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Niños y niñas reales, museos virtuales

De cómo doña Purita, saltándose algunas normas, lleva a sus alumnos a hacer una inmersión de arte en el Museo del Prado

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 


Doña Purita siempre tuvo una especial inclinación, dedicación y empeño en enseñar a sus alumnos, amigas, vecinos, conocidos, y a quien quisiera oírla, lo que la Humanidad desde sus comienzos había dedicado al arte. «La Cultura», con mayúsculas, le habían enseñado en su escuela de magisterio, son todos los productos que va generando la Especie Humana, desde que se efectuó el primer proceso de hominización, cuando un mono bajó de los árboles, se puso en pié y salió a procurarse otros alimentos en las extensas praderas de África. Un producto cultural es, según Bronislaw Malinowski, desde una cazuela de barro, a un hacha de sílex, de una pintura rupestre a la escultura del David de Miguelángel o a los escritos de Parménides de Elea, de una canica a las irritantes contestaciones de Maripili en clase. Doña Purita, desde muy joven, se dedicó ella misma con interés al estudio de la cultura en todas sus facetas y variedades, que abarcaban tanto sus expresiones y técnicas como su historia y avatares a lo largo y ancho de los siglos.

Buscó con dedicación materiales y documentos, fotografías y textos, en los que sus alumnos, durante años, pudieron apreciar las maravillas que forjaba la Especie Humana; incluso gente que en otros quehaceres se mostraba con brutalidad y violencia, dejaban para la posteridad, verdaderas filigranas en todos los materiales imaginables. Momentos en los que predominaba la guerra, la corrupción y el veneno para eliminar adversarios, dieron lugar a asombrosas obras de arte, pues en muchas ocasiones los más sanguinarios dejaban para la descendencia bellos e imborrables recuerdos para que la admiración por el arte eclipsara sus crímenes.

Doña Purita quiso dar a sus alumnos la posibilidad tecnológica que ella no tuvo, iniciarles en la historia de la humanidad, a través de los habitantes del planeta, ya fueran toscos artesanos o artistas de prestigio que habían producido para el deleite de sus mecenas y de las venideras generaciones. Sus maestras y maestros le transmitieron muchos de aquellos conocimientos, con libros y a través del arcaico proyector de opacos, el antediluviano de los proyectores, que achurrascaba libros y reproducciones; más tarde utilizaron un vetusto proyector de transparencias de cristal, con el que tomaron contacto con las siete maravillas del mundo, lo mejor del arte, códices miniados, Altamira, Egipto, el románico y el Renacimiento, que entusiasmaron a la joven maestra con Grecia y el discóbolo. Sus profesores le enseñaron todo aquello mediante diapositivas o imágenes y hacían las clase y los exámenes eficaces y muy divertidos.

Hacía años que doña Purita utilizó un proyector de diapositivas, ya obsoleto también, que lo alternaba con un retroproyector, más añejo aún, y ya al final, lo que le facilitó mucho las cosas, gracias a los inventos tecnológicos de última hora, un proyector digital de última generación. Habían pasado aquellos tiempos en los que doña Purita debía oscurecer la clase para poder ver las diapositivas, cuando sus alumnos, en operación comando, aprovecharon para cambiar las notas y otros desastres. (Nota 1)

Lo más significativo, lo que hoy se narra, es que un día se fueron todos al Museo del Prado. Previamente habían visto diapositivas y analizado algunas obras de arte, iban preparados con cuadernos, útiles de escritura y lo que era muy importante, sus teléfonos móviles que, como se verá más adelante, fueron de gran importancia para el desarrollo de la historia. Es necesario señalar que los teléfonos móviles estaban prohibidos en la Escuela, por orden perentoria de la Inspección, y que el hecho que nos ocupa, trasgredía, a sabiendas de los maestros y sus cómplices, las más exigentes normas de la inspectora, Doña Josefina que, aunque aficionada a las nuevas tecnologías y adicta al móvil, prohibía su uso en las escuelas.

Don Honorato iniciaba la marcha, los niños y niñas de la mano, de dos en dos, con cuidado al pasar las calles, Doña Purita y Olegario, un joven profesor que controlaba las nuevas tecnologías, cerraban la comitiva, junto a los infaltables, la mamá de Manolín, pegada a su vástago, Paquita, la conserje, Matilde, sobrina de doña Purita, que siempre echaba una mano y Arsenio, del personal de limpieza, experto en que no se desmandaran las huestes.

Don Olegario, el profesor joven, había explicado ya a los niños, Maripili, Mijail, Rosarito, Abduláh, Manolín, Maripili, Ricardito, Gustavín, Mariloli, Akira, Fátima, Pepillo, Gutiérrez, Kumiko, Agustín, Bogdánov (para diferenciarlo del otro Mijail), Eduard Wellington y a los demás, que algunos museos cuentan con un sistema propio de búsqueda de información sobre los cuadros, apps propias, y que el Museo del Prado, lo tenía (Nota 2). También explicó a los maestros, a doña Purita y a los niños que el término app es una abreviatura de la palabra en inglés application y que es como un programa, un juego, pero que sirve para buscar información sobre cuadros, pintores, música y vídeos. Hicieron prácticas en clase con la App del Museo, lo que supuso una gran diversión y algunos castigos, visitas a dirección y varias reconvenciones pues don Olegario era un buen profesor, pero muy suyo, y cualquier risita, mofa o chascarrillo sobre las nuevas tecnología se lo tomaba como afrenta personal.

La entrada al Museo no estuvo exenta de peligros, despistes, escapadas, vigilancias de los maestros y algún coscorrón solapado, así como al bies, que se llevó Pepillo, por tirar de las trenzas a Rosarito, sacar la lengua a Abdulah, poner la zancadilla a Gutiérrez e intentar dar un mordisco al bocadillo de Agustín.

Por exigencias del Museo, llegaron con antelación suficiente, como grupo que eran; la espera supuso para los maestros un plus de inseguridad, cuidado y sobresaltos. Doña Purita se consolaba a sí misma con sus propias convicciones, ya que, se decía para sí, «lo importante es salir de clase, que se aprende más que en las aulas», y que correr algunos riesgos era inherente a la aventura de renovar la enseñanza.

Llegar al cuadro «Las Meninas», la obra elegida por doña Purita fue otra aventura.... infinidad de tentaciones para una caterva de seres juguetones e indisciplinados, recorrer pasillos amplísimos llenos de figuras, guerreros, señoras con poca ropa, angelitos sin ropa, santos, pájaros, ciervos, paisajes, cultura centenaria que incitaba a la contemplación, «en pelotas», dijo Maripili, que se llevó una mirada asesina de doña Purita. Don Honorato, don Olegario, la mamá de Manolín, Paquita, la conserje, la sobrina de doña Purita y Arsenio, siempre atento, impedían el desmadre y que los más irresponsables patinaran por aquellos inmensos pasillos y atropellaran a visitantes y turistas.

Ante el cuadro de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, «Las Meninas», se hizo el silencio. Los de la clase no vieron a Velázquez, ni a los reyes reflejados en el espejo, ni se preocuparon dónde había el pintor colocado el punto de fuga, ni se fijaron en los contraluces, sombras y penumbras, ni en la composición cromática, ni la soberbia ubicación de los personajes:  solamente vieron un perro. Un perro, un can, en realidad un mastín, sobre el que el enano Nicolaso Pertusato, que juega con él, posa unu pie sobre su lomo, o le da una patada, y el mastín permanece como si tal cosa.

Doña Purita deshizo los efluvios amorosos de sus alumnos hacia los animales con unas cuantas palmadas de atención, tan sonoras que hicieron que carraspeara como reconvención uno de los vigilantes.

«Las Meninas», o como explicó doña Purita, «La familia de Felipe IV», fue pintada al óleo sobre lienzo, una de las obras pictóricas más analizadas y comentadas en el mundo del arte, terminada de pintar por Velázquez en 1656. Ante la distracción de la clase, gestos, excesivos «guauguaus», gruñidos y más ladridos en relación al mastín, la maestra cambió de estrategia, argucia didáctica que podía desviar el curso de los acontecimientos.

Don Olegario, puso inmediatamente a trabajar al grupo, «¡sacar los móviles!». La mención de los móviles fue santo remedio. El joven maestro dio unas cuantas indicaciones, buscar en el móvil el resto de los datos, en qué se pintó y con qué, qué año, porqué, quiénes están representados en el cuadro, identificar a cada uno, sus hechos, su papel en la corte, y unas cuantas preguntas más. Toda la clase se puso en acción.

Maripili escribió en su bloc que «la profundidad del ambiente de la pintura está acentuada por la alternancia de las jambas de las ventanas y los marcos de los cuadros colgados en la pared derecha», a lo que Rosarito le añadió que «además la falta de definición aumenta hacia el fondo, siendo la ejecución más somera hasta dejar las figuras en penumbra», se quedó tan ancha, y cuando don Olegario les preguntó «¿qué significa eso?», dijeron ambas a un tiempo: «¡ah, no sé!, lo pone el móvil.»

Los niños pasaron olímpicamente de la información sobre los reyes, Velázquez y otros personajes, salvo de la infanta Margarita, centro de la pintura, de la que hubo numerosos comentarios irónicos sobre su extraño peinado. Cuando don Olegario les volvió a insistir en que vieran lo que había en el móvil, Internet les sugirió otras preguntas, que inmediatamente dejaron sin respuesta a don Honorato, doña Purita y don Olegario: ¿Porqué se llama guardainfante (Nota 3)  lo que lleva la princesa sobre la falda?» y «la princesa, ¿tenía novio?» (Nota 4). Algunos, como Abdulah, tenían otras dudas, «¿Qué es una enana acondroplásica? (Nota 5), en alusión a la figura de Mari Bárbola, que está a la derecha, o por Nicolasito Pertusato, el que está poniendo el pie en el mastín, un enano de origen noble que llegó a ser ayuda de cámara del rey. «¿Y el perro? ¿por qué no cuenta la historia del perro?»

Transcurrido el tiempo que el Museo otorga a un grupo escolar con guías digitales, doña Purita respiró relajada y Don Olegario les dijo que guardaran los apuntes de cada uno, que ya lo hablarían en la escuela, el lugar idóneo para despejar dudas.

Cuando Mariloli le contó a su abuelo que, entre otras pinturas del Museo del Prado, había visto la obra de Velázquez, «Las Meninas», un cuadro, le dijo «en el que el pintor puso su mayor empeño para crear una composición a la vez compleja y creíble», el abuelo no lo podía creer. Además Mariloli le habló de Pedro Pablo Rubens, de don Francisco de Goya y Lucientes, de Doménikos Theotokópoulos, al que todo el mundo conocía como «el Greco», porque era griego, y así de otros pintores más.

Y es que la escuela será una institución atrasada, arcaica, obsoleta y rancia, pero cuando algunos maestros quieren hacer cosas, las hacen, con ternura e imaginación. En el aula de doña Purita, las paredes estaban forradas de cuadros de los principales pintores que los alumnos vieron en el Museo, y de vez en cuando los remiraban y hablaban sobre ellos. Y con un cañón proyector, y muchas imágenes de pintores, escultores, estilos artísticos y productos culturales de todas las épocas, doña Purita hacía maravillas que quedaban para la posteridad en los corazones y en las mentes de sus alumnos.

 


 Notas

Nota 1. El bolso de doña Purita. Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

/puntero/02_dona_purita_bolso.htm

Nota 2. La Guía del Prado para iPad incluye una selección de varias centenas de las obras principales de su colección y las presenta de forma cronológica, clasificándolas según las escuelas internacionales más conocidas: española, italiana, flamenca, holandesa, francesa, alemana y británica. Además, se han añadido capítulos referentes a obras sobre papel, escultura y artes decorativas.

Nota 3. Se llama guardainfante a una especie de falda redonda muy hueca hecha de alambres con cintas utilizado en la cintura por las mujeres españolas de los siglos XVI y XVII. Se denominaba así porque permitía ocultar los embarazos.

Nota 4. La infanta Margarita de Austria tenía unos cinco años cuando la pintó Velázquez, y desde muy niña estaba comprometida en matrimonio con su tío materno, Leopoldo I de Habsburgo. Los retratos, unos cuantos, realizados por el pintor servían, una vez enviados, para informar al novio sobre el aspecto de su prometida.

Nota 5. La acondroplasia es una causa común de enanismo, se relaciona en el 75 % de los casos con mutaciones genéticas (asociadas a la edad parental avanzada) y en el 25% restante con desórdenes autosómicos dominantes.