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Don Honorato tenía un puntero

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Don Honorato tenía un puntero


 Don Honorato tenía un puntero (1). Puntero de aquellos de antes, de madera dura, brillante por el uso y los años. Puntero de usos múltiples como se verá más adelante; construido por manos artesanas para indicar en el mapa el lugar exacto donde se encuentra Mesopotamia o los afluentes del Ganges por la derecha o por la izquierda, según se mire.

 En manos de Don Honorato, profesor de geografía, de Historia, de Ciencias naturales, de Arte, de Filosofía y de casi todo lo demás, el puntero era al mismo tiempo un instrumento didáctico que servía tanto para señalar en una lámina las características más importantes de los marsupiales o las flores de acanto determinantes de alguno de los órdenes griegos, como de instrumento disciplinario de primer orden que utilizado como jabalina, o como él decía, spículum, en latín antiguo, se convertía en un santiamén en arma arrojadiza que llegaba desde su tarima hasta cualquier lugar de la clase.

 A veces también soltaba o arrojaba la regla, la tiza, el cartabón, el borrador o lo que tenía a mano. Gracias a Dios nunca fue el tintero. En honor a la verdad, todo hay que decirlo, jamás le dio a nadie, por lo menos en nuestros tiempos, ya que su mano era firme y su pulso seguro. Si bien es cierto que los más diversos objetos pasaban silbando sobre nuestras cabezas, es de justicia reseñar que Don Honorato era muy hábil en el lanzamiento de cualquier artefacto por extraño que pareciera, y no menos hábiles nosotros en el agachar la cabeza con celeridad, por lo que el blanco era casi siempre la pared de enfrente. Solamente una vez falló parcialmente cuando el arma arrojadiza salió por la ventana y tuvo que bajar Manolín a buscar el paraguas al patio.

Lo cierto y verdadero es que los punteros, además de lo dicho, servían para lo que están normalmente hechos los punteros: Para señalar. Hay que hacer constar sin embargo que Don Honorato tanto señalaba con el puntero la capital del Turquestán, como las costillas de los alumnos, es decir, nuestras costillas. En esto último se había convertido en un verdadero experto, sobre todo en clase de geografía de España. La acción se desarrollaba delante de un mapa de la Península Ibérica, islas incluidas. Don Honorato llamaba por su apellido, nunca por el nombre de pila, a uno de los alumnos. El interfecto, tembloroso, desencajado y sin color, subía a la tarima como si ascendiera al patíbulo.

Allí estaba Don Honorato, de verdugo, con dos punteros (2) y una venda. La venda era negra, densa y tupida, como las que ponen en los ojos a los ajusticiados o a los voluntarios en las sesiones de prestidigitación. Don Honorato la colocaba sobre los ojos de González, o de López; recordemos, siempre por el apellido. Personalmente revisaba el que ningún resquicio de luz entrara en los ojos de González, o de López. Si existía alguna ranura o luminosidad era comprobado con rapidez, ya que un amago de punterazo, ficticio pero eficaz hacía, en caso de intento de fraude, que González, o López, o Maripili, o incluso Pérez, el sabihondo de la clase, se arrugaran aunque fuera imperceptiblemente delatando su infracción. Don Honorato inmediatamente solucionaba el problema, colocando la venda de manera que fuera imposible el detectar ni el menor asomo de claridad. ¡Es que Don Honorato era muy serio para sus cosas!.

 En ese momento comenzaba la sesión. Había que localizar cada provincia española señalando su lugar correspondiente. López, ya vendado, recibía un puntero de Don Honorato, y era colocado en posición, casi siempre en mala posición. Don Honorato daba al ya de por sí desorientado López tres o cuatro vueltas sobre sí mismo para desorientarlo aún más todavía.

 López todo lo veía negro, más si cabe, cuando Don Honorato nombraba una provincia española, y por pequeña que fuera, López había de colocar en su lugar correcto el puntero, al que podríamos llamar puntero número uno. Si la operación no llegaba a efectuarse con toda exactitud, es decir si, pongamos por caso, el puntero número uno en vez de dar en Cáceres, daba en Badajoz, inmediatamente entraba en acción el puntero número dos, que era el que estaba en poder de Don Honorato, y que a diferencia del puntero número uno siempre daba en el blanco. Llámese blanco a lomo, pierna o costillas del ajusticiado.

 La verdad sea dicha: los resultados fueron óptimos; según parecer de Don Honorato, llegamos todos a tener una gran habilidad en colocar el puntero en el lugar exacto. No era fácil conseguirlo ya que se acertaba con mayor facilidad Badajoz que Vizcaya. Cuestión de tamaño. Al cabo de los meses casi nadie fallaba y los punterazos de señalar costillas actuaban menos. Solamente cuando les tocaba a las islas; en esas circunstancias se solía dar frecuentemente el caso de llegar al mismo tiempo la orden: «¡Formentera!», por ejemplo, que el punterazo de Don Honorato y el que toda la clase al unísono cantara a gritos: «¡Agua!»



(1)  Para ser más exactos: los punteros eran dos. No solo por aquello de tener de quita y pon, que no deja de ser válida razón. Las causas reales de la duplicidad de punteros las comprenderá satisfactoria y ampliamente el lector si tiene suficiente paciencia para terminar de leer este relato. (N. del A.)

(2) Si el lector ha seguido la historia hasta este momento, se dará cuenta del porqué de la aparición en escena de un segundo puntero, así como de la gran importancia que el mismo tiene en el relato. (Nota del tercer transcriptor)