|
Uno de los principales desafíos
con los que se encuentra la sociedad de la información es el deterioro de la
participación ciudadana. A pesar de las facilidades de comunicación, el
ciudadano se enclaustra en su pequeño entorno familiar y social, dando la
espalda a los problemas del mundo y volviéndose cada día más solitario.
Durante décadas, la información que se aporta a través de los medios de
comunicación, sobre todo la de televisión, es mediatizada por la influencia
de los grandes poderes económicos, que organizan la información mundial para
que los ciudadanos la lean, la entiendan, la asimilen y la utilicen de forma
dirigida. Ante los medios, los ciudadanos asumen una postura pasiva,
alienada, no implicativa y escasamente participativa. Ante la necesidad de
que los ciudadanos tomen conciencia de sus responsabilidades la televisión,
al igual que otros medios comunicativos, debe adquirir el compromiso de
levantar al ciudadano de su apatía, proponiendo y sugiriendo actitudes
activas y participativas. Las cadenas de televisión deben tomar conciencia
de su función educadora.
One of the
main challenges facing the information society is the decline of citizen
participation. Despite the ease of communication, citizens cloister
themselves within their small family and social context, turning their backs
on world problems and becoming more and more isolated. For decades,
information offered through the media, especially television, is influenced
by the large economic powers, who organize world information so that the
citizens read it, understand it, assimilate it and use it in a controlled
fashion. When it comes to the media, citizens take on a passive, alienated,
uninvolved and non-participative posture. Faced with the need for citizens
to become aware of their responsibilities, television and other media should
adopt a commitment to raise the citizen out of his or her apathy, proposing
and suggesting active, participative attitudes. Television channels should
become aware of their educational function.
Palabras clave: Pantalla,
responsabilidad, televisión, pasividad, educación, televisión educativa
Key words: Screen,
responsibility, television, passivity, education, educational television
«Lo que para mí cuenta no es
hacer una obra perfecta, sino tender un puente para el contacto humano»
Jean Renoir
«Pasamos de una ética de
interrelación personal, de proximidad, a una ética en la que la interacción
es virtual o se desarrolla a distancia, con texto pero sin gesto; con
imágenes pero sin cuerpos».
Bilbeny
«La Humanidad no puede soportar
mucha realidad».
Elliot
La mayoría de los mensajes que
reciben los ciudadanos lo hacen por medio de pantallas. Pero, a diferencia
del mundo orweliano, en el que una gran la pantalla multiplicada hasta el
infinito era la única referencia, el ámbito vital del siglo XXI se
desenvuelve para el ciudadano en infinitas referencias, en miles de lugares,
a partir de millones de puntos de información, entre ellos la de multitud de
pantallas de toda índole, desde las megapantallas de cine o de los
espectáculos al aire libre hasta las minúsculas pantallas de telefonía
móvil, pasando por la televisión y los ordenadores. La empresa, la familia,
la ciencia, la publicidad, las utilizan para comunicase, publicitarse,
vender o informar. Como ya sabemos, el ritmo de la información se hace cada
día más vertiginoso. La cultura impuesta desde el mundo que domina las
pantallas, conduce tanto al descubrimiento y la creación de pautas
culturales como a su cambio y destrucción.
La especie humana se encuentra en
perpetuo cambio, entre lo tecnológico y lo ideológico, que intervienen
indefectiblemente entre sí, generando procesos perceptivos y de pensamiento
muy diferentes a los que la sociedad había vivido hasta el presente. Los
adelantos tecnológicos, que acomodan todas las posibilidades humanas en
lugares más asequibles, pueden conseguir, si la misma sociedad no lo
remedia, que en un mundo de mayor y mejor comunicación, en plena sociedad de
la información, paradójicamente sitúe a la especie humana en una actitud más
pasiva. La sociedad, cada día más, espera que los problemas se resuelvan por
sí solos o que alguien los resuelva, adquiriendo así los individuos la misma
actitud reverencial que los países pobres tienen a los poderosos, los
ciudadanos, espectadores de a pie, tienen a las macroestructuras que van a
solucionar sus problemas. Se establecen nuevos valores y paradigmas, nuevas
relaciones de dependencia, bienestar y consumo, cuando es más necesaria que
nunca una actitud creativa y crítica
Siendo como es la cultura un
fenómeno esencialmente humano, la ruptura de la serenidad y la lentitud en
la transmisión de normas de conducta entre unas y otras generaciones, está
creando conflictos. Los patrones culturales cambian con una celeridad nunca
dada en la historia de la humanidad, casi a la misma velocidad que lo hacen
las nuevas tecnologías, se desestabiliza en muchas ocasiones el status
preestablecido, y se crean confrontaciones generacionales profundas en un
mundo en que los jóvenes nacen en un mundo tecnificado que en ocasiones sus
padres y profesores se resisten a aceptar, mas aún cuando ven que las
fronteras desaparecen, las pautas culturales se homogeneizan, y el
desequilibrio en las relaciones interpersonales crea, sobre todo en los
adultos, sensación de inseguridad y por lo tanto miedo.
Hay que entender y asumir que las
pantallas, es estos cambios, se hacen imprescindibles, tanto para los que
pretenden hacerse con el poder mundial de la economía, las finanzas, la
cultura y la ideología, como para los ciudadanos que pueden enfrentarlo,
creando una sociedad más solidaria y creativa. La televisión es creadora de
cultura, el periódico es creador de opinión; es necesario tenerlos en
cuenta. La especie humana, en general, se encuentra entre la ansiedad que
genera el futuro y el deseo positivo de los nuevos avances sociales. A pesar
de que los individuos están en muchas ocasiones a merced de quien los manda,
es necesario pensar que la creatividad, individual y social, la búsqueda de
nuevas soluciones a los problemas, es pieza clave para resolver los
problemas que se plantean ya que se pierde interacción personal y se crece
en contactos tecnológicos individuales.
La adaptación de la especie
humana al medio ambiente digital será más positiva si se sustenta en un
sistema de valores desde el que las instituciones básicas de la sociedad
promuevan la aceptación participativa y crítica de los medios de
comunicación y de información.
La televisión realiza en estos
momentos labores paternales, asesoras y lúdicas, llenando una gran parte de
la vida de los individuos de la especie humana. El resto, la búsqueda de
datos y la comunicación, se comparten entre Internet, la telefonía móvil y
los videojuegos. Los multimedia, generalmente con pantalla, surten al
individuo de todo lo que en su vida cognoscitiva necesita, y hace superflua
cualquier otra vía de comunicación, relaciones interpersonales, educativas,
lectura, etc. El espacio reducido de unos pocos metros cuadrados se
convierte en un ecosistema individual de recepción de comunicación y de
emisión de la misma.
En la actualidad, los medios de
comunicación sustituyen en muchos casos a los mayores en la socialización de
niños, adolescentes y jóvenes. Lo que antes el niño o el adolescente recibía
exclusivamente por vía de sus mayores en la familia o en la institución
escolar, lo recibe ahora a través de los medios de comunicación,
fundamentalmente de la televisión.
La televisión, sobre todo, deja
sin movimiento al ciudadano, que queda estático ante su pantalla, le
comunica lo que interesa, le enseña lo que quiere, lo divierte, lo educa, lo
duerme, lo acompaña en sus comidas y en su ocio. El ciudadano, en muchas
ocasiones, está pendiente de la programación televisiva para hacer sus
planes, se hace adicto a determinados programas que condicionan sus
actividades y su ocio. Esta dependencia hace que se piense que lo que no
sale en la televisión no ha sucedido y que siempre, lo que sucede en la tele
es cierto. De todo lo demás, de lo que en la televisión no sale, el
ciudadano no se entera, o lo que es lo mismo, a efectos de participación
ciudadana en los problemas del mundo, queda alejado de toda información, y
por lo tanto de toda implicación.
Los
desequilibrios
Nuestros hijos nacen ya en plena
sociedad de la información, en la era de cibernética, y solamente conocen
esa posibilidad. Sin embargo, los adultos, estamos más en la era de la
cultura mecanicista y lineal que en la era de la cibernética y de los
mosaicos de la información. Como mucho, estamos a caballo entre ambas.
Nuestros hijos viven la era de la cultura cibernética, han nacido con ella,
y sus cerebros se adecuan desde sus primeros balbuceos a un mundo plagado de
iconos, de imágenes y de signos, en el que prima la velocidad que traen
consigo las nuevas tecnologías.
La diferencia sustancial que se
produce es que acabamos teniendo diferentes formas de percibir la realidad,
utilizamos metodologías y medios diferentes de acceder a la información, y
en muchos casos -mecanismos de defensa por no entender la otra visión-
despotricamos, en el caso de los mayores por la forma adictiva en que los
jóvenes utilizan las pantallas de todo tipo. Los jóvenes y los niños, quedan
solos en la utilización de las pantallas, rechazan en muchos casos el libro
y otras fuentes de información y no se sienten apoyados por padres y
profesores, por lo que aprenden por su cuenta, o con amigos, reduciendo
inmensamente sus posibilidades de uso.
Son grandes, por tanto, los
desequilibrios que provoca la diferente forma de encarar los medios entre
las antiguas y las nuevas generaciones. Los padres y profesores no conocen
las verdaderas necesidades de sus hijos y alumnos, no entienden su
dependencia, pero tampoco saben orientar hacia las posibilidades que poseen
los medios ni orientan hacia la madurez en su utilización.
Los puntitos
negros. La implicación del medio.
«Si te ofreciera 20.000 dólares
por cada puntito que se parara, ¿me dirías que me guardase mi dinero o
empezarías a calcular los puntitos que serías capaz de parar? ¡Libres de
impuestos, amigo, libres de impuestos!»
Esta frase es del guión de la
película El tercer hombre, basada en la novela homónima de Grahan
Green, El tercer hombre, hecha cine por Carol Reed en 1949. El
personaje que interpreta Orson Welles intenta –desde lo más alto de la noria
del parque de atracciones de Viena- convencer a su amigo americano, papel
que interpreta Joseph Cotten, de lo fácil que es eliminar seres humanos, más
aún cuando hay sustanciales beneficios por ello. La fuerza de estas
afirmaciones no está solamente en el pavoroso contenido que entrañan, sino
más bien –o más aún- del sentido que se les ha querido dar: no importa tanto
eliminar personas si se realiza desde la más absoluta impunidad y lejanía.
Posiblemente, muy poca gente es capaz de matar a nadie cara a cara, mirando
a los ojos a la víctima, pero cuando se hace desde un despacho, mediante una
firma en un papel… Orson Welles intenta convencer a su amigo y justifica así
su propia forma de vida. El hecho es similar al que en el primer acto de la
obra de teatro La barca sin pescador, relata el dramaturgo español
Alejandro Casona. El diablo ofrece a un empresario en bancarrota, con el fin
de que logre otra vez su riqueza, la posibilidad de colocar su dedo en
cualquier punto –aleatoriamente- del globo terráqueo. La acción,
aparentemente intrascendente, de señalar un punto del mapa suponía la muerte
de un ciudadano anónimo del mundo.
En ambos casos, los recursos
escénicos o fílmicos, previstos por los autores, obligan al espectador a
tomar partido: lo hacen pensar, lo incomodan en su butaca, lo alían con un
personaje en contra de otro. Las artes de la comunicación poseen recursos
para provocar sentimientos, no ya por el mismo contenido del mensaje, sino
–y además- por el modo de contar, por el lenguaje utilizado, por la fuerza
de las imágenes, por la música o los textos, o por el actor o actriz que lo
protagoniza… En la secuencia de la noria, de la película El tercer hombre,
los planos y contraplanos, las luces y las sombras, una espléndida
perspectiva desde lo alto de la noria –en arriesgado picado sin el cual el
texto de las personas vistas como puntitos negros no hubiera podido
contarse- las miradas entre los protagonistas, la música, y por supuesto el
texto de Grahan Green, ponen en escena la defensa de la corrupción y logran
que el espectador, ignorante y expectante desde el comienzo del film, tome
por fin partido. Alejandro Casona, en el drama La barca sin pescador,
tras la respuesta afirmativa del empresario, que coloca el dedo en el globo
terráqueo, hace surgir entre bambalinas un escalofriante grito, el de un
pescador que muere asesinado desde la lejanía. El espectador recibe un
mensaje trágico, que más tarde irá desvelando el dramaturgo entre el segundo
y tercer acto.
Los mensajes que se transmiten a
través de las pantallas del cine, tradicionalmente han sido mensajes
comprometidos, los cineastas han hecho gala de narrar dramas humanos, de
relacionar el mundo de la ficción con el de la realidad por medio de
imágenes, de relatos dramáticos o cómicos, pero con un trasfondo humano,
social, artístico o creativo. La televisión, sin embargo, por el hecho de
ser de fácil acceso, se ha convertido en ramplona, en banal, en un medio en
el que todo vale con el fin de ganar audiencia. Lo que es la principal baza
de la televisión para sobrevivir se ha convertido en arma arrojadiza contra
la cultura.
El
paseo de los famosos. La irresponsabilidad de las cadenas
Hoy la televisión no implica a
nadie, no compromete, más bien aliena. La televisión vive dentro de ella,
los noticiarios traen el mundo, los problemas y sus soluciones al propio
ecosistema televisivo familiar, del que el ciudadano no sale. Se produce en
los medios, en general y sobre todo en la televisión, una permanente espiral
de uso de los propios programas de televisión en otros, como si la
televisión -mejor cada cadena televisiva- tuviera toda la información en
ella misma. Los famosos de un programa, que el mismo programa hace famosos,
participan además de todos los programas de la cadena, concursos, debates,
etc.. La cadena se preocupa en ocasiones de hacer marketing con ellos, ya
sea en forma de galas, paseos por el país, discos, libros…las otras cadenas,
también se los disputan -o utilizan lo que consideran más relevante en los
llamados programas de zapping- así como las revistas del corazón. Y la
espiral no se acaba, es infinita, a estos famosos se suman sus parientes más
cercanos, amantes, novios o novias, que a su vez generan a su alrededor una
nueva serie de personas allegadas que son utilizadas hasta el infinito por
los medios. Estos personajes, creados de la nada, los utiliza la TV hasta la
saciedad, los vuelve y revuelve a introducir en los hogares, hasta que por
la ley de la entropía, van dejando gradualmente de tener interés y son
abandonados.
Esta
superficialidad en los contenidos, hace que la televisión se convierta en un
espectáculo de una banalidad absoluta. Quien está tras los programas de
televisión define la misma comunicación –sin ninguna posibilidad de
ingerencia del espectador- define el contexto y el tiempo, en el que hay que
definir la comunicación. Las mismas cadenas establecen los códigos
lingüísticos, deciden lo que se debe o no ver, integra los códigos y
repertorios más compartidos del lenguaje oral o escrito, los códigos y
repertorios éticos y morales, sin más techo ni norma que el índice de
audiencia, propone estilos personales a los que el espectador se adapta por
fuerza, ya que el espectador se ha creado la necesidad de estar ante el
televisor, y cree todo lo que el televisor propone.
La
televisión, al mismo tiempo, facilita los elementos no comprensivos, que no
se ajustan todavía a la cultura del momento, y por tanto el espectador debe
ir entrenándose y aprendiendo poco a poco, hecho esto de un modo sutil y no
consciente. Es a través de lo no comprendido como se infiltran en el acto de
comunicar las características propias del sistema social, las que a pesar de
las diferencias interpersonales, las diferentes ideologías, los compromisos
afectivos, los intereses y objetivos del ciudadano, transmiten e instalan en
el acto comunicativo una estructura perpetuadora de las relaciones de
dependencia que se aprecian en sistemas más amplios. Una gran contradicción
es que se predica una democratización de la sociedad y una participación
cada vez mayor en ella, pero quienes definen los procesos de comunicación
son los que detentan el poder mediático.
La
televisión no se responsabiliza en ningún caso del proceso comunicativo que
se crea, dejando al espectador la responsabilidad de que en el nivel
consciente establezca la reflexión crítica, el aprendizaje creador, la
respuesta activa, la promoción de su individualidad, su rescate como sujeto
digno, no sometido a los caprichos y avatares de la televisión y a la
dictadura de las pantallas.
Dar a conocer
la realidad para cambiarla
Las televisiones –al contrario
que el cine- no han optado por la vía del compromiso. Es necesario conocer
la realidad para cambiarla. Es cierto que hay programas televisivos, algunas
series y reportajes, que intentan presentar la realidad. Sin embargo, caen
en la mayoría de ocasiones en la superficialidad o en el sensacionalismo.
Los temas de los reportajes, en gran medida están ligados también al mundo
de lo sensacionalista.
Las series, algunas muy
divertidas y con magníficos y chispeantes guiones, adolecen de la
superficialidad del resto de la programación, presentando una actualidad de
titulares de prensa sensacionalista, en la que en un solo episodio pasan
miles de cosas con toda rapidez pero sin entrar en absoluto en ello, sin
intentar promover en ningún caso la reflexión o el análisis.
La televisión debiera contribuir
a ese conocimiento de la realidad, pero no solamente en píldoras o retazos.
Debe buscar puntos de vista diferentes, ahondando en los problemas,
presentando una realidad en las que todos los problemas, no solamente los
más sensacionalistas, tengan cabida.
Televisión
educativa-televisión educadora
La
televisión nos muestra un mundo que se enfrenta a problemas variados y de
diferente profundidad, desde el hambre masiva e indiscriminada y los
desastres ecológicos hasta temas de sexo, religión o política. Sin embargo,
la superficialidad con que se tratan consigue generalmente que el espectador
se haga con ideas superficiales o muy equivocadas del mundo que le rodea,
sintiendo muchas veces impotente para conocer rigurosamente y en profundidad
la realidad de los hechos o el sentido verdadero de los pensamientos u
opiniones.
La
mayoría de los problemas serios que se tratan en televisión se trivializan,
los debates no se realizan con corrección, se busca y provoca el
enfrentamiento entre los contertulios o los participantes con el fin de no
perder audiencia. Se pactan en la trastienda del programa formas de
enfrentar el debate con el fin de que el interés no decaiga, y si decae, los
presentadores tienen trucos suficientes para levantar el interés enfrentando
en muchas ocasiones verbal, gestual y en ocasiones con agresiones físicas a
los oponentes. Esto da como resultado que no se llega al fondo de los
problemas. En otras ocasiones la imagen sustituye o enmascara el contenido.
Es necesario que las televisiones
acepten la responsabilidad de educar. Y quiero hacer énfasis en dos
conceptos que normalmente se confunden y que en el caso de la televisión
debieran definirse y aplicarse. Televisión educativa y televisión educadora.
Para que una televisión sea
educativa, debe tener intencionalidad educativa. Propósitos y objetivos
claros, definición de la audiencia a la que va dirigida y por ende
adecuación de los métodos, lenguajes y estructuras a ella… Un ejemplo
pudiera ser Barrio Sésamo, definido para niños de seis años, con metas muy
claras que abarcan un amplio abanico de posibilidades, instructivas y
educativas relativas a esa edad y metodología y lenguaje referido a la
misma. No es conveniente ni necesario que toda la televisión sea educativa.
Normalmente confundimos educativo
con instructivo. Lo instructivo tiene que ver con los conocimientos o
movimientos que se aprenden mecánicamente. Para que sean educativos, estos
aprendizajes deben poseer algo más, que sean significativos, que estén en un
contexto más amplio, que el que aprende los inserte en un entorno, que
asimile los valores del aprendizaje, etc. Un documental puede ser
instructivo, pero si no está dentro de un contexto, si no se adapta el
lenguaje, las formas y los tiempos, a la edad de quien que se pretende sea
espectador, no será educativo.
A mi entender, toda la televisión
debe ser educadora (no educativa). Como decía más arriba, estamos en un
mundo en el que existen desafíos importantes que debemos encarar entre
todos. No es posible que las televisiones, con la fuerza cultural y
capacidad subyugadora que poseen entre los ciudadanos, se desentiendan de
esa responsabilidad. Una televisión educadora es la que plantea, propone y
estructura sus programas pensando en que en el mundo hay problemas de todos
y que hay que colaborar en crear corrientes de opinión y de debate para que
los ciudadanos busquen también su propia responsabilidad.
Por ejemplo:
¿No podrían las televisiones
proponer que las formas y modos de los debates fueran menos violentos e
hirientes y más respetuosos con las opiniones de otros participantes?. Los
moderadores, ¿no podrían mantener mejor los niveles de interés con los
propios contenidos y no con el aumento de la agresividad, del insulto o de
la descalificación? Necesitamos como ciudadanos modelos de debate diferentes
a los que vemos en televisión, que por nuestra retina y oídos entren en
nuestro cerebro maneras diferentes de respetar la opinión, de dirigirse a
otras personas, de mantener un criterio…Con estas preguntas y comentarios
intento explicar mi idea de la televisión educadora. Hay magníficos temas
tratados en televisión, en programas que pierden su posible función
educadora por sus modos sensacionalistas, violentos e irrespetuosos.
El tema de la violencia en la
televisión, también es un ejemplo. No es tan peligroso presentar la
violencia como no dar posibilidades para rebatirla, debatirla o
cuestionarla. Se han llenado páginas de periódico y se han elaborado
multitud de informes y de trabajos en relación con la violencia en
televisión. Sin embargo, hay más violencia en la sociedad, en la familia,
que en los programas de televisión. O el tema de la discapacidad, que se
trata al mismo tiempo que se oculta a los discapacitados…
Debemos pedir a las cadenas
coherencia al presentar sus contenidos, pues es clave la forma de
presentación para que los contenidos tengan validez. Yo propondría a las
televisiones, para que aumenten su capacidad educadora, un cuidado especial
en temas como el medioambiente, la solidaridad, la paz y la violencia, la
responsabilidad, la tolerancia, el respeto a opiniones y culturas
diferentes. Son temas básicos en los que el mundo está de acuerdo. Y lo más
importante: no está en que los temas se traten, que ya se tratan, sino que
se haga sin sensacionalismo, apelando al compromiso de los espectadores,
imbuyéndose las cadenas de estos mismos proyectos, para que surjan con
espontaneidad y naturalidad. |