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Análisis transaccional en la educación

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez

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El puntero de don Honorato/Bibliografía


Educación y análisis transaccional Análisis estructural Análisis de las transacciones Los juegos Mejorar las relaciones
 

Educación y análisis transaccional


De modo permanente, la educación -tanto la actividad como la teoría pedagógica- se ha nutrido de los aportes provenientes de la psicología y la sociología, al menos desde que éstas se han constituido como campos científicos. La educación en nuestras sociedades actuales, occidentales, busca provocar una experiencia de la mejor calidad humana, una relación humana de la mejor calidad y riqueza. No todas las experiencias cuentan con similar calidad ni proveen de la misma riqueza o sustancia nutriente de la experiencia. No es lo mismo ser humillado por un profesor y burlado por los compañeros que realizar una tarea satisfactoria junto con los compañeros y merecer la aprobación del educador.

Existen relaciones humanas (en nuestro caso, entre educador y alumno) que permiten crecer, que enriquecen, que fomentan la autonomía y otras que impiden crecer, que disminuyen, que forman y mantienen personas dependientes. Habitualmente el educador actúa en una relación de tipo democrático. En la primera los puntos de contacto se han reducido al mínimo, por lo que por definición, podríamos decir resulta difícil alcanzar una experiencia rica. Experiencia es intercambio. Cuanto más puntos de contacto existan entre los sujetos más posibilidad de experiencia enriquecedora y más posibilidad de crecer.

La educación busca que el sujeto crezca, es decir, tenga experiencias de calidad humana positivas que lo hagan más rico en su conexión con el medio social.

Hace ya varios años, del campo de la Psicología y de la Psiquiatría proviene el Análisis Transaccional (A.T.) que se ha convertido en un aporte de fácil y conveniente inserción en el campo de la educación y en los intereses de los educadores, por cuanto, al estudiar las relaciones entre las personas (o transacciones) privilegia las que permiten un crecimiento humano sano y buscar eliminar aquellas que bloqueen tal crecimiento. Hay relaciones que son positivas y otras que son negativas.

El creador del Análisis Transaccional, Eric Berne, psiquiatra y psicoanalista, radicado en San Francisco, inicia sus publicaciones sobre el tema en 1957 cuando ya propone su esquema de la personalidad (Padre, Adulto, Niño) y lo denomina Análisis Estructural. El Análisis Transaccional es no sólo una «Teoría» de la persona en relación sino una técnica de tratamiento. Se diferencia del Psicoanálisis clásico tanto en los componentes teóricos que maneja como en la actitud respecto al cambio en la conducta. A Berne le importaba más curar que detenerse en el diagnóstico. Intenta perfilar una teoría de la persona más operativa y que supere las limitaciones conocidas de los tratamientos analíticos. Al respecto dice Kértesz: «El análisis transaccional asigna la mayor importancia a la segunda serie de factores (psicosociales, aprendizaje de conductas en la infancia, mensajes parentales) pero al mismo tiempo respeta la posibilidad de libertad, responsabilidad y cambios por parte del Adulto, si éste toma la decisión de hacerlo, sin considerar al hombre como un títere de sus instintos ni mantenerlo años acostado en un diván para explorar las fantasías de su Niño. Berne acuñó la frase: Cúrese primero, analícese después».

Y a la gente también le importa cambiar y comprobar que puede modificar sus conductas negativas mucho más que conocer las causas sin que por ello pase nada, o gastar el tiempo buscando explicaciones. La gente quiere estar bien ahora. El análisis transaccional traduce a un esquema conceptual simple y práctico ideas (que guardan cierta similitud pero también cierta distancia) consagradas por el psicoanálisis clásico. 

 

Análisis estructural


Berne, en el Análisis estructural -que es el primero y más difundido de los instrumentos o modos para entender y cambiar la conducta- sostiene que la estructura del Yo incluye tres estados (Padre, Adulto, Niño) y que uno actúa desde uno de ellos. Uno actúa con su Padre cuando su conducta es caracterizable como dominante, protectora, enseñante, normativa; con su Adulto cuando analiza, informa, calcula posibilidades y elige cursos de acción, y con el Niño cuando predominan las emociones y las necesidades biológicas. Esta tripartición no es un invento teórico, sostiene Berne, sino que es algo comprobable empíricamente, es verificable y repetible.

Todos -y el educador no es una excepción- nos disponemos a actuar desde uno de esos estados del yo, pero esos estados tienen notas positivas y negativas, por lo que con nuestra conducta negativa o positiva, desde tales estados, estamos invitando al otro a determinado sistema de respuesta. Un Padre perseguidor está fomentando un Niño rebelde, un Padre nutritivo invitará a responder con un Niño libre y creador.

El educador, en cada momento de su actuación, según actúe desde las diversas modalidades de su P, A, N., estimulará diferentes respuestas en sus alumnos y -lo que es más importante- obtendrá o hará surgir experiencias humanas de relación de diferentes calidad. Un educador que integra sanamente sus tres estados y transita de uno a otro en busca de los objetivos de la relación pedagógica, es decir, que con un Padre protector cubre el miedo al fracaso, la frustración o el riesgo, o el reconocimiento del alumno de su ignorancia, que con un Adulto sano suministra información sensata y realmente manejable, y que con un Niño no reprimido estimula la transferencia de lo aprendido a otros campos (el momento de la aplicación), resulta un educador ideal.

Podemos formular, con términos equivalentes de análisis transaccional el tipo de educador modelo. El educador que protege la indefensión del que no sabe, lo saca de ella mediante información que permita resolver problemas efectivamente y libera las capacidades que le permiten aplicarla a nuevas experiencias. Pero al mismo tiempo, como lo que se aprende es el medio («el medio es el mensaje») lo importante es que el educador al actuar así desarrolla en sus propios alumnos un Padre protector positivo, un Adulto sano y un Niño creador. 

Esta primera aproximación a la teoría nos brinda ya una idea de las posibilidades que el análisis transaccional -a través de un instrumento, el Análisis Estructural- puede ofrecer al campo de la educación. Al mismo tiempo nos orienta para calificar una gran cantidad de conductas y detectar su connotación positiva o limitante. Situaciones clásicas de la vida escolar como el profesor que hace temblar a sus alumnos en los exámenes, el educador que hace preguntas capciosas o presenta problemas con trampas, el que exige repetición de memoria, aquel «en cuya clase hacemos lo que queremos», el docente que con la libreta de calificaciones abierta pasea su mirada por la clase que se ha quedado muda, el otro que llena la pizarra de fórmulas sin que nadie, -a veces nos tememos que ni él- entienda, o el profesor que sorprende con pruebas y exámenes de improviso, son todas situaciones que hasta el momento eran muy familiares y conocidas pero de difícil categorización.

El análisis transaccional nos permite clasificarlas, categorizarlas, asignarlas a un estado del yo y -lo importante- detectar lo que tienen de negativo y obviamente la forma de su corrección.

Si los alumnos también saben de análisis transaccional pueden responder con una conducta sana en lugar de aquella postulada por un estado del yo negativo. También podríamos hacer una lista similar a la anterior pero de conductas de los alumnos, por cuanto ellos también actúan desde uno de los tres estados del yo.

 

Análisis de las transacciones


El Análisis Transaccional cuenta con otros instrumentos, además del Análisis Estructural que se ha mencionado esquemáticamente, como el Análisis de Transacciones y la Teoría de los Juegos, entre otros. El Análisis Estructural se remite a lo intrapersonal; analiza los estados del sujeto en los que éste se encuentra habitualmente.

El Análisis Transaccional se refiere a lo interpersonal, a las transacciones, las relaciones entre dos personas, donde la conducta de una actúa como estímulo que provoca la respuesta de la otra. Eso es una transacción.

Las transacciones pueden ser complementarias (cuando la respuesta se efectúa con el estado del yo con el que actuó con el mensaje; si uno emitió desde su Padre y el otro responde con el niño) o pueden ser cruzadas (cuando se responde con un estado diferente del que fue requerido: si el Adulto envía el mensaje al Adulto y responde el Niño del otro). Las transacciones cruzadas enturbian o bloquean las relaciones mientras que las complementarias, por facilitar la comunicación, resultan las sanas o normales.

Un alumno puede preguntar por qué razón pasa tal cosa y el profesor responderle con las razones o la información que él conoce o puede quizá responderle con un «deja de molestar con esas preguntas» o «nunca vas a entender lo que te explican».

El Adulto del alumno estuvo buscando al Adulto del educador y pudo haberlo encontrado en la información o pudo haberse topado con un Padre no precisamente positivo. La relación se cruza y los dos se sienten a disgusto. En términos pedagógicos, es una experiencia negativa que produce un aprendizaje limitador, porque sin duda algo se aprende: no hacer más preguntas al profesor aunque uno no entienda. 

También con este instrumento, el análisis transaccional permite categorizar gran número de conductas que tienen lugar en el aula, (por ejemplo, en seis tipos de transacciones cruzadas que abarcan hasta 72 intercambios distintos). Existen además transacciones denominadas ulteriores que tienen un nivel aparente o visible o social y un nivel oculto o psicológico.

El mensaje parte de dos estados del yo del emisor y es respondido por otros dos estados del yo del receptor. «Mañana, examen» dice el profesor; puede ser entendida como una relación Adulto-Adulto en el nivel visible, pero también puede tener una connotación no visible Padre-Niño o Niño-Padre. Sobre la base de las transacciones surgen los «juegos».

 

Los juegos


A todos nos resultan familiares ciertos fenómenos que son clásicos en la vida estudiantil o escolar: a ciertos profesores hay que tratarlos de un modo especial, con ellos hay ciertos mecanismos, especialmente situaciones o diálogos que se repiten, que empiezan generalmente de un modo determinado, siguen un curso previsible y terminan con un resultado generalmente igual.

Los juegos son modos de no estar -más que aparentemente- en el estado de Adulto y hacen ingresar en circuitos de conducta que circulan por los estados de Niño y Padre en sus aspectos negativos generalmente, para terminar finalmente ambas partes en una emoción no auténtica, aprendida en la infancia como modo de resolver o terminar con una situación o problema (rabia o rabieta, culpa, depresión, berrinche, enojo, burla, saña).

Por ser modos inauténticos de enfrentar un problema, los juegos se repiten en forma cerrada o circular. Una experiencia reiterativa que desemboca en una emoción no sana, no es estrictamente una experiencia de valor educativo, máxime cuando implica haber abandono el plano de la madurez o responsabilidad del Adulto.

Se puede ir concluyendo que el educador puede, provechosamente, con el conocimiento y la aplicación de los aportes del análisis transaccional mejorar en buena medida su relación con los alumnos, permitiéndoles (y permitiéndose) un crecimiento personal positivo, al mismo tiempo que se permite a sí mismo un mejor ajuste interno.

El educador «transaccionalmente» sano o adecuado es el que responde con el estado del yo más ajustado a las circunstancias - que al alumno que solicita ayuda le responde con un Padre nutritivo, que a la demanda de información ofrece un Adulto organizado, y que moviliza su propio Niño para aumentar la creatividad de los alumnos y sus sanas emociones.

 

El análisis transaccional sirve para mejorar las relaciones


El análisis transaccional permite categorizar relaciones y conocer con bastante precisión el tipo y la calidad de la relación que está dándose en un momento concreto. Más allá de brindar un esquema interpretativo general, permite conocer -mediante sus categorías- lo que está sucediendo y en el momento en que sucede y permite reorientar el curso de acción.

Es comprobable empíricamente y es sabido corrientemente que existen diferentes experiencias de aprender, o circuitos de conductas de aprendizaje variados: hay quienes aprenden con rabia, quienes necesitan miedo para aprender, o angustia; otros tienen su experiencia de aprender con alegría, hay quienes aprenden desvalorizando al otro y otros lo hacen con creatividad. En fin, hay otros que no aprenden.

El Análisis Transaccional puede ayudarnos a distinguir entre formas sanas y formas negativas de aprender. Y lo que es más puede indicarnos caminos de corrección para la modificación de nuestras conductas.

 

Bibliografía básica.


Berne, E . (1964): «Juegos en que participamos». Diana. Méjico

Kertestz: «Análisis transaccional integrado». Ippen‑ Buenos Aires

 

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez