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Un lenguaje que no
estuviera en constante adaptación y crecimiento, moriría. Los medios de
comunicación deben enriquecer el lenguaje oral y además, ellos mismos,
adaptarse a las circunstancias sociales y culturales de los pueblos en los
que se insertan acrecentando y mejorando así su propio lenguaje. El lenguaje
de los medios es interactivo, enriquecido por el avance imparable y
vertiginoso de la nueva tecnología, por lo que se hace imprescindible en el
debate social y se convierte en inexcusable vehículo de cultura.
“El
concierto que acabáis de oír era de Wolfgang Amadeus Mozart,. Y el silencio
que le ha seguido también era de Mozart”. Sacha Guitry.
Cuentan, lo cuenta Carrière (1997), guionista durante muchos años de Buñuel
y de otros grandes del cine, de aquella mujer argelina que interpretaba el
papel de anciana madre en una película para el cineasta Ahmed Rachedi. El
personaje de la madre lo representaba una sencilla mujer del lugar que no
era actriz. El actor que interpretaba al hijo debía ser muerto, siguiendo el
guión, de varios disparos. Se le hicieron explotar en su cuerpo bolsas de
sangre falsas, mediante un mando a distancia. El joven ‘murió’ y otros
actores recogieron su supuesto ‘cadáver’. La mujer, que solamente hablaba
cabilo, lloró desconsoladamente. Ahmed Rachedi decidió al día siguiente
volver a rodar la secuencia. Cuando al día siguiente le dijeron a la mujer
que había que repetir, no creía lo que le intentaban explicar, pues no había
visto al actor desde entonces y pensó que estaba realmente muerto. Cuando
entendió la situación en su idioma se negó a repetir la escena alegando que
a su edad era tarde para aprender a mentir. Sus lágrimas, la primera vez,
habían sido de verdad.
Cada tiempo tiene sus propios lenguajes. Cuando hace años, a hijos y alumnos
tuve que hacer referencias a la idea del paso del tiempo en el lenguaje, les
puse ante una colección de literatura española, de las que tenemos en
nuestras bibliotecas. De los cien tomos, les hice elegir uno del final, otro
del principio y otros tres del centro. En el del final, al leerlo, entendían
los textos. En el que sacaron al azar del principio, ‘El Cantar del Mío
Cid’, por ejemplo, casi no entendían nada. Comparando entre ellos, y otros
intermedios, vieron con claridad que el lenguaje había ido cambiando con el
tiempo. Teniendo en cuenta que el lenguaje no es solamente las palabras,
sino también la forma de narrar, los estilos, los argumentos, los
contenidos, la métrica, etc... se puede entender que el lenguaje castellano
ha ido cambiando. Todos los lenguajes tienen su propio sistema de
realimentación que les convierte en procesos vivos. Si hiciéramos de igual
modo con el cine, nosotros y nuestros descendientes, hijos y alumnos,
entenderíamos mejor cómo ha evolucionado el lenguaje de los medios, cómo han
influenciado los avatares mundiales, las ideologías, las diversas técnicas,
los descubrimientos, las modas, y seguramente intuiríamos que todo tiene
mucho que cambiar.
El lenguaje vivo del cine
El lenguaje de la imagen también cambia. En el arte lo podemos ver con
claridad. No tienen por qué ser más perfectas las ultimas obras del siglo
XXI que las primeras; simplemente son diferentes, porque las ideas, las
ideologías, los estilos y las modas cuentan en el arte. El arte griego,
renacido varias veces en nuestra civilización, era la perfección muchos
siglos antes de un arte románico que parece realizado por niños. No es lo
mismo la ornamentación que la idealización de la divinidad para el culto, la
simple ostentación de belleza que la iconografía catequética medieval o que
la búsqueda de nuevos caminos en los siglos XIX y XX. El arte es elemento
comunicativo y la comunicación es el fundamento de la cultura de la especie
humana. Hay que contar siempre con la evolución de las sociedades y sus
formas de expresión, que corresponden a cambios ideológicos y filosóficos, a
movimientos políticos, a modas, a desastres naturales, a guerras o al paso
del tiempo.
La fotografía dio paso al cine, al mismo tiempo que ayudó a la pintura y al
dibujo. Los caballos de Velásquez hubieran sido otros de haberse conocido la
fotografía. Los lenguajes de las artes, de la imagen, de la literatura, de
los países, de los idiomas, de las nuevas tecnologías, se entremezclaron, se
enriquecieron mutuamente, se complementaron y se inspiraron entre sí para
dar lugar a productos artísticos más ricos, más integrados en la vida
cotidiana, más accesibles a la mayoría.
Algunos puristas del cine, me encuentro con frecuencias con ellos, afirman
que el mejor cine es el antiguo, que a partir del año tal (lo ponen ellos)
ya no se ha hecho buen cine, que tal director (lo nombran ellos) inventó
todo lo que se puede inventar sobre tal o cual faceta de la cinematografía.
Son afirmaciones tan tajantes como divertidas, pero que hechas en foros
públicos ante aprendices o aficionados en formación, dan la sensación de que
el cine ya hubiera dado las últimas boqueadas, de que los jóvenes
realizadores ya no pueden aportar más al cine o de que las nuevas
tecnologías han ‘matado’ las posibilidades creativas.
El cine, ciertamente, ha dado grandes realizadores e inventores, ha cambiado
sus formas de expresión gracias a directores como Griffith, que aportó al
cine infinidad de elementos, o como Orson Welles, o como tantos otros que
han puesto su granito de arena en la expresión cinematográfica. El cine
actual debe mucho a los ‘jóvenes’, tan denostados en su tiempo, que dieron
lugar al ‘neorrealismo’ italiano o la ‘nouvelle vague’ francesa, y a muchos
más. Estamos viendo en la actualidad a realizadores jóvenes lograr productos
de muy buena calidad, algunos ya son obras de arte. Debemos esperar aún a
los que están por venir.
Si no aceptáramos la novedad, el riesgo, la tecnología, las ideologías de
hoy, incluso la competencia de otras tecnologías y de otros espectáculos,
estamos condenando al cine a ser lengua muerta y por lo tanto a enterrarlo
en vida, a considerarlo ‘no arte’, ‘no lenguaje’. Las guerras mundiales
hicieron cambiar profundamente el lenguaje cinematográfico; dada la carencia
de medios económicos se inventaron otras formas de expresión, mucho más
baratas pero no por ello menos creativas, Nacieron así, después de la
segunda guerra mundial el neorrealismo y el realismo americano. Cuando el
cine de Hollywood estaba en un lamentable declive, surgieron otras
corrientes, el cine de autor, el cine con ‘firma’, que es el resultado de
las carencias económicas y del riesgo corrido por los directores para
realizar películas en las que ellos mismos aportaban ideología y formas de
expresión. El cine se hizo así más libre.
La televisión obligó al cine norteamericano a superar sus productos,
iniciando en primer lugar una carrera alucinante por las grandes
superproducciones y finalizando por cambiar todos sus esquemas.
El vídeo cambió radicalmente el comercio de películas, la Disney, negada
durante mucho tiempo a producir para vídeo, hoy día crea, filma y produce
para el vídeo, cambiando igualmente sus esquemas expresivos al mismo tiempo
que los comerciales.
Cambios vertiginosos en el vehículo de la cultura
El lenguaje se transforma, y transforma, constantemente en nuestras
sociedades, ofreciendo a la especie humana abundantes recursos para sus
investigaciones y para el intercambio cultural, haciendo evolucionar tanto
los sistemas sociales, de interrelación, como los educativos y políticos. La
visión actual del mundo y de la especie humana pugna con los propios
valores, poniendo en solfa los conocimientos que se van acrecentando acerca
de la propia realidad humana y de su incierto futuro. Los diferentes
lenguajes son a la vez vehículo de cultura y producto cultural, por lo que
se genera una dialéctica intrínseca a la sociedad, a la que la sociedad no
puede ser ajena.
Los valores simbólicos del
lenguaje llevan a la comprensión de los elementos menos tangibles de los
cuerpos de costumbres. Los nuevos valores provocan inéditos planteamientos
que la ética va considerando. Los ideales que guían la conducta y regulan
los símbolos, las leyes, las convenciones y los sistemas comunicativos, se
nutren de recientes descubrimientos mientras revelan la solidez y al mismo
tiempo, dialécticamente, el cambio de algunas de las raíces más profundas de
la cultura misma. Si el lenguaje es el ‘índice de la cultura’ para los
antiguos antropólogos, bien es verdad que son los simbolismos los que nos
autorizan a considerar el lenguaje como ‘vehículo de costumbres’, en su
sentido más amplio.
Durante los últimos años
se ha producido un cambio vertiginoso en el lenguaje, producido sin duda por
la inmediatez de los medios tecnológicos. Se hablan idiomas, se entremezclan
signos, símbolos y sonidos, nos entendemos mediante códigos comunes a todos
los idiomas, mientras que en el mundo de la tecnología digital se perfila un
idioma común en el que predominan los iconos, el inglés adaptado a cada
lugar y los movimientos y sonidos de una era globalizada. Esta realidad nos
proporciona percepciones diversas a las de las generaciones anteriores y nos
obliga a pensar que las generaciones que vienen poseerán expresiones y modos
de actuar ante el lenguaje muy distintas a las nuestras. Debemos aceptar
esta realidad con el fin de que el sistema lingüístico siga siendo un cúmulo
de procesos abiertos a los cambios culturales y tecnológicos que harán
posible la supervivencia de la especie humana.
Si retrocedemos nada más
que un tiempo relativamente corto en nuestra historia, nos encontramos que,
si bien nuestra cultura ha conocido la escritura durante muchos siglos, los
cambios no siempre fueron tan rápidos como los que vemos en los últimos diez
años.
Tradicionalmente
procedemos como si, en su velocidad, la evolución cultural fuera a la par de
la biológica. Las decisiones sobre aspectos éticos las tomamos mirando hacia
atrás, nunca hacia delante, cuando ya se habla de ética del “mínimo común”,
seguimos dando por sentado que la moral está tan anquilosada como
pretendemos que lo esté el lenguaje.
El ojo humano
No podemos deslindar el lenguaje del ojo humano, enaltecido desde la
antigüedad entre el resto de los sentidos, discriminando al tacto, al gusto
y al olfato. Los primeros homínidos dependían de todos los sentidos para su
supervivencia y el lenguaje de los gestos hizo que el ojo fuera considerado
primordial, trasmisible como cultura ya que pronto se pudo escribir o pintar
en las paredes, y marcar después en piedra o en tablillas para la
posteridad. Quedó así el símbolo escrito como principal vehículo de
comunicación y también de poder. Es el ojo humano, en toda la iconografía,
el que prevalece, incluso como símbolo religioso en Egipto, el ojo del
faraón, o el de las naves griegas, o el del dios bíblico que todo lo ve, al
que nada se escapa, o el de la dignidad de la mirada humana, ‘se te puede
mirar a los ojos’. Lo que no se ve no existe, ‘ojos que no ven, corazón que
no siente’. Contra ello está gran parte del meollo del pensamiento
filosófico, que cuestiona desde lo más profundo la primacía del ojo humano e
intenta ver más allá, aplicando, analizando y creando mediante otras vías de
percepción.
En el lenguaje cinematográfico también ha prevalecido el ojo humano, y la
vista como sentido imprescindible, aportando al mundo la sensación de la
sola imagen, aunque en movimiento, cuando en el cine hay música y sonidos,
ambiente, sentimientos, historia... Un elemento gramatical imprescindible en
el lenguaje cinematográfico es el plano detalle (invento comunicativo por
excelencia), un primerísimo plano que en el rostro se centra en los ojos,
más bien en la mirada, de la que capta sus matices, presentando al ojo
humano en pantalla grande, tan grande como los velámenes de las naves
griegas.
Un ojo que se me quedó clavado de por vida es el ojo sin vida de Janet Leigh
en la película Psicosis (Hitchcock, 1960. Un plano detalle que se mantiene
durante bastantes segundos para, en un alarde de perfección lingüística
fundirse con el agua que sale por el desagüe de la bañera fundida a la
sangre de ella. La vida se retira de los ojos de la protagonista al mismo
tiempo que la sangre corre hacia la oscuridad del agujero.
Siempre me llamó la atención, en Marruecos, la mirada viva, profunda, vital
y chispeante de las mujeres marroquíes. Al dejar al descubierto solamente
sus ojos, los convierte en su única fuente comunicativa percibida desde el
exterior. Los talibanes, en Afganistán, entendiendo esto, dan un giro de
tuerca a la incomunicación de la mujer, y cierran sus ojos permitiéndoles
solamente que se asomen al mundo exterior a través de una despiadada
rejilla, lo que les impide cualquier comunicación hacia fuera y por lo tanto
limita en gran medida sus capacidades perceptivas. Los de afuera, no pueden
acceder a su mirada, y ellas ven con un injusto filtro la mirada de los
demás. Es la comunicación humana destruida por una idea religioso-política
integrista.
En la literatura del siglo XX queda una muestra, la de Orwell, que
identifica al ojo que todo lo ve como el símbolo de la dictadura mundial, el
‘Gran hermano’ que domina porque conoce, al igual que el ‘Gran Hermano’ de
la tele, que contrata, intriga y esclaviza a sus súbditos, ya sean
concursantes o teleadictos.
Sin embargo el ojo humano, la percepción que la especie humana tiene de los
hechos, no siempre es el mismo; los pueblos cambian, cambian formas de
comportamiento, intereses, ideologías, posibilidades tecnológicas. Cada ojo
humano de cada cultura diferente, exige productos culturales distintos.
La imagen virtual, el huevo y la gallina
A
pesar de que se ha hecho común la expresión en los últimos años, ya
utilizábamos desde antiguo la imagen virtual, ‘la que se forma aparentemente
detrás de un espejo’, según el Diccionario de la Real Academia Española. Ya
existía la proyección fotográfica, el cine, el holograma, etc.
La imagen real tiende a desaparecer e inevitablemente, muchas realidades de
hoy solamente tendrán su documento visual ‘virtual’, en la fotografía, el
holograma, el cine, o la digitalización.
En una serie de TVE, de
Chico Ibáñez Serrador, muy
antigua, quiero recordar a alguien que tenía un huevo, o una gallina en un
museo para que lo vieran los que habían destruido el planeta. Cuando los
niños de ciudad, la mayoría son ahora ‘urbanitas’, deben ver flores, los
llevamos a los jardines de las ciudades, o a las reproducciones de plástico,
o a las enciclopedias. De las flores enseñamos su figura, su imagen, como en
los documentales de animales o de plantas, pero no su olor, ni su tamaño, ni
su textura, ni su vida. En el cine prevalece la ficción, las
reconstrucciones históricas, el pueblo falso, los decorados
cinematográficos, de la misma forma que los museos recurren a hologramas,
vídeos o realidad virtual cibernética. La realidad desaparece sin remisión y
la enlatamos tanto para que sirva de espectáculo convertida en ficción, como
para la posteridad, para que nuestros descendientes posean retazos
‘virtuales’ de nuestra vida.
El lenguaje del cine
El cine, que es compendio
y paradigma de comunicación se expresa de múltiples y variadas maneras,
constituyendo así el lenguaje cinematográfico. El lenguaje del cine,
fundamentalmente, parte de cuatro elementos básicos: la selección de partes
de realidad, los movimientos, el montaje y el sonido.
La selección que el
cineasta realiza de partes de la realidad, ya supone intencionalidad por su
parte, producto de una previa codificación cognitiva de estímulos y
situaciones. La utilización de movimientos entraña técnicas y expresiones
visuales diferentes para cada situación del relato. El montaje es una nueva
codificación que hace, como en el proceso cognitivo, en el que la
realidad-ficción, quede estructurada, ‘montada’, de una o de otra forma. Los
sonidos aportan al lenguaje cinematográfico el ingrediente necesario para
que hacer más real, más inteligibles, más estéticos, más completos, al fin,
los mensajes cinematográficos.
Ver sin mirar, oír sin
escuchar. El lenguaje vertiginoso del video-clip
La evolución del montaje
cinematográfico ha sido radical. En pocos años ha ido elevando su ritmo
hasta hacerse frenético, debido a los montajes publicitarios y sobre todo al
video clip. Los planos se suceden vertiginosamente, con inesperadas
sacudidas y aceleraciones, golpes de zoom, apoyados en sonidos muy potentes,
gritos, chillidos, más acordes con la velocidad que con el reposo de otros
tiempos cinematográficos, destruyendo al parecer el relato equilibrado, y
provocando tal vez el desconcierto y la búsqueda. Películas como “La Roca”,
“Matrix”, superan en planos rápidos y montaje fulminante a todo lo visto
hasta el momento. La idea es buscar lo subliminal, no dar tiempo al cerebro
a participar conscientemente, procurar que los reflejos nerviosos actúen sin
sentido. El cine participa, en cierto modo, del ritmo que impone la
televisión, del ruido de las discotecas y de contenidos que siguen en muchos
casos la estructura del manga japonés.
Zapping: escribimos
nuestros propios guiones
‘No perdamos el tiempo con
tonterías’, ‘basta de diálogos, pasemos a la acción’, parece decirnos el
mando a distancia cuando estamos ante el televisor. ‘Pasa a otra cosa, por
si acaso en otra cadena...’ La mano se nos convierte en instrumento
endiablado de velocidad. Los guionistas de televisión escriben ya pensando
en el zapping, ‘peligro de zapping’, con letra marginal para utilidad de
directores, técnicos o montadores. Se comparte la responsabilidad de que el
espectador, que tiene sus derechos, haga zapping porque pierde el interés o
por buscar algo más duro, veloz o interesante. El espectador también posee
su parcela de dominio en el lenguaje, exigiendo determinadas iconografías,
códigos o contenidos. Escribimos mediante el zapping nuestros propios
guiones, haciendo que el cerebro, en unos momentos, pase por todas las
cadenas, consiga todos los argumentos y se divierta con todos los chistes.
Pareciera que nuestro poderío exige ver en todo momento todo lo que hay en
televisión, como si fuéramos a un banquete y tuviéramos que probar todos los
platos. Cuando se pregunta por algún programa de televisión que nadie ve,
todo el mundo lo ha visto. Mediante el zapping ha visto lo imprescindible.
El zapping nos convierte
en independiente de los medios, y dependientes de nuestra propia estructura
cognitiva. Al mismo tiempo que agiliza las neuronas y nos mantiene en forma,
nos impide salir a otros lugares, a otros campos del pensamiento. Nos
concentra en una sola pantalla con tal independencia de las cadenas que nos
hace dependientes de la televisión en sí.
Cine y teatro
El teatro, uno de los
espectáculos más antiguos, trasmisor de cultura, símbolo de comunicación y
de sentimientos desde los albores de la civilización, cedió gran parte de su
puesto al cine. Hoy el teatro vuelve a estar presente, pero ha sido
necesario un cambio en multitud de conceptos para poder competir con el
llamado ‘séptimo arte’. Son lenguajes diferentes, pero el cine ha logrado
más que el teatro en su evolución. En el teatro no se logrará la realidad
total, ni falta que hace, pues siempre vemos la actuación y el decorado. En
el cine se ve todo como si fuese real, perdiéndose las diferencias entre lo
real y falso. A pesar de que en el teatro hay trucos, como en el cine, son
menos evidentes, ya que los actores se ven reales, carraspean, dudan, pueden
tener una mala o buena tarde y al final de la función saludan al público. Es
una ficción hecha ante el espectador, y por lo tanto se convierte en real.
¿Dónde hay más cercanía, riesgo o realidad que en el circo, siendo un
espectáculo de falso oropel?. El cine puede lograr la total realidad a pesar
de que todo se fabrica con mentiras. Es la magia del cine. Los trucos, los
engaños del cine, son necesarios para mostrar la realidad.
El cine y la tele
En la evolución del
lenguaje, la televisión aporta ingredientes nuevos. Algunos de ellos parten
de la diferencia de entorno en la que se disfruta de ella. El cine necesita
de salas oscuras, iluminadas solamente por la luz que proviene de la
pantalla. En el cine nos encontramos entre desconocidos. La televisión la
introducimos en el salón de nuestra casa, o en un bar, y pasa a ser un
mueble más, del que estamos relativamente pendientes. Montamos a su
alrededor un espectáculo para el que creamos nuestro propio entorno. Viendo
la televisión se habla, se hacen comentarios, salimos y entramos, se hace
zapping... La relación entre el medio y el espectador es diferente. Los
elementos del lenguaje utilizados para captar al espectador son, por lo
tanto, distintos.
La percepción de lo visto
en el cine es más duradera, ya que se ve en circunstancias expresas,
concretas, mientras que la televisión diluye las percepciones, confunde los
códigos de acceso a la memoria y por lo tanto dificulta el recuerdo. En
televisión vemos miles de programas, de películas, de argumentos y de
anuncios. Se genera tan gran cantidad de información que todo llega a
parecernos igual. Los recuerdos provocados por lo que se ve en televisión
son difusos, es más difícil rescatarlos de la memoria, se confunden con la
infinidad de impactos y estímulos visuales que se perciben durante la vida.
En televisión dominamos el
medio. Apagar, encender, cambiar de canal, subir o bajar el sonido... El
aparato lo hemos comprado nosotros y nos sentimos con más derechos ante él.
Se convierte en un pequeño esclavo del que al mismo tiempo somos
dependientes.
La televisión nos ha
iniciado en el lenguaje digital. Vemos realidad virtual en los telediarios y
en la información sobre el tiempo, en la transmisión vía satélite y en la
vertiginosidad de las imágenes. En televisión el lenguaje se hace más
rápido, se acentúa la primacía de imágenes sobre textos y aporta una gran
abundancia de primeros planos en detrimento de los planos generales. Son
cambios que se pueden considerar cuantitativos en el lenguaje de la imagen.
En televisión el tiempo
cobra una dimensión diferente a la del cine. La tenemos a nuestro alcance,
en nuestro entorno familiar, disponemos de ella durante toda la jornada,
podemos salir a la casa de unos amigos y ver los mismos programas. Nuestra
percepción de los espacios de referencia en relación con los contenidos
televisivos no cambia. Nuestra realidad y nuestra ficción se producen en el
mismo lugar, sin cortes aparentes, Llegan momentos en que no sabemos dónde
estamos, al igual que en ‘Abre los ojos’, de Amenábar, o en ‘Matrix’, en el
que la ficción y la realidad se convierten, virtualmente, en la misma
realidad. No estamos lejos de las dudas de los habitantes encadenados de la
caverna de Platón.
El espectador es parte del
lenguaje de los medios
Las limitaciones del
lenguaje cinematográfico son evidentes. Para trasmitir mensajes se deben
tener en cuenta los elementos reales, la vida de los espectadores.... En la
película sobre la Semana Santa de Sevilla, (Semana Santa, 1992), Manuel
Gutiérrez Aragón filma espectacularmente varias procesiones, el ambiente
visual, el sufrimiento y el arte. Al añadirle el sonido, el director
descartó el sonido directo y apostó por una banda sonora magistral,
interpretada por ‘The London Fhilharmonic’, con saetas cantadas por José de
la Tomasa, y la banda de cornetas y tambores ‘Armaos de la Macarena’. ¡Bien,
magistral!. Pero no real. Si el director, que hizo una obra de arte, y
posiblemente ello pretendía, hubiera querido dejar un documento ‘más real’,
debiera haber ‘hablado’ con otras claves, otros encuadres, otras tomas, y
sobre todo dejar, aunque hubiera sido parcialmente, el sonido directo, con
su silencio lleno de murmullos, sus arrastres de pies, sus contenidas
tosecillas y sus carraspeos. Hubiera sido mucho más complicado y
posiblemente más caro, pero más real. Les pasó así a los que hicieron un
documental sobre el tracoma ocular, explicando en unos grandes primeros
planos cual era la mosca transmisora. Los nativos argelinos a los que iba
dirigida, no hicieron el menor caso, pues vieron tan grande la mosca a
pantalla completa que pensaron que no era la suya. No reconocieron la
realidad.
En el cine no existen los
olores, los aromas. Aquello a lo que los cineastas denominan ‘atmósfera’, se
enriquecería si pudieran añadirse, a la imagen y al sonido, otros
ingredientes que afectaran a los sentidos. Cierto es que se han hecho
experiencias cinematográficas en las que había olores, movimientos de
butacas, salpicaduras de agua, etc, para hacer sentir otras sensaciones;
esas experiencias están limitadas a unas pocas salas en todo el mundo. La
atmósfera, los cineastas deben crearla con medios ligados a la imagen y al
sonido. No obstante, también hay mejores o peores logros. En la película
Missing, de Costa Gavras, lo he escrito en otros artículos, no solamente no
huele a muerto, a pesar de tanto cadáver, sino que además los cadáveres son
asépticos, ajenos, de plástico. Sin embargo en ‘La batalla de Argel’ (Gino
Pontecorvo 1966), aunque tampoco huele a muerto, es difícil no implicarse en
las violentas escenas de tortura, de represión en los que la atmósfera se
recrea con mucha mayor dureza. No pretendo juzgar una película como mejor o
peor que otra. Simplemente afirmo que hay una intencionalidad diferente en
cada caso, y por lo tanto una aplicación de lenguajes diversos.
Probablemente en el caso de Costa Gavras, uno de los directores de cine que
mejor han encarado el cine político, su intención era llamar la atención del
público norteamericano hacia una realidad, sin pasarse excesivamente en la
dosis de crueldad. (El mismo Costa Gavras ha dirigido películas mucho más
‘fuertes’, ‘La confesión’ o ‘Z’). En la otra, el director, Gino Pontecorvo,
desea dejar un duro documento para la posteridad, en la que los actores son
en su mayoría los mismos protagonistas que sufrieron los hechos
El cine es arte, espacio,
tiempo y movimiento
En el
cine todo es ficción, por muy realista que sea. Todo en el cine hay que
construirlo: se inventa, planifica y prepara. Para rodarlo se fingen
multitud de situaciones, se utilizan infinidad de recursos económicos,
artísticos, humanos y técnicos. Finalmente se monta, se le aplica la música
y los sonidos y se distribuye. Aunque lo escrito sea una simple y resumida
narración de cómo se fabrica una película, es para señalar que como toda
obra de arte necesita de signos de trasmisión especiales, es decir, de
lenguaje. De la misma forma que cuando se escribe una novela o se pinta un
cuadro o se monta una obra de teatro o una ópera... Se parte de una idea, de
un libreto, de partituras... y se lleva a la práctica mediante técnicas muy
complejas, diferentes pero similares en cada expresión artística.
No es
el arte de la improvisación, sino el de la planificación el que predomina en
el cine. Por muy fluido, espontáneo, vertiginoso o lento, el cine está
preparado, pensado. Es la mentira de la verdad. La ficción de la realidad.
Siempre dirigido al espectador, último receptor de la obra de arte. De ahí
el lenguaje, que debe ser construido como si de una sinfonía se tratara, en
la que deben encajar todos los elementos, sin faltar uno solo, con el fin de
transmitir a los espectadores las ideas.
Así como cuando hablamos
con otras personas usamos nuestro propio lenguaje, que se compone de
palabras en nuestro idioma, de gestos, y a veces de escritos, el cine tiene
su propio lenguaje. El lenguaje del cine lo componen infinidad de elementos
y de signos. Las imágenes, las palabras, la música, el color, los sonidos,
los silencios y también la forma de mezclar las imágenes, la posición de los
actores, y miles de ingredientes y de piezas que es imposible enumerar
totalmente. Las imágenes componen así una nueva forma de contar las cosas,
de hacer narraciones y de expresar mensajes. El cine es un instrumento de
comunicación de masas porque llega a todo el mundo, y de comunicación social
porque nos ayuda a conocer mejor nuestro entorno, y a vivir como si fueran
propios los sentimientos y valores de otras personas.
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