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Guerra y paz

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Guerra y paz


Cuando se acercaba la Navidad, el colegio se convertía en un hervidero de actividades relacionadas con las fiestas: concursos de belenes y de villancicos, certámenes de poesía navideña, dibujo y pintura con motivos navideños, competiciones de crismas de Navidad, y sobre todo, lo que más nos entusiasmaba, el maratón de zambomba, castañuelas y panderetas que si hubiera vivido Herodes lo hubiera solucionado, como era su costumbre, por real decreto y a base de sangre de infantes. 

Durante el mes de diciembre, el lema que se respiraba por todo el colegio era el de «Todos contra todos». Algo así como lo de la ley del más fuerte, la de la selva o lo de la supervivencia de las especies de Darwin. Las normas para participar en el concurso final dejaban claro que primero había que triunfar en cada clase, quedando entre los tres primeros. Esto traía como consecuencia que Rosarito tuviera que competir contra Pepillo, cuando eran tan amigos, por el primer puesto en tarjetas de Navidad y que Mariloli y Gutiérrez se tuvieran que pelear para ganar el concurso de letras para Villancicos. 

Cada clase, por otra parte, realizaba un belén y preparaba un villancico, con el fin de extender la batalla a todo el colegio y que las fiestas de Navidad se prepararan en el clima más adecuado de paz, hermandad, libertad, igualdad y fraternidad. Cuando ya la batalla interna de cada curso se había desarrollado, es decir, cuando se sabía quienes eran los ganadores de cada clase, todo el mundo, dentro de su aula, olvidaba sus anteriores rencillas y en actitud corporativa se preparaba para la batalla final. Nos hacíamos fanáticos defensores de quién o quiénes defendían el día del concurso final los colores de nuestro grupo. La clase entera se disponía entonces con uñas y dientes, llena de camaradería navideña y de espíritu cristiano para que sus paladines ganaran, sin importar los medios, el trofeo que más tarde simbolizaría durante el año la unidad y la paz. 

Aquel año llegó el día de la fiesta dentro de un ambiente de sangriento torneo medieval. El salón de actos, adornado con banderolas, gallardetes, guirnaldas y colgajos, parecía el patio de armas de un castillo de película, mientras los altavoces voceaban villancicos a todo trapo y las abuelas y los padres de todos los participantes llegaban con la esperanza de apoyar con su presencia la victoria de hijos y nietos. 

El acto se desarrolló sin mayores incidentes, salvo las treinta o cuarenta veces que don Honorato hizo guardar silencio a los que interrumpían cantando lo de «ra, ra, ra, los de tercero ganarán», sin dejar oír ni una pizca de los maravillosos villancicos cantados por el resto. Todo fue muy bien, reitero, hasta que ocurrieron los ominosos, abominables y azarosos hechos de los que nos ocuparemos a continuación y que como siempre, son los únicos que pasaron a la posteridad acumulándose a los anales de la historia del colegio. 

Voy a intentar relatarlo. El jurado lo componían: el dire, por ser el Director, doña Purita por ser la profesora de Literatura, y el papá de Julito, un niño de cuarto curso, que por tener un cine era el que más sabia de espectáculos. El jurado concedió el premio de villancicos a Noche de Paz, cantado por el coro de cuarto curso. El problema no hubiera existido a no ser porque en el grupo ganador estaba Julito, que como hemos dicho antes era hijo de un miembro del jurado. Y se lo pueden ustedes imaginar. 

La historia interpretará los hechos y dará la razón a quien la tenga, pero aquel día quedará en la memoria de todos como quedó lo de la Noche Triste para los conquistadores españoles de Méjico. El salón de actos entero se venía abajo con los gritos de «abajo el jurado», «¡vendidos!», «Julito enchufado», y cosas peores, mientras otros muchos, subidos en las butacas, cantaban perdiendo el resuello lo de «¡Pero mira como beben los peces en el río...!» a ritmo y volumen de tribu africana preparándose para la guerra. El dire, pegado al micrófono intentaba hacerse oír por las turbas con lo de «Hay que saber perder», o lo de «lo importante es participar», «paz, paz en la tierra a los hombres de buena voluntad»

El guirigay continuó por mucho tiempo, mientras varias abuelas se desmayaban, los abuelos las defendían con sus bastones y los maestros actuaban como fuerza pública reprimiendo a los que tocaban las zambombas, castañuelas y panderetas mientras seguían cantando, berreando más bien, in crescendo, lo de «Beben y beben y vuelven a beber...». Y los altavoces, los pobres, intentaban sin resultado hacer oír su pacífico y navideño «Noche de Paz».

 

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez