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Introducción a la publicación de viñetas sobre El
Lazarillo de Tormes Introducción. Inicio
por fin mis aventuras con “El lazarillo de Tormes”, que me volvió a
subyugar, y comencé a dibujar. Aspiro a que quienes vean mis
dibujos, montados sobre fotos mías, lean el texto que acompaña, de
un autor anónimo, y cuyas ediciones más antiguas datan de 1550, en
pleno siglo XVI. Quiero trasmitir mi entusiasmo por el texto, que se
disfrute de las peripecias ocurridas a un niño desvalido que se va
haciendo joven, que se convierte en modelo indiscutible de la
picaresca, con personajes de un relato lleno de sorpresas, el ciego,
el mosén, el fraile, el alguacil, y otros que irán saliendo a la
luz. Unos textos magníficos, que presentan una dura e irónica
crítica social del momento, y unas viñetas montadas sobre fotos que
he ido haciendo durante años en las zonas en que se supone se
desarrollan los hechos. Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0001. Del tratado 1 del Lazarillo de Tormes. . De
cómo Lázaro, ya mayor, inicia su narración en la que cuenta “su vida
y cúyo hijo fue”. “Pues sepa Vuestra
Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de
Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de
Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual
causa tomé el sobrenombre; y fue de esta manera: mi padre, que Dios
perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña que está
ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y,
estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el
parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nacido
en el río.
Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi
padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a
moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y no negó, y padeció
persecución por justicia. Espero en Dios que está en la gloria, pues
el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo
cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre (que a la
sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho), con cargo de
acemilero de un caballero que allá fue. Y con su señor, como leal
criado, feneció su vida.”
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez
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0002. Del tratado 1 del Lazarillo de Tormes.
«¡Cuántos debe de haber en el mundo que huyen de otros porque no se
ven a sí mismos!». De cómo Lázaro, huérfano, aceptó por hambre a su
padrastro y cuidó de su hermano negrito.
“Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se
viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno de ellos, y
vínose a vivir a la ciudad y alquiló una casilla y metióse a guisar
de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de
caballos del comendador de la Magdalena, de manera que fue
frecuentando las caballerizas.
Ella y un hombre moreno de aquellos que las
bestias curaban vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se
venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día
llegaba a la puerta en achaque de comprar huevos, y entrábase en
casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y habíale
miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas, de que vi que con
su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre
traía pan, pedazos de carne y en el invierno leños a que nos
calentábamos.
De manera que, continuando la posada y
conversación, mi madre vino a darme un negrito muy bonito, el cual
yo brincaba y ayudaba a calentar. Y acuérdome que, estando el negro
de mi padrastro trebejando con el mozuelo, como el niño vía a mi
madre y a mí blancos y a él no, huía de él, con miedo, para mi
madre, y, señalando con el dedo, decía: -¡Madre, coco!
Respondió él riendo: -¡Hideputa!
Yo, aunque bien mochacho, noté aquella palabra de
mi hermanico, y dije entre mí: «¡Cuántos debe de haber en el mundo
que huyen de otros porque no se ven a sí mismos!».
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0003. Del tratado 1 del Lazarillo de Tormes. “No
nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los
pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro
tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto”. De cómo
la justicia pringó al padrastro de Lázaro.
Quiso nuestra fortuna que la conversación del Zaide,
que así se llamaba, llegó a oídos del mayordomo, y, hecha pesquisa,
hallóse que la mitad por medio de la cebada, que para las bestias le
daban, hurtaba, y salvados, leña, almohazas, mandiles, y las mantas
y sábanas de los caballos hacía perdidas; y, cuando otra cosa no
tenía, las bestias desherraba, y con todo esto acudía a mi madre
para criar a mi hermanico. No nos maravillemos de un clérigo ni
fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus
devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el
amor le animaba a esto.
Y probósele cuanto digo, y aún más; porque a mí
con amenazas me preguntaban, y, como niño, respondía y descubría
cuanto sabía con miedo: hasta ciertas herraduras que por mandado de
mi madre a un herrero vendí.
Al triste de mi padrastro azotaron y pringaron, y
a mi madre pusieron pena por justicia, sobre el acostumbrado
centenario, que en casa del sobredicho comendador no entrase ni al
lastimado Zaide en la suya acogiese.
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0004. Del tratado 1 del Lazarillo de Tormes. “y
que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano”.
De cómo un ciego entra en la vida de Lázaro.
Por no echar la soga tras el caldero, la triste se
esforzó y cumplió la sentencia. Y, por evitar peligro y quitarse de
malas lenguas, se fue a servir a los que al presente vivían en el
mesón de la Solana; y allí, padeciendo mil importunidades, se acabó
de criar mi hermanico hasta que supo andar, y a mí hasta ser buen
mozuelo, que iba a los huéspedes por vino y candelas y por lo demás
que me mandaban.
En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole
que yo sería para adestrarle, me pidió a mi madre, y ella me
encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el cual,
por ensalzar la fe, había muerto en la de los Gelves, y que ella
confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le
rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él
respondió que así lo haría y que me recibía, no por mozo, sino por
hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0005. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“-Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te
guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto; válete por ti” De
cómo su madre despide entre lágrimas a Lázaro.
Como estuvimos en Salamanca algunos días,
pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento,
determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver
a mi madre, y, ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
-Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te
guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto; válete por ti.
Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0006. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
«Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo
soy, y pensar cómo me sepa valer». De cómo Lázaro aprende de la vida
al toparse de forma lastimosa con un verraco.
Salimos de Salamanca, y, llegando a la puente,
está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma
de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí
puesto, me dijo:
-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran
ruido dentro de él.
Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como
sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y
diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres
días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
-Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha
de saber más que el diablo.
Y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la
simpleza en que, como niño, dormido estaba. Dije entre mí: «Verdad
dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y
pensar cómo me sepa valer».
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0007. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“Cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos, y dejarse
bajar siendo altos cuánto vicio”. De cómo Lázaro se fue adiestrando
con un ciego. Comenzamos nuestro camino,
y en muy pocos días me mostró jerigonza. Y, como me viese de buen
ingenio, holgábase mucho y decía:
-Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos
para vivir muchos te mostraré.
Y fue así, que, después de Dios, éste me dio la
vida, y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir.
Huelgo de contar a Vuestra Merced estas niñerías,
para mostrar cuánta virtud sea saber los hombres subir siendo bajos,
y dejarse bajar siendo altos cuánto vicio.
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0008. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“Tenía otras mil formas y maneras para sacar el dinero. De cómo el
ciego utilizaba todas sus artes para ganar sus dineros.
Pues, tornando al bueno de mi ciego y contando sus
cosas, Vuestra Merced sepa que, desde que Dios crió el mundo,
ninguno formó más astuto ni sagaz. En su oficio era un águila:
ciento y tantas oraciones sabía de coro; un tono bajo, reposado y
muy sonable, que hacía resonar la iglesia donde rezaba; un rostro
humilde y devoto, que, con muy buen continente, ponía cuando rezaba,
sin hacer gestos ni visajes con boca ni ojos, como otros suelen
hacer.
Allende de esto, tenía otras mil formas y maneras
para sacar el dinero. Decía saber oraciones para muchos y diversos
efectos: para mujeres que no parían; para las que estaban de parto;
para las que eran malcasadas, que sus maridos las quisiesen bien.
Echaba pronósticos a las preñadas si traían hijo o hija. Pues en
caso de medicina decía que Galeno no supo la mitad que él para
muelas, desmayos, males de madre. Finalmente, nadie le decía padecer
alguna pasión, que luego no le decía:
-Haced esto, haréis esto otro, cosed tal yerba,
tomad tal raíz.
Con esto andábase todo el mundo tras él,
especialmente mujeres, que cuanto les decía creían. De éstas sacaba
él grandes provechos con las artes que digo, y ganaba más en un mes
que cien ciegos en un año.
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0009. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“Con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan avariento ni mezquino
hombre no vi”. De cómo Lázaro con artimañas consigue alimentos.
Mas también quiero que sepa Vuestra Merced que,
con todo lo que adquiría y tenía, jamás tan avariento ni mezquino
hombre no vi; tanto, que me mataba a mí de hambre, y así no me
demediaba de lo necesario. Digo verdad: si con mi sutileza y buenas
mañas no me supiera remediar, muchas veces me finara de hambre; mas,
con todo su saber y aviso, le contaminaba de tal suerte que siempre,
o las más veces, me cabía lo más y mejor. Para esto le hacía burlas
endiabladas, de las cuales contaré algunas, aunque no todas a mi
salvo.
Él traía el pan y todas las otras cosas en un
fardel de lienzo, que por la boca se cerraba con una argolla de
hierro y su candado y llave; y al meter de todas las cosas y
sacallas, era con tanta vigilancia y tan por contadero, que no
bastara todo el mundo a hacerle menos una migaja. Mas yo tomaba
aquella lacería que él me daba, la cual en menos de dos bocados era
despachada. Después que cerraba el candado y se descuidaba, pensando
que yo estaba entendiendo en otras cosas, por un poco de costura,
que muchas veces del un lado del fardel descosía y tornaba a coser,
sangraba el avariento fardel, sacando, no por tasa pan, más buenos
pedazos, torreznos y longaniza. Y así, buscaba conveniente tiempo
para rehacer, no la chaza, sino la endiablada falta que el mal ciego
me faltaba.
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0010. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
-¿Qué diablo es esto, que, después que conmigo estás, no me dan sino
medias blancas, y de antes una blanca y un maravedí hartas veces me
pagaban?. De cómo el ciego desconfía de las argucias de Lázaro.
“Todo lo que podía sisar y hurtar traía en medias
blancas, y, cuando le mandaban rezar y le daban blancas, como él
carecía de vista, no había el que se la daba amagado con ella,
cuando yo la tenía lanzada en la boca y la media aparejada, que, por
presto que él echaba la mano, ya iba de mi cambio aniquilada en la
mitad del justo precio. Quejábaseme el mal ciego, porque al tiento
luego conocía y sentía que no era blanca entera, y decía:
-¿Qué diablo es esto, que, después que conmigo
estás, no me dan sino medias blancas, y de antes una blanca y un
maravedí hartas veces me pagaban? En ti debe estar esta desdicha.
También él abreviaba el rezar y la mitad de la
oración no acababa, porque me tenía mandado que, en yéndose el que
la mandaba rezar, le tirase por cabo del capuz. Yo así lo hacía.
Luego él tornaba a dar voces diciendo:
-¿Mandan rezar tal y tal oración? -como suelen
decir.”
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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0011. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes. De
cómo Lázaro se las ingenia para beber del vino del ciego. “Chupando
el vino, lo dejaba a buenas noches”.
Usaba poner cabe sí un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de
presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su
lugar. Mas duróme poco, que en los tragos conocía la falta, y, por
reservar su vino a salvo, nunca después desamparaba el jarro, antes
lo tenía por el asa asido. Mas no había piedra imán que así trajese
a sí como yo con una paja larga de centeno que para aquel menester
tenía hecha, la cual, metiéndola en la boca del jarro, chupando el
vino, lo dejaba a buenas noches. Mas, como fuese el traidor tan
astuto, pienso que me sintió, y dende en adelante mudó propósito y
asentaba su jarro entre las piernas y atapábale con la mano, y así
bebía seguro.
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
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0012. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes. De
cómo los ingenios de Lázaro para sorber el vino del ciego tienen sus
más y sus menos. “Lavóme con vino las roturas que con los pedazos
del jarro me había hecho”. Yo, como
estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la
paja no me aprovechaba ni valía, acordé en el suelo del jarro
hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y, delicadamente, con una
muy delgada tortilla de cera, taparlo; y, al tiempo de comer,
fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a
calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y, al calor de ella
luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla
a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía, que maldita
la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada.
Espantábase, maldecíase, daba al diablo el jarro y el vino, no
sabiendo qué podía ser.
-No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues
no le quitáis de la mano.
Tantas vueltas y tientos dio al jarro, que halló
la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo
hubiera sentido.
Y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no
pensando el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me
sentía, sentéme como solía; estando recibiendo aquellos dulces
tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por
mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora
tenía tiempo de tomar de mí venganza, y con toda su fuerza, alzando
con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejó caer sobre mi
boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el
pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras
veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el
cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.
Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de
sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me
metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró
los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé.
Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y,
aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había
holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los
pedazos del jarro me había hecho, y, sonriéndose, decía:
-¿Qué te parece Lázaro? Lo que te enfermó te sana
y da salud -y otros donaires que a mi gusto no lo eran.
Dibujos y fotos de Enrique Martínez-Salanova
Sánchez |
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013. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“Castigadlo, castigadlo, sin causa ni razón me hería, dándome
coscorrones y repelándome”. De cómo el ciego maltrata a Lázaro.
Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y
cardenales, considerando que, a pocos golpes tales, el cruel ciego
ahorraría de mí, quise yo ahorrar de él; mas no lo hice tan presto,
por hacello más a mi salvo y provecho. Y aunque yo quisiera asentar
mi corazón y perdonalle el jarrazo, no daba lugar el maltratamiento
que el mal ciego dende allí adelante me hacía, que sin causa ni
razón me hería, dándome coscorrones y repelándome.
Y si alguno le decía por qué me trataba tan mal,
luego contaba el cuento del jarro, diciendo:
-¿Pensaréis que este mi mozo es algún inocente?
Pues oíd si el demonio ensayara otra tal hazaña.
Santiguándose los que lo oían, decían:
-¡Mirad quién pensara de un muchacho tan pequeño
tal ruindad!
Y reían mucho el artificio y decíanle:
-¡Castigadlo, castigadlo, que de Dios lo habréis!
Y él, con aquello, nunca otra cosa hacía.
Selección, viñeta y foto de Enrique Martínez
Salanova Sánchez |
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014. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“Holgábame a mí de quebrar un ojo por quebrar dos al que ninguno
tenía”. De cómo Lázaro guía al ciego por los peores caminos
posibles. Y en esto yo siempre le
llevaba por los peores caminos, y adrede, por hacerle mal y daño; si
había piedras, por ellas; si lodo, por lo más alto; que, aunque yo
no iba por lo más enjuto, holgábame a mí de quebrar un ojo por
quebrar dos al que ninguno tenía. Con esto, siempre con el cabo alto
del tiento me atentaba el colodrillo, el cual siempre traía lleno de
tolondrones y pelado de sus manos. Y, aunque yo juraba no hacerlo
con malicia, sino por no hallar mejor camino, no me aprovechaba ni
me creía, mas tal era el sentido y el grandísimo entendimiento del
traidor.
Selección, viñeta y foto de Enrique Martínez
Salanova Sánchez |
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015. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y yo otra, con
tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva”. De cómo
Lázaro come las uvas de tres e tres.
Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox al tiempo que
cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo de ellas en
limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados, y también porque
la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en
la mano. Para echarlo en el fardel, tornábase mosto, y lo que a él
se llegaba. Acordó de hacer un banquete, así por no poder llevarlo,
como por contentarme, que aquel día me había dado muchos rodillazos
y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:
-Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad,
y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hayas de él tanta
parte como yo. Partillo hemos de esta manera: tú picarás una vez y
yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva.
Yo haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá
engaño.
Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al
segundo lance, el traidor mudó propósito, y comenzó a tomar de dos
en dos, considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él
quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aún
pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía.
Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano, y,
meneando la cabeza, dijo:
-Lázaro, engañado me has. Juraré yo a Dios que has
tú comido las uvas tres a tres.
-No comí -dije yo-; mas ¿por qué sospecháis eso?
Respondió el sagacísimo ciego:
-¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En
que comía yo dos a dos y callabas. A lo cual yo no respondí.
Viñeta y foto de Enrique Martínez Salanova Sánchez |
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016. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“Púsome el demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen
decir, hace al ladrón”. De cómo Lázaro procede con una longaniza y
un nabo. Mas, por no ser prolijo, dejo
de contar muchas cosas, así graciosas como de notar, que con este mi
primer amo me acaecieron, y quiero decir el despidiente y, con él,
acabar.
Estábamos en Escalona, villa del duque de ella, en
un mesón, y diome un pedazo de longaniza que le asase. Ya que la
longaniza había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí
de la bolsa y mandó que fuese por él de vino a la taberna. Púsome el
demonio el aparejo delante los ojos, el cual, como suelen decir,
hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño,
larguillo y ruinoso, y tal que, por no ser para la olla, debió ser
echado allí. Y como al presente nadie estuviese, sino él y yo solos,
como me vi con apetito goloso, habiéndoseme puesto dentro el sabroso
olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar,
no mirando qué me podría suceder, pospuesto todo el temor por
cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el
dinero, saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en
el asador, el cual, mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y
comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que, de ser
cocido, por sus deméritos había escapado. Yo fui por el vino, con el
cual no tardé en despachar la longaniza y, cuando vine, hallé al
pecador del ciego que tenía entre dos rebanadas apretado el nabo, al
cual aún no había conocido por no haberlo tentado con la mano. Como
tomase las rebanadas y mordiese en ellas pensando también llevar
parte de la longaniza, hallóse en frío con el frío nabo. Alteróse y
dijo:
-¿Qué es esto, Lazarillo?
-¡Lacerado de mí! -dije yo-. ¿Si queréis a mí
echar algo? ¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí y por
burlar haría esto.
-No, no -dijo él-, que yo no he dejado el asador
de la mano; no es posible.
Selección de texto y dibujos de Enrique
Martínez-Salanova |
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017. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes. “Su
nariz y la negra mal mascada longaniza a un tiempo salieron de mi
boca”. De cómo el ciego se dispuso a descubrir lo que sospechaba.
Yo torné a jurar y perjurar que estaba libre de aquel
trueco y cambio; mas poco me aprovechó, pues a las astucias del
maldito ciego nada se le escondía. Levantóse y asióme por la cabeza
y llegóse a olerme. Y como debió sentir el huelgo, a uso de buen
podenco, por mejor satisfacerse de la verdad, y con la gran agonía
que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su
derecho y desatentadamente metía la nariz. La cual él tenía luenga y
afilada, y a aquella sazón, con el enojo, se había aumentado un
palmo; con el pico de la cual me llegó a la golilla.
Y con esto, y con el gran miedo que tenía, y con
la brevedad del tiempo, la negra longaniza aún no había hecho
asiento en el estómago; y lo más principal: con el destiento de la
cumplidísima nariz, medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se
juntaron y fueron causa que el hecho y golosina se manifestase y lo
suyo fuese vuelto a su dueño. De manera que, antes que el mal ciego
sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estómago, que
le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra mal
mascada longaniza a un tiempo salieron de mi boca.
Selección de texto y dibujos de Enrique
Martínez-Salanova. Foto de internet. |
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018. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes.
“Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis
desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como
de la del racimo, y agora de lo presente”. De cómo el ciego
descubrió el engaño de Lázaro y los quebrantos que luego sucedieron.
¡Oh gran Dios, quién estuviera aquella hora
sepultado, que muerto ya lo estaba! Fue tal el coraje del perverso
ciego, que, si al ruido no acudieran, pienso no me dejara con la
vida. Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos
pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y
la garganta. Y esto bien lo merecía, pues por su maldad me venían
tantas persecuciones.
Contaba el mal ciego a todos cuantos allí se allegaban mis
desastres, y dábales cuenta una y otra vez, así de la del jarro como
de la del racimo, y agora de lo presente. Era la risa de todos tan
grande, que toda la gente que por la calle pasaba entraba a ver la
fiesta; mas con tanta gracia y donaire contaba el ciego mis hazañas,
que, aunque yo estaba tan maltratado y llorando, me parecía que
hacía sinjusticia en no reírselas.
Hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí
estaban, y, con el vino que para beber le había traído, laváronme la
cara y la garganta. Sobre lo cual discantaba el mal ciego donaires,
diciendo:
-Por verdad, más vino me gasta este mozo en
lavatorios al cabo del año, que yo bebo en dos. A lo menos, Lázaro,
eres en más cargo al vino que a tu padre, porque él una vez te
engendró, mas el vino mil te ha dado la vida.
Y luego contaba cuántas veces me había
descalabrado y arpado la cara, y con vino luego sanaba.
-Yo te digo -dijo- que, si hombre en el mundo ha
de ser bienaventurado con vino, que serás tú.
Y reían mucho los que me lavaban con esto, aunque
yo renegaba. Mas el pronóstico del ciego no salió mentiroso, y
después acá muchas veces me acuerdo de aquel hombre, que sin duda
debía tener espíritu de profecía, y me pesa de los sinsabores que le
hice, aunque bien se lo pagué, considerando lo que aquel día me dijo
salirme tan verdadero como adelante Vuestra Merced oirá.
Selección de texto y dibujos de Enrique
Martínez-Salanova. Foto de internet. |
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019. Del tratado 1 de El Lazarillo de Tormes. “Aun
apenas lo había acabado de decir, cuando se abalanza el pobre ciego
como cabrón y de toda su fuerza arremete”. De cómo el niño hace
saltar al ciego para con mala fortuna para él y mofa y ludibrio para
Lázaro. Visto esto y las malas burlas
que el ciego burlaba de mí, determiné de todo en todo dejalle, y,
como lo traía pensado y lo tenía en voluntad, con este postrer juego
que me hizo afirmélo más. Y fue así que luego otro día salimos por
la villa a pedir limosna, y había llovido mucho la noche antes; y
porque el día también llovía, y andaba rezando debajo de unos
portales que en aquel pueblo había, donde no nos mojamos, mas como
la noche se venía y el llover no cesaba, díjome el ciego:
-Lázaro, esta agua es muy porfiada, y cuanto la
noche más cierra, más recia. Acojámonos a la posada con tiempo.
Para ir allá habíamos de pasar un arroyo, que con la mucha agua iba
grande. Yo le dije:
-Tío, el arroyo va muy ancho; mas si queréis, yo
veo por donde travesemos más aína sin mojarnos, porque se estrecha
allí mucho y, saltando, pasaremos a pie enjuto.
Parecióle buen consejo y dijo:
-Discreto eres, por esto te quiero bien; llévame a
ese lugar donde el arroyo se ensangosta, que agora es invierno y
sabe mal el agua, y más llevar los pies mojados.
Yo que vi el aparejo a mi deseo, saquéle de bajo
de los portales y llevélo derecho de un pilar o poste de piedra que
en la plaza estaba, sobre el cual y sobre otros cargaban saledizos
de aquellas casas, y dígole:
-Tío, éste es el paso más angosto que en el arroyo
hay.
Como llovía recio y el triste se mojaba, y con la
priesa que llevábamos de salir del agua, que encima de nos caía, y,
lo más principal, porque Dios le cegó aquella hora el entendimiento
(fue por darme de él venganza), creyóse de mí, y dijo:
-Ponme bien derecho y salta tú el arroyo.
Yo le puse bien derecho enfrente del pilar, y doy
un salto y póngome detrás del poste, como quien espera tope de toro,
y díjele:
-¡Sus, saltad todo lo que podáis, porque deis de
este cabo del agua!
Aun apenas lo había acabado de decir, cuando se
abalanza el pobre ciego como cabrón y de toda su fuerza arremete,
tomando un paso atrás de la corrida para hacer mayor salto, y da con
la cabeza en el poste, que sonó tan recio como si diera con una gran
calabaza, y cayó luego para atrás medio muerto y hendida la cabeza.
-¿Cómo, y olisteis la longaniza y no el poste?
¡Oled! ¡Oled! -le dije yo.
Selección de texto, dibujos y foto de Enrique
Martínez-Salanova. |
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020. Donde finaliza el tratado 1 de El Lazarillo
de Tormes. De cómo Lázaro dejó atrás al ciego y entró en otros
derroteros. Y dejéle en poder de mucha
gente que lo había ido a socorrer, y tomo la puerta de la villa en
los pies de un trote, y, antes de que la noche viniese, di conmigo
en Torrijos. No supe más lo que Dios de él hizo ni curé de saberlo.
Selección de texto, dibujos y foto de Enrique
Martínez-Salanova. |
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021. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Escapé del trueno y di en el relámpago”. Cómo Lázaro se asentó con
un clérigo, y de las cosas que con él pasó.
Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a
un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un
clérigo, que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar
a misa. Yo dije que sí, como era verdad; que, aunque maltratado, mil
cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una de ellas fue
ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo.
Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era
el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la misma
avaricia, como he contado. No digo más, sino que toda la lacería del
mundo estaba encerrada en éste: no sé si de su cosecha era o lo
había anejado con el hábito de clerecía.
Selección de texto, dibujos y foto de Enrique
Martínez-Salanova. |
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022. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“-Toma y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar”. De cómo Lázaro
pasaba hambre con el clérigo. Él tenía
un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con un
agujeta del paletoque. Y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su
mano era luego allí lanzado y tornada a cerrar el arca. Y en toda la
casa no había ninguna cosa de comer, como suele estar en otras algún
tocino colgado al humero, algún queso puesto en alguna tabla o en el
armario, algún canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa
sobran; que me parece a mí que, aunque de ello no me aprovechara,
con la vista de ello me consolara.
Solamente había una horca de cebollas, y tras la llave, en una
cámara en lo alto de la casa. De éstas tenía yo de ración una para
cada cuatro días, y, cuando le pedía la llave para ir por ella, si
alguno estaba presente, echaba mano al falsopeto y con gran
continencia la desataba y me la daba diciendo:
-Toma y vuélvela luego, y no hagáis sino
golosinar.
Como si debajo de ella estuvieran todas las
conservas de Valencia, con no haber en la dicha cámara, como dije,
maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un clavo. Las
cuales él tenía tan bien por cuenta, que, si por malos de mis
pecados me desmandara a más de mi tasa, me costara caro. Finalmente,
yo me finaba de hambre.
Selección de texto, dibujos y montaje de Enrique
Martínez-Salanova. La foto es de internet. |
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023. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Pues ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba más”. De cómo
mientras el clérigo comía a dos carrillos Lázaro se moría de hambre.
Pues ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba
más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar.
Verdad es que partía conmigo del caldo, que de la carne ¡tan blanco
el ojo!, sino un poco de pan, y ¡pluguiera a Dios que me demediara!
Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y enviábame
por una, que costaba tres maravedís. Aquélla le cocía, y comía los
ojos y la lengua y el cogote y sesos y la carne que en las quijadas
tenía, y dábame todos los huesos roídos, y dábamelos en el plato,
diciendo:
-Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo.
Mejor vida tienes que el Papa.
«¡Tal te la dé Dios!» -decía yo paso entre mí.
A cabo de tres semanas que estuve con él vine a
tanta flaqueza, que no me podía tener en las piernas de pura hambre.
Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y mi saber no me
remediaran. Para usar de mis mañas no tenía aparejo, por no tener en
qué dalle salto. Y, aunque algo hubiera, no podía cegalle, como
hacía al que Dios perdone (si de aquella calabazada feneció), que
todavía, aunque astuto, con faltalle aquel preciado sentido, no me
sentía; mas estotro, ninguno hay que tan aguda vista tuviese como él
tenía.
Selección de texto, dibujos y montaje de Enrique
Martínez-Salanova. |
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024. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por
esto yo no me desmando como otros”. De la vigilancia que el clérigo
hacia sobre los dineros recibidos en la misa.
Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la
concha caía, que no era de él registrada: el un ojo tenía en la
gente y el otro en mis manos. Bailábanle los ojos en el casco como
si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta, y,
acabado el ofrecer, luego me quitaba la concha y la ponía sobre el
altar.
No era yo señor de asirle una blanca todo el
tiempo que con él viví, o, por mejor decir, morí. De la taberna
nunca le traje una blanca de vino; mas aquel poco que de la ofrenda
había metido en su arcaz compasaba de tal forma que le duraba toda
la semana.
Y por ocultar su gran mezquindad, decíame:
-Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy
templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como
otros.
Selección de texto, dibujos y foto de Enrique
Martínez-Salanova. |
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025. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Porque en todo el tiempo que allí estuve, que serían casi seis
meses, solas veinte personas fallecieron”. De cómo Lázaro deseaba a
los muertos pues a cuenta de ellos comía algo.
Mas el lacerado mentía falsamente, porque en
cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y
bebía más que un saludador.
Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que
jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces. Y esto era
porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que
cada día matase el suyo. Y cuando dábamos sacramento a los enfermos,
especialmente la extremaunción, como manda el clérigo rezar a los
que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con
todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que le echase a
la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le
llevase de aqueste mundo.
Y cuando alguno de éstos escapaba, ¡Dios me lo
perdone!, que mil veces le daba al diablo; y el que se moría, otras
tantas bendiciones llevaba de mí dichas. Porque en todo el tiempo
que allí estuve, que serían casi seis meses, solas veinte personas
fallecieron, y éstas bien creo que las maté yo, o, por mejor decir,
murieron a mi recuesta; porque, viendo el Señor mi rabiosa y
continua muerte, pienso que holgaba de matarlos por darme a mí vida.
Mas de lo que al presente padecía, remedio no hallaba; que, si el
día que enterrábamos yo vivía, los días que no había muerto, por
quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cotidiana hambre,
más lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la
muerte, que yo también para mí, como para los otros deseaba algunas
veces; mas no la veía, aunque estaba siempre en mí.
Selección de texto, dibujos y foto de Enrique
Martínez-Salanova. |
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026. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo”. De cómo Lázaro no
se atreve a buscar otro amo por no llegar a más penurias.
Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo; mas
por dos cosas lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis
piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me venía; y la
otra, consideraba y decía: «Yo he tenido dos amos: el primero
traíame muerto de hambre y, dejándole, topé con este otro, que me
tiene ya con ella en la sepultura; pues si de éste desisto y doy en
otro más bajo, ¿qué será, sino fenecer?». Con esto no me osaba
menear, porque tenía por fe que todos los grados había de hallar más
ruines. Y a abajar otro punto, no sonara Lázaro ni se oyera en el
mundo.´
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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027. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Cuando no me cato, veo en figura de panes, como dicen, la cara de
Dios dentro del arcaz”. De cómo un calderero abre el arcón del
clérigo. Pues estando en tal aflicción,
cual plega al Señor librar de ella a todo fiel cristiano, y sin
saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el
cuitado, ruin y lacerado de mi amo había ido fuera del lugar,
llegóse acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue
ángel enviado a mí por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme
si tenía algo que adobar.
«En mí teníades bien que hacer, y no haríades
poco, si me remediásedes» -dije paso, que no me oyó.
Mas, como no era tiempo de gastarlo en decir
gracias, alumbrado por el Espíritu Santo, le dije:
-Tío, una llave de este arcaz he perdido, y temo
mi señor me azote. Por vuestra vida, veáis si en ésas que traéis hay
alguna que le haga, que yo os lo pagaré.
Comenzó a probar el angélico calderero una y otra
de un gran sartal que de ellas traía, y yo ayudalle con mis flacas
oraciones. Cuando no me cato, veo en figura de panes, como dicen, la
cara de Dios dentro del arcaz, y, abierto, díjele:
-Yo no tengo dineros que daros por la llave; mas
tomad de ahí el pago.
Él tomó un bodigo de aquéllos, el que mejor le
pareció, y, dándome mi llave, se fue muy contento, dejándome más a
mí.
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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028. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Abro mi paraíso panal y tomo entre las manos y dientes un bodigo y
en dos credos le hice invisible”. De cómo Lázaro se da un festín de
pan, del arca del clérigo. Mas no toqué
en nada por el presente, porque no fuese la falta sentida, y, aun
porque me vi de tanto bien señor, parecióme que la hambre no se me
osaba allegar. Vino el mísero de mi amo, y quiso Dios no miró en la
oblada que el ángel había llevado.
Y otro día, en saliendo de casa, abro mi paraíso
panal y tomo entre las manos y dientes un bodigo y en dos credos le
hice invisible, no olvidándoseme el arca abierta. Y comienzo a
barrer la casa con mucha alegría, pareciéndome con aquel remedio
remediar dende en adelante la triste vida. Y así estuve con ello
aquel día y otro gozoso; mas no estaba en mi dicha que me durase
mucho aquel descanso, porque luego, al tercero día, me vino la
terciana derecha. Y fue que veo a deshora al que me mataba de hambre
sobre nuestro arcaz, volviendo y revolviendo, contando y tornando a
contar los panes. Yo disimulaba, y en mi secreta oración y
devociones y plegarias decía: «¡San Juan y ciégale!»
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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029. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Quiero tener buena cuenta con ellos: nueve quedan y un pedazo”. De
cómo el clérigo sospecha de la falta de algún pan.
Después que estuvo un gran rato echando la cuenta,
por días y dedos contando, dijo:
-Si no tuviera a tan buen recaudo esta arca, yo
dijera que me habían tomado de ella panes; pero de hoy más, sólo por
cerrar la puerta a la sospecha, quiero tener buena cuenta con ellos:
nueve quedan y un pedazo.
«¡Nuevas malas te dé Dios!» -dije yo entre mí.
Parecióme con lo que dijo pasarme el corazón con
saeta de montero y comenzóme el estómago a escarbar de hambre,
viéndose puesto en la dieta pasada. Fue fuera de casa. Yo, por
consolarme, abro el arca y, como vi el pan, comencélo de adorar, no
osando recebillo. Contélos, si a dicha el lacerado se errara, y
hallé su cuenta más verdadera que yo quisiera. Lo más que yo pude
hacer fue dar en ellos mil besos, y, lo más delicado que yo pude,
del partido partí un poco al pelo que él estaba, y con aquél pasé
aquel día, no tan alegre como el pasado.
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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030. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Mas él, como viniese a comer y abriese el arca, vio el mal pesar y
sin duda creyó ser ratones los que el daño habían hecho”. De cómo el
clérigo piensa que los ratones han invadido su arcón.
Mas, como la hambre creciese, mayormente que tenía el
estómago hecho a más pan aquellos dos o tres días ya dichos, moría
mala muerte; tanto, que otra cosa no hacía, en viéndome solo, sino
abrir y cerrar el arca y contemplar en aquella cara de Dios, que así
dicen los niños. Mas el mismo Dios, que socorre a los afligidos,
viéndome en tal estrecho, trajo a mi memoria un pequeño remedio,
que, considerando entre mí, dije: «Este arquetón es viejo y grande y
roto por algunas partes, aunque pequeños agujeros. Puédese pensar
que ratones, entrando en él, hacen daño a este pan. Sacarlo entero
no es cosa conveniente, porque verá la falta el que en tanta me hace
vivir. Esto bien se sufre».
Y comienzo a desmigajar el pan sobre unos no muy
costosos manteles que allí estaban, y tomo uno y dejo otro, de
manera que, en cada cual, de tres o cuatro desmigajé su poco.
Después, como quien toma gragea, lo comí y algo me consolé. Mas él,
como viniese a comer y abriese el arca, vio el mal pesar y sin duda
creyó ser ratones los que el daño habían hecho, porque estaba muy al
propio contrahecho de como ellos lo suelen hacer. Miró todo el arcaz
de un cabo a otro y viole ciertos agujeros por do sospechaba habían
entrado. Llamóme, diciendo:
-¡Lázaro, mira, mira, qué persecución ha venido
aquesta noche por nuestro pan!
Yo híceme muy maravillado, preguntándole qué
sería.
-¿Qué ha de ser? -dijo él-. Ratones, que no dejan
cosa a vida.
Pusímonos a comer, y quiso Dios que aun en esto me
fue bien: que me cupo más pan que la lacería que me solía dar,
porque rayó con un cuchillo todo lo que pensó ser ratonado,
diciendo:
-Cómete eso, que el ratón cosa limpia es.
Y así, aquel día, añadiendo la ración del trabajo
de mis manos, o de mis uñas por mejor decir, acabamos de comer,
aunque yo nunca empezaba.
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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031. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
"-Agora, donos traidores ratones, conviéneos mudar propósito, que en
esta casa mala medra tenéis". De cómo el clérigo desconfiado intenta
que los ratones no entren en el arcón a comer su pan.
“Y luego me vino otro sobresalto, que fue verle andar
solícito quitando clavos de las paredes y buscando tablillas, con
las cuales clavó y cerró todos los agujeros de la vieja arca.
«¡Oh Señor mío -dije yo entonces-, a cuánta
miseria y fortuna y desastres estamos puestos los nacidos, y cuán
poco duran los placeres de esta nuestra trabajosa vida! Heme aquí,
que pensaba con este pobre y triste remedio remediar y pasar mi
lacería, y estaba ya cuanto que alegre y de buena ventura. Mas no
quiso mi desdicha, despertando a este lacerado de mi amo y
poniéndole más diligencia de la que él de suyo se tenía (pues los
míseros por la mayor parte nunca de aquélla carecen), agora,
cerrando los agujeros del arca, cerrase la puerta a mi consuelo y la
abriese a mis trabajos».
Así lamentaba yo, en tanto que mi solícito
carpintero, con muchos clavos y tablillas, dio fin a sus obras,
diciendo:
-Agora, donos traidores ratones, conviéneos mudar propósito, que en
esta casa mala medra tenéis”.
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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032. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta siempre,
noche y día estaba pensando la manera que tendría en sustentar el
vivir.” De cómo Lázaro se apesadumbra y ve negrura en su panorama.
“De que salió de su casa, voy a ver la obra, y hallé
que no dejó en la triste y vieja arca agujero ni aun por donde le
pudiese entrar un mosquito. Abro con mi desaprovechada llave, sin
esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados,
los que mi amo creyó ser ratonados, y de ellos todavía saqué alguna
lacería, tocándolos muy ligeramente, a uso de esgrimidor diestro.
Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta siempre,
noche y día estaba pensando la manera que tendría en sustentar el
vivir. Y pienso, para hallar estos negros remedios, que me era luz
la hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa, y al
contrario con la hartura, y así era por cierto en mí.”
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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033. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Y, cuantos él tapaba de día, destapaba yo de noche”. De cómo Lázaro
se ingenia para seguir hurtando el pan al clérigo.
Otro día fue por el señor mi amo visto el daño, así
del pan como del agujero que yo había hecho, y comenzó a dar a los
diablos los ratones y decir:
-¿Qué diremos a esto? ¡Nunca haber sentido ratones
en esta casa, sino agora!
Y sin duda debía de decir verdad, porque, si casa
había de haber en el reino justamente de ellos privilegiada, aquélla
de razón había de ser, porque no suelen morar donde no hay qué
comer. Torna a buscar clavos por la casa y por las paredes, y
tablillas a atapárselos. Venida la noche y su reposo, luego yo era
puesto en pie con mi aparejo y, cuantos él tapaba de día, destapaba
yo de noche.
En tal manera fue y tal prisa nos dimos, que sin
duda por esto se debió decir: «donde una puerta se cierra, otra se
abre». Finalmente, parecíamos tener a destajo la tela de Penélope,
pues, cuanto él tejía de día rompía yo de noche. Ca en pocos días y
noches pusimos la pobre despensa de tal forma que, quien quisiera
propiamente de ella hablar, más corazas viejas de otro tiempo, que
no arcaz, la llamara, según la clavazón y tachuelas sobre sí tenía.
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova
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034. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Pues tras la culebra anduve, y aun pienso se ha de ir para ti a la
cama, que son muy frías y buscan calor”. De cómo el clérigo se
convenció de que una culebra comíase su pan.
Cuadró a todos lo que aquél dijo y alteró mucho a mi
amo, y dende en adelante no dormía tan a sueño suelto, que cualquier
gusano de la madera que de noche sonase, pensaba ser la culebra que
le roía el arca. Luego era puesto en pie, y con un garrote que a la
cabecera, desde que aquello le dijeron, ponía, daba en la pecadora
del arca grandes garrotazos, pensando espantar la culebra. A los
vecinos despertaba con el estruendo que hacía, y a mí no me dejaba
dormir. Íbase a mis pajas y trastornábalas, y a mí con ellas,
pensando que se iba para mí y se envolvía en mis pajas o en mi sayo;
porque le decían que de noche acaecía a estos animales, buscando
calor, irse a las cunas donde están criaturas, y aún mordellas y
hacerles peligrar.
Yo las más veces hacía del dormido, y en la
mañana, decíame él:
-¿Esta noche, mozo, no sentiste nada? Pues tras la
culebra anduve, y aun pienso se ha de ir para ti a la cama, que son
muy frías y buscan calor.
-¡Plega a Dios que no me muerda -decía yo-, que
harto miedo le tengo!
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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035. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Mas cuando la desdicha ha de venir, por demás es diligencia”. De
cómo Lázaro esconde su llave aunque no dejen sus desasosiegos.
“De esta manera andaba tan elevado y levantado del
sueño, que, mi fe, la culebra (o culebro por mejor decir) no osaba
roer de noche ni levantarse al arca; mas de día, mientras estaba en
la iglesia o por el lugar, hacía mis saltos. Los cuales daños viendo
él, y el poco remedio que les podía poner, andaba de noche, como
digo, hecho trasgo.
Yo hube miedo que con aquellas diligencias no me
topase con la llave, que debajo de las pajas tenía, y parecióme lo
más seguro metella de noche en la boca, porque ya, desde que viví
con el ciego, la tenía tan hecha bolsa que me acaeció tener en ella
doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me
estorbase el comer, porque de otra manera no era señor de una blanca
que el maldito ciego no cayese con ella, no dejando costura ni
remiendo que no me buscaba muy a menudo.
Pues, así como digo, metía cada noche la llave en
la boca y dormía sin recelo que el brujo de mi amo cayese con ella;
mas cuando la desdicha ha de venir, por demás es diligencia".
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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036. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
«El ratón y culebra que me daban guerra y me comían mi hacienda he
hallado». De cómo el clérigo atiza con fuerza a Lázaro dejándole
malherido. Quisieron mis hados, o por
mejor decir mis pecados, que, una noche que estaba durmiendo, la
llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de tal manera
y postura que el aire y resoplo, que yo durmiendo echaba, salía por
lo hueco de la llave, que de cañuto era, y silbaba, según mi
desastre quiso, muy recio, de tal manera que el sobresaltado de mi
amo lo oyó, y creyó sin duda ser el silbo de la culebra, y cierto lo
debía parecer.
Levantóse muy paso con su garrote en la mano, y, al tiento y sonido
de la culebra, se llegó a mí con mucha quietud, por no ser sentido
de la culebra. Y, como cerca se vio, pensó que allí en las pajas, do
yo estaba echado, al calor mío se había venido. Levantando bien el
palo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la matase,
con toda su fuerza me descargó en la cabeza un tan gran golpe que
sin ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó.
Como sintió que me había dado, según yo debía
hacer gran sentimiento con el fiero golpe, contaba él que se había
llegado a mí y, dándome grandes voces, llamándome, procuró
recordarme. Mas, como me tocase con las manos, tentó la mucha sangre
que se me iba, y conoció el daño que me había hecho. Y con mucha
prisa fue a buscar lumbre y, llegando con ella, hallóme quejando,
todavía con mi llave en la boca, que nunca la desamparé, la mitad
fuera, bien de aquella manera que debía estar al tiempo que silbaba
con ella.
Espantado el matador de culebras qué podría ser
aquella llave, miróla sacándomela del todo de la boca, y vio lo que
era, porque en las guardas nada de la suya diferenciaba. Fue luego a
proballa, y con ella probó el maleficio. Debió de decir el cruel
cazador: «El ratón y culebra que me daban guerra y me comían mi
hacienda he hallado».
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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037. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Vime echado en mis pajas, la cabeza toda emplastada y llena de
aceites y ungüentos”. De cómo Lázaro despertóse herido y algunos
vecinos enmendaron su situación y su hambre.
“De lo que sucedió en aquellos tres días siguientes
ninguna fe daré, porque los tuve en el vientre de la ballena, mas,
de cómo esto que he contado oí, después que en mí torné, decir a mi
amo, el cual a cuantos allí venían lo contaba por extenso.
A cabo de tres días yo torné en mi sentido, y vime echado en mis
pajas, la cabeza toda emplastada y llena de aceites y ungüentos, y,
espantado, dije: -¿Qué es esto?
Respondióme el cruel sacerdote: -A fe que los
ratones y culebras que me destruían ya los he cazado.
Y miré por mí, y vime tan maltratado que luego
sospeché mi mal.
A esta hora entró una vieja que ensalmaba, y los
vecinos. Y comiénzanme a quitar trapos de la cabeza y curar el
garrotazo. Y, como me hallaron vuelto en mi sentido, holgáronse
mucho y dijeron: -Pues ha tornado en su acuerdo, placerá a Dios no
será nada.
Ahí tornaron de nuevo a contar mis cuitas y a
reírlas, y yo, pecador, a llorarlas. Con todo esto, diéronme de
comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron demediar.
Y así, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin
peligro (mas no sin hambre) y medio sano.”
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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038. Tratado segundo de El Lazarillo de Tormes.
“Busca amo y vete con Dios, que yo no quiero en mi compañía tan
diligente servidor”. De cómo Lázaro fue puesto de nuevo en la calle
por el clérigo. “Luego otro día que fui
levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme la puerta
fuera y, puesto en la calle, díjome:
-Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mío. Busca amo
y vete con Dios, que yo no quiero en mi compañía tan diligente
servidor. No es posible sino que hayas sido mozo de ciego.
Y santiguándose de mí, como si yo estuviera
endemoniado, tórnase a meter en casa y cierra su puerta.”
Viñeta y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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039. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes. De
cómo Lázaro llegó a la ciudad de Toledo.
Toledo y su provincia están muy presentes en la
novela El Lazarillo de Tormes, por ella pasan con el ciego, en
Almorox, se produce la anécdota del racimo de uvas, en Escalona fue
donde Lázaro dio al ciego el cambiazo de una longaniza asada y
tierna por un nabo frío y duro en un mesón, También fue en Escalona
donde Lázaro hizo creer al ciego que saltaba un arroyo cuando lo que
tenía delante era una columna de la plaza. Y en Escalona abandona al
ciego, de donde huye a Torrijos, donde quedan todavía edificios de
la época.
Fue en Maqueda donde vuelve a pasar hambre con el
clérigo, y de ahí va a Toledo, y se pone al servicio de un escudero
que no tenía donde caerse muerto.
Más tarde, anduvo con el vendedor de bulas por la
comarca toledana de La Sagra, y el final de la novela se desarrolla
también en Toledo, cuando Lázaro se convierte en vendedor de vino,
hombre de bien, que se casó con la sirvienta del Arcipreste de la
iglesia de San Salvador.
“De esta manera me fue forzado sacar fuerzas de
flaqueza, y poco a poco, con ayuda de las buenas gentes, di conmigo
en esta insigne ciudad de Toledo…”
Texto, ilustración y foto de Enrique
Martínez-Salanova |
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040. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Tú, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un buen amo a quien
sirvas”. De cómo Lázaro pide limosna en Toledo y sus primeros
acaecimientos.
“De esta manera me fue forzado sacar fuerzas de
flaqueza, y poco a poco, con ayuda de las buenas gentes, di conmigo
en esta insigne ciudad de Toledo, adonde, con la merced de Dios,
dende a quince días se me cerró la herida. Y, mientras estaba malo,
siempre me daban alguna limosna; mas, después que estuve sano, todos
me decían:
-Tú, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un
buen amo a quien sirvas.
«¿Y adónde se hallará ése -decía yo entre mí-, si
Dios agora de nuevo, como crió el mundo, no le criase?»
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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041. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Topóme Dios con un escudero que iba por la calle, con razonable
vestido”. De cómo Lázaro encuentra un nuevo amo que cree ser el que
había menester. Andando así discurriendo
de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya la caridad se
subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle,
con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden.
Miróme, y yo a él, y díjome: -Muchacho, ¿buscas amo?
Yo le dije: -Sí, señor.
-Pues vente tras mí -me respondió-, que Dios te ha
hecho merced en topar conmigo; alguna buena oración rezaste hoy.
Y seguíle, dando gracias a Dios por lo que le oí,
y también que me parecía, según su hábito y continente, ser el que
yo había menester.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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042. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se proveía en
junto”. De cómo Lázaro espera que su nuevo amo le provea de algún
alimento. “Era de mañana cuando éste mi
tercero amo topé, y llevóme tras sí gran parte de la ciudad.
Pasábamos por las plazas do se vendía pan y otras provisiones. Yo
pensaba, y aun deseaba, que allí me quería cargar de lo que se
vendía, porque ésta era propia hora cuando se suele proveer de lo
necesario, mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas.
«Por ventura no lo ve aquí a su contento -decía
yo-, y querrá que lo compremos en otro cabo».
De esta manera anduvimos hasta que dio las once.
Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo tras él, y muy
devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que
todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia. A
buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más
alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de
comer. Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, que se
proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto y tal como yo
la deseaba y aun la había menester.”
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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043. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Yo luego vi mala señal por ser ya casi las dos y no verle más
aliento de comer que a un muerto”. De cómo Lázaro espera sin éxito
algo que llevarse a la boca. “En este
tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una
casa, ante la cual mi amo se paró, y yo con él, y, derribando el
cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga
y abrió su puerta y entramos en casa, la cual tenía la entrada
oscura y lóbrega, de tal manera que parece que ponía temor a los que
en ella entraban, aunque dentro de ella estaba un patio pequeño y
razonables cámaras.
Desque fuimos entrados, quita de sobre sí su capa
y, preguntando si tenía las manos limpias, la sacudimos y doblamos
y, muy limpiamente soplando un poyo que allí estaba, la puso en él.
Y hecho esto, sentóse cabo de ella, preguntándome muy por extenso de
dónde era y cómo había venido a aquella ciudad. Y yo le di más larga
cuenta que quisiera, porque me parecía más conveniente hora de
mandar poner la mesa y escudillar la olla que de lo que me pedía.
Con todo eso, yo le satisfice de mi persona lo mejor que mentir
supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parecía no
ser para en cámara. Esto hecho, estuvo así un poco, y yo luego vi
mala señal por ser ya casi las dos y no verle más aliento de comer
que a un muerto. Después de esto, consideraba aquel tener cerrada la
puerta con llave ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por
la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella
silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de
marras. Finalmente, ella parecía casa encantada”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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044. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por
conocer de todo en todo la fortuna serme adversa”. De cómo Lázaro
rememora su mala fortuna pasada y piensa, sin comer, en su cercana
muerte venidera. “Estando así, díjome:
-Tú, mozo, ¿has comido?
-No, señor -dije yo-, que aún no eran dadas las
ocho cuando con Vuestra Merced encontré.
-Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y,
cuando así como algo, hágote saber que hasta la noche me estoy así.
Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos.
Vuestra Merced crea, cuando esto le oí, que estuve
en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de
todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de
nuevo mis fatigas y torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a
la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del
clérigo, diciendo que, aunque aquel era desventurado y mísero, por
ventura toparía con otro peor. Finalmente, allí lloré mi trabajosa
vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con todo disimulando lo
mejor que pude, le dije:
-Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer,
bendito Dios. De eso me podré yo alabar entre todos mis iguales por
de mejor garganta, y así fui yo loado de ella hasta hoy día de los
amos que yo he tenido.
-Virtud es ésa -dijo él-, y por eso te querré yo
más, porque el hartar es de los puercos y el comer regladamente es
de los hombres de bien.
«¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí-.
¡Maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo
hallan en la hambre!»
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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045. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Tomóme él un pedazo, de tres que eran, el mejor y más grande”. De
cómo el amo se come el pan que Lázaro celosamente guardaba.
“Púseme a un cabo del portal y saqué unos pedazos de
pan del seno, que me habían quedado de los de por Dios. Él, que vio
esto, díjome:
-Ven acá, mozo. ¿Qué comes?
Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un
pedazo, de tres que eran, el mejor y más grande, y díjome:
-Por mi vida, que parece éste buen pan.
-¡Y cómo agora -dije yo-, señor, es bueno!
-Sí, a fe -dijo él-. ¿Adónde lo hubiste? ¿Si es
amasado de manos limpias?
-No sé yo eso -le dije-; mas a mí no me pone asco
el sabor de ello.
-Así plega a Dios -dijo el pobre de mi amo.
Y, llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan
fieros bocados como yo en lo otro.
-¡Sabrosísimo pan está -dijo-, por Dios!
Y como le sentí de qué pie cojeaba, dime prisa,
porque le vi en disposición, si acababa antes que yo, se comediría a
ayudarme a lo que me quedase. Y con esto acabamos casi a una. Y mi
amo comenzó a sacudir con las manos unas pocas de migajas, y bien
menudas, que en los pechos se le habían quedado. Y entró en una
camareta que allí estaba, y sacó un jarro desbocado y no muy nuevo,
y, desque hubo bebido, convidóme con él. Yo, por hacer del
continente, dije:
-Señor, no bebo vino.
-Agua es -me respondió-. Bien puedes beber.
Entonces tomé el jarro y bebí, no mucho, porque de
sed no era mi congoja.”
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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046. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Como decíamos hoy, no hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que
comer poco”. De cómo Lázaro se dispone a pasar otra noche sin comer.
“Así estuvimos hasta la noche, hablando en cosas que
me preguntaba, a las cuales yo le respondí lo mejor que supe. En
este tiempo metióme en la cámara donde estaba el jarro de que
bebimos, y díjome:
-Mozo, párate allí, y verás cómo hacemos esta
cama, para que la sepas hacer de aquí adelante.
Púseme de un cabo y él de otro, e hicimos la negra
cama, en la cual no había mucho que hacer, porque ella tenía sobre
unos bancos un cañizo, sobre el cual estaba tendida la ropa, que,
por no estar muy continuada a lavarse, no parecía colchón, aunque
servía de él, con harta menos lana que era menester. Aquél tendimos,
haciendo cuenta de ablandalle, lo cual era imposible, porque de lo
duro mal se puede hacer blando. El diablo del enjalma maldita la
cosa tenía dentro de sí, que, puesto sobre el cañizo, todas las
cañas se señalaban y parecían a lo proprio entrecuesto de flaquísimo
puerco. Y sobre aquel hambriento colchón, un alfamar del mismo jaez,
del cual el color yo no pude alcanzar.
Hecha la cama, y la noche venida, díjome:
-Lázaro, ya es tarde, y de aquí a la plaza hay
gran trecho. También en esta ciudad andan muchos ladrones, que,
siendo de noche, capean. Pasemos como podamos, y mañana, venido el
día, Dios hará merced; porque yo, por estar solo, no estoy proveído,
antes he comido estos días por allá fuera. Mas agora hacerlo hemos
de otra manera.
-Señor, de mí -dije yo- ninguna pena tenga Vuestra
Merced, que bien sé pasar una noche y aún más, si es menester, sin
comer.
-Vivirás más y más sano -me respondió-, porque, como decíamos hoy,
no hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que comer poco.
«Si por esa vía es -dije entre mí-, nunca yo moriré, que siempre he
guardado esa regla por fuerza, y aún espero, en mi desdicha, tenella
toda mi vida».
Y acostóse en la cama, poniendo por cabecera las
calzas y el jubón, y mandóme echar a sus pies, lo cual yo hice; mas,
maldito el sueño que yo dormí, porque las cañas y mis salidos huesos
en toda la noche dejaron de rifar y encenderse; que con mis
trabajos, males y hambre, pienso que en mi cuerpo no había libra de
carne, y también, como aquel día no había comido casi nada, rabiaba
de hambre, la cual con el sueño no tenía amistad. Maldíjeme mil
veces (Dios me lo perdone), y a mi ruin fortuna, allí lo más de la
noche, y lo peor, no osándome revolver por no despertalle, pedí a
Dios muchas veces la muerte.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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047. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Echéle aguamanos, peinóse y púsose su espada en el talabarte.” De
cómo el escudero se acicala para salir de calle.
“La mañana venida, levantámonos, y comienza a limpiar
y sacudir sus calzas y jubón y sayo y capa. ¡Y yo que le servía de
pelillo! Y vísteseme muy a su placer de espacio. Echéle aguamanos,
peinóse y púsose su espada en el talabarte, y, al tiempo que la
ponía, díjome: -¡Oh, si supieses, mozo, qué pieza es ésta! No hay
marco de oro en el mundo por que yo la diese; mas así, ninguna de
cuantas Antonio hizo no acertó a ponelle los aceros tan prestos como
ésta los tiene.
Y sacóla de la vaina y tentóla con los dedos,
diciendo: -¿La ves aquí? Yo me obligo con ella cercenar un copo de
lana.
Y yo dije entre mí: «Y yo con mis dientes, aunque
no son de acero, un pan de cuatro libras».
Tornóla a meter y ciñósela, y un sartal de cuentas
gruesas del talabarte. Y con un paso sosegado y el cuerpo derecho,
haciendo con él y con la cabeza muy gentiles meneos, echando el cabo
de la capa sobre el hombro y a veces so el brazo, y poniendo la mano
derecha en el costado, salió por la puerta, diciendo: -Lázaro, mira
por la casa en tanto que voy a oír misa, y haz la cama y ve por la
vasija de agua al río, que aquí bajo está, y cierra la puerta con
llave, no nos hurten algo, y ponla aquí al quicio porque, si yo
viniere en tanto, pueda entrar.
Y súbese por la calle arriba con tan gentil semblante y continente,
que quien no le conociera pensara ser muy cercano pariente al conde
de Arcos, o, al menos, camarero que le daba de vestir.”
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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048. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“En una huerta vi a mi amo en gran recuesta con dos rebozadas
mujeres, al parecer de las que en aquel lugar no hacen falta.” De
cómo Lázaro sigue al escudero hasta el río.
Así estaba yo a la puerta, mirando y considerando
estas cosas y otras muchas, hasta que el señor mi amo traspuso la
larga y angosta calle. Y, como lo vi trasponer, tornéme a entrar en
casa y en un credo la anduve toda, alto y bajo, sin hacer represa,
ni hallar en qué. Hago la negra dura cama y tomo el jarro y doy
conmigo en el río, donde en una huerta vi a mi amo en gran recuesta
con dos rebozadas mujeres, al parecer de las que en aquel lugar no
hacen falta, antes muchas tienen por estilo de irse a las mañanicas
del verano a refrescar y almorzar sin llevar qué, por aquellas
frescas riberas, con confianza que no ha de faltar quién se lo dé,
según las tienen puestas en esta costumbre aquellos hidalgos del
lugar.
Y como digo, él estaba entre ellas hecho un
Macías, diciéndoles más dulzuras que Ovidio escribió. Pero, como
sintieron de él que estaba bien enternecido, no se les hizo de
vergüenza pedirle de almorzar con el acostumbrado pago.
Él, sintiéndose tan frío de bolsa cuanto caliente
del estómago, tomóle tal calofrío que le robó la color del gesto, y
comenzó a turbarse en la plática y a poner excusas no válidas.
Ellas, que debían ser bien instituidas, como le sintieron la
enfermedad, dejáronle para el que era.
Yo, que estaba comiendo ciertos tronchos de
berzas, con los cuales me desayuné, con mucha diligencia, como mozo
nuevo, sin ser visto de mi amo, torné a casa. De la cual pensé
barrer alguna parte, que era bien menester; mas no hallé con qué.
Púseme a pensar qué haría, y parecióme esperar a mi amo hasta que el
día demediase, y si viniese y por ventura trajese algo que
comiésemos; mas en vano fue mi experiencia.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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049. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Tan buena maña me di, que, antes que el reloj diese las cuatro, ya
yo tenía otras tantas libras de pan”. De cómo Lázaro, sale
hambriento a pedir algo de comer.
“Desque vi ser las dos y no venía y la hambre me aquejaba, cierro mi
puerta y pongo la llave do mandó, y tórnome a mi menester. Con baja
y enferma voz y inclinadas mis manos en los senos, puesto Dios ante
mis ojos y la lengua en su nombre, comienzo a pedir pan por las
puertas y casas más grandes que me parecía. Mas como yo este oficio
le hubiese mamado en la leche (quiero decir que con el gran maestro,
el ciego, lo aprendí), tan suficiente discípulo salí, que, aunque en
este pueblo no había caridad, ni el año fuese muy abundante, tan
buena maña me di, que, antes que el reloj diese las cuatro, ya yo
tenía otras tantas libras de pan ensiladas en el cuerpo, y más de
otras dos en las mangas y senos. Volvíme a la posada y, al pasar por
la tripería, pedí a una de aquellas mujeres, y diome un pedazo de
uña de vaca con otras pocas de tripas cocidas.
Cuando llegué a casa, ya el bueno de mi amo estaba
en ella, doblada su capa y puesta en el poyo, y él paseándose por el
patio. Como entré, vínose para mí. Pensé que me quería reñir por la
tardanza; mas mejor lo hizo Dios. Preguntóme dó venía. Yo le dije:
-Señor, hasta que dio las dos estuve aquí, y de
que vi que Vuestra Merced no venía, fuime por esa ciudad a
encomendarme a las buenas gentes, y hanme dado esto que veis.
Mostréle el pan y las tripas, que en un cabo de la
halda traía, a lo cual él mostró buen semblante, y dijo:
-Pues, esperado te he a comer, y, de que vi que no
viniste, comí. Mas tú haces como hombre de bien en eso, que más vale
pedillo por Dios que no hurtallo. Y así Él me ayude, como ello me
parece bien, y solamente te encomiendo no sepan que vives conmigo
por lo que toca a mi honra; aunque bien creo que será secreto, según
lo poco que en este pueblo soy conocido. ¡Nunca a él yo hubiera de
venir!”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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050. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes. “Y
asentóseme al lado y comienza a comer como aquél que lo había gana,
royendo cada huesecillo de aquéllos mejor que un galgo suyo lo
hiciera”. De cómo el escudero come con ansia lo que Lázaro consiguió
pidiendo por las calles. “Sentéme al
cabo del poyo y, porque no me tuviese por glotón, callé la merienda.
Y comienzo a cenar y morder en mis tripas y pan, y, disimuladamente,
miraba al desventurado señor mío, que no partía sus ojos de mis
faldas, que aquella sazón servían de plato. Tanta lástima haya Dios
de mí, como yo había de él, porque sentí lo que sentía, y muchas
veces había por ello pasado y pasaba cada día. Pensaba si sería bien
comedirme a convidalle; mas, por haberme dicho que había comido,
temíame no aceptaría el convite. Finalmente yo deseaba que el
pecador ayudase a su trabajo del mío, y se desayunase como el día
antes hizo, pues había mejor aparejo, por ser mejor la vianda y
menos mi hambre.
Quiso Dios cumplir mi deseo, y aun pienso que el
suyo; porque como comencé a comer y él se andaba paseando, llegóse a
mí y díjome: -Dígote, Lázaro, que tienes en comer la mejor gracia
que en mi vida vi a hombre, y que nadie te lo verá hacer que no le
pongas gana, aunque no la tenga.
«La muy buena que tú tienes -dije yo entre mí- te hace parecer la
mía hermosa».
Con todo, parecióme ayudarle, pues se ayudaba y me
abría camino para ello, y díjele: -Señor, el buen aparejo hace buen
artífice. Este pan está sabrosísimo, y esta uña de vaca tan bien
cocida y sazonada que no habrá a quien no convide con su sabor.
-¿Uña de vaca es?
-Sí, señor.
-Dígote que es el mejor bocado del mundo, y que no
hay faisán que así me sepa.
-Pues pruebe, señor, y verá qué tal está.
Póngole en las uñas la otra, y tres o cuatro
raciones de pan de lo más blanco. Y asentóseme al lado y comienza a
comer como aquél que lo había gana, royendo cada huesecillo de
aquéllos mejor que un galgo suyo lo hiciera.
-Con almodrote -decía- es éste singular manjar.
«¡Con mejor salsa lo comes tú!» -respondí yo paso.
-Por Dios, que me ha sabido como si hoy no hubiera
comido bocado.
«¡Así me vengan los buenos años como es ello!»
-dije yo entre mí.
Pidióme el jarro del agua y díselo como lo había
traído. Es señal que, pues no le faltaba el agua, que no le había a
mi amo sobrado la comida. Bebimos, y muy contentos nos fuimos a
dormir, como la noche pasada.
Y por evitar prolijidad, de esta manera estuvimos
ocho o diez días, yéndose el pecador en la mañana con aquel contento
y paso contado a papar aire por las calles, teniendo en el pobre
Lázaro una cabeza de lobo.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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051. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Éste -decía yo- es pobre, y nadie da lo que no tiene; mas el
avariento ciego y el malaventurado mezquino clérigo”. De cómo Lázaro
compara a los amos que ha debido sufrir.
“Contemplaba yo muchas veces mi desastre, que,
escapando de los amos ruines que había tenido y buscando mejoría,
viniese a topar con quien no sólo no me mantuviese, mas a quien yo
había de mantener. Con todo, le quería bien, con ver que no tenía ni
podía más, y antes le había lástima que enemistad. Y muchas veces,
por llevar a la posada con que él lo pasase, yo lo pasaba mal.
Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto
de la casa a hacer sus menesteres y, en tanto yo, por salir de
sospecha, desenvolvíle el jubón y las calzas, que a la cabecera
dejó, y hallé una bolsilla de terciopelo raso, hecha cien dobleces y
sin maldita la blanca ni señal que la hubiese tenido mucho tiempo.
«Éste -decía yo- es pobre, y nadie da lo que no
tiene; mas el avariento ciego y el malaventurado mezquino clérigo,
que, con dárselo Dios a ambos, al uno de mano besada y al otro de
lengua suelta, me mataban de hambre, aquéllos es justo desamar y
aquéste es de haber mancilla».”
Dios es testigo que hoy día, cuando topo con
alguno de su hábito con aquel paso y pompa, le he lástima con pensar
si padece lo que aquél le vi sufrir; al cual, con toda su pobreza,
holgaría de servir más que a los otros, por lo que he dicho. Sólo
tenía de él un poco de descontento: que quisiera yo que no tuviera
tanta presunción; mas que abajara un poco su fantasía con lo mucho
que subía su necesidad. Mas, según me parece, es regla ya entre
ellos usada y guardada: aunque no haya cornado de trueco ha de andar
el birrete en su lugar. El Señor lo remedie, que ya con este mal han
de morir.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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052. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Acordaron el Ayuntamiento que todos los pobres extranjeros se
fuesen de la ciudad.”. De cómo Lázaro se llena de espanto y no se
atreve a demandar. Pues, estando yo en
tal estado, pasando la vida que digo, quiso mi mala fortuna, que de
perseguirme no era satisfecha, que en aquella trabajada y vergonzosa
vivienda no durase. Y fue, como el año en esta tierra fuese estéril
de pan, acordaron el Ayuntamiento que todos los pobres extranjeros
se fuesen de la ciudad, con pregón que el que de allí adelante
topasen fuese punido con azotes. Y así, ejecutando la ley, desde a
cuatro días que el pregón se dio, vi llevar una procesión de pobres
azotando por las Cuatro Calles. Lo cual me puso tan gran espanto que
nunca osé desmandarme a demandar.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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053. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes. “Y
no tenía tanta lástima de mí como del lastimado de mi amo, que en
ocho días maldito el bocado que comió”. De cómo Lázaro y su amo
entran durante días en negra abstinencia.
“Aquí viera, quien vello pudiera, la abstinencia de
mi casa y la tristeza y silencio de los moradores, tanto que nos
acaeció estar dos o tres días sin comer bocado ni hablar palabra. A
mí diéronme la vida unas mujercillas hilanderas de algodón, que
hacían bonetes y vivían par de nosotros, con las cuales yo tuve
vecindad y conocimiento. Que, de la lacería que les traían, me daban
alguna cosilla, con la cual muy pasado me pasaba.
Y no tenía tanta lástima de mí como del lastimado
de mi amo, que en ocho días maldito el bocado que comió. A lo menos
en casa bien los estuvimos sin comer. No sé yo cómo o dónde andaba y
qué comía. ¡Y velle venir a mediodía la calle abajo con estirado
cuerpo, más largo que galgo de buena casta! Y por lo que toca a su
negra que dicen honra, tomaba una paja, de las que aun asaz no había
en casa, y salía a la puerta escarbando los que nada entre sí
tenían, quejándose todavía de aquel mal solar, diciendo:
-Malo está de ver, que la desdicha de esta
vivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste, oscura. Mientras
aquí estuviéremos, hemos de padecer. Ya deseo se acabe este mes por
salir de ella”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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054. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Ve a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al
diablo!”. De cómo entra en la casa un real.
“Pues estando en esta afligida y hambrienta
persecución, un día, no sé por cuál dicha o ventura, en el pobre
poder de mi amo entró un real, con el cual él vino a casa tan ufano
como si tuviera el tesoro de Venecia, y con gesto muy alegre y
risueño me lo dio, diciendo:
-Toma, Lázaro, que Dios ya va abriendo su mano. Ve
a la plaza y merca pan y vino y carne: ¡quebremos el ojo al diablo!
Y más te hago saber, porque te huelgues: que he alquilado otra casa
y en ésta desastrada no hemos de estar más de en cumpliendo el mes.
¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal
en ella entré! Por nuestro Señor, cuanto ha que en ella vivo, gota
de vino ni bocado de carne no he comido, ni he habido descanso
ninguno; mas ¡tal vista tiene y tal oscuridad y tristeza! Ve y ven
presto y comamos hoy como condes.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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055. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Dando infinitas gracias a Dios que a mi amo había hecho con dinero,
a deshora me vino al encuentro un muerto.” De cómo sale Lázaro tan
contento con su real y vuelve lleno de susto.
“Tomo mi real y jarro y, a los pies dándoles prisa,
comienzo a subir mi calle encaminando mis pasos para la plaza, muy
contento y alegre. Mas, ¿qué me aprovecha, si está constituido en mi
triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra? Y así fue éste,
porque, yendo la calle arriba, echando mi cuenta en lo que le
emplearía que fuese mejor y más provechosamente gastado, dando
infinitas gracias a Dios que a mi amo había hecho con dinero, a
deshora me vino al encuentro un muerto, que por la calle abajo
muchos clérigos y gente que en unas andas traían. Arriméme a la
pared por darles lugar, y, desque el cuerpo pasó, venía luego a par
del lecho una que debía ser su mujer del difunto, cargada de luto, y
con ella otras muchas mujeres; la cual iba llorando a grandes voces
y diciendo:
-Marido y señor mío, ¿adónde os me llevan? ¡A la
casa triste y desdichada, a la casa lóbrega y oscura, a la casa
donde nunca comen ni beben!
Yo, que aquello oí, juntóseme el cielo con la tierra, y dije:
«¡Oh desdichado de mí, para mi casa llevan este
muerto!»
Dejo el camino que llevaba, y hendí por medio de
la gente, y vuelvo por la calle abajo a todo el más correr que pude
para mi casa”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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056. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“cuando mi amo esto oyó, aunque no tenía por qué estar muy risueño,
rió tanto que muy gran rato estuvo sin poder hablar”. De cómo
Lázaro, temeroso, vuelve a su casa y el amo se divierte.
Y entrando en ella, cierro a grande priesa, invocando
el auxilio y favor de mi amo, abrazándome de él, que me venga a
ayudar y a defender la entrada. El cual, algo alterado, pensando que
fuese otra cosa, me dijo: -¿Qué es eso, mozo? ¿Qué voces das? ¿Qué
has? ¿Por qué cierras la puerta con tal furia?
-¡Oh señor -dije yo-, acuda aquí, que nos traen
acá un muerto!
-¿Cómo así? -respondió él.
-Aquí arriba lo encontré y venía diciendo su
mujer: «Marido y señor mío, ¿adónde os llevan? ¡A la casa lóbrega y
oscura, a la casa triste y desdichada, a la casa donde nunca comen
ni beben!». Acá, señor, nos le traen.
Y ciertamente, cuando mi amo esto oyó, aunque no
tenía por qué estar muy risueño, rió tanto que muy gran rato estuvo
sin poder hablar. En este tiempo tenía ya yo echada el aldaba a la
puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó la gente con
su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían de meter en
casa. Y, desque fue ya más harto de reír que de comer, el bueno de
mi amo, díjome: -Verdad es, Lázaro, según la viuda lo va diciendo,
tú tuviste razón de pensar lo que pensaste; mas, pues Dios lo ha
hecho mejor y pasan adelante, abre, abre y ve por de comer.
-Dejálos, señor, acaben de pasar la calle -dije
yo.
Al fin vino mi amo a la puerta de la calle, y
ábrela esforzándome, que bien era menester, según el miedo y
alteración, y me torno a encaminar. Mas, aunque comimos bien aquel
día, maldito el gusto yo tomaba en ello. Ni en aquellos tres días
torné en mi color. Y mi amo, muy risueño todas las veces que se le
acordaba aquella mi consideración.”
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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057. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“El hombre le pide el alquiler de la casa y la vieja el de la cama”.
De cómo el escudero desaparece de escena.
“Pues, estando en esto, entró por la puerta un hombre
y una vieja. El hombre le pide el alquiler de la casa y la vieja el
de la cama. Hacen cuenta, y de dos en dos meses le alcanzaron lo que
él en un año no alcanzara. Pienso que fueron doce o trece reales. Y
él les dio muy buena respuesta: que saldría a la plaza a trocar una
pieza de a dos y que a la tarde volviesen; mas su salida fue sin
vuelta.
Por manera que a la tarde ellos volvieron; mas fue
tarde. Yo les dije que aún no era venido. Venida la noche y él no,
yo hube miedo de quedar en casa solo, y fuime a las vecinas y
contéles el caso y allí dormí.
Venida la mañana, los acreedores vuelven y
preguntan por el vecino; mas a esta otra puerta. Las mujeres le
responden: -Veis aquí su mozo y la llave de la puerta.
Ellos me preguntaron por él, y díjele que no sabía
adónde estaba, y que tampoco había vuelto a casa desque salió a
trocar la pieza, y que pensaba que de mí y de ellos se había ido con
el trueco.”
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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058. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Señor alguacil, prended a este mozo, que él sabe dónde está”. De
cómo la justicia entra en casa del escudero y culpa a Lázaro.
“De que esto me oyeron, van por un alguacil y un
escribano. Y helos do vuelven luego con ellos, y toman la llave, y
llámanme, y llaman testigos, y abren la puerta y entran a embargar
la hacienda de mi amo hasta ser pagados de su deuda. Anduvieron toda
la casa y halláronla desembarazada, como he contado, y dícenme:
-¿Qué es de la hacienda de tu amo, sus arcas y paños de pared y
alhajas de casa?
-No sé yo eso -le respondí.
-Sin duda -dicen ellos- esta noche lo deben de
haber alzado y llevado a alguna parte. Señor alguacil, prended a
este mozo, que él sabe dónde está.
En esto vino el alguacil y echóme mano por el
collar del jubón, diciendo: -Muchacho, tú eres preso, si no
descubres los bienes de este tu amo.”
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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059. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Señores, éste es un niño inocente y ha pocos días que está con ese
escudero y no sabe de él más que vuestras mercedes”. De cómo el
Justicia interroga a Lázaro y las vecinas interceden por él.
“Yo, como en otra tal no me hubiese visto (porque
asido del collar sí había sido muchas e infinitas veces, mas era
mansamente de él trabado, para que mostrase el camino al que no
veía), yo hube mucho miedo y, llorando, prometíle de decir lo que me
preguntaban.
-Bien está -dicen ellos-. Pues di todo lo que
sabes y no hayas temor.
Sentóse el escribano en un poyo para escribir el
inventario, preguntándome qué tenía.
-Señores -dije yo-, lo que este mi amo tiene,
según él me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar
derribado.
-Bien está -dicen ellos-; por poco que eso valga,
hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene
eso? -me preguntaron.
-En su tierra -les respondí.
-Por Dios, que está bueno el negocio -dijeron
ellos-. ¿Y adónde es su tierra?
-De Castilla la Vieja me dijo él que era -le dije.
Riéronse mucho el alguacil y el escribano,
diciendo: -Bastante relación es ésta para cobrar vuestra deuda,
aunque mejor fuese.
Las vecinas, que estaban presentes, dijeron:
-Señores, éste es un niño inocente y ha pocos días que está con ese
escudero y no sabe de él más que vuestras mercedes; sino cuanto el
pecadorcico se llega aquí a nuestra casa, y le damos de comer lo que
podemos por amor de Dios, y a las noches se iba a dormir con él.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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060. Tratado tercero de El Lazarillo de Tormes.
“Así, como he contado, me dejó mi pobre tercero amo”. De cómo Lázaro
queda libre y abandonado por su amo.
“Vista mi inocencia, dejáronme, dándome por libre. Y el alguacil y
el escribano piden al hombre y a la mujer sus derechos. Sobre lo
cual tuvieron gran contienda y ruido, porque ellos alegaron no ser
obligados a pagar, pues no había de qué ni se hacía el embargo. Los
otros decían que habían dejado de ir a otro negocio, que les
importaba más, por venir a aquél.
Finalmente, después de dadas muchas voces, al cabo
carga un porquerón con el viejo alfamar de la vieja, aunque no iba
muy cargado, allá van todos cinco dando voces. No sé en qué paró.
Creo yo que el pecador alfamar pagara por todos. Y bien se empleaba,
pues el tiempo que había de reposar y descansar de los trabajos
pasados, se andaba alquilando”.
Así, como he contado, me dejó mi pobre tercero
amo, do acabé de conocer mi ruin dicha, pues, señalándose todo lo
que podía contra mí, hacía mis negocios tan al revés, que los amos,
que suelen ser dejados de los mozos, en mí no fuese así, mas que mi
amo me dejase y huyese de mí”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova. |
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Tratado cuarto 061.
De cómo Lázaro se asentó con un fraile de la Merced, y de lo que le
acaeció con él.
“Hube de buscar el cuarto, y éste fue un fraile de
la Merced, que las mujercillas que digo me encaminaron, al cual
ellas le llamaban pariente. Gran enemigo del coro y de comer en el
convento, perdido por andar fuera, amicísimo de negocios seglares y
visitar, tanto que pienso que rompía él más zapatos que todo el
convento. Éste me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida; mas
no me duraron ocho días, ni yo pude con su trote durar más. Y por
esto, y por otras cosillas que no digo, salí de él.”
Selección de texto, foto y dibujos de Enrique
Martínez-Salanova. |
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062. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes.
“Hacíase entre ellos un santo Tomás, y hablaba dos horas en latín, a
lo menos que lo parecía, aunque no lo era”. De cómo Lázaro se asentó
con un buldero, y de las cosas que con él pasó.
“En el quinto por mi ventura di, que fue un buldero,
el más desenvuelto y desvergonzado, y el mayor echador de ellas que
jamás yo vi ni ver espero, ni pienso nadie vio, porque tenía y
buscaba modos y maneras y muy sutiles invenciones.
En entrando en los lugares do habían de presentar
la bula, primero presentaba a los clérigos o curas algunas cosillas,
no tampoco de mucho valor ni sustancia: una lechuga murciana, si era
por el tiempo, un par de limas o naranjas, un melocotón, un par de
duraznos, cada sendas peras verdiñales. Así procuraba tenerlos
propicios, porque favoreciesen su negocio y llamasen sus feligreses
a tomar la bula. Ofreciéndosele a él las gracias, informábase de la
suficiencia de ellos. Si decían que entendían, no hablaba palabra en
latín por no dar tropezón; mas aprovechábase de un gentil y bien
cortado romance y desenvoltísima lengua. Y si sabía que los dichos
clérigos eran de los reverendos, digo que más con dineros que con
letras y con reverendas se ordenan, hacíase entre ellos un santo
Tomás, y hablaba dos horas en latín, a lo menos que lo parecía,
aunque no lo era.
Cuando por bien no le tomaban las bulas, buscaba
cómo por mal se las tomasen. Y para aquello hacía molestias al
pueblo, y otras veces con mañosos artificios. Y porque todos los que
le veía hacer sería largo de contar, diré uno muy sutil y donoso,
con el cual probaré bien su suficiencia”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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063. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes. “El
alguacil dijo a mi amo que era falsario y las bulas que predicaba
eran falsas”. De cómo el alguacil y el bulero se enzarzan en una
pelea.
“En un lugar de la Sagra de Toledo había predicado
dos o tres días, haciendo sus acostumbradas diligencias, y no le
habían tomado bula ni, a mi ver, tenían intención de tomársela.
Estaba dado al diablo con aquello y, pensando qué hacer, se acordó
de convidar al pueblo para otro día de mañana despedir la bula.
Y esa noche, después de cenar, pusiéronse a jugar
la colación él y el alguacil. Y sobre el juego vinieron a reñir y a
haber malas palabras. Él llamó al alguacil ladrón y el otro a él
falsario. Sobre esto, el señor comisario, mi señor, tomó un lanzón,
que en el portal do jugaban estaba. El alguacil puso mano a su
espada, que en la cinta tenía. Al ruido y voces que todos dimos,
acuden los huéspedes y vecinos, y métense en medio. Y ellos, muy
enojados, procurándose de desembarazar de los que en medio estaban,
para matarse. Mas, como la gente al gran ruido cargase, y la casa
estuviese llena de ella, viendo que no podían afrentarse con las
armas, decíanse palabras injuriosas, entre las cuales el alguacil
dijo a mi amo que era falsario y las bulas que predicaba eran
falsas.
Finalmente, que los del pueblo, viendo que no
bastaban a ponellos en paz, acordaron de llevar al alguacil de la
posada a otra parte. Y así quedó mi amo muy enojado. Y, después que
los huéspedes y vecinos le hubieron rogado que perdiese el enojo y
se fuese a dormir, se fue y así nos echamos todos”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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064 Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes. “Os
declaro claramente que las bulas que predica son falsas”. De cómo el
alguacil, ya veremos más tarde porqué, desenmascara al bulero.
La mañana venida, mi amo se fue a la iglesia y mandó
tañer a misa y al sermón para despedir la bula. Y el pueblo se
juntó, el cual andaba murmurando de las bulas, diciendo cómo eran
falsas y que el mismo alguacil, riñendo, lo había descubierto. De
manera que, atrás que tenían mala gana de tomalla, con aquello del
todo la aborrecieron.
El señor comisario se subió al púlpito, y comienza
su sermón y a animar la gente que no quedasen sin tanto bien y
indulgencia como la santa bula traía.
Estando en lo mejor del sermón, entra por la
puerta de la iglesia el alguacil y, desque hizo oración, levantóse
y, con voz alta y pausada, cuerdamente comenzó a decir:
-Buenos hombres, oídme una palabra, que después
oiréis a quien quisiéredes. Yo vine aquí con este echacuervo que os
predica, el cual me engañó, y dijo que le favoreciese en este
negocio, y que partiríamos la ganancia. Y agora, visto el daño que
haría a mi conciencia y a vuestras haciendas, arrepentido de lo
hecho, os declaro claramente que las bulas que predica son falsas, y
que no le creáis ni las toméis y que yo, directe ni indirecte, no
soy parte en ellas, y que desde agora dejo la vara y doy con ella en
el suelo. Y, si en algún tiempo éste fuere castigado por la
falsedad, que vosotros me seáis testigos cómo yo no soy con él ni le
doy a ello ayuda; antes os desengaño y declaro su maldad. -Y acabó
su razonamiento.
Algunos hombres honrados que allí estaban se
quisieron levantar y echar al alguacil fuera de la iglesia, por
evitar escándalo; mas mi amo les fue a la mano y mandó a todos que,
so pena de excomunión, no le estorbasen; mas que le dejasen decir
todo lo que quisiese. Y así, él también tuvo silencio mientras el
alguacil dijo todo lo que he dicho. Como calló, mi amo le preguntó
si quería decir más que lo dijese. El alguacil dijo: -Harto hay más
que decir de vos y de vuestra falsedad; mas por agora basta.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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065 Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes. “Si
es verdad lo que aquél dice y que yo traigo maldad y falsedad, este
púlpito se hunda conmigo y meta siete estados debajo de tierra”. De
cómo el bulero emplaza al alguacil ante los cielos.
“El señor comisario se hincó de rodillas en el
púlpito y, puestas las manos y mirando al cielo, dijo así: -Señor
Dios, a quien ninguna cosa es escondida, antes todas manifiestas, y
a quien nada es imposible, antes todo posible: tú sabes la verdad y
cuán injustamente yo soy afrentado. En lo que a mí toca, yo le
perdono, porque Tú, Señor, me perdones. No mires a aquél, que no
sabe lo que hace ni dice; mas la injuria a ti hecha te suplico, y
por justicia te pido no disimules. Porque alguno que está aquí, que
por ventura pensó tomar aquesta santa bula, y dando crédito a las
falsas palabras de aquel hombre, lo dejará de hacer. Y pues es tanto
perjuicio del prójimo, te suplico yo, Señor, no lo disimules; mas
luego muestra aquí milagro, y sea de esta manera: que, si es verdad
lo que aquél dice y que yo traigo maldad y falsedad, este púlpito se
hunda conmigo y meta siete estados debajo de tierra, do él ni yo
jamás parezcamos; y, si es verdad lo que yo digo y aquél, persuadido
del demonio, por quitar y privar a los que están presentes de tan
gran bien, dice maldad, también sea castigado y de todos conocida su
malicia.
Apenas había acabado su oración el devoto señor
mío, cuando el negro alguacil cae de su estado y da tan gran golpe
en el suelo que la iglesia toda hizo resonar, y comenzó a bramar y
echar espumajos por la boca y torcella, y hacer visajes con el
gesto, dando de pie y de mano, revolviéndose por aquel suelo a una
parte y a otra.
El estruendo y voces de la gente era tan grande,
que no se oían unos a otros. Algunos estaban espantados y temerosos.
Unos decían: «El Señor le socorra y valga». Otros: «Bien se le
emplea, pues levantaba tan falso testimonio».
Finalmente, algunos que allí estaban, y a mi
parecer no sin harto temor, se llegaron y le trabaron de los brazos,
con los cuales daba fuertes puñadas a los que cerca de él estaban.
Otros le tiraban por las piernas y tuvieron reciamente, porque no
había mula falsa en el mundo que tan recias coces tirase. Y así le
tuvieron un gran rato. Porque más de quince hombres estaban sobre él
y a todos daba las manos llenas y, si se descuidaban, en los
hocicos.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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066. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes.
“mas, pues Él nos manda que no volvamos mal por mal y perdonemos las
injurias”. De cómo el bulero perdona al alguacil.
“A todo esto el señor mi amo estaba en el púlpito de
rodillas, las manos y los ojos puestos en el cielo, transportado en
la divina esencia, que el planto y ruido y voces, que en la iglesia
había, no eran parte para apartalle de su divina contemplación.
Aquellos buenos hombres llegaron a él y, dando
voces le despertaron y le suplicaron quisiese socorrer a aquel pobre
que estaba muriendo y que no mirase a las cosas pasadas ni a sus
dichos malos, pues ya dellos tenía el pago; mas, si en algo podría
aprovechar para librarle del peligro y pasión que padecía, por amor
de Dios lo hiciese, pues ellos veían clara la culpa del culpado y la
verdad y bondad suya, pues a su petición y venganza el Señor no
alargó el castigo.
El señor comisario, como quien despierta de un
dulce sueño, los miró y miró al delincuente y a todos los que
alrededor estaban, y muy pausadamente les dijo: -Buenos hombres,
vosotros nunca habíades de rogar por un hombre en quien Dios tan
señaladamente se ha señalado; mas, pues Él nos manda que no volvamos
mal por mal y perdonemos las injurias, con confianza podremos
suplicarle que cumpla lo que nos manda, y Su Majestad perdone a éste
que le ofendió poniendo en su santa fe obstáculo. Vamos todos a
suplicalle.
Y así, bajó del púlpito y encomendó a que muy
devotamente suplicasen a nuestro Señor tuviese por bien de perdonar
a aquel pecador y volverle en su salud y sano juicio y lanzar de él
el demonio, si Su Majestad había permitido que por su gran pecado en
él entrase”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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067. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes. “Y
luego el pecador del alguacil comenzó poco a poco a estar mejor y
tornar en sí”. De cómo el bulero vende bulas a toda prisa.
“Todos se hincaron de rodillas y delante del altar,
con los clérigos, comenzaban a cantar con voz baja una letanía; y
viniendo él con la cruz y agua bendita, después de haber sobre él
cantado, el señor mi amo, puestas las manos al cielo y los ojos que
casi nada se le parecía, sino un poco de blanco, comienza una
oración no menos larga que devota, con la cual hizo llorar a toda la
gente, como suelen hacer en los sermones de Pasión, de predicador y
auditorio devoto, suplicando a Nuestro Señor, pues no quería la
muerte del pecador, sino su vida y arrepentimiento, que aquél,
encaminado por el demonio y persuadido de la muerte y pecado, le
quisiese perdonar y dar vida y salud, para que se arrepintiese y
confesase sus pecados.
Y esto hecho, mandó traer la bula y púsosela en la
cabeza. Y luego el pecador del alguacil comenzó poco a poco a estar
mejor y tornar en sí. Y desque fue bien vuelto en su acuerdo, echóse
a los pies del señor comisario y, demandándole perdón, confesó haber
dicho aquello por la boca y mandamiento del demonio; lo uno, por
hacer a él daño y vengarse del enojo; lo otro, y más principal,
porque el demonio recibía mucha pena del bien que allí se hiciera en
tomar la bula.
El señor mi amo le perdonó, y fueron hechas las
amistades entre ellos. Y a tomar la bula hubo tanta prisa, que casi
ánima viviente en el lugar no quedó sin ella: marido y mujer, y
hijos y hijas, mozos y mozas.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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068. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes.
“donde fuimos, echó el señor mi amo otras tantas mil bulas sin
predicar sermón”. De cómo Lázaro descubre la confabulación entre el
bulero y el alguacil. “Divulgóse la
nueva de lo acaecido por los lugares comarcanos y, cuando a ellos
llegábamos, no era menester sermón ni ir a la iglesia, que a la
posada la venían a tomar, como si fueran peras que se dieran de
balde. De manera que, en diez o doce lugares de aquellos alrededores
donde fuimos, echó el señor mi amo otras tantas mil bulas sin
predicar sermón.
Cuando él hizo el ensayo, confieso mi pecado, que
también fui de ello espantado, y creí que así era, como otros
muchos; mas con ver después la risa y burla que mi amo y el alguacil
llevaban y hacían del negocio, conocí cómo había sido industriado
por el industrioso y inventivo de mi amo.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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069. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes. “y
arrojar desde allí de diez en diez y de veinte en veinte de sus
bulas hacia todas partes”. De cómo el bulero utiliza el ardid de
regalar bulas. “Acaeciónos en otro
lugar, el cual no quiero nombrar por su honra, lo siguiente: y fue
que mi amo predicó dos o tres sermones, y dó a Dios la bula tomaban.
Visto por el astuto de mi amo lo que pasaba, y que aunque decía se
fiaban por un año no aprovechaba, y que estaban tan rebeldes en
tomarla, y que su trabajo era perdido, hizo tocar las campanas para
despedirse y, hecho su sermón y despedido desde el púlpito, ya que
se quería abajar, llamó al escribano y a mí, que iba cargado con
unas alforjas, y hízonos llegar al primer escalón, y tomó al
alguacil las que en las manos llevaba, y las que yo tenía en las
alforjas púsolas junto a sus pies, y tornóse a poner en el púlpito
con cara alegre, y arrojar desde allí de diez en diez y de veinte en
veinte de sus bulas hacia todas partes diciendo:
-Hermanos míos, tomad, tomad de las gracias que
Dios os envía hasta vuestras casas, y no os duela, pues es obra tan
pía la redención de los cautivos cristianos que están en tierra de
moros, porque no renieguen nuestra santa fe y vayan a las penas del
infierno, siquiera ayudalles con vuestra limosna y con cinco Pater
nostres y cinco Ave Marías, para que salgan de cautiverio. Y aun
también aprovechan para los padres y hermanos y deudos que tenéis en
el Purgatorio, como lo veréis en esta santa bula.
Como el pueblo las vio así arrojar, como cosa que
la daba de balde y ser venida de la mano de Dios, tomaban a más
tomar, aun para los niños de la cuna y para todos sus difuntos,
contando desde los hijos hasta el menor criado que tenían,
contándolos por los dedos. Vímonos en tanta prisa, que a mí aínas me
acabaron de romper un pobre y viejo sayo que traía, de manera que
certifico a Vuestra Merced que en poco más de una hora no quedó bula
en las alforjas y fue necesario ir a la posada por más.
Acabados de tomar todos, dijo mi amo desde el
púlpito a su escribano y al del Concejo que se levantasen, y para
que se supiese quién eran los que habían de gozar de la santa
indulgencia y perdones de la santa bula y para que él diese buena
cuenta a quien le había enviado, se escribiesen.
Y así, luego todos de muy buena voluntad decían
las que habían tomado, contando por orden los hijos y criados y
difuntos.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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070. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes. “Y
así nos partimos, yendo todos muy alegres del buen negocio”. De cómo
hacen inventario de bulas y quedan muy satisfechos.
“Hecho su inventario, pidió a los alcaldes que, por
caridad, porque él tenía que hacer en otra parte, mandasen al
escribano le diese autoridad del inventario y memoria de las que
allí quedaban, que según decía el escribano eran más de dos mil.
Hecho esto, él se despidió con mucha paz y amor, y
así nos partimos de este lugar. Y aun, antes que nos partiésemos,
fue preguntando él por el teniente cura del lugar y por los
regidores si la bula aprovechaba para las criaturas que estaban en
el vientre de sus madres. A lo cual él respondió, según las letras
que él había estudiado, que no, que lo fuesen a preguntar a los
doctores más antiguos que él y que esto era lo que sentía en este
negocio.
Y así nos partimos, yendo todos muy alegres del
buen negocio. Decía mi amo al alguacil y escribano: -¿Qué os parece,
cómo a estos villanos, que con sólo decir cristianos viejos somos,
sin hacer obras de caridad, se piensan salvar, sin poner nada de su
hacienda? Pues, por vida del licenciado Pascasio Gómez, que a su
costa se saquen más de diez cautivos”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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071. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes.
“¡Paso, señores! ¡Milagro!”. De cómo el bulero utiliza el engaño de
dar a besar una cruz caliente para vender bulas.
“Y así nos fuimos hasta otro lugar de aquel, cabo de
Toledo, hacia la Mancha que se dice, adonde topamos otros más
obstinados en tomar bulas. Hechas mi amo y los demás que íbamos
nuestras diligencias, en dos fiestas que allí estuvimos, no se
habían echado treinta bulas. Visto por mi amo la gran perdición y la
mucha costa que traía, y el ardideza que el sutil de mi amo tuvo
para hacer despender sus bulas fue que este día dijo la misa mayor
y, después de acabado el sermón y vuelto al altar, tomó una cruz que
traía de poco más de un palmo, y en un brasero de lumbre que encima
del altar había, el cual habían traído para calentarse las manos,
porque hacía gran frío, púsole detrás del misal, sin que nadie
mirase en ello. Y allí, sin decir nada, puso la cruz encima la
lumbre y, ya que hubo acabado la misa y echada la bendición, tomóla
con un pañizuelo bien envuelta la cruz en la mano derecha y en la
otra la bula, y así se bajó hasta la postrera grada del altar,
adonde hizo que besaba la cruz. E hizo señal que viniesen adorar la
cruz. Y así vinieron los alcaldes los primeros y los más ancianos
del lugar, viniendo uno a uno, como se usa. Y el primero que llegó,
que era un alcalde viejo, aunque él le dio a besar la cruz bien
delicadamente, se abrasó los rostros y se quitó presto afuera. Lo
cual visto por mi amo, le dijo: -¡Paso, quedo, señor alcalde!
¡Milagro!
Y así hicieron otros siete u ocho, y a todos les
decía: -¡Paso, señores! ¡Milagro!
Cuando él vio que los rostriquemados bastaban para
testigos del milagro, no la quiso dar más a besar. Subióse al pie
del altar y de allí decía cosas maravillosas, diciendo que por la
poca caridad que había en ellos había Dios permitido aquel milagro,
y que aquella cruz había de ser llevada a la santa iglesia mayor de
su obispado, que por la poca caridad que en el pueblo había, la cruz
ardía.
Fue tanta la prisa que hubo en el tomar de la
bula, que no bastaban dos escribanos ni los clérigos ni sacristanes
a escribir. Creo de cierto que se tomaron más de tres mil bulas,
como tengo dicho a Vuestra Merced.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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072. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes.
«¡Cuántas de éstas deben hacer estos burladores entre la inocente
gente!». De cómo Lázaro guarda silencio sobre los engaños de su amo
el bulero. “Y así nos partimos alegres
con el buen trueque y con haber negociado bien. En todo no vio nadie
lo susodicho, sino yo, porque me subía par del altar para ver si
había quedado algo en las ampollas, para ponello en cobro, como
otras veces yo lo tenía de costumbre, y como allí me vio, púsose el
dedo en la boca, haciéndome señal que callase. Yo así lo hice, por
que me cumplía, aunque, después que vi el milagro, no cabía en mí
por echallo fuera, sino que el temor de mi astuto amo no me lo
dejaba comunicar con nadie, ni nunca de mí salió, porque me tomó
juramento que no descubriese el milagro y así lo hice hasta agora.
Y, aunque muchacho, cayóme mucho en gracia, y dije
entre mí: «¡Cuántas de éstas deben hacer estos burladores entre la
inocente gente!».
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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073. Tratado quinto de El Lazarillo de Tormes.
“aunque me daba bien de comer, a costa de los curas y otros clérigos
do iba a predicar”. De cómo Lázaro deja a su quinto amo.
Finalmente, estuve con este mi quinto amo cerca de
cuatro meses, en los cuales pasé también hartas fatigas, aunque me
daba bien de comer, a costa de los curas y otros clérigos do iba a
predicar”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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074. Tratado sexto de El Lazarillo de Tormes. De
cómo Lázaro se pone al servicio del maestro de pintar panderos “para
molelle los colores”.
Algunos estudiosos de El Lazarillo de Tormes, han
investigado sobre los posibles personajes del relato y les han
asignado nombres de personajes de la época. El maestro de “pintar
panderos”, pudo ser uno de los pintores de la catedral de Toledo, al
que se ridiculiza con lo de “pintapanderos”, más o menos lo que
ahora llamaríamos “pintamonas”, y que era contrario al sistema de
traslado de aguas del Tajo a la ciudad. Para hacer la viñeta me he
acogido a la literalidad del texto.
“Después de esto, asenté con un maestro de pintar
panderos, para molelle los colores, y también sufrí mil males”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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075. Tratado sexto de El Lazarillo de Tormes.
“Comencé a echar agua por la ciudad”. De cómo Lázaro encuentra un
nuevo amo en un capellán de la iglesia mayor.
Siendo ya en este tiempo buen mozuelo, entrando un
día en la iglesia mayor, un capellán de ella me recibió por suyo, y
púsome en poder un asno y cuatro cántaros y un azote, y comencé a
echar agua por la ciudad. Éste fue el primer escalón que yo subí
para venir a alcanzar buena vida, porque mi boca era medida. Daba
cada día a mi amo treinta maravedís ganados, y los sábados ganaba
para mí, y todo lo demás, entre semana, de treinta maravedís.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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076. Tratado sexto de El Lazarillo de Tormes.
“ahorré para vestirme muy honradamente de la ropa vieja”. De cómo
Lázaro se ve en hábito de hombre de bien.
“Fueme tan bien en el oficio que, al cabo de cuatro
años que lo usé, con poner en la ganancia buen recaudo, ahorré para
vestirme muy honradamente de la ropa vieja, de la cual compré un
jubón de fustán viejo, y un sayo raído de manga trenzada y puerta, y
una capa que había sido frisada, y una espada de las viejas primeras
de Cuéllar. Desque me vi en hábito de hombre de bien, dije a mi amo
se tomase su asno, que no quería más seguir aquel oficio”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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077. Tratado séptimo de El Lazarillo de Tormes. De
cómo Lázaro se asentó con un alguacil, y de lo que le acaeció con
él. Despedido del capellán, asenté por
hombre de justicia con un alguacil; mas muy poco viví con él, por
parecerme oficio peligroso. Mayormente que una noche nos corrieron a
mí y a mi amo a pedradas y a palos unos retraídos. Y a mi amo, que
esperó, trataron mal; mas a mí no me alcanzaron. Con esto renegué
del trato.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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078. Tratado séptimo de El Lazarillo de Tormes.
“viendo que no hay nadie que medre, sino los que le tienen”. De cómo
Lázaro se pone en camino y manera provechosa.
“Y pensando en qué modo de vivir haría mi asiento,
por tener descanso y ganar algo para la vejez, quiso Dios alumbrarme
y ponerme en camino y manera provechosa. Y con favor que tuve de
amigos y señores, todos mis trabajos y fatigas hasta entonces
pasados fueron pagados con alcanzar lo que procuré, que fue un
oficio real, viendo que no hay nadie que medre, sino los que le
tienen.
En el cual el día de hoy vivo y resido a servicio
de Dios y de Vuestra Merced. Y es que tengo cargo de pregonar los
vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas y cosas perdidas,
acompañar los que padecen persecuciones por justicia y declarar a
voces sus delitos: pregonero, hablando en buen romance.
-Hame sucedido tan bien, y yo le he usado tan
fácilmente, que casi todas las cosas al oficio tocantes pasan por mi
mano, tanto que, en toda la ciudad, el que ha de echar vino a
vender, o algo, si Lázaro de Tormes no entiende en ello, hacen
cuenta de no sacar provecho”.
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079. Tratado séptimo de El Lazarillo de Tormes. “Y
así, me casé con ella, y hasta agora no estoy arrepentido”. De cómo
Lázaro se asienta y toma esposa y casa.
“En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia
de mi persona el señor arcipreste de San Salvador, mi señor, y
servidor y amigo de Vuestra Merced, porque le pregonaba sus vinos,
procuró casarme con una criada suya. Y visto por mí que de tal
persona no podía venir sino bien y favor, acordé de hacerlo. Y así,
me casé con ella, y hasta agora no estoy arrepentido, porque,
allende de ser buena hija y diligente servicial, tengo en mi señor
arcipreste todo favor y ayuda. Y siempre en el año le da, en veces,
al pie de una carga de trigo; por las Pascuas, su carne; y cuando el
par de los bodigos, las calzas viejas que deja. E hízonos alquilar
una casilla par de la suya; los domingos y fiestas casi todas las
comíamos en su casa”.
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080. Tratado séptimo de El Lazarillo de Tormes.
“quien ha de mirar a dichos de malas lenguas nunca medrará”. De cómo
Lázaro enfrenta la maledicencia. “Mas
malas lenguas, que nunca faltaron ni faltarán, no nos dejan vivir,
diciendo no sé qué y sí sé qué, de que ven a mi mujer irle a hacer
la cama y guisalle de comer. Y mejor les ayude Dios, que ellos dicen
la verdad, aunque en este tiempo siempre he tenido alguna
sospechuela y habido algunas malas cenas por esperalla algunas
noches hasta las laudes, y aún más, y se me ha venido a la memoria
lo que a mi amo el ciego me dijo en Escalona, estando asido del
cuerno; aunque, de verdad, siempre pienso que el diablo me lo trae a
la memoria por hacerme malcasado, y no le aprovecha.
Porque allende de no ser ella mujer que se pague
de estas burlas, mi señor me ha prometido lo que pienso cumplirá;
que él me habló un día muy largo delante de ella y me dijo:
-Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de
malas lenguas nunca medrará. Digo esto, porque no me maravillaría
alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir de ella. Ella
entra muy a tu honra y suya. Y esto te lo prometo. Por tanto, no
mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo, a tu
provecho.
-Señor -le dije-, yo determiné de arrimarme a los
buenos. Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo de
eso, y aun por más de tres veces me han certificado que, antes que
conmigo casase, había parido tres veces, hablando con reverencia de
Vuestra Merced, porque está ella delante”.
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081. Tratado séptimo de El Lazarillo de Tormes.
“Que yo holgaba y había por bien de que ella entrase y saliese de
noche y de día”. De cómo Lázaro jura no mentarle jamás a su mujer su
desconfianza. “Entonces mi mujer echó
juramentos sobre sí, que yo pensé la casa se hundiera con nosotros.
Y después tomóse a llorar y a echar maldiciones sobre quien conmigo
la había casado, en tal manera que quisiera ser muerto antes que se
me hubiera soltado aquella palabra de la boca. Mas yo de un cabo y
mi señor de otro, tanto le dijimos y otorgamos que cesó su llanto,
con juramento que le hice de nunca más en mi vida mentalle nada de
aquello, y que yo holgaba y había por bien de que ella entrase y
saliese de noche y de día, pues estaba bien seguro de su bondad. Y
así quedamos todos tres bien conformes”.
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082. Tratado séptimo de El Lazarillo de Tormes.
“Si me quieren meter mal con mi mujer, que es la cosa del mundo que
yo más quiero”. De cómo Lázaro y su mujer encuentran la paz en su
casa. “Hasta el día de hoy nunca nadie
nos oyó sobre el caso; antes, cuando alguno siento que quiere decir
algo de ella, le atajo y le digo:
-Mirad, si sois mi amigo, no me digáis cosa con
que me pese, que no tengo por mi amigo al que me hace pesar,
mayormente si me quieren meter mal con mi mujer, que es la cosa del
mundo que yo más quiero, y la amo más que a mí, y me hace Dios con
ella mil mercedes y más bien que yo merezco. Que yo juraré sobre la
hostia consagrada que es tan buena mujer como vive dentro de las
puertas de Toledo. Quien otra cosa me dijere, yo me mataré con él.
De esta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en
mi casa”.
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083. Tratado séptimo de El Lazarillo de Tormes.
“Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de toda
buena fortuna”. De cómo finalizan con bien las aventuras de Lázaro.
“Esto fue el mismo año que nuestro victorioso
Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella
Cortes, y se hicieron grandes regocijos, como Vuestra Merced habrá
oído. Pues en este tiempo estaba en mi prosperidad y en la cumbre de
toda buena fortuna.
De lo que de aquí adelante me sucediere, avisaré a
Vuestra Merced”.
Ilustración y foto de Enrique Martínez-Salanova |
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Dibujado por
Antonio Morata, según una idea de Enrique Martínez-Salanova. Publicado en «Almería
lee»,
marzo 1986 |