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La lección
magistral
La
exposición verbal de lo contenidos ha sido el modo tradicional de trasmitir
conocimientos. El "magister" explicaba y los alumnos atendían sus
explicaciones como único modo de acceder a la ciencia en una época donde el
libro era difícil de obtener. Pero el sistema de pura explicación, como
método único, nunca ha tenido, salvo en la enseñanza superior, total
vigencia: el profesor preguntaba a sus alumnos y les enseñaba también a
través de trabajos y ejercicios.
En la
escuela tradicional, la función expositiva tuvo y tiene primacía entre las
demás funciones docentes, sobre todo en la enseñanza universitaria.
La
escuela activa fija la atención en el alumno como centro del aprendizaje y
en su actividad como medio de aprender. Esta innovación sin embargo ha
quedado relegada a la enseñanza primaria, siendo poco influyente en los
grados superiores. De ahí proviene la campaña contra la función expositiva,
en su forma más pura de lección magistral.
Se
achaca a tal enseñanza el convertir al alumno en un ser receptivo, pasivo,
limitando su aprendizaje a un ejercicio reproductivo. Al mismo tiempo, se le
critica que es una enseñanza difícilmente adaptada a las peculiaridades de
cada alumno, al permanecer genérica e impersonal. Es una enseñanza dirigida
a la inteligencia, sin preocuparse de otros aspectos de la personalidad del
alumno, etc.
Todas
estas críticas son válidas si se refieren a una metodología estrictamente
expositiva. Pero no tienen razón de ser si la metodología expositiva se
alterna con otras metodologías, sobre todo las más orientadas a la
participación del estudiante.
Razones
que justifican la «lección magistral»
La lección
magistral" tiene un valor, como dice R. Beard (1974), cuando se limita a
explicaciones estructuradas y claras y se integran en esa lección un
conjunto de actividades de elaboración por parte de los alumnos
(discusiones, solución de problemas, trabajo individual o en grupo, etc.)
La
necesidad aparece cuando el alumno ha de enfrentarse con contenidos
desconocidos, de difícil compresión, como sucede en muchas temas de materias
científicas. También es útil para centrar el tema, evitar divagaciones y
pérdida de tiempo, previo al trabajo personal y estudio independiente.
En
toda exposición subyace un elemento humano con su influencia que motiva a
través del entusiasmo, el rigor científico del profesor, la orientación
nacida de la experiencia personal.
Su
valor depende de su empleo adecuado y su misma estructura intrínseca. |
Cualidades del profesor
Deberíamos distinguir entre cualidades como expositor y cualidades como
persona que se relaciona con los demás. Como expositor: importa que su
dicción sea clara; el lenguaje adecuado al nivel, o si emplea términos
nuevos, los explique; que no sea excesivamente rápido o lento en su
pronunciación; sobre todo el tono de voz y los gestos deben ser variados.
Como persona que se relaciona con
los demás debe despertar el entusiasmo por la asignatura; tener una actitud
más positiva de alabanza y estímulo que negativa de censura y criticismo.
Los resultados del aprendizaje dependen más de esta actitud de lo que el
profesor puede creer.
Explicación-interacción
Un
punto de partida importante sería conocer los efectos, en el aprendizaje, de
las distintas formas de actuación: explicación o interacción.
Sólo
sabemos que la alternancia exposición/interacción es un sistema
pedagógicamente recomendable en orden a la eficiencia.
El
tiempo dedicado por el profesor a la explicación ha dado resultados tan
dispares que se puede afirmar que más que la cantidad del tiempo empleado
importa la calidad.
Lo
mismo podemos decir del tiempo empleado por el alumno, cuyos resultados
están determinados por el mismo contexto en que se realiza tal intercambio y
por el tema, objeto de la interacción, y el contenido cognoscitivo de la
misma.
Una
estrategia óptima será: cortas explicaciones con intercambios subsiguientes,
tanto de tipo verbal como de actividades, más orientadas hacia la reflexión
que al memorismo. |
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Organización
de la exposición
No se
debe olvidar que la variedad de actividades, la flexibilidad de materiales
presentados y de técnicas docentes (diversidad en recursos de motivación, de
refuerzos, de estilos de presentación, etc. ) se relacionan positivamente
con el logro de los objetivos (Rosenshine).
Por
ello, es conveniente tener presentes unas pautas al preparar las lecciones.
En
cuanto al contenido
En la
exposición se transmiten un conjunto de ideas, conceptos, esquemas
argumentales, pruebas, etc. Este contenido debe cumplir unas condiciones
para que sea eficaz su captación y su aprendizaje.
-
Adecuación: la primera condición para
que el alumno capte su mensaje es que se adapte a sus posibilidades
intelectuales, capacidad y preparación de base.
-
Claridad de ideas: para que se capte una
idea es necesario clarificarla, para lo que a veces habrá de auxiliarse de
la pizarra , de los ejemplos, de los modelos, etc.
-
Secuencialidad: esas ideas claras en sí
deben enlazarse formando una explicación coherente, donde los pasos deben
estar graduados en creciente dificultad, evitando que el alumno se pierda
en la trama argumental porque el profesor hace pasos en falso. Si el
alumno se queja de perderse en la explicación es necesario revisar este
punto.
-
Selección:
se debe considerar qué es lo más fundamental de las lecciones para
destacarlo y ceñirse a lo mismo, evitando digresiones y divagaciones
secundarias que a veces, restan tiempo para dedicarlo a lo que es más
importante. Además, el alumno puede desorientarse, sin saber qué es lo
más importante de lo explicado.
-
Ritmo: un ritmo excesivamente rápido de
presentación de materia, que los alumnos no pueden captar, es una pérdida
de tiempo, aunque el profesor quede satisfecho de haber dado todo el
programa.
El
ritmo debe ajustarse a las posibilidades intelectuales de los alumnos, a la
dificultad relativa de la materia para ellos, a la importancia objetiva del
tema, al tiempo disponible, etc. No podrá explicarse con el mismo ritmo un
tema principal y un secundario; un tema difícil y otro fácil.
En
cuanto a la forma externa de la lección
Es
frecuente, en cualquier libro, artículo o trabajo, encontrar una
distribución de partes similar: introducción, desarrollo y conclusiones,
como esquema de pensamiento más común.
En la
lección también se ha propugnado este esquema.
Introducción: en ella se trata de disponer
positivamente a los alumnos hacia el aprendizaje de la misma. Comprende unos
momentos de motivación, interesándoles por el estudio de la lección.
Conviene que el profesor presente el contenido de una forma resumida y
esquematizada, a fin de que le sigan en el desarrollo.
En
esta presentación, la lección debe estar encuadrada en un contexto más
amplio: lecciones precedentes y siguientes.
Como
elemento importante de la introducción, está la presentación de los
objetivos del aprendizaje, es decir, qué pretende que alcancen y en qué
nivel y cómo comprobará los resultados.
Desarrollo: el cuerpo o centro de la
lección donde entran en juego no sólo el contenido, sino también las
técnicas de presentación.
Conclusión: al final de cada parte del tema
que tenga una cierta entidad, o de la lección, o de un tema general que
abarca varias lecciones, se impone que el profesor reúna las ideas
principales, relacione entre sí, del modo más estructurado posible, los
contenidos. El control del aprendizaje se realiza en todo el transcurso
expositivo, pero aquí conviene comprobar si los alumnos alcanzaron o no los
objetivos señalados al principio.
También entran en juego las técnicas de fijación que haya empleado en el
desarrollo si lo considera necesario.
En
muchas asignaturas convendrá incluir las aplicaciones del tema a la vida
práctica o a otros campos.
Tal
vez se olvida que la estructura de la lección, para que sea percibida por
los alumnos, debe explicarse, tanto en el esquema inicial como en
integración final.
En cuanto a las técnicas expositivas y recursos empleados
Partiendo del peligro de distracción que lleva inherente toda clase
expositiva, el profesor debe recurrir bien a la motivación, despertando el
interés cuando decae, bien empleando la variación de estímulos, bien
anécdotas y ejemplos, etc.
El
profesor debe preocuparse por la fijación del aprendizaje, para lo que es
útil el empleo de reiteraciones y resúmenes, que unidos a lo que llamamos
focalizaciones centran la fijación en unos contenidos esenciales.
El
control, distinto de la evaluación, debe estar presente, pero como control
del proceso del aprendizaje, que lleve a la conciencia de los alumnos que se
trata de seguir su proceso para corregirlo, no de un afán de calificaciones.
Las
actividades, bien como control, bien como cambio de estímulo, bien como
fijación o como desarrollo lo mismo que la interacción verbal, pueden
distribuirse en el transcurso de la lección para mantener al alumno en
cooperación participativa.
Los
recursos o ayudas audiovisuales serán elementos también presentes para hacer
más eficaz la comunicación. |
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Respuesta pedagógica
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1.
EL DISCUTIDOR
-
Pone en tela de
juicio cuando se dice. Siempre encuentra un “pero”.
-
Inicia
discusiones y a veces interrumpe el ritmo
de la clase.
-
Facilita la
comunicación entre los miembros de la clase y atrae su atención
|
A.
-
Tratará de hacer
caer en alguna trampa a la persona que dirige el grupo.
-
Cortar con
autoridad un ataque personal velado o directo.
-
Ponerle en un
aprieto de forma que necesite la ayuda de los demás.
-
En algunos casos,
dirigir sus objeciones hacia el grupo.
-
Reforzar las
intervenciones sinceras.
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2.
EL ASTUTO
-
Se aprovecha de la
debilidad psicológica o científica de un compañero para rebatir sus
argumentos.
-
Suele dominar el
“trato de gentes” para convencer con su habilidad, está atento a la
postura mayorista y evita el enfrentamiento directo.
|
B.
-
Mirarle con
frecuencia y hacerle preguntas directas, especialmente utilizando sus
conocimientos y experiencia.
-
Hacerle un pequeño
resumen para centrarle.
-
Reforzar
positivamente su participación.
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3.
EL PEDANTE
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C.
-
Cortar, con tacto,
aprovechando una respiración o pequeña pausa su intervención.
-
Hacerle preguntas
de reflexión y pedirle que sea breve y conciso.
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4.
EL LOCUAZ O CHARLATÁN
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D.
-
Preguntarle
directamente sobre su trabajo y exigirle soluciones.
-
Inducirle a
presentar ejemplos sobre los asuntos que más directamente le afectan.
-
Reforzar cualquier
manifestación positiva.
-
Darle ciertas
responsabilidades.
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5.
EL TÍMIDO.
-
No
interviene, se limita a asentir si está de acuerdo con una
intervención o a permanecer callado sí esta en contra.
-
Se
queda con dudas por no preguntar.
|
E.
-
Agradecer su
intervención, pero pedirle que la repita en términos más sencillos.
Utilizar la técnica del “sí, pero…”
-
Pedir su opinión
ante un tema que no domine y mantener una actitud de respeto, para
hacerle ver que el respeto se dirige a la persona y no a su sabiduría.
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6.
EL POSITIVO
-
Es una persona
práctica en su manera de actuar, se centra en el tema y participa si
considera que puede aportar algo nuevo o aclarar algún concepto.
-
Es trabajador,
ordenado, colaborador y responsable.
-
Buen conciliador
para el grupo.
|
F.
-
No dejarse enredar
por él, usar el método para neutralizarle.
-
Escucharle
atentamente, replantear la discusión englobando las aportaciones de
todos y pedirle que reflexione y modere su participación para dejar la
palabra a los demás.
-
Imponer la
autoridad del profesor en último extremo.
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7.
EL SABELOTODO
-
Tiene afán de
protagonismo, da su opinión siempre y no deja hablar a nadie.
-
Se cree en
posesión de la razón y quiere convencer a los demás de que su
aportación es muy importante y aclaratoria.
|
G.
-
Su intervención es
muy útil en la discusión.
-
Reforzar sus
intervenciones y darle la palabra en momentos críticos (silencios,
discusiones, etc. )
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8.
EL AUSENTE.
-
Nunca participa,
esta distraído y ensimismado en sus pensamientos.
-
Puede tener
distintas facetas: desmotivado, vago, preocupado, desorientado.
|
H
-
Otorgarle la
palabra directamente ante cuestiones muy fáciles, infundirle sentido
de seguridad y confianza en sí mismo.
-
Reforzar
positivamente su intervención por el solo hecho de producirse.
-
No conformarse con
una respuesta evasiva o monosílaba.
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9.
EL CERRADO
O REFRACTARIO
-
Se opone a todo y
no está de acuerdo con nada, pero no aporta soluciones.
-
Se sitúa fuera del
grupo y no se relaciona con él.
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I.
-
No defenderle del
ataque de los demás alumnos.
-
Valorar lo
positivo de sus aportaciones y corregir sus errores.
-
Detenerle, con
preguntas difíciles, y favorecer la del resto del grupo, incluso
comentando sus teorías.
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