La censura en la antigüedad

China, Grecia, Roma, Egipto

Breve historia de la censura en el arte y la comunicación

©Enrique Martínez-Salanova Sánchez

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El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine



Quema de libros y persecución intelectual en China


Según las Memorias históricas, después que Qin Shi Huangdi, el primer emperador de China, unificara el país en el año 221 antes de Cristo, su canciller Li Si sugirió suprimir el discurso intelectual con el fin de unificar todos los pensamientos y las opiniones políticas. La justificación era que los intelectuales cantaban falsas alabanzas y hacían crecer la disidencia mediante la difamación.

A partir de 213 a.C, todas las obras clásicas de las Cien escuelas del pensamiento, excepto las de la propia escuela de Li, estuvieron sujetas a la quema de libros. Qin Shi Huang atacó a las otras escuelas de pensamiento por temor a que socavaran su legitimidad, y escribió sus propios libros de historia. Li Si dispuso que todas las historias en los archivos imperiales, excepto las escritas por los historiadores Qin, fueran quemadas; que los textos Clásicos de poesía, historia, y los trabajos de los estudiosos de las diferentes escuelas se entregaran a las autoridades locales para que fueran quemadas; que cualquier persona que se refiriera a alguno de estos dos libros en particular fuera ejecutada; que aquellos que utilizaran antiguos ejemplos para satirizar la política contemporánea, fueran condenados a muerte junto con sus familias; que las autoridades que no denunciaran los casos que llegaran a su conocimiento serían igualmente culpables; y que aquellos que no hubieran quemado los libros y textos señalados dentro de los 30 días fijados serían expulsados hacia el norte como convictos para trabajar en la construcción de la Gran Muralla. Los únicos libros que se salvaron de la destrucción fueron libros sobre la guerra, la medicina, la agricultura y la adivinación.

Qin Shi Huangdi ordenó que más de 460 eruditos de la capital fueran enterrados vivos en el segundo año de la prohibición, mientras que Wei Lan Jiao en el siglo segundo añade 700 más al número total de ejecutados. Como algunos de ellos también eran intelectuales confucianos, su hijo Fusu le aconsejó que esta podía ser una medida drástica que podía causar inestabilidad al afectar a aquellos que respetaban a Confucio en una situación de reciente unificación del país y con enemigos aún no pacificados.

Entre estas escuelas se encontraba el taoísmo de Lao Tsé (siglo VI a. C.), el moísmo de Mozi (470 – 391 a. C.) o el confucionismo de Confucio (551 – 479 a. C.) entre muchas disciplinas.

Afortunadamente no consiguió del todo su objetivo, pues tras la muerte de Qin Shi Huang, su dinastía se desmoronó pronto, dando paso a los Han (206 a. C. – 220 d. C.), que volvieron a restablecer muchas de las costumbres y rituales prohibidos por la anterior dinastía. Colocando además, al confucionismo como piedra angular.

En esta época vivió Sima Qian (145 – 90 a. C.), el Herodoto chino, quién a lo largo de su vida se dedicó a continuar la labor de su padre recogiendo toda la historia de China desde el comienzo, desde los hechos narrados en el Clásico de la Historia hasta la propia época del autor, en la obra llamada Memorias Históricas.

También se cuenta que en la famosa tumba del Primer Emperador se guarda un ejemplar de todos aquellos libros que mandó quemar. Esta tumba solo está explorada en parte, es el enterramiento donde se encuentra el ejército de terracota en Xi’an, compuesto por más de 8000 figuras. Pero la propia localización del emperador se encuentra bajo una montaña que está sin excavar, debido a las dificultades que presenta para los arqueólogos.

Posteriormente, los historiadores confucionistas condenaron al emperador Chin Shih-huang de haber quemado los clásicos y enterrado vivos a estudiosos confucianos. Poco después, compilaron la lista de los "Diez crímenes de Chin" para destacar sus acciones tiránicas. Chia Yi (Jia Yi, 賈誼,; 201 – 169 a.C.), famoso poeta y estadista de la dinastía Han, concluyó su ensayo Las faltas de Chin (過秦論) con un argumento que se convertiría en el juicio habitual confuciano de las razones del colapso de la dinastía de más corta duración en China. El ensayo de Chia Yi, admirado como una obra maestra de la retórica y el razonamiento, fue copiado dentro de los dos principales compendios de historia de la dinastía Han y ha tenido una influencia de un gran alcance en el pensamiento político chino como una ilustración clásica de la teoría confucionista.

Qin Shi Huangdi


Censura en la antigua Grecia


La sátira y la caricatura fueron perseguidas en la antigua Grecia, en ocasiones prohibidas y sus autores generalmente acabaron cayendo en desgracia.

El primer caso de censura gubernamental en Grecia fue la constitución de Licurgo  (800 a.C. – 730 a.C), legislador que convirtió a Esparta en un estado cerrado y militarista. Para ello, era necesario mantener a la población alejada de toda influencia externa. Este aislamiento se materializaba prohibiendo a la población los viajes al exterior, pero también censurando a los poetas y a los filósofos, quienes podían “contaminar” con sus novedosas ideas a los habitantes de ese gran cuartel llamado Esparta. También estaban prohibidos los festivales de teatro, y las clases de filosofía y de retórica.

Uno de esos peligrosísimos poetas era Arquíloco. Éste se burlaba en sus poemas de la vieja mentalidad militar, así como de las hazañas de los héroes homéricos. Esto, para un gobierno militarista y conservador como el de Esparta, constituía una afrenta inadmisible y una postura amenazadoramente subversiva. Cuenta Plutarco que el día que a Arquíloco se le ocurrió pasarse por Esparta fue expulsado en el instante mismo de su llegada. A esto añade el historiador romano Valerio Máximo que los espartanos “ordenaron sacar fuera de la ciudad los libros de Arquíloco”, temiendo que pudieran ser leídos por sus hijos. En realidad, no fueron los únicos libros en ser arrojados de la ciudad. Plutarco, en sus Instituciones lacedemonias, nos recuerda que los libros en general estaban prohibidos, como también los maestros extranjeros.

Sótades de Maronea,  poeta griego del siglo III a. C. escribió unos versos humorísticos sobre ciertos aspectos de la vida sexual de Ptolomeo II y desenfadadas parodias mitológicas de las que apenas se conservan unos pocos fragmentos. Su desvergüenza le acarreó las iras de Ptolomeo Filadelfo (faraón), quien lo mandó arrojar al mar metido en un cofre de plomo.

Se hizo célebre por sus Priapeas, poemas licenciosos, satíricos, lascivos, humorísticos y ofensivos que se recitaban con acompañamiento de música, llegando a crear un género propio: "el sotádico".

 Probablemente fue el autor de algunos de los primeros palíndromos, versos retrógrados, de los que se tiene registro; hoy es visto por muchos como el inventor de este género.

Sin embargo, el caso más célebre de censura contra un intelectual en la antigüedad fue sin duda el juicio y condena de Sócrates, el humanista y librepensador por excelencia. Es verdad que Atenas gozaba de un régimen tolerante que consagraba las libertades democráticas, pero parece que Sócrates fue demasiado lejos. Por ser un popular maestro se le acusó de corromper a los jóvenes. Por estudiar los fenómenos celestes se le culpó de irrespetar a los dioses, es decir, de impiedad, asébeia. Todo esto lo cuenta Platón en su llamada Defensa de Sócrates, que recoge el discurso pronunciado por el mismo maestro el día de su juicio. Dice que por entonces circulaba un oráculo en que Apolo declaraba que el hombre más sabio de Atenas era Sócrates. Éste, convencido de su propia ignorancia (“solo sé que no sé nada”) e intrigado por la palabra del dios, quiso confirmarla por sí mismo. A tal fin, se dio a la tarea de entrevistar a los especialistas más conocidos de la ciudad, para que le demostraran cuánto dominaban su oficio. Así conversó con un juez, esperando que le explicara en qué consiste la justicia. Lo mismo hizo con un general, esperando que supiera del valor. Y con un artista, esperando le revelara el sentido de la belleza. Sócrates se sintió muy defraudado al comprobar que tampoco ellos sabían nada, ni mucho menos dominaban su oficio. Entonces propuso que la ciudad, en vez de condenarlo, lo premiara con una cena en el Pritaneo (un honor reservado a atletas y famosos), agradecida por haber demostrado que los más ilustres ciudadanos atenienses no eran más que una cuerda de ignorantes. El jurado, enfurecido, lo condenó a muerte.

Licurgo

Sócrates


Ostrakos

 

 

Ostracismo


Se llama ostracismo al “retiro forzoso”, al que se condenaba a algunos ciudadanos en la antigüedad,   concretamente en la cultura de las ciudades-estado de Atenas.

Este tipo de retiro permitía que los ciudadanos se unieran y votaran para exiliar a cualquiera que consideraran peligroso para los intereses de la población. El ostracismo era una práctica civil, en la que elementos de alfarería, generalmente urnas o jarrones rotos, se usaban como “papeletas” para votar. Estos fragmentos de cerámica se llamaban ostracon, que es el origen etimológico del ostracismo.

La práctica era bastante sencilla. En una asamblea anual, el pueblo ateniense determinaría si era necesario realizar un ostracismo. De ser así, se reunirían en una segunda reunión y emitirían los votos para aquellos que creían que debían ser destituidos. Podía votar cualquier ciudadano de Atenas, independientemente de su clase o estado.

Por supuesto, el público de a pie nada tenía que temer cuando se trataba de ostracismo. Eran los gobernantes y aquellos que tenían un alto estatus los que necesitaban cuidar sus espaldas. A menudo, los atenienses seleccionaban a las personas que creían que se estaban apoltronando desde el punto de vista político o corrían el riesgo de convertirse en tiranos.

Estas medidas generalmente se realizaban de manera preventiva, antes de que un líder pudiera tener demasiado control sobre la ciudad. El procedimiento para el ostracismo involucraba a la ciudadanía, daban sus fragmentos de alfarería a los escribas, que tenían los nombres grabados en el ostracon y luego los colocaban en una urna, donde se contabilizarían más adelante.

Si un individuo recibía más de 6.000 votos, se le declaraba condenado al ostracismo. Las reglas del ostracismo eran simples: el miembro condenado al ostracismo estaba obligado a vivir en el exilio durante diez años.

Mantendrían sus propiedades, pero no podrían regresar sin temor a la ejecución hasta el final de su período de exilio. A pesar de la aparente dureza de esta práctica, el ostracismo fue políticamente beneficioso para Atenas. El proceso formal en el que los ciudadanos podían eliminar a alguien del poder si juntaban suficientes votos evitaba que el gobernante se volviera demasiado poderoso.

La tiranía era una amenaza constante en aquella época. Y un líder que acumulara demasiado poder podría ser una amenaza para la democracia de la ciudad. También, al existir salidas legales para eliminar a un político, los asesinatos serían el último recurso. Gracias a la presencia del ostracismo, los políticos no tuvieron que temer al asesinato por ciudadanos insatisfechos. Los castigos eran estrictos, pero no lo suficientemente severos como para justificar la respuesta militar de un líder que se enfrentaba el ostracismo.

Aunque el ostracismo cayó en desuso en Atenas debido a la creación de tribunales civiles, todavía utilizamos la palabra hoy en día, por lo general para referirnos a alguien que ha sido expulsado de un grupo social debido a algún tipo de defecto, moral o de otro tipo.


 La censura en Roma


En el Imperio Romano la Libertad de expresión brillaba por su ausencia.

En el período de la República había una libertad de expresión considerable, debido a una indiferencia sobre los productos del intelecto. Pero la situación iba teniendo apariencia de cambiar cuando Julio César conquistó Alejandría en el año 47 a.C., al hacer responsables a los romanos del incendio que destruyó la gran riqueza de libros y saber que atesoraba la Biblioteca de Alejandría.

En el periodo del Imperio fue cuando se suprimieron muchos escritos por motivos políticos y religiosos. Cualquier crítica era tomada como contraria al emperador y suponía un severo castigo, incluyendo en algunos casos el destierro y la muerte, además de la censura de los textos considerados como conflictivos.

Era habitual que los autores utilizaran pseudónimos para firmar sus obras.

Ovidio fue desterrado por Augusto al mar Negro donde pasó el resto de sus días, y sus obras como el Ars Amandi fueron censuradas. El emperador quiso deshacerse de este famoso poeta, conocedor de los desmanes amorosos de la familia de la máxima autoridad romana. Autores como Virgilio y Livio se vieron afectados por la locura de Calígula, que vieron cómo sus obras desaparecieron de las bibliotecas.

Nerón, conocido por mandar quemar Roma, ordenó la muerte de Séneca y el destierro de Galo Fabricio Veyento de Italia por sus fuertes críticas a los sectores más poderosos del Imperio en un libelo. La religión fue considerada también un peligro de Estado. Todavía se recuerdan las persecuciones de Diocleciano a todo lo que estuviese relacionado con el cristianismo, ya sean iglesias o centros de reunión donde había bibliotecas; y el intento de eliminar todo resquicio cristiano del emperador Julio el Apóstata.

La ausencia de libertad de expresión tampoco desapareció con la conversión al cristianismo.

Teodosio mandó quemar los escritos de todos los enemigos de la nueva religión oficial. Después del Concilio de Nicea, se persiguió a todas las interpretaciones consideradas como erróneas del mensaje apostólico. Los judíos no se salvaron de la quema de sus textos religiosos, quedando nada más en la actualidad un Talmud judaico completo, que se conserva en Münich.

Ovidio en el exilio

 (Ion Theodorescu-Sion)

Virgilio

Muerte de Séneca

 


La «Damnatio memoriae», castigo a no haber nacido nunca


«Damnatio memoriae», literalmente es «condena a la memoria», no haber existido nunca. Para los romanos, la memoria familiar era uno de los ejes de su sociedad, por lo que ser condenada al olvido, una persona o una estirpe, era el más cruel de los castigos. A quien era condenado al olvido se le eliminaba de todo elemento por el que pudiera ser recordado, esculturas, escritos, canciones, relatos populares o grabados. La "República" ya contemplaba la muerte civil, la «abolitio nominis», que prohibía que el nombre del condenado pasara a sus hijos y herederos, y la «rescissio actorum», que suponía la completa destrucción de su obra política o artística.

Cuando el Senado Romano decretaba la damnatio se procedía a arrancar los epígrafes que recordaban la labor edilicia y legislativa así como los éxitos militares del muerto condenado, se borraban sus inscripciones, se decapitaban o destruían las estatuas que de éste existían por los foros de las ciudades de todo el imperio, se rasgaba su rostro de las pinturas que lo contuvieran, se retiraban de circulación las monedas que hubiese acuñado con su nombre y efigie, y, llegado el caso, se suprimían de los anales (registros oficiales) sus acciones políticas, incluso, hasta su propio nombre (abolitio nominis). Esto solía ir acompañado de la confiscación de los bienes del difunto «damnificado», el destierro de su familia y la persecución y exterminio físico o moral de sus colegas y partidarios más fieles. Así, se pretendía borrar de la memoria oficial y de la memoria colectiva el recuerdo de un determinado personaje, sus obras, sus logros y hasta su propia existencia.

Publio Septimio Geta, hermano menor de Caracalla, fue asesinado por su hermano y posteriormente recibió el castigo de la «damnatio memoriae», por el que muchos de sus seguidores fueron asesinados y su legado borrado del mapa. A la muerte de Maximiano, en el 310, su sucesor impulsó un damnatio memoriae por el que se ordenó la destrucción de cualquier elemento público que le hiciera alusión.

A la muerte de Domiciano, quizá el caso mejor atestiguado por la literatura antigua, pues de su condena hablan Plinio el Joven. El Senado emitió la condena y autorizó que sus monedas y estatuas fueron fundidas, sus arcos derribados y su nombre eliminado de todos los registros públicos. En este mismo sentido, Nerón fue declarado «enemigo del Estado» por el Senado aún antes de su muerte y varias de sus representaciones destruidas. Cuenta Suetonio: «El pueblo acogió su asesinato con indiferencia; los soldados, con gran pesar, e intentaron inmediatamente divinizarlo… Por el contrario, los senadores se alegraron de tal modo que, abarrotando a porfía la Curia, no se abstuvieron de ultrajar al muerto con las más mordaces y crueles imprecaciones, incluso ordenaron que se llevaran escaleras y que se quitaran sus escudos y retratos de la vista de todos y se estrellaran allí mismo contra el suelo, y decretaron, por fin, que se arrancaran por todas partes sus inscripciones y se borrara por completo su memoria».

De Cómodo, el Emperador gladiador, el Senado decretó su damnatio memoriae tan solo un día después de ser ahogado en el baño por uno de sus libertos. Aquella condena le convirtió en enemigo público, ordenando el derribo de sus estatuas y la eliminación de su nombre de los registros públicos. «Que la memoria del asesino y el gladiador fuera eliminada. Que las estatuas del gladiador y del asesino fueran derribadas. Y que el recuerdo del lujurioso gladiador se borrara por completo. Que el gladiador fuera arrojado al osario. Escucha, oh César: que el asesino sea arrastrado con un gancho según las costumbres de nuestros padres, que el asesino del Senado sea arrastrado con el gancho. Más feroz de Domiciano, más vil que Nerón».

La condena también podía ser dirigida hacia ciudadanos corrientes, por crímenes especialmente censurables, sobre todo aquellos relacionados con la traición al Emperador o al Senado. Tal fue el caso de Lucio Elio Sejano, favorito de Tiberio, al que se le acusó de liderar un amplio complot contra su soberano. O el caso del ex cónsul y gobernador Cneo Calpurnio Pisón en 20 d.C., quien se suicidó tras ser responsabilizado de la muerte de Germánico. A consecuencia de ello, el Senado dictó un senadoconsulto que proponía borrar su nombre de los documentos oficiales y confiscar sus bienes.


La Damnatio en Egipto y Oriente próximo


La práctica de la damnatio era práctica asidua entre los asirios, hititas, babilonios, persas, e incluso entre los hapiru (Éxodo 17,15), siglos antes de la propia fundación de Roma.

Mucho mejor conocidas son las decretadas en Egipto, donde tuvieron un significado muy especial, ya que para ellos aquello que no tenía nombre no podía existir y, por lo tanto, borrar el nombre de un personaje del recuerdo suponía no sólo negarle su existencia, sino, lo que era más importante, le impedía disfrutar de una vida en el más allá.

Entre las más famosas y estudiadas damnationes egipcias varias de ellas pertenecen a la Dinastía XVIII, conocemos el intento del faraón Thutmose III de condenar al olvido a su predecesora y tía-madrastra, la reina Hastshepsut (ca. 1490-1468 a.C.) y a su fiel colaborador Senenmut, ordenando que se borrasen sus nombres de los registros oficiales. El retrato de la reina no se aprecia en el relieve pues a la muerte de Hatshepsut, fue minuciosamente picado por orden de su sucesor, Tutmosis III. Esta acción no fue la única de estas características. Tutmosis suprimió los cultos en el templo funerario de Hatshepsut, mandó derribar todas sus estatuas, borró otros muchos relieves en los que aparecía representada la reina y ordenó desmontar su santuario de la barca en el Templo de Karnak.

Intentaba así frenar las aspiraciones de la familia de la reina al ast (trono egipcio), legitimando al tiempo su propia llegada al poder. El otro famoso caso es el de Akhenatón (ca. 1352-1335 a.C.), el «faraón hereje» que intentó imponer una especie de monoteísmo (Atonismo) en Egipto, lo que le llevó a enfrentarse al todopoderoso sacerdocio nilótico, destruyendo templos, tumbas y archivos, y arrasando las estatuas de algunas deidades del panteón politeísta, muy especialmente las del dios Amón. Sin embargo, a su muerte los sacerdotes egipcios se valieron de la debilidad de sus jóvenes sucesores (Semenejkara y Tutankhamón), para tomarse justa venganza, sometiendo la memoria del propio Akhenatón a una férrea damnatio. 

Relieve en el que la reina Hatshepsut ha sido eliminada

 

Sarcófago de Akhenatón con el rostro destruido


Bibliografía


Luis GIL, Censura en el mundo antiguo. Madrid, Revista de Occidente, 1961. 563 págs.

CASTRO SAENZ, A.: «Damnatio memoriae: el modelo de Domiciano un recorrido histórico-jurídico entre Tiberio y Trajano» en e-Legal History Review 14 (2012).

POLLINI, John: «Damnatio Memoriae in Stone. Two portraits of Nero Recut to Vespasian in American Museum» en American Journal of Archaeology 88 (4). 1984, págs. 547-555; y BORN, Hermann y STEMMER, Klaus: Damnatio Memoriae: das berliner Nero-Porträt. 1996.