Carlos Gurpegui.
Madrid
Enrique Martínez
Salanova es un educomunicador que disfruta con curiosidad y pasión cada
fenómeno plástico y visual. Siempre ha tomado como reto el incorporar
las herramientas que cada década nos ha ofrecido la tecnología. Para el
experto, la creatividad es piedra filosofal de los aprendizajes y cómo
no, de nuestra forma de ser y estar en el mundo. Sepamos un poco más de
él a partir de algunos de sus referentes y proyectos.
—Aunque
no quiera oírlo, usted es un gurú de la educomunicación, un precursor y
pionero preocupado y ocupado.
—Cuando se llevan muchos años, décadas, sin cejar, sin parar un segundo
en el empeño, y se ha conocido a alguno de los pioneros de la
educomunicación, queda algún poso y, aunque no se quiera, puedes
convertirte en persona de referencia. Lo cierto es que no me gusta ser
gurú de nada ni de nadie. Simplemente ayudo, comunico, apoyo, y siempre
aprendo.
—Residente
en Almería aunque viajero empedernido en compañía de su inseparable Ilda
Peralta, profesional también en estas lides.
—Llevamos muchos años en esto, en Madrid primero, en Chile, donde
conocimos y tratamos a Paulo Freire, Argentina, donde tuvimos la
oportunidad de trabajar en la educación y con los inicios de las nuevas
tecnologías de la comunicación, Mario Kaplún entre otros, y nuestro
esfuerzo constante, hemos viajado más por trabajo que por turismo,
aunque sí, cuando se viaja con los ojos abiertos y la curiosidad alerta,
nunca falta gente en el camino que te alegre y te enseñe.
—¿Somos
lo que vemos? ¿Cómo ha cambiado nuestro aprendizaje con la mirada?
—Somos
en parte lo que vemos, sí. Simplemente buscar un encuadre mejor con una
cámara ya produce un cambio en el punto de vista, una selección de la
realidad y una manera de procurar una mejor comunicación, pues el
cerebro, y el alma, deben ponerse en la piel de quienes van a ver, y
exige cambios en la intencionalidad de quien emite, en la forma de
presentación, y hace mutuas las miradas, algo que es clave en la
comunicación y la educación. Y la didáctica, la forma de trasmitir,
produce también cambios en quien emite y en quien recibe. Por
eso es tan importante que miremos y veamos mucho, que decidamos nuestras
miradas, que valoremos lo mirado y lo visto, que trasmitamos con
imágenes y gestos… aprender haciendo,
aprender viendo. Es imprescindible que, desde la infancia, propongamos
miradas diferentes, y procuremos que los niños fotografíen, filmen,
dibujen y difundan. La mejor forma de aprender a mirar es producir
imágenes para otras personas.
—Recientemente ha participado en la guía didáctica del Gobierno de
Aragón sobre Buñuel en el laberinto de las tortugas, escribiendo
sobre el autor calandino. La presentaron en Madrid, en la Academia de
Cine. ¿Qué mensaje tiene el cine de don Luis para las generaciones
actuales?
—Buñuel propone otra forma de observar, el realismo surrealista, por el
que apuesta y se arriesga, la mirada inconformista, rebelde, del crítico
que tuvo que huir y fue censurado, algo que imprime carácter, que enseña
a continuar, a pesar de las dificultades. Buñuel mostró otras realidades
y diferentes puntos de vista, una visión crítica de la sociedad burguesa
y una reivindicación de la sociedad olvidada.
—Una
pasión confesable es su reconocimiento absoluto a la figura de Segundo
de Chomón.
—Lo capté en algún momento de mi adolescencia cinematográfica y, como
siempre, busqué de él en enciclopedias, con poco éxito, pues apenas se
decía en ellas nada de él. He sido siempre muy tozudo, y desde ese
momento Segundo de Chomón fue pieza de caza para mí, y paulatinamente
logré hacerme una idea de su figura y de su talento y habilidades.
Cuando descubrí que en los créditos de Napoleón, 1927, de Abel Gance, en
donde tuvo mucho que ver, no constaba, removí lo que pude hasta
encontrar datos y descubrir sus principales aportaciones al cine. Ahora
se le conoce y valora y hay mucho escrito sobre él. Algo he contribuido
a apreciarlo.
—Imagine a Chomón de autor y productor en los tiempos actuales. ¿Sería
amigo de Tim Burton, Steven Spielberg o Guillermo del Toro?
—Chomón hubiera trabajado con los tres muy a gusto,
aunque posiblemente se hubiera sentido más identificado con Tim Burton y
su capacidad para trabajar con objetos en movimiento, superar
dificultades y no parar nunca de aprender. Los tres, los cuatro contando
a Segundo de Chomón, tuvieron una vida profesional muy variada, dura,
creativa, de aprender siempre y de todo, perfeccionistas, en la búsqueda
de nuevos caminos.
—Participó en TVE en un debate sobre Historia y cine español
junto a Julio Llamazares, Fernando Méndez-Leite y Javier Ocaña. ¿Qué
conclusión podría compartir de este cruce de saberes?
—Para
mí fue magnífico. A Julio ya lo conocía y al resto los seguía hace años.
Siempre es interesante estar con quienes saben mucho más que tú, de
quienes aprendes y a los que además siempre puedes enseñar algo. El cine
es infinito y de múltiples miradas, y de cada mirada se aprende.
—También en el programa La Aventura del Saber, presentó la
Revista Aularia de la que es director, un compendio siempre de prácticas
y experiencias educomunicativas.
—He
estado varias veces en La Aventura del saber, siempre es agradable.
Expliqué cómo Aularia presenta experiencias realizadas en las aulas, en
los medios, con los medios, entrevista y busca a quienes pueden contar
lo que hacen. Es muy importante animar a otras personas a hacer algo
más, a reflexionar sobre su actividad y a poner a disposición las
tecnologías y los métodos de quienes aprenden. Aularia difunde
experiencias y anima a llevar la comunicación a los sistemas de
enseñanza.
—Poco
se habla de las responsabilidades socializadoras de los medios de
comunicación.
—La
responsabilidad de la educación es de toda la sociedad, también de los
medios de comunicación. Quienes tienen el poder mediático deben asumir
su papel educador, la verdad en la información, la diversión respetuosa,
la solidaridad, la opinión crítica, la atención a la diversidad, y no
solamente en los contenidos sino, y lo que es muy importante, en los
modos y en las formas.
—Usted
afirmó que la educomunicación ayuda a dirigir la mirada hacia los
principales problemas del mundo: la participación de todas las personas,
la defensa de los derechos humanos, la multiculturalidad, el medio
ambiente, la paz, la libertad de expresión y de comunicación, la
equidad... quizá sea todo ello nuestro principal legado.
—Me
desconcierta ver que muchos de mis compañeros que se llaman
educomunicadores, solamente se refieren a las nuevas tecnologías y a los
instrumentos que la mayoría de las veces son pasajeros. Es mirar los
árboles sin ver el bosque. La educomunicación posee unas claves que
deben trascender lo instrumental, que hay que apoyar, por supuesto, pero
sin olvidar que educar es ayudar a cambiar la sociedad. Comunicar y
educar tienen finalidades paralelas a veces, complementarias otras, es
imprescindible que vayan a la par, siempre. La finalidad de la educación
es cambiar personas, sociedades, mundos.
—Y la
creatividad, la pieza clave necesaria para buscar soluciones de todo
tipo, artísticas y sociales, conectadas y globales.
—La
creatividad es la clave de la curiosidad, y por lo tanto de la ciencia,
del arte y del aprendizaje. Es necesario aprender y adiestrar la
creatividad para producir y para difundir. Cada día tenemos más medios a
nuestra disposición, hay que ahondar sin embargo en la búsqueda de
nuevas necesidades y de los caminos, métodos, técnicas y recursos para
resolver problemas. Son infinitos los cauces para conseguir algo, la
creatividad ayuda a buscar el más adecuado
—¿La
multiplicidad de entornos reales y virtuales, ayudan o complican todo
más?
—Algunos eruditos afirman que la excesiva información confunde. No tiene
que ser así. Pienso que, como decía el sabio, lo importante es aprender
a tirar del hilo adecuado, cuantos más hilos, más miradas, más
posibilidades, mayor difusión, radial, vertical, horizontal, con feed
back inmediato, que por mucho pan nunca es mal año, dice el refrán, pero
hay que dosificar, elegir, lo que entraña mayor responsabilidad
educadora, decidir la puerta por donde entrar y una vez dentro, aquella
por la que es conveniente salir.
—Sus
saberes son del siglo XX y XXI. El portal web de Cine y Educación, que
fue premio del Gobierno de Aragón hace un par de años, es desde hace
muchos años líder y todo un referente en el tema.
—Es
una aportación, un resumen de lo que he trabajado y escrito en toda mi
vida. La inicié cuando me di cuenta de que algún día me jubilaría y
tendría que dejar las aulas. Me convertí así en educador en red. Hay que
aprender a dar a conocer lo que se escribe o piensa, los libros quedan
en los estantes, en las redes se difunde sin problemas. Una sorpresa
para mí han sido los millones de visitas, la repercusión que ha tenido,
lo que me ha obligado a ampliar, actualizar constantemente y a estudiar
y aprender cada día.
—Cite
dos películas favoritas en las que el cine retrate la vida en las aulas.
—
Hay muchas, muchísimas, por citar dos, “La
lengua de las mariposas”,
de 1999, dirigida por José Luis Cuerda, una
soberbia película que refleja el mundo de las aulas durante la Segunda
República Española, con sus éxitos y sus fracasos; y “Anina”,
de 2013, dirigida por el uruguayo Alfredo Soderguit
completamente diferente, de dibujos animados, las aulas en estado puro
desde el punto de vista de una niña creativa.
—Comparta un par de películas de su niñez y adolescencia.
—La
primera película que recuerdo haber visto en el cine, con unos cuatro
años, y que me impactó, Garbancito de la Mancha, de 1945, dibujos
animados del franquismo, dirigida por Arturo Moreno, falangista,
dibujada y coloreada por presos republicanos, a alguno de ellos los
conocí décadas después. En la adolescencia me impactó Psicosis, de
Alfred Hitchcock, que me quitó el sueño y me
aportó análisis, creatividad y lenguaje.
—Homo
ludens, ¿qué aspecto de lo lúdico permanece en el audiovisual,
crezcamos lo que crezcamos?
—Lo
verdaderamente lúdico del audiovisual es producirlo. Nos divierte verlo,
pero más hacerlo, filmar, montar, dar sonido, difundirlo… Es un juego
maravilloso en el que se puede hacer participar a muchas personas, de
cerca y del otro lado del mundo. Los niños, desde muy pequeños, pueden
ya iniciarse en el audiovisual con el móvil. Y las personas mayores,
perdemos la oportunidad, generalmente, de disfrutar produciendo nuestras
propias películas.
—Una
película actual que le sorprendió ha sido… “El
círculo”, Dayereh, película iraní de 2000, dirigida por Jafar Panahi,
una especie de círculo vicioso sobre la situación de la mujer, que va de
una a otra, hasta cerrarlo en una situación terrible. La presenté en un
ciclo de cine y Derechos Humanos y nos dio para hablar durante horas.
Por Jafar Panahi, preso durante muchos años, hemos abogado y clamado
desde Amnistía Internacional.
—Una
cinta que no tiene aplauso ni de crítica ni de público y que usted
salvaría siempre de la quema sería…
En su
momento salvé de la quema “El gran carnaval”, de Billy
Wilder, de 1951, una magnífica película, de escaso éxito, que la
crítica se encargó de silenciar pues es un duro alegato contra la
manipulación de la información. Aún hoy bastante olvidada, por
desgracia. La he paseado por el mundo.
—Si
tuviera que hacer el remake de Fahrenheit 451, ¿que
novedad incorporaría?
—Hubiera hecho un hueco en la nube y encarcelado allí al inventor de
internet y, en vez de hogueras, pienso que con apagar las luces se
hubiera solucionado el problema. Eso, para dejar intacta la filosofía
del film original y su crítica al sistema. En un posible final
diferente, actual, tal vez hubiera hecho que Clarisse y Montag se
hubieran encontrado en la nube, en comunicación con el mundo, aunque eso
sí, sin olvidar unos cuantos libros.
—¿Y
qué cree que diría el Guillermo de Baskerville de El nombre de la
rosa a los extraños tiempos que atravesamos?
Guillermo de
Baskerville no hubiera dicho nada. Tras reírse a gusto de nosotros
hubiera abierto una botella de vino tinto en la oscuridad de su celda, y
se hubiera dado a la reflexión y al análisis de ese gran laberinto de
las palabras y de la sabiduría que son las redes. |