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«La
palabra es un poderoso soberano, que con un pequeñísimo y muy invisible
cuerpo realiza empresas absolutamente divinas. En efecto, puede eliminar el
temor, suprimir la tristeza, infundir alegría, aumentar la compasión.»
Gorgias, en Elogio de Helena.
Las especies vivas nos
comunicamos de muy diferentes formas. Es la especie humana la que ha
elaborado el más complejo e interesante sistema de intercambio de mensajes
que existe. Nada es tan poderoso como el lenguaje, y su expresión más
señera, la palabra, esa herramienta que usamos a diario para comunicarnos,
puede ser tan útil o perjudicial como se le aplique.
Sin embargo, la palabra
es solamente un modo más de los muchos que la humanidad tiene para
expresarse.
La palabra llegó a la
humanidad cuando el pensamiento, necesitó de formas más complejas y
perfectas de transmisión y de manifestación entre las personas. El gesto,
que siguió a la elaboración manual de objetos, quedó corto como elemento
comunicativo y la evolución hizo que el cuerpo humano en toda su extensión
se dispusiera a ejercer como medio comunicativo. La palabra es pues, un
gesto más que se hizo sonido. Por eso se complementa la palabra hablada como
la no pronunciada, la que se emite por gestos, por signos, con trazos en la
pared o en papel, por medio de dibujos o emitiendo silbidos a través de la
montañas. La palabra se hace tacto para los ciegos, banderas para los
marinos y sonidos en el campo. La palabra cobra múltiples representaciones y
formas, según en qué lugar, época o estilo se encuentre.
Cambios
vertiginosos en el vehículo de la cultura
El lenguaje se
transforma, y transforma, constantemente en nuestras sociedades, ofreciendo
a la especie humana abundantes recursos para sus investigaciones y para el
intercambio cultural, haciendo evolucionar tanto los sistemas sociales, de
interrelación, como los educativos y políticos. La visión actual del mundo y
de la especie humana pugna con los propios valores, poniendo en solfa los
conocimientos que se van acrecentando acerca de la propia realidad humana y
de su incierto futuro. Los diferentes lenguajes son a la vez vehículo de
cultura y producto cultural, por lo que se genera una dialéctica intrínseca
a la sociedad, a la que la sociedad no puede ser ajena.
Los valores simbólicos
del lenguaje llevan a la comprensión de los elementos menos tangibles de los
cuerpos de costumbres. Los nuevos valores provocan inéditos planteamientos
que la ética va considerando. Los ideales que guían la conducta y regulan
los símbolos, las leyes, las convenciones y los sistemas comunicativos, se
nutren de recientes descubrimientos mientras revelan la solidez y al mismo
tiempo, dialécticamente, el cambio de algunas de las raíces más profundas de
la cultura misma. Si el lenguaje es el ‘índice de la cultura’ para los
antiguos antropólogos, bien es verdad que son los simbolismos los que nos
autorizan a considerar el lenguaje como ‘vehículo de costumbres’, en su
sentido más amplio.
La palabra oímos
constantemente hasta el punto de que le restamos la importancia que tiene,
pero la humanidad hace uso de ella y de su riqueza desde los albores. Se vio
coloreada con ocres y carbones grasos en recónditas cuevas, esculpida en
pictogramas, textos y bajorrelieves, pintada al fresco salones y necrópolis,
en todos los idiomas conocidos y en la infinidad de estilos artísticos,
ornamentando libros sacros y textos libidinosos, templos y harenes.
Cambia la palabra y la
amplitud de su importancia cuando cambia el medio, grabada en piedra o
cantada en rezos, salmodiada, hecha lírica y prosa, trovada, acompañada de
música, impresa, escrita en libros y periódicos, en revistas y radios,
multiplicada hasta el infinito por Internet, empobrecida en mensajes
digitales, enriquecida otra vez por las vanguardias literarias, el cine y la
fantasía tecnológica.
Mediatizada por la tele,
que crea lenguaje, lo homogeneiza y lo transforma, hace familiar lo mal
dicho y lo peor gesticulado, el dialogo malsonante, los modos vulgares y
procaces, mientras sigue expresada desde púlpitos y ágoras, desde lugares
civiles y de culto,
Durante los últimos años
se ha producido un cambio vertiginoso en el lenguaje, producido sin duda por
la inmediatez de los medios tecnológicos. Se hablan idiomas, se entremezclan
signos, símbolos y sonidos, nos entendemos mediante códigos comunes a todos
los idiomas, mientras que en el mundo de la tecnología digital se perfila un
idioma común en el que predominan los iconos, el inglés adaptado a cada
lugar y los movimientos y sonidos de una era globalizada. Esta realidad nos
proporciona percepciones diversas a las de las generaciones anteriores y nos
obliga a pensar que las generaciones que vienen poseerán expresiones y modos
de actuar ante el lenguaje muy distintas a las nuestras. Debemos aceptar
esta realidad con el fin de que el sistema lingüístico siga siendo un cúmulo
de procesos abiertos a los cambios culturales y tecnológicos que harán
posible la supervivencia de la especie humana.
Si retrocedemos nada más
que un tiempo relativamente corto en nuestra historia, nos encontramos que,
si bien nuestra cultura ha conocido la escritura durante muchos siglos, los
cambios no siempre fueron tan rápidos como los que vemos en los últimos diez
años.
Tradicionalmente
procedemos como si, en su velocidad, la evolución cultural fuera a la par de
la biológica. Las decisiones sobre aspectos éticos las tomamos mirando hacia
atrás, nunca hacia delante, cuando ya se habla de ética del “mínimo común”,
seguimos dando por sentado que la moral está tan anquilosada como
pretendemos que lo esté el lenguaje.
¿Una imagen
vale más que mil palabras?
Una imagen vale más que
mil palabras, dice el aforismo, o una palabra vale más que mil imágenes,
podemos asegurar a veces. El fondo está en el pensamiento, en la reflexión
serena expresada de mil formas, ya sean imágenes, palabras o gestos. Con mil
palabras se puede explicar una imagen, con mil imágenes se pueden explicar
millones de palabras. El mundo de los medios de comunicación
«Cuatro personas habíamos
visto lo mismo, pero lo habíamos interpretado de manera distinta. O sea, que
no habíamos visto lo mismo. Cada uno de nosotros puso en funcionamiento un
esquema sentimental diferente» (Marina). Si esas cuatro personas trabajan
juntas sobre sus diferentes apreciaciones, posiblemente estén más cerca de
conseguir la realidad que si permanecen en su concepción individual. El
lenguaje aunará esfuerzos, la palabra servirá de nexo de unión entre las
diversas interpretaciones, logrando que la realidad sea consensuada,
solidaria, interpretada en común, comunicada. Lo que muchos vemos e
interpretamos de diferentes formas podemos ajustarlo, acordarlo, mirarlo
juntos en mediante palabras, en comunicación.
Las
palabras se las lleva el viento, lo escrito, escrito está.
La palabra es cosa de dos
cuando se da en diálogo, pasa a ser cosa de tres, cuando se convierte en
medio comunicativo quien piensa, quien habla quien interpreta.
La narración mosaico,
producto de la era digital, engendra un acercamiento ficticio entre lo que
se percibe y la realidad. Vemos, oímos, sentimos, realidades que no están
cercanas ni en el tiempo ni en el espacio. Este fenómeno, presente ya en los
medios electrónicos, se agudiza en la era digital. Podemos percibir mensajes
sin distancia de tiempo, en directo, pero a miles de kilómetros –o años luz-
de distancia en el espacio. Esta situación nos crea ambivalencia,
esquizofrenia, desorientación, y en la mayoría de las ocasiones,
indiferencia. Somos capaces de atender varios mensajes a la vez, nos
convertimos en adictos de la lectura rápida de la misma manera de que de la
comida rápida. Como afirmaba Woody Allen «Tomé
un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme Guerra y paz en veinte
minutos. Creo que decía algo de Rusia». Perdemos así la filosofía y la
reflexión de las palabras y de la ideas. Hacemos zapping no solamente para
ver la televisión; lo hacemos también para leer y para oír a otras personas;
conectamos y desconectamos constantemente nuestro pensamiento, nuestra
conversación, nuestra vida.
La solidaridad, el
respeto, sentir lo que sienten los otros, decidir posiciones ideológicas,
son productos elaborados del pensamiento y de la voluntad, que dependen cada
día más de la percepción-mosaico que provocan los medios de comunicación.
Dicho de otra manera: las nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación tienen una gran responsabilidad en la educación selectiva de
los valores. ¿Seremos capaces de educar para convertir la percepción
múltiple en un pensamiento reflexivo, integrado, comunicador?.
La palabra ha sido
durante toda la historia censurada, interpretada, malinterpretada, hecha
demagogia, vehículo del engaño, el sofisma y la mentira. La palabra con
mayúsculas no existe. Sí existen personas que la usan con honestidad y
verdad. La palabra es vehículo de la comunicación y no tiene valor en sí
misma, sino en quien la dice, en quien la escucha, en quien la lee o en
quien la interpreta.
La palabra puede
enmascarar la verdad. El aspecto negativo de la expresión, no hables que te
comprometes. «A palabras necias oídos sordos», «Oveja que bala bocado que
pierde» «En boca cerrada no entran moscas». Son refranes españoles que
expresan la importancia de lo que se dice.
La palabra es canción, la
canción del pueblo, recordando los versos de León Felipe.
Franco, tuya es la hacienda,
la
casa,
el
caballo,
y
la pistola.
Mía
es la voz antigua de la tierra.
Tu
te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo...
Más
yo te dejo mudo... ¡mudo!
y
¿cómo vas a recoger el trigo
y a
alimentar el fuego
si
yo me llevo la canción? |