VOLVER A «EL PUNTERO DE DON HONORATO»

Carbón

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Carbón


 

«Si os portáis mal, los Reyes Magos os traerán carbón», decían los mayores cada vez que uno de nosotros, pequeños entonces, atentábamos de alguna forma contra el orden establecido. Los Reyes eran, en aquellos años, el instrumento de chantaje más adecuado para que nuestros padres, o Doña Purita en el colegio, consiguieran de una manera limpia, práctica y eficaz lo que se pretendía. «Os traerán carbón», repetía Doña Purita sin inmutarse demasiado, a sabiendas de que el método no fallaba. 

Con la carta a los Reyes, que escribíamos en la misma escuela, Doña Purita conseguía lograr varios objetivos. En primer lugar la carta a los Reyes servía como redacción en clase de literatura: «cuidad la redacción, que estén bien puestos los signos de puntuación y sin faltas de ortografía, que los Reyes Magos, además de magos son muy cultos y se enfadan muchísimo cuando hay cosas mal escritas, y seguro que os traen carbón si ven faltas».

 En segundo lugar, la carta a los Reyes Magos, tenía que ser y parecer un prodigio de caligrafía, limpieza, orden y pulcritud, «…que los Reyes se molestan cuando ven la mala letra que hacéis o cuando hay borrones o cuando no están los márgenes en su sitio, y si no entienden la letra seguro que no pueden traeros los juguetes que pedís y os traerán carbón».

Y dale con el carbón, que siempre pensábamos que lo traería el negro, Baltasar, que llegó un momento en que no sabíamos si realmente era negro o que venía tiznado de tanto carbón como traía.

 Finalmente Doña Purita, que revisaba las cartas una a una, y era quien las echaba al buzón, tenía siempre la posibilidad, cuando había peligro de desmán, de decir cosas como estas: «Mariloli, si hablas con Pepillo peligra tu muñeca que anda», o «Pepillo, si hablas con Mariloli, adiós tu camión teledirigido, que los Reyes, desde el cielo lo ven todo, que son muy santos, pero solamente traen lo que les piden los niños que se portan bien».

 La clase entera, ante tales argumentos, utilizados en cualquier momento por todos los profesores, por nuestros padres, y en general por el mundo de los mayores, sufría una lavado de cerebro durante la época anterior a las Navidades, que lograba efectos milagrosos sobre el comportamiento de una gente en general tan bulliciosa, dicharachera e irresponsable. Nos convertíamos por un tiempo en alumnos modelos, niños educados, «seres en fin», decía Doña Purita, «dignos de ser partícipes de una sociedad civilizada que espera de ustedes una respuesta digna de la educación que reciben en este colegio».

 Porque de Don Honorato, de Doña Purita, del director, del profesor de gimnasia y del de religión, nos podíamos esconder, escapar, camuflar y escaquear, pero quién se oculta a la mirada de los Reyes Magos, seres celestiales que todo lo ven desde su nube, y que además, según los mayores, tenían una mina de carbón que nunca se acaba y que servía sobre todo y fundamentalmente para que el mundo, principalmente el nuestro, anduviera por unos días mucho más ordenado.

 El carbón no solamente tenía que ver con los Reyes Magos. También se nos amenazaba y castigaba con la carbonera o lugar donde se guardaba el carbón para la estufa. Quien caía en la carbonera, aunque fuera por poco tiempo, las pasaba realmente negras. A oscuras, solos en su propia aflicción, aterrorizados ante la posibilidad de que hubiera ratas (que las había), y otros animales. Y no hablemos de los fantasmas, los ruidos, las tinieblas, el sonido del propio corazón y las recomendaciones de la conciencia, que siempre salía a relucir a destiempo, con evidente retraso (1) sobre el horario previsto. 

No puedo dejar de contar en esta memoria lo que sucedió una mañana de invierno en que Don Honorato, por causas que ahora no son del caso relatar, castigó a Gustavito en la carbonera. Gustavito bajó llorando, pero bajó. Don Honorato cerró desde afuera con llave la carbonera, subió al momento y continuó su clase como si nada hubiera acaecido. Todos nos condolíamos pensando en el sufrimiento de nuestro compañero de fatigas. Debido a la tristeza general de pensar en Gustavito, el carbón y las ratas, la clase continuó en un silencio sepulcral. 

Sin embargo, algo sucedió que cambió el curso de los acontecimientos. De pronto, entró en el aula el director, seguido de Don Sergio, el Inspector, que se presentó sin previo aviso, como casi siempre. 

Don Honorato, con el fin de evitar incidentes desagradables y tener que dar excesivas explicaciones, se escabulló un momento para rescatar a Gustavito de su encierro en la carbonera, y restablecer correctamente la asistencia a clase de aquel día. 

En verdad que no se sabe muy bien lo que pasó a partir de esos instantes, pues se dieron multitud de versiones y una gran variedad de coscorrones para esclarecer posteriormente los hechos. 

Voy a intentar ser fiel a la cantidad de rumores, que no necesariamente a la realidad, filtrados por todas partes. Parece ser que Gustavito no aceptó con agrado el quedarse en la carbonera e intentó la salida por todos los medios a su alcance, lográndolo tras muchos esfuerzos. La salida parece ser que la realizó por la trampilla por la que se echaba el carbón desde el exterior. La salida de Gustavito se dio, coincidiendo en el mismo momento y tiempo en que Don Honorato entraba por la puerta a buscarle. Es decir. Gustavito salía por el techo mientras Don Honorato entraba por la puerta (2).

 Siguen las habladurías: mientras Don Honorato entraba y Gustavito salía, alguien cerraba la puerta de la carbonera con llave y dejaba a Don Honorato adentro. Se plantearon posteriormente multitud de interrogantes: ¿fue Gustavito el que cerró la puerta?. Difícil pero no imposible, querido Watson. 

Siguen los chismes: alguien dijo que vio merodear por allí al profesor de gimnasia, al conserje, a tres de quinto, a Jack el Destripador, al mayordomo, etc., etc. Todos fueron declarados sospechosos. Y si de una novela de Agatha Crhistie se tratara, hubiera habido razonamientos, investigaciones y deducciones hasta dar con el autor del delito. 

La realidad: Don Honorato apareció a la hora y media exacta, cuando tras mucho buscar lo sacaron de la carbonera el director y el mismísimo Don Sergio, el Inspector. Lo encontraron encarbonado como el rey Baltasar, y tiznado como cualquiera que en la historia de la humanidad hubiera pasado hora y media en una carbonera. 

La diferencia notable, y que hasta el Señor Inspector pudo constatar, entre la actitud de Don Honorato y la de Gustavito, es que éste no dejó de estar en su puesto en el momento oportuno (nadie sabe cómo entró al aula). Lo cierto es que cuando el Inspector preguntó al grupo en general sobre los paquidermos, Gustavito levantó la mano, y contestó sin vacilar y con todo respeto, que eran grandes, grises, mamíferos y con trompa, lo que le valió un parabién, una mención especial como modelo de la clase, y el presenciar al lado del Inspector, Don Sergio, en lugar preferente, la salida de Don Honorato de la carbonera.


(1) ¡Qué raro lo de la conciencia!. Aunque te decían que era aquello que teníamos dentro, aquello que nos recomendaba lo que debíamos hacer y rechazaba lo que no era conveniente, la verdad es que siempre llegaba a advertirnos de lo malo cuando no había más remedio, cuando el mal estaba hecho, cuando ya nos habíamos roto el fémur, o cuando estábamos castigados sin jugar al fútbol el domingo. Entonces, en pleno castigo o mal irreparable es cuando reflexionábamos pensando que nada de eso hubiera ocurrido si hubiéramos hecho caso a la conciencia. Pero ¿quién la oyó a tiempo?. Yo no, desde luego. (N. del A.)

(2) Perdone el lector la prolijidad de detalles de la salida de Gustavito. Es como en las novelas de misterio, en las que cualquier matiz, gesto o movimiento de ojos es imprescindible para dar posteriormente con el asesino. Aunque en esta historia no hay asesinos, el misterio no por eso deja de ser mayor y digno de tener en cuenta. (N. del A.)

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez