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Todos los días lentejas

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Todos los días lentejas


 

En cierta ocasión Doña Purita, por cuestiones de formación personal, en que asistió a un curso sobre cómo manejarnos mejor en el aula, faltó varios días a clase. Le sustituyó mientras tanto una maestra nueva, recién salida del horno, que era además muy mona, monísima. La nueva maestra era joven, dinámica y emprendedora por demás, como se verá a lo largo de la historia. 

Toda la clase se alegró muchísimo, y hasta Maripili, que por la mañana nada más verla, dijo que no le gustaba nada la nueva maestra por la razón de que no le gustaba nada la nueva maestra, por la tarde decidió por la misma razón que «ahora sí que me gusta». Y aunque más vale malo conocido que bueno por conocer, entendiendo por malo conocido a Doña Purita y por bueno por conocer a la recién llegada, todo el mundo aceptó a la nueva como mal menor, lo cual quiere decir bastante.

Desde el primer momento en que llegó, la nueva recibió, eso sí, cariñosamente, el apodo de La Joven, no solamente porque Doña Purita, a pesar de que aunque no era mayor del todo ya peinaba algunas canas, sino porque la señorita Engracia, que así se llamaba la nueva maestra, respiraba juventud y ganas de trabajar por los cuatro costados, y además tenía unos ojos preciosos y una forma de decir que dividiéramos fracciones que embobaba.

Todo cambió con ella de la noche a la mañana. Gutiérrez empezó a llamarse otra vez Paquito, como le puso el cura, y González, del que ya no sabíamos ni como se llamaba resultó llamarse Ricardo, como su abuelo don Ricardo.

Con La Joven, nos lo pasamos muy bien. El primer día, por poner un ejemplo, hicimos una colección de mariposas, recortamos flores y frutos de una revista, compusimos poesías a las fases de la luna, buscamos en el diccionario la definición de estreptococo y la de australopiteco, y confeccionamos un herbario, que es algo así como los Jardines Colgantes de Babilonia pero hecho en clase, y en los que en vez de plantas y flores exóticas se ponen garbanzos, lentejas y judías como en los cocidos de nuestras madres. El primer día, por la mañana, hicimos también un trabajo sobre la rebelión de los cipayos y otro sobre los cultivos de arroz en Birmania.

Por la tarde, a la hora de mayor calor, nos aprendimos dos canciones que interpretamos a son de tapadera de cazuela y ritmo afrocubano. Más tarde, saltamos un buen rato en cuclillas por toda la clase cantando lo de las gallinitas saltan y saltan y lo de los pollitos pían y pían.

 Un rato después, con la lengua afuera, logramos dibujar una historieta sobre cómo Don Favila era muerto por un oso, y un poco más tarde, ya casi en los estertores de la agonía, en grupos de a cuatro realizamos un mural sobre los marsupiales.

De resultas del primer día, la clase entera llegó a la cama al borde del agotamiento total y más de uno soñó que los marsupiales se estaban comiendo las lentejas que colgaban de los jardines en Babilonia, mientras Don Favila, a ritmo afrocubano se comía un plato de arroz de Birmania.

Al día siguiente, al entrar en el aula, La Joven ya estaba allí, tan sonriente, animosa y simpática como el día anterior, fresca y lozana como una rosa. Y empezamos otra vez. Dale que te pego. Lo primero que hicimos fue un mosaico de legumbres, «¡qué manía con las legumbres!», pegando judías, lentejas y arroz en un cartón. Más tarde tuvimos que hacer un trabajo infernal sobre los anuros y los urodelos, otro sobre el proceso de fabricación del requesón en Centroeuropa y por si fuera poco, un estudio con ayuda del diccionario sobre el esternocleidomastoideo y su importancia en el sistema locomotor.

 Pronto comenzaron los murmullos, los cuchicheos y las comparaciones. Que si «Doña Purita entraba a la clase diez minutos más tarde y nos dejaba en paz», que si «ésta no pone notas pero nos tiene todo el día con la lengua afuera», que si «prefiero los ceros de Doña Purita que las sonrisitas de esta», «que es una falsa», «parece una mosquita muerta, pero ya, ya...», etc., etc.

 Al día siguiente, como el panorama no cambiaba, no aguantamos más y pasamos a la acción directa. Mientras la mayoría de la clase hacía collares con garbanzos, unos pocos y por lo bajini decidieron que la señorita Engracia se convirtiera en persona non grata, «por razones de supervivencia de la especie humana, ya que no nos dejaba ni respirar». Al mismo tiempo se planificó la campaña Pro urgente vuelta de Doña Purita

Rosarito y Maripili, que eran las más beatas de la clase, iniciaron una novena a la Virgen de los Desamparados, solicitando con devoción el regreso de «nuestra inapreciable, insubstituible y querida Doña Purita», prometiendo al mismo tiempo «que no volveremos a hacerle más faenas ni a meterle tizas en el bolsito de los pinturetes» si era acogida su petición.

 Y como cada uno tiene sus métodos, el resto de la pandilla, es decir, Manolín, Pepillo y los demás, dibujamos una pancarta que colocamos en la puerta de la clase y que decía más o menos: «Doña Purita, el pueblo te necesita».

 

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez