El
puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas
de cine/Glosario
de cine
Pigmalión en el cine
El cine ha tratado con profusión
la idea del que intenta plasmar sus sentimientos, sus comportamientos y sus
pensamientos en otras personas. Desde Pigmalión, que con sus propias manos
modelaba la estatua para hacerla a su imagen y se enamoraba de ella, hasta
La bella y la Bestia, varias veces llevada al cine, o el mito del Doctor Frankestein.
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El efecto
Pigmalión
La confianza que los demás tengan
sobre nosotros puede darnos alas para alcanzar los objetivos más
difíciles. Ésta es la base del efecto Pigmalión, que la psicología
encuadra como un principio de actuación a partir de las expectativas
ajenas. Las profecías tienden a realizarse cuando existe un fuerte
deseo que las impulsa. Este principio de actuación a partir de las
expectativas de los demás se conoce en psicología como el efecto
Pigmalión.
Como en la leyenda, el efecto
Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y
expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal
manera a su conducta que el segundo tiende a confirmarlas.
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La estatua de Pigmalión
Pigmalión rey de Chipre, además de ser sacerdote y rey, era también un
magnífico escultor. Su obra superaba en habilidad incluso a la de Dédalo, el
célebre constructor del laberinto. Durante mucho tiempo, Pigmalión había
buscado una esposa, cuya belleza correspondiera con su idea de la mujer
perfecta. Al fin decidió que no se casaría, y dedicaría todo su tiempo y el
amor que sentía dentro de sí a la creación de las más hermosas estatuas.
Ofrecería después sus obras maestras a Afrodita. Era tal la fuerza del
sentimiento y de la inspiración cuando trabajaba el mármol, que su mano
parecía guiada por un poder mágico. La primera estatua fue la de una joven,
a la que llamó Galatea, tan perfecta y tan hermosa, que Pigmalión se enamoró
de ella perdidamente. Soñó que la estatua cobraba vida.
Ovidio poetizó así el mito en el libro X de las Metamorfosis: «Pigmalión se
dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el
marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos
suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del sol y
se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil
y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo
mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra
vez, y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus
pulsaciones al explorarlas con los dedos.»
Pigmalión despertó: en lugar de la estatua se hallaba Afrodita en persona,
que le dijo «Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado.
Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal».
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George Bernard
Shaw. (Irlanda, 1856-1950)
Es considerado el autor teatral más
significativo de la literatura británica posterior a Shakespeare. Fue un
incisivo crítico social y el mejor crítico teatral y musical de su
generación. La primera obra teatral de Shaw, Casa de viudas
(1892), una ácida burla de las convenciones del romanticismo, se publicó
en el volumen Teatro agradable y desagradable
(1898), que reúne sus siete primeras obras para la escena, las otras
eran Cándida, Fascinación, El hombre del destino,
Trata de blancas y Lucha de sexos, que, o no fueron
representadas en su momento, o duraron muy poco en cartel, y una de
ellas, Trata de blancas fue censurada por su supuesta obscenidad.
Un poco mejor fue la andadura de una
de sus Tres obras para puritanos (compuesta
por El discípulo del diablo, César y Cleopatra y La
conversión del capitán Brassbound), publicadas en 1901. En su
siguiente obra, Hombre y superhombre (1903), transformó la
leyenda de Don Juan en obra de teatro, titulado Don Juan en los
infiernos. Junto con La otra isla de John Bull (1904), ácida
sátira del carácter irlandés, fueron frecuentemente representadas.
En La comandante Bárbara
(1905, llevada al cine) y El dilema del doctor (1906), el autor
irlandés continuó mostrando, a través de la comedia, la complicidad de
la sociedad con sus propios males y defectos. Con las obras que
siguieron a estas Llegando a casarse (1908), Matrimonio
desigual (1910) y La primera obra de Fanny (1911), Shaw
comenzó a acercarse a lo que podría llamarse la farsa seria, una comedia
intelectual con su habitual torrente de diálogos, pero en la que
introdujo elementos no realísticos. El autor dejó entrever su lado más
místico en El compromiso de Blanco Posnet (1909), que trata de la
súbita conversión de un ladrón de caballos, y en Androcles y el león
(1913), en la que discutió sobre la verdadera y la falsa exaltación
religiosa. Su pieza cómica Pigmalión (1913), que se presenta como
una comedia divertida e ingeniosa, fue escrita como introducción
didáctica a la fonética, pero en realidad trata del amor y contiene
numerosos elementos de crítica social, como la explotación de un ser
humano por parte de otro. La obra obtuvo un éxito inmediato.
Intentando escapar del pesimismo de
la postguerra, Shaw escribió cinco piezas teatrales cortas en forma de
parábola, muy relacionadas entre sí, y que fueron reunidas bajo el
título general de Volviendo a Matusalén
(1921). Por su obra Santa Juana (1923), en la que convirtió a
Juana de Arco en una mezcla de mística pragmática y santa hereje, el
autor irlandés recibió en 1925 el Premio Nobel de Literatura. |
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La película:
Pigmalión, Pygmalion
Reino Unido. 1938. 95 min. B/N.
Director: Anthony Asquith, Leslie
Howard.
Montaje: Harry Stradling Sr.
Guión: W.P. Lipscomb, Ian
Dalrymple, Cecil Lewis, sobre la obra de George Bernard Shaw.
Música: Arthur Honegger.
Intérpretes: Leslie Howard, Wendy
Hiller, Wilfred Lawson, Marie Lohr, Scott Sunderland.
Sinopsis: El profesor Higgins,
especialista en fonética, queda impresionado al oír hablar a Elisa, una
joven vendedora de flores. Es entonces cuando toma la decisión de realizar
un experimento profesional, convirtiendo a la vendedora de flores en una
respetable dama de la alta sociedad. Pero el trato de Higgins hacia la nueva
señorita no es del todo correcto; al profesor sólo le preocupa la dicción,
el perfeccionamiento de la voz, y los exquisitos modales adquiridos por
Elisa.
Oscar 1938: Mejor guión.
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My Fair Lady
EE.UU. 1964. Musical. Color.
Director:
George Cukor.
Música:
Andre Previn, Frederick Loewe.
Montaje:
Harry Stradling Sr.
Guión:
Alan Jay Lerner, según la obra de George Bernard Shaw.
Intérpretes: Walter Burke, John McLiam, Henry Daniell, Wilfrid,
Hyde White, Audrey Hepburn, Rex Harrison, Lily Kemble-Cooper, Isobel Elsom.
Sinopsis:
Un conocido profesor de fonética, tras conocer a una descarada florista,
apuesta con un amigo que es capaz de convertirla en una dama después de
enseñarle a hablar y a comportarse correctamente.
Oscar 1964: Mejor director, Mejor
actor, Mejor película. |
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Simone
2002. EEUU. 120 min.
Dirección y guión: Andrew Niccol.
Producción: Andrew Niccol.
Música: Carter Burwell.
Fotografía: Edward Lachman.
Interpretación: Al Pacino (Viktor
Taransky), Catherine Keener (Elaine Christian), Evan Rachel Wood (Lainey),
Rachel Roberts (Simone), Jay Mohr (Hal Sinclair), Elias Koteas (Hank
Aleno), Pruitt Taylor Vince (Max Sayer), Tony Crane (Lenny), Susan
Chuang (Lotus), Robert Musgrave (Mac), Jeffrey Pierce (Kent),
Rebecca Romijn-Stamos (Faith), Winona Ryder (Nicola Anders).
Sinopsis: Viktor Taransky (Al
Pacino) es un director que una vez fue candidato al Oscar y que,
entrado en decadencia, pierde la oportunidad de rena-cer de sus
cenizas cuando su temperamental actriz (Winona Ryder en una
colaboración especial, en el papel de Nicola Anders) decide
abandonar el rodaje de la película Sunrise, Sunset. Junto a la
actriz, se esfuma la autoestima del director. Despedido por su ex
mujer, Elaine Christian (Catherine Keener), que también es la
presidenta de su estudio, Taransky pierde cualquier esperanza de
recuperar su vida anterior junto a Elaine y la hija de ambos, Lainey
(Evan Rachel Wood). Pero entonces aparece el genio informático Hank
Aleno (Elias Koteas)... Hank tiene los días contados, pero le deja a
Taransky en herencia el programa que cambiará su vida para siempre:
Simulation One. Unos golpes de teclado y ha nacido un fenómeno:
SIMONE. El director fabrica a la actriz a su imagen y semejanza y
debe ocultarla al mundo De la noche a la mañana, Taranksy saborea el
éxito que siempre ansió y descubre en su regazo a la estrella más
adorada del mundo. El intrépido periodista Max Sayer (Pruitt Taylor
Vince) se ha propuesto amargarle el triunfo. Y en su ayuda llega la
nueva criatura de Taransky, que ha adquirido una vida propia y se
propone demostrar a su creador el verdadero significado de la
expresión "La Eternidad para Siempre". |
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Hacer a imagen y semejanza.
Frankenstein en el cine
El cine ha convertido a
Frankenstein en un mito popular creando cierta confusión sobre el personaje,
mientras que su autora Mary Shelley ha sido hasta hace poco una desconocida.
El expresionismo alemán ya se acercó al mito con una de las grandes obras
del cine de terror, El golem (1920) de Paul Wegener: la historia de un
rabino que dota de vida a una escultura de barro, ésta se convierte en un
monstruo que siembra el pánico y es al final vencido por la inocencia. Pero
es Dr. Frankenstein (1931) de James Whale la primera versión cinematográfica
de la novela de Mary Shelley. Whale se inspiró para su estética en El
gabinete del Dr. Caligari, obra mítica del expresionismo alemán rodada en
1919 por Robert Wiene y eligió a Boris Karloff para interpretarlo.
Otras películas recuerdan
indirectamente el mito. En El espíritu de la colmena (1989), Víctor Erice
establece ciertas semejanzas entre sus personajes y los de Whale al
introducir un fragmento de Dr. Frankenstein. Seguro que al leer la novela de
Mary Shelley y ver cómo la criatura se va haciendo, cómo va adquiriendo el
lenguaje y conciencia de lo que puede hacer con su cuerpo, vienen a nuestra
mente imágenes de El pequeño salvaje, de El enigma de Gaspar Hauser, de
La
bella y la bestia, de Blade Runner y de muchas otras.
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El coleccionista
El protagonista de esta película
rapta a una chica pensando que puede cambiar su afecto mediante la
violencia. Es un análisis del «síndrome de Estocolmo», que se aprecia cuando
los secuestrados acaban viendo con muy buenos ojos y justificando la actitud
de sus captores.
EE.UU. 1965. 114 min. Color.
Director:
William Wyler.
Música:
Maurice Jarre.
Intérpretes: Terence Stamp, Samantha Eggar.
Sinopsis:
La película es la adaptación de una novela de John Fowless, escrita en forma
de diario con dos puntos de vista: en primer lugar el de un aburrido
empleado de banca que se dispone a realizar su más preciado sueño: raptar a
la joven de quien siempre ha estado enamorado y, en segundo lugar, el punto
de vista de la joven secuestrada, una estudiante de arte que de la noche a
la mañana ve como su vida cambia por la actuación de un demente. El
coleccionista explora a fondo el denominado síndrome de Estocolmo, ya que la
máxima pretensión del secuestrador es que la joven acabe albergando hacia él
los mismos sentimientos que él expresa hacia ella. |
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Garaje Olimpo
Argentina. 1999. 98 min. Color.
Director: Marco Bechis.
Intérpretes: Antonella Costa,
Carlos Echeverría, Dominique Sanda, Chiara Caselli, Enrique Piñeyro, Pablo
Razuk, Paola Beches.
Sinopsis: Buenos Aires durante la
dictadura militar. María vive con su madre, Diana, en una gran casa en
decadencia que necesita urgentemente ser reparada. Algunas habitaciones
están alquiladas y en una de ellas vive Félix, un joven tímido, enamorado de
María, y que parece no tener ni pasado ni familia. Trabaja de vigilante en
un garaje, al menos eso es lo que el dice. En los primeros momentos de la
represión argentina, María es detenida y Félix es uno de los torturadores.
María se enamora del torturador. Esta relación, con frecuencia
sadomasoquista, a veces incluso romántica, es el único dato levemente
esperanzador en una trama negra, donde los lacayos de los milicos se
aprovechaban abyectamente (económica, moral, sexualmente) del poder que el
pueblo había depositado en ellos.
Una historia de dolor y humillación protagonizada por
un verdugo y su víctima que, según avanza, se hace dolorosa hasta casi lo
insoportable. |
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©Enrique
Martínez-Salanova Sánchez |
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