la poesía a la Virgen, se le quemó con la vela el papel que le habían puesto para que no se manchara los guantes. Con el consiguiente susto que se dieron Don Venancio, el cura, Atanasio, el sacristán, y los padres de Manolín, don Manuel y doña Genoveva, que llegaron soplando al altar, mucho antes que los bomberos, y apagaron a su hijo de un bofetón, «para que otra vez tengas más cuidado, so merluzo, que siempre nos tienes que subir los colores», que le dijo Doña Genoveva. 

O lo de aquél día en que doña Purita se salió de clase un rato para que reflexionáramos sobre la gran importancia que para nosotros, a nuestra edad tenía lo de hacer la primera comunión. La reflexión se convirtió en una amigable charla sobre los trajes de primera comunión y de qué se iba a vestir cada uno. 

Ricardito por ejemplo explicaba que su traje de capitán de coraceros tenía galones dorados y una pluma amarilla así de alta, pero que le hubiera gustado más ir de Robín de los Bosques, con arco y flechas, y todo de verde para camuflarse en la espesura. 

Agustín quería ir de Abderramán Tercero, lo que supuso que se soliviantara todo el mundo porque «a ver si te crees que estamos en Alcoy, en moros y cristianos». Agustín, vista la poca aceptación de Abderramán Tercero decidió allí mismo ir de Ricardo Corazón de León, que era cristiano. En caso de dificultad por lo de la coraza, hubiera ido a gusto de Flash Gordon, que aunque no militaba en las Huestes de la Cristiandad por lo menos era norteamericano y salvador del Universo. 

Fue entonces cuando intervinieron las niñas, diciendo que siempre éramos nosotros los que nos disfrazábamos con los trajes más divertidos, «y eso no tenía ninguna gracia»

Mariloli dijo que «yo, de Juana de Arco, que lleva armadura y además es una santa, como Santa Teresita, pero en aventurero y emocionante». 

La inspiración vino por cuenta de Rosarito que se quería vestir de Madame de Pompadour, y si no, de Victoria de Samotracia, que debía ser muy santa porque tenía alitas, «como los mismos ángeles». 

La cosa empezó a complicarse porque Maripili replicó a Rosarito que de estatua antigua ya pensaba ir ella y que quería hacer la primera comunión vestida de Venus de Milo, sin alitas. 

En ese punto de la conversación es cuando decidió entrar doña Purita, que con la oreja pegada a la cerradura de la clase estaba siguiendo una conversación que ya pasaba de la raya. Doña Purita señaló que le había parecido un verdadero descaro el tratamiento que se le daba al tema, pues la Venus de Milo no tenía ni siquiera manos para taparse un poco, y que la Comunión se hacía con las manos juntas, así que «¡de Venus de Milo, nada!»

Aprovechó entonces para decirnos que si no sabíamos que el día de la primera comunión era el más importante de nuestra existencia y que «no hay que enfadar al niño Jesús hablando en la clase». Doña Purita informó a todos a renglón seguido sobre el hecho de que las costumbres no se podían cambiar de la noche a la mañana, y que la historia se hace poco a poco, y en cuestiones religiosas más poco a poco todavía. 

Todos nos enteramos ese día, gracias a las dotes pedagógicas y la infinita paciencia de Doña Purita de que la Primera Comunión, se hace desde tiempos inmemoriales con los trajes reglamentarios: «de marinerito para los niños», sin importar la graduación, y aquí es donde Paquito se llevó la mirada asesina por preguntar «que si me puedo disfrazar de Popeye, doña Purita». Y las niñas «de largo, de blanco, con bolsito y corona de flores, como todos los años, y nada de estatuas griegas, ¡Hasta ahí podíamos llegar!».

 

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez