Los niños
Juan
Cándido
Stela Guedes Caputo
Traducido por Juliana Caetano e Salvador Schavelzon
Juan Felisberto
Cándido nació el 24 de junio de 1880, en la ciudad de Encruzilhada,
en Rio Grande do Sul, Brasil. Su padre tenia el mismo nombre y la
madre se llamába Inácia Felisberto. El niño, que nació fuerte y
guapo, aunque todavía él no lo sabía, construiría un gran destino y
viviría muchas aventuras…
Desde pequeño a
Juan le gustaba mucho una cosa: siempre amó el mar. Una ola que
tragaba la otra y después la espumita risueña en la playa, bromitas
en la arena.
Y también, desde
pequeño, a Juan no le gustaba nada de nada otra cosa: detestaba la
injusticia.
No le gustaba que
maltrataran a los animales…
Ni a las selvas…
Ni a las personas…
Y, claro, tampoco
que maltrataran el mar…
Los padres de Juan
habían sido esclavos. En la noche, sentados en la galería, ellos
contaban al hijo cómo sufrieron los negros y las negras del Brasil.
Primero, fueran
arrancados de África y llevados al Brasil. Muchos murieron mientras
cruzaban el Océano Atlántico.
Después, cuando
llegaron aquí, fueran esclavizados. O sea, trabajaban para sus
dueños sin ganancia alguna, eran azotados, torturados de todas las
maneras e incluso asesinados, sin que se hiciera justicia alguna.
-
¡Que
injusticia! – decía Juan.
-
¡Nadie puede tener dueño! ¡Nadie puede ser torturado! Si yo
estuviera allí… ¡si yo estuviera allí, lucharía por ellos y por
todos los otros! ¡La esclavitud es la peor injusticia de todas! –
decía el niño que todavía no sabía como su vida estaría ligada al
mar y a la lucha contra las injusticias.
La vida de los que
habían sido esclavos era muy difícil. La familia de João pasaba por
muchas dificultades. En aquella época era permitido reclutar niños,
por eso, con 13 años, Juan Cándido fue reclutado por la Marina de
Brasil. Como necesitaba trabajar, se alistó como aprendiz de
marinero.
A Juan le gustaba
mucho el mar, pero la vida en el navío no era nada fácil. El sueldo
era poco y la alimentación pésima. El trabajo era mucho y las
humillaciones infinitas. Los trabajadores no podían mirar
directamente a los ojos de los oficiales y eran obligados a tener la
cabeza baja todo el tiempo. Solo una cosa era peor: ¡los latigazos!
Los latigazos eran
un castigo que ya había sido prohibido, pero aún así los oficiales
azotaban las espaldas de los marineros hasta rasgarlas, muchos
morían.
Juan no soportaba
todo eso y gritaba:
-
¡Que
injusticia! ¡Eso aún es esclavitud!
Porque decidía
interferir, porque tomaba partido y porque se indignaba, también
Juan fue muchas veces castigado y, en otras, preso y dejado a pan y
agua.
En 1908, Juan
Cándido fue para Inglaterra, para acompañar la construcción de
navíos de guerra encargados por el gobierno brasileño, los
Acorazados Minas Gerais y San Pablo. Hasta esa época, la Marina
brasileña estaba mal preparada. Pero estos navíos no… éstos tenían
cascos de madera revestidos de chapas de acero, por eso se llaman
“acorazados”.
También tenían
cañones y muchas armas de tamaño mediano. Ni el Japón, Italia, Rusia
o Francia contaban con un armamento tan poderoso. Los acorazados
eran las más temidas armas navales.
Allí, él conoció la
historia de otros marineros ingleses y rusos, que habían luchado por
mejorar sus condiciones de trabajo. La historia más famosa era la
revuelta de 1905, cuando se levantaran contra la armada rusa los
marineros del más poderoso navío de aquella época: el Acorazado de
Potemkin.
La famosa revuelta
empezó justamente porque los marineros se negaron a comer un cocido
con carne donde se podían ver los gusanos saltando.
Los trabajadores
rusos tomaron el poder en el navío.
-
Si
los que viven injusticias se unieran… ¡quién sabe! – pensó Juan. Y
él no era el único, muchos también pensaban así. Y porque así
pensaban, incluso antes de volver al Brasil, comenzaron un
movimiento de conspiración para acabar de una vez por todas con el
castigo de los latigazos en la Marina brasileña.
Primero, los
marineros intentaron negociar, reivindicaban el fin de las torturas,
de los azotes. Tuvieron hasta una audiencia con el presidente Nilo
Peçanha, pero nada funcionó y los marineros resolvieron amotinarse,
o sea, tomar el poder en los navíos. Ese gran día seria el 25 de
noviembre de 1910.
Pero en el 16 de
noviembre, un día después de que asumiera el nuevo presidente
Mariscal Hermes, pasó lo siguiente:
Era una mañana de
sol esplendoroso y los marineros fueron llamados a la cubierta. La
banda tocaba cómo si fuera una fiesta. Enfrente de todos los
marineros perfilados, trajeron atado el marinero Marcelino Rodrigues
Menezes. ¿Que hizo Marcelino?
Días antes, intentó
introducir en el navío dos botellas de caña y fue delatado por un
marinero. Marcelino fue encadenado por los pies a la cubierta del
navío. En la noche, él pidió orinar y, cuando pasó por delante del
cabo que lo delató, quiso darle una lección y lo hirió en la cara
con una navaja. Por esa razón, recibió 250 latigazos delante de toda
la tripulación del Acorazado Minas Gerais.
A los verdugos les
gustaba ver a los negros sufriendo. Ponían alfileres de acero en el
látigo. Al golpear violentamente sobre las espaldas, envolvía
también el pecho de quién recibía los golpes. Nadie soporta 250
azotes, y Marcelino no soportó, se desmayó. Aún así los oficiales
siguieron azotando a Marcelino.
Los marineros, que
veían la crueldad, sentían cada latigazo en la propia carne. No
podían esperar más y anticiparon la fecha del motín para el 22 de
noviembre.
En la víspera del
gran día, Juan Cándido no durmió. De la escotilla del sótano, él
miraba el mar iluminado por el rastro de la luna y por la luz de las
estrellas. El mar silencioso le parecía un inmenso e inmóvil bloque
inalterado. La fuerza de las olas sumergida e invisible. Pero si el
viento era fuerte, las olas se levantaban, reventaban y hacían al
Minas Gerais moverse.
-
Sólo
se ve la ola cuando hay movimiento – pensó Juan.
Juan sintió la
brisa en el rostro y se preguntó si los marineros del Acorazado
Potemkin, como él, no durmieron en la noche anterior a la toma de la
embarcación rusa. Pensó también en los marineros ingleses. La brisa
sopló más fuerte y el Minas Gerais subió muy alto y bajó. Miró a su
alrededor y percibió a todos los marineros despiertos. Mañana ellos
serian el viento y la ola.
El día siguiente,
a las diez de la noche, en plena bahía de Guanabara, Juan Cándido
lideró el levantamiento y se volvió Almirante en la misma
embarcación donde él y sus compañeros eran torturados.
En la historia de
la injusticia, una minoría se banquetea, mientras la mayoría trabaja
y es explotada. Pero esa noche sería diferente. El comandante
Batista das Neves participaba de una cena ofrecida a bordo de un
crucero francés. La fiesta se celebraba arriba, pero abajo, allí
cerca, en los sótanos de las otras embarcaciones, los trabajadores
cambiaban su destino.
-
¡Por
el fin de los latigazos! – gritó el Almirante negro.
Cuando volvió al
navío, el comandante Batista das Neves fue cercado y muerto por los
amotinados. Antes de morir aún oyó de un negro que había mandado
azotar hacía poco tiempo…
-
¡Quién pega también recibe y quién mata también muere!
Otros cinco
oficiales fueran muertos, pero uno logró escaparse y llegar hasta el
Acorazado San Pablo. Allí avisó a los otros oficiales que también
huyeran. Sin oficiales, el navío San Pablo y seis embarcaciones más
se adhirieron al motín en esa noche.
El movimiento de
los marineros apuntó los cañones de los navíos para la ciudad
amenazando bombardearla e hizo un documento exigiendo el término de
los castigos, mejores condiciones de trabajo y amnistía para los
miembros del movimiento. La Marina de Brasil intentó reaccionar
enviando dos embarcaciones para atacar los revoltosos, pero fueron
derrotadas.
El Ministro de la
Marina de aquella época mandó hundir todos los navíos rebeldes,
pero, antes de que la orden fuera cumplida, el Congreso Nacional
votó la amnistía, o sea, nadie que hubiera participado del
levantamiento podría ser castigado. Cuatro días después, el
Mariscal Hermes da Fonseca estuvo de acuerdo con las exigencias de
los marineros, declaró el fin de los castigos y dijo también que
nadie seria castigado…
Hay mucha
distancia entre la ley y lo que pasa de verdad…
Más tarde, el 4 de
diciembre, cuatro marineros fueron acusados de conspiración y
presos. Poco tiempo después, los marineros empezaron un nuevo
levantamiento en la Isla de las Cobras, el 9 del mismo mes, y fueron
atacados durante todo el día. No sirvió de nada que levantaran la
bandera blanca.
Eran 600 los
revoltosos, solo 100 sobrevivieron y fueron presos en los calabozos
de la antigua Fortaleza de San José de la Isla de las Cobras. De
esos, 18 fueron encerrados en una celda excavada en la roca. Allí,
en la noche de navidad, tiraron cal viva y, después de 24 horas de
suplicio, apenas Juan Cándido y el soldado naval Pau de Lira
sobrevivieron. Ciento cinco marineros fueron enviados a trabajos
forzados con el caucho de Amazonía, mientras que 7 de ellos nunca
llegaron porque fueran fusilados a medio camino.
Juan Cándido fue
expulsado de la Marina, acusado de haber favorecido a los rebeldes.
En abril de 1911,
Juan fue detenido en el Hospital de los Alienados, como loco e
indigente. Allá permaneció durante un año, cuando fue absuelto de
las acusaciones junto con sus compañeros. Sin embargo, Juan continuó
expulsado de la Marina y por eso tuvo que trabajar como estibador y
en la descarga de pescados en la Plaza XV, en el centro del Río de
Janeiro.
Juan Cándido fue
discriminado y perseguido hasta el fin de su vida. Murió de chancro,
en 1969, en el Hospital Getulio Vargas, en Río de Janeiro, con 89
años, pobre y olvidado…
¿Olvidado?
Juan
Gomes da Silva nació el 19 de diciembre de 2000, en una villa
miseria, en Río de Janeiro. Su padre tenia el mismo nombre y su
madre se llamaba Maria Antonia. El niño, que nació fuerte y guapo,
todavía no sabía que construiría un gran destino y viviría muchas
aventuras…
Allí, desde alto,
donde él estaba, toda la villa miseria le parecía un inmenso e
inmóvil bloque inalterado. La fuerza de las olas sumergida e
invisible. Pero si el viento era fuerte, las olas se levantaban…
Juan, en pie,
gritaba:
-
¡Injusticia!
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