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Todo aprendizaje no mecánico del hombre, es algo
que se sedimenta en la memoria. Sin embargo, aprender no significa
solamente retener lo aprendido en la memoria, sino ante todo, aumentar
continuamente la propia capacidad de usar de tal manera las experiencias
vividas y los conocimientos adquiridos, que surja de allí un
comportamiento más perfecto, más humano, y en el sentido de un mayor
autodominio de la propia conducta y del mundo. Aprender es, pues,
modificar perfectamente la propia conducta, según lo aprendido. De tal
modo, lo aprendido se convierte, en las personas en una especie de
sistema centralizador, a partir del cual comienzan a cambiar los demás
aspectos de la personalidad. Por ello, según sea lo que el hombre
«aprenda», tal será su conducta en el mundo.
Cambiar horizontes
hacia actos reflexivos
Esto nos recuerda una vez más la plasticidad propia
de la naturaleza humana, que capacita al hombre a cambiar sus horizontes
al cambiar sus posibilidades de rendimiento, a partir de las nuevas
experiencias y vivencias que realiza. Es por lo que la educación del
adulto no puede considerar al adulto como alguien que posee una
personalidad deformada, sino que su tarea se desenvuelve en el marco
normal de una personalidad que puede cambiar de rumbo en cualquier
momento y edad.
La razón de esta posibilidad concedida a la
educación del adulto, debemos buscarla en el hecho de que la capacidad
operativa de la persona adulta se fundamenta en sus actos reflexivos. El
acto de reflexión, sin embargo, no requiere una experiencia inmediata
para ponerse en movimiento. Pero cuando el hombre aprende, es la
reflexión la que constata el grado de concordancia o de discrepancia
entre el plan de acción propuesto y el éxito o fracaso conseguido. Por
esto, para aprender algo, el hombre debe plantearse previamente con
entera claridad la meta a que desea llegar, para después poder comprobar
si la ha logrado o no, y en qué medida. De tal constatación surgirá el
aprendizaje humano propiamente dicho, que permitirá al sujeto conocerse
mejor a sí mismo y enunciar más objetivamente sus metas posteriores de
conducta.
Los alumnos que acceden a prepararse como futuros
formadores, son además cada uno de ellos profesionales en su propia
disciplina, lo que les facilita aún más una motivación que trasciende la
mera necesidad de una acreditación de sus conocimientos.
Capacidad para la autodidaxia
De esta manera, el adulto adquiere no sólo las
experiencias de sus actos, sino que además va asimilando vivencialmente
las leyes del aprendizaje humano, que se hallan a la base de su
comportamiento. Es así cómo las personas, a medida que pasan los años,
se vuelven cada vez más capaces de aprender y por lo tanto de cambiar
sus conductas.
La edad adulta, pues, lejos de ser una edad en la
cual la persona debe ser considerada como un ser deficitario, es una
edad en la que el hombre y la mujer se encuentran en la plenitud de sus
posibilidades de aprender, no por mera repetición o imitación como
ocurre en el niño y también en los animales superiores, sino de una
manera plenamente humana, o sea, por medio de un aprendizaje reflexivo,
que les permite aprender, en la escuela de la vida, experiencias
personales. Por ello, la educación del adulto consistirá sencillamente
en llamar su atención a fin de que comience a reflexionar sobre sus
actividades, trabajos y posibilidades.
Experiencias reflexivas
Aprender, se dice, significa hacer experiencias.
Sin embargo, para que una experiencia logre modificar la conducta del
sujeto, a partir del contenido de lo aprendido, dicha experiencia debe
ser asumida en un acto de reflexión. Porque solamente así la experiencia
anterior le podrá servir de trampolín para una nueva conquista, que
contribuya al perfeccionamiento de su ser. Educar al adulto, sea quien
fuere, significará, pues, ayudarle a comportarse conscientemente en el
mundo en que vive, de modo que todas sus experiencias las asuma con la
responsabilidad de quien sabe lo que quiere y lo que hace. |
El método para el estudio de la inteligencia
podemos dividirlo, según el planteamiento clásico, en dos modalidades,
equivalentes a la introspección y a la labor experimental.
En el método de la introspección se parte de la
acción y el efecto de observarse uno a sí mismo, para descubrir las
modalidades y las leyes que rigen la actividad de la propia
inteligencia. Para algunos psicólogos y ante todo para los clásicos, es
el único método posible para el estudio de esta facultad humana. En el
método experimental o de la extrospección se trata de observar
exteriormente el comportamiento inteligente del hombre, para deducir de
allí las modalidades y las leyes de dicho comportamiento. Así, sobre la
base de tests, es posible constatar los procedimientos que sigue para
resolver un problema, la velocidad con que actúa, la atención del
sujeto, la seguridad, etc.
Estos métodos, sin embargo, no se contraponen
necesariamente, como bien lo anota Binet cuando dice que «la
introspección es indispensable para la experimentación», y ésta a su vez
enriquece la primera. En la práctica escolar, se procede, empero, con
demasiada pragmaticidad, en cuanto se intenta medir sobre todo el
rendimiento efectivo de los alumnos. Es cierto que tales rendimientos
pueden demostrarnos las disposiciones intelectuales del alumno, en sus
distintas direcciones y grados. Es importante reconocer, por otra parte,
que la inteligencia nunca actúa sola, en el rendimiento de una persona,
de manera que nunca se le puede separar de los demás componentes
dinámicos de la personalidad. Porque tan importantes como el factor
intelectual, son, en el comportamiento concreto de un sujeto, la fuerza
de la motivación que le impulsa a usar su inteligencia, sus actitudes
básicas, sus intereses y sus aptitudes congénitas. Por ello, preguntarse
por el talento o la capacidad intelectual de un sujeto, equivale a
preguntarse por la estructuración global de su personalidad, en relación
con su disposición general al rendimiento.
El desarrollo de la inteligencia Su «fijación» y posterior deterioro
El desarrollo de la inteligencia: Hasta 1920 se
admitía que el desarrollo de la inteligencia alcanzaba su grado máximo
en una edad situada entre los 15 y los 18 años. A partir de esa edad,
se decía, la inteligencia permanece estable durante toda la edad adulta,
hasta el comienzo de la senilidad propiamente dicha.
En 1920, se publicaron los resultados de una serie
de estudios realizados sobre los adultos, seleccionados para la
formación del ejército de U.S.A. Se notó que el nivel máximo de
desarrollo intelectual se daba a los 20 años, y luego decrecía,
primeramente en forma lenta, y a partir de los 40 años en forma más
pronunciada, hasta arribar a la senilidad.
Posteriormente se continuaron realizando estudios
en el mismo sentido, y las investigaciones de Wechslez, realizadas sobre
mil personas de 16 a 68 años, permitieron reconocer que el nivel medio
de inteligencia alcanza su máximo desarrollo entre los 18 y los 24 años,
para decrecer progresivamente a partir de los 60 años. Se descubrió que,
cuanto más elevado es el nivel inicial de la inteligencia del sujeto,
tanto más precoz y rápido es su desarrollo, como asimismo que, cuanto
más temprana es la edad en que el desarrollo de la inteligencia alcanzó
su máximo, grado, tanto más rápido es su descenso.
El desarrollo de la inteligencia continúa hasta una
edad que oscila entre los 20 y 30 años; para empezar a decrecer desde
entonces, de un modo lento y con gran diversidad según los individuos.
Como se puede notar, los estudios sobre el
desarrollo de la inteligencia no han dicho aún la última palabra, y ello
ante todo si se tiene en cuenta que los mismos se realizan a partir de
tests, hacia cuya construcción es justo guardar, por lo menos, una
relativa desconfianza científica.
¿Existe el deterioro de la inteligencia?
¿Cómo explicar el hecho de que la inteligencia
humana arribe a un determinado punto de desarrollo y se quede allí como
estancada, y ante todo cómo explicar su lento pero irreversible
deterioro, a medida que pasan los años? Por ahora no se tiene una
respuesta conclusiva. Puede ser que dicho estancamiento, por ejemplo,
se deba al desinterés del adulto por el tipo de tests aplicados para
medir su desarrollo intelectual. Puede ocurrir que se trate,
simplemente, de variación de la velocidad de las operaciones
intelectuales, lo cual no desmerecería el crecimiento de su capacidad.
Pero puede ser también que la inteligencia deje de crecer, a causa del
desuso que hacen de ella muchos adultos, al no esforzarse por elaborar
nuevos conceptos, juicios y raciocinios.
Cattel, por su parte, cree individuar en el
desarrollo intelectual del adulto, dos criterios que determinan su
fijación y deterioro. Según él, la inteligencia posee las aptitudes de
fluidez y de cristalización. La aptitud de fluidez de la inteligencia
está dada por la capacidad general del sujeto de discriminar y percibir
las relaciones existentes entre los varios elementos, a partir del final
de la adolescencia. Desde entonces comienza a actuar la aptitud
«cristalizadora» de la inteligencia, consistente en la formación de
hábitos mentales discriminatorios, por lo cual ciertas operaciones
mentales son preferidas a otras. Esto ocurre sin que se dé en el sujeto
una percepción sin la comprensión consciente del mismo
Por todo esto el término «deterioro» de la
inteligencia puede prestarse a una falsa interpretación, porque parece
indicar necesariamente un real déficit de la inteligencia del adulto,
frente a la del miro o del adolescente. Posiblemente, sin embargo, no se
trate de una decadencia del poder intelectual del adulto, sino más bien
de una transformación cualitativa de la misma, por lo cual pueda
disminuir su «fluidez» en ciertos sectores, mientras que en otros se ve
reforzada. Así sabemos que es propio del pensamiento del adulto
establecer una mayor objetividad en sus contenidos. Según esto la
inteligencia comienza a funcionar «adultamente», cuando el sujeto es
capaz de desprenderse de lo subjetivo y de los sentimientos, para pasar
a considerar las cosas en sí, independientemente de los «deseos» del
sujeto.
Las personas adultas están en aprendizaje continuo
El estudio del aprendizaje humano, para que dé sus
frutos en función de un mejoramiento del comportamiento del que aprende,
implica una serie de etapas que deben ser dilucidadas previamente, con
el objeto de poseer un punto de partida científico, capaz de servir de
base para la elaboración de una metodología coherente con la
personalidad del que aprende.
Diagnóstico de la personalidad del que aprende
Cada alumno adulto, posee su propia modalidad de
aprendizaje. Pero lo que conviene recalcar es la necesidad de que se
realice, al ingresar el alumno adulto en un centro educativo, un
diagnóstico, lo más completo posible, de su situación cultural y
nocional. La enseñanza de adultos debe partir necesariamente del acervo
de cultura y de conocimientos que traiga consigo cada uno de los
alumnos. De ello dependerá después, no sólo la graduación del contenido,
sino también la metodología que deberá ser empleada.
Especificar los cambios que deben producirse en quien aprende:
El proceso de aprendizaje tiene como objetivo
conducir al sujeto, desde un estado que se supone de incipiente
maduración, por lo menos en algún sector de referencia, hacia un estado
de mayor perfección en el mismo. Se trata pues, en términos generales,
del paso de un estado de «incompetencia o ignorancia», en un determinado
sector, al de competencia en el mismo. Los indicadores de que se está
produciendo un cambio son los siguientes:
Cambia de sus conductas variables a otras estables
y precisas.
Distingue los aspectos importantes de su
aprendizaje, de los que son periféricos, secundarios o hasta extraños a
su tema.
Elabora estrategias destinadas a solucionar nuevos
problemas que le salen al paso, de una manera cada vez más experta.
El sujeto se transforma lentamente en un experto.
El comportamiento del alumno que realmente aprende,
se vuelve cada vez más autosuficiente y autodidacta.
Si observamos en la conducta de un alumno estos
cambios que acabamos de acotar, podemos afirmar que el mismo está
«aprendiendo», es decir, convirtiéndose en un «experto» en el área de su
aprendizaje.
Evaluación como mejora de los resultados del aprendizaje
La evaluación está en función tanto del trabajo del
profesor como del alumno. Por lo tanto es tan equivocado el método
tradicional en el cual era evaluado sólo el alumno, producto o víctima
del mal método de su profesor, nunca evaluado. La evaluación debe estar
al servicio de una mejora, tanto de la metodología didáctica y de la
capacidad del profesor a enseñar, como del aprendizaje del alumno. La
evaluación debe ser un mero control, destinado no a condenar, sino a
mejorar el trabajo de profesores y de alumnos y en definitiva a lograr
que el aprendizaje sea cada vez más seguro, eficiente y económico. La
evaluación se halla pues, totalmente en función de la mejora de la
formación. Todo lo demás es erróneo. |
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Los centros de formación para adultos deben ser,
necesariamente, centros diferenciados. Ello implica que no pueden partir
de un Curriculum fijo y concebido a priori, como ocurre con las
primarias y secundarias. La enseñanza para adultos debe partir
necesariamente de las «situaciones de vida» en que se encuentran sus
alumnos. La «situación» del alumno, empero, se halla relacionada siempre
con su profesión o con una posible profesión. Además, «la orientación»
profesional o «la reorientación» de los que se hallan ya en actividad,
debe ser considerada cada vez más como una realidad social ineludible,
dentro del proceso de evolución socioeconómica acelerado, que
caracteriza nuestra época. «A un trabajo que cambia continuamente, debe
corresponder un perfeccionamiento continuo».
Este enfoque plantea a las instituciones de
educación de adultos, una serie de problemas muy distintos de los que se
daban clásicamente. Porque es sabido que en las instituciones de
educación de adultos de corte tradicional, el adulto concurría a
«aprender» en primer lugar lo que se le ofrecía, y no directamente lo
que él necesitaba aprender. La deserción de los centros de formación
para adultos es pues, una lógica consecuencia, pues a la mayoría de los
adultos no les queda tiempo sino para aprender lo que su «situación» les
exige.
La nueva didáctica del adulto, debe pues partir
necesariamente de la consideración de la «situación» específica
en que se encuentra el «alumno», que como sabemos es por definición una
«persona en situación». Según esto los factores que exigen el
cambio de una didáctica para los adultos son determinados por:
La naturaleza de la situación-problema, que impulsa
al adulto a recurrir a la formación. La misma puede ser de naturaleza
profesional, económica, cultural, social, etc.
La naturaleza del agente que toma a su cargo
satisfacer la necesidad del adulto. Tal puede ser la misma organización
industrial en la cual él trabaja, o el sindicato, o el Estado.
Una vez que se haya esclarecido el contenido de los
dos puntos anteriores, se deberá pasar a determinar la importancia del
curso que debe seguir el adulto, su duración, el grado de
obligatoriedad, el grado de compromiso exigido al alumno, los problemas
didácticos de la preparación del profesor, el método, horarios, etc.
Pero, para la elaboración de una nueva didáctica
del adulto, se debe partir del presupuesto de que el adulto, como
«alumno», es alguien que trae consigo el caudal de sus conocimientos y
de sus experiencias anteriores, y que el mismo puede ser muy valioso
como punto de partida y de enriquecimiento de su «situación». Por ello
la didáctica del adulto debe ser edificada sobre la base del capital
aportado por los alumnos, para recién después, en un segundo momento,
conducirlos a lo «nuevo». En esto, el profesor tendrá en cuenta que lo
nuevo que él ofrece puede provocar una fuerte resistencia, casi siempre
de tipo inconsciente, en sus alumnos, resistencia que él vencerá con
habilidad. Para ello, lo más aconsejable es el empleo de una metodología
activa. |