Cuentos para pensar

Stela Guedes Caputo


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 El secreto del lugar


 

Stela Guedes Caputo

Traducido por Juliana Caetano e Salvador Schavelzon

 

En un lugar muy oscuro, la niña abrió los ojos e inmediatamente pensó intrigada: ¿dónde estoy? ¿Qué sitio es éste?

Las paredes de aquel lugar eran rojas, finitas y suaves…

- Éste parece el lugar más oscuro del mundo…

Sin saber dónde estaba, sin saber cómo y por qué crecía, la niña tenía mucho miedo y gritó asustada, incluso sin saber para dónde o para quien…

-¿Qué lugar es éste?

Y fue allí, en aquella oscuridad tan grande, donde la niña sintió su primer e inmenso miedo, donde sintió también su primer e inmenso alivio…

-¡Es mi mamá!

(Aparece la mamá, embarazada, con la niña en el vientre)

La niña era muy curiosa y le preguntó a su mamá:

-¿Por qué este lugar en el que empezamos a ser personas es tan oscuro?

La mamá contestó:

-Es oscuro porque en todo comienzo la luz es poca. Pero este es un lugar único y especial porque las personas están aquí solamente una vez, y por eso tiene un secreto muy importante que tú no podrás olvidar…

-¿Un secreto? ¡Viva! ¿Cuál es el secreto?

Allí, en ese lugar, ya había estado un niño, el hermano mayor de la niña que pintaba y dibujaba en aquellas suaves paredes…

-¿Qué sitio es éste?

La mamá se acordaba de su primera pregunta, cuando ella misma descubrió el secreto…

-¿Qué sitio es éste?

Todos los niños que estuvieron en ese lugar preguntaron:

-¿Qué sitio es éste? -¿Qué sitio es éste? -¿Qué sitio es éste?

La niña, nerviosa, no aguantaba más esperar para saber cuál era el secreto…

-Cuéntame  pronto, mamá… ¿Cuál es el secreto de este lugar?

Entonces la mamá le contó a la niña:

-El secreto de este lugar es que jamás nos vamos a separar. Ni yo, ni tú. Ni las mamás de todos los hijos e hijas del mundo entero.

-¿Entonces, mamá, tu nunca te vas a ir? ¿Quedaremos juntas para siempre?

La mamá respondió:

-Las mamás nunca se separan de sus hijos e hijas, incluso cuando necesitan irse. Incluso cuando viajan, se separan de los padres de sus hijos, o incluso cuando mueren. Las mamás están y estarán para siempre con sus hijos y con sus hijas.

En aquella noche la niña sintió miedo otra vez y durmió sin saber por qué una agüita salada resbalaba de su ojo sin parar; mañana preguntaría a su mamá qué era esa agüita…

De repente, ese lugar empezó a moverse mucho, vrupt, vrupt… uon, uon! Y la niña oyó la voz de su mamá:

-¡Ahora, Ahora!, ¡Llegó la hora! ¡Llegó la hora!

-¿Llegó la hora de qué, mamá? ¿Llegó la hora de qué? – preguntaba la niña. 

De pronto una luz muy fuerte lo cubrió todo y la niña vio que la mujer más linda del mundo le abría los brazos. Ahí estaba su lugar. Ahí estaba su mamá, de quien no se separaría jamás.


Los niños Juan Cándido


Stela Guedes Caputo

 Traducido por Juliana Caetano e Salvador Schavelzon

 

Juan Felisberto Cándido nació el 24 de junio de 1880, en la ciudad de Encruzilhada, en  Rio Grande do Sul, Brasil. Su padre tenia el mismo nombre y la madre se llamába Inácia Felisberto. El niño, que nació fuerte y guapo, aunque todavía él no lo sabía, construiría un gran destino y viviría muchas aventuras…

 Desde pequeño a Juan le gustaba mucho una cosa: siempre amó el mar. Una ola que tragaba la otra y después la espumita risueña en la playa, bromitas en la arena.

 Y también, desde pequeño, a Juan no le gustaba nada de nada otra cosa: detestaba la injusticia.

 No le gustaba que maltrataran a los animales…

Ni a las selvas…

Ni a las personas…

Y, claro, tampoco que maltrataran el mar…

Los padres de Juan habían sido esclavos. En la noche, sentados en la galería, ellos contaban al hijo cómo sufrieron los negros y las negras del Brasil.

Primero, fueran arrancados de África y llevados al Brasil. Muchos murieron mientras cruzaban el Océano Atlántico.

Después, cuando llegaron aquí, fueran esclavizados. O sea, trabajaban para sus dueños sin ganancia alguna, eran azotados, torturados de todas las maneras e incluso asesinados, sin que se hiciera justicia alguna.

-         ¡Que injusticia! – decía Juan.

-         ¡Nadie puede tener dueño! ¡Nadie puede ser torturado! Si yo estuviera allí… ¡si yo estuviera allí, lucharía por ellos y por todos los otros! ¡La esclavitud es la peor injusticia de todas! – decía el niño que todavía no sabía como su vida estaría ligada al mar y a la lucha contra las injusticias.

La vida de los que habían sido esclavos era muy difícil. La familia de João pasaba por muchas dificultades. En aquella época era permitido reclutar niños, por eso, con 13 años, Juan Cándido fue reclutado por la Marina de Brasil. Como necesitaba trabajar, se alistó como aprendiz de marinero.

A Juan le gustaba mucho el mar, pero la vida en el navío no era nada fácil. El sueldo era poco y la alimentación pésima. El trabajo era mucho y las humillaciones infinitas. Los trabajadores no podían mirar directamente a los ojos de los oficiales y eran obligados a tener la cabeza baja todo el tiempo. Solo una cosa era peor: ¡los latigazos!

Los latigazos eran un castigo que ya había sido prohibido, pero aún así los oficiales azotaban las espaldas de los marineros hasta rasgarlas, muchos morían.

Juan no soportaba todo eso y gritaba:

-         ¡Que injusticia! ¡Eso aún es esclavitud!

Porque decidía interferir, porque tomaba partido y porque se indignaba, también Juan fue muchas veces castigado y, en otras, preso y dejado a pan y agua.

En 1908, Juan Cándido fue para Inglaterra, para acompañar la construcción de navíos de guerra encargados por el gobierno brasileño, los Acorazados Minas Gerais y San Pablo. Hasta esa época, la Marina brasileña estaba  mal preparada. Pero estos navíos no… éstos tenían cascos de madera revestidos de chapas de acero, por eso se llaman “acorazados”.

También tenían cañones y muchas armas de tamaño mediano. Ni el Japón, Italia, Rusia o Francia contaban con un armamento tan poderoso. Los acorazados eran las más temidas armas navales.

Allí, él conoció la historia de otros marineros ingleses y rusos, que habían luchado por mejorar sus condiciones de trabajo. La historia más famosa era la revuelta de 1905, cuando se levantaran contra la armada rusa los marineros del más poderoso navío de aquella época: el Acorazado de Potemkin.

La famosa revuelta empezó justamente porque los marineros se negaron  a comer un cocido con carne donde se podían ver los gusanos saltando.

Los trabajadores rusos tomaron el poder en el navío.

-         Si los que viven injusticias se unieran… ¡quién sabe! – pensó Juan. Y él no era el único, muchos también pensaban así. Y porque así pensaban, incluso antes de volver al Brasil, comenzaron un movimiento de conspiración para acabar de una vez por todas con el castigo de los latigazos en la Marina brasileña.

Primero, los marineros intentaron negociar, reivindicaban el fin de las torturas, de los azotes. Tuvieron hasta una audiencia con el presidente Nilo Peçanha, pero nada funcionó y los marineros resolvieron amotinarse, o sea, tomar el poder en los navíos. Ese gran día seria el 25 de noviembre de 1910.

Pero en el 16 de noviembre, un día después de que asumiera el nuevo presidente Mariscal Hermes, pasó lo siguiente:

Era una mañana de sol esplendoroso y los marineros fueron llamados a la cubierta. La banda tocaba cómo si fuera una fiesta. Enfrente de todos los marineros perfilados, trajeron atado el marinero Marcelino Rodrigues Menezes. ¿Que hizo Marcelino?

Días antes, intentó introducir en el navío dos botellas de caña y fue delatado por un marinero. Marcelino fue encadenado por los pies a la cubierta del navío. En la noche, él pidió orinar y, cuando pasó por delante del cabo que lo delató, quiso darle una lección y lo hirió en la cara con una navaja. Por esa razón, recibió 250 latigazos delante de toda la tripulación del Acorazado Minas Gerais.

A los verdugos les gustaba ver a los negros sufriendo. Ponían alfileres de acero en el látigo. Al golpear violentamente sobre las espaldas, envolvía también el pecho de quién recibía los golpes. Nadie soporta 250 azotes, y Marcelino no soportó, se desmayó. Aún así los oficiales siguieron azotando a Marcelino.

Los marineros, que veían la crueldad, sentían cada latigazo en la propia carne.  No podían esperar más y anticiparon la fecha del motín para el 22 de noviembre.

En la víspera del gran día, Juan Cándido no durmió. De la escotilla del sótano, él miraba el mar iluminado por el rastro de la luna y por la luz de las estrellas. El mar silencioso le parecía un inmenso e inmóvil bloque inalterado. La fuerza de las olas sumergida e invisible. Pero si el viento era fuerte, las olas se levantaban, reventaban y hacían al Minas Gerais moverse.

-         Sólo se ve la ola cuando hay movimiento – pensó Juan.

Juan sintió la brisa en el rostro y se preguntó si los marineros del Acorazado Potemkin, como él, no durmieron en la noche anterior a la toma de la embarcación rusa. Pensó también en los marineros ingleses. La brisa sopló más fuerte y el Minas Gerais subió muy alto y bajó. Miró a su alrededor y percibió a todos los marineros despiertos. Mañana ellos serian el viento y la ola.

 El día siguiente, a las diez de la noche, en plena bahía de Guanabara, Juan Cándido lideró el levantamiento y se volvió Almirante en la misma embarcación donde él y sus compañeros eran torturados.

 En la historia de la injusticia, una minoría se banquetea, mientras la mayoría trabaja y es explotada. Pero esa noche sería diferente. El comandante Batista das Neves participaba de una cena ofrecida a bordo de un crucero francés. La fiesta se celebraba arriba, pero abajo, allí cerca, en los sótanos de las otras embarcaciones, los trabajadores cambiaban su destino.

 -         ¡Por el fin de los latigazos! – gritó el Almirante negro.

 Cuando volvió al navío, el comandante Batista das Neves fue cercado y muerto por los amotinados. Antes de morir aún oyó de un negro que había mandado azotar hacía poco tiempo…

 -         ¡Quién pega también recibe y quién mata también muere!

 Otros cinco oficiales fueran muertos, pero uno logró escaparse y llegar hasta el Acorazado San Pablo. Allí avisó a los otros oficiales que también huyeran. Sin oficiales, el navío San Pablo y seis embarcaciones más se adhirieron al motín en esa noche.

 El movimiento de los marineros apuntó los cañones de los navíos para la ciudad amenazando bombardearla e hizo un documento exigiendo el término de los castigos, mejores condiciones de trabajo y amnistía para los miembros del movimiento. La Marina de Brasil intentó reaccionar enviando dos embarcaciones para atacar los revoltosos, pero fueron derrotadas.

 El Ministro de la Marina de aquella época mandó hundir todos los navíos rebeldes, pero, antes de que la orden fuera cumplida, el Congreso Nacional votó la amnistía, o sea, nadie que hubiera participado del levantamiento podría ser castigado.  Cuatro días después, el Mariscal Hermes da Fonseca estuvo de acuerdo con las exigencias de los marineros, declaró el fin de los castigos y dijo también que nadie seria castigado…

 Hay mucha distancia entre la ley y lo que pasa de verdad…

 Más tarde, el 4 de diciembre, cuatro marineros fueron acusados de conspiración y presos. Poco tiempo después, los marineros empezaron un nuevo levantamiento en la Isla de las Cobras, el 9 del mismo mes, y fueron atacados durante todo el día. No sirvió de nada que levantaran la bandera blanca.

 Eran 600 los revoltosos, solo 100 sobrevivieron y fueron presos en los calabozos de la antigua Fortaleza de San José de la Isla de las Cobras. De esos, 18 fueron encerrados en una celda excavada en la roca. Allí, en la noche de navidad, tiraron cal viva y, después de 24 horas de suplicio, apenas Juan Cándido y el soldado naval Pau de Lira sobrevivieron. Ciento cinco marineros fueron enviados a trabajos forzados con el caucho de Amazonía, mientras que 7 de ellos nunca llegaron porque fueran fusilados a medio camino.

 Juan Cándido fue expulsado de la Marina, acusado de haber favorecido a los rebeldes.

 En abril de 1911, Juan fue detenido en el Hospital de los Alienados, como loco e indigente. Allá permaneció durante un año, cuando fue absuelto de las acusaciones junto con sus compañeros. Sin embargo, Juan continuó expulsado de la Marina y por eso tuvo que trabajar como estibador y en la descarga de pescados en la Plaza XV, en el centro del Río de Janeiro.

 Juan Cándido fue discriminado y perseguido hasta el fin de su vida. Murió de chancro, en 1969, en el Hospital Getulio Vargas, en Río de Janeiro, con 89 años, pobre y olvidado…

 ¿Olvidado?

 Juan Gomes da Silva nació el 19 de diciembre de 2000, en una villa miseria, en Río de Janeiro. Su padre tenia el mismo nombre y su madre se llamaba Maria Antonia. El niño, que nació fuerte y guapo, todavía no sabía  que construiría un gran destino y viviría muchas aventuras…

Allí, desde alto, donde él estaba, toda la villa miseria le parecía un inmenso e inmóvil bloque inalterado. La fuerza de las olas sumergida e invisible. Pero si el viento era fuerte, las olas se levantaban…

Juan, en pie, gritaba:

-  ¡Injusticia!