El baúl de los disfraces
En el colegio se respiraban desde el mes de enero aires de primera
comunión. En abril ya era el colmo. No se hablaba de otra cosa. Como
quién más quién menos tenía hermano, primo o demás familia a punto
de pasar por el trance, se hablaba del asunto a todas horas y por
todas partes, y hasta la mamá de Pepillo, que no venía nunca por el
colegio, porque
«para qué», se había asomado para preguntar
que si traía gladiolos o azucenas para el altar, pues el hermano
pequeño de Pepillo, Gerardito, estaba de comunión ese año.
Aunque éramos ya un poco mayores, no podíamos dejar de recordar
aquellos tiempos en que la pandilla completa hizo la primera
comunión, y lo bien que doña Purita llena de esmero nos había
preparado años atrás, para que no hiciéramos el ridículo en la
Iglesia con el
«Porlaseñaldelasantacruz», y el arrodillarnos
todos a un tiempo, y en llevar la vela los niños con la mano derecha
y las niñas con la izquierda, que era lo más importante de todo.
Y quién no se acordaba de cuando a Manolín, que acompañaba en el
altar a Mariloli, que le tocaba decir la poesía a la Virgen, se le
quemó con la vela el papel que le habían puesto para que no se
manchara los guantes. Con el consiguiente susto que se dieron Don
Venancio, el cura, Atanasio, el sacristán, y los padres de Manolín,
don Manuel y doña Genoveva, que llegaron soplando al altar, mucho
antes que los bomberos, y apagaron a su hijo de un bofetón,
«para
que otra vez tengas más cuidado, so merluzo, que siempre nos tienes
que subir los colores», que le dijo Doña Genoveva.
O lo de aquél día en que doña Purita se salió de clase un rato para
que reflexionáramos sobre la gran importancia que para nosotros, a
nuestra edad tenía lo de hacer la primera comunión. La reflexión se
convirtió en una amigable charla sobre los trajes de primera
comunión y de qué se iba a vestir cada uno.
Ricardito por ejemplo explicaba que su traje de capitán de coraceros
tenía galones dorados y una pluma amarilla así de alta, pero que le
hubiera gustado más ir de Robín de los Bosques, con arco y flechas,
y todo de verde para camuflarse en la espesura.
Agustín quería ir de Abderramán Tercero, lo que supuso que se
soliviantara todo el mundo porque
«a ver si te crees que estamos
en Alcoy, en moros y cristianos». Agustín, vista la poca
aceptación de Abderramán Tercero decidió allí mismo ir de Ricardo
Corazón de León, que era cristiano. En caso de dificultad por lo de
la coraza, hubiera ido a gusto de Flash Gordon, que aunque no
militaba en las Huestes de la Cristiandad por lo menos era
norteamericano y salvador del Universo.
Fue entonces cuando intervinieron las niñas, diciendo que siempre
éramos nosotros los que nos disfrazábamos con los trajes más
divertidos,
«y eso no tenía ninguna gracia».
Mariloli dijo que
«yo, de Juana de Arco, que lleva armadura y
además es una santa, como Santa Teresita, pero en aventurero y
emocionante».
La inspiración vino por cuenta de Rosarito que se quería vestir de
Madame de Pompadour, y si no, de Victoria de Samotracia, que debía
ser muy santa porque tenía alitas,
«como los mismos ángeles».
La cosa empezó a complicarse porque Maripili replicó a Rosarito que
de estatua antigua ya pensaba ir ella y que quería hacer la primera
comunión vestida de Venus de Milo, sin alitas.
En ese punto de la conversación es cuando decidió entrar doña
Purita, que con la oreja pegada a la cerradura de la clase estaba
siguiendo una conversación que ya pasaba de la raya. Doña Purita
señaló que le había parecido un verdadero descaro el tratamiento que
se le daba al tema, pues la Venus de Milo no tenía ni siquiera manos
para taparse un poco, y que la Comunión se hacía con las manos
juntas, así que
«¡de Venus de Milo, nada!».
Aprovechó entonces para decirnos que si no sabíamos que el día de la
primera comunión era el más importante de nuestra existencia y que
«no hay que enfadar al niño Jesús hablando en la clase». Doña
Purita informó a todos a renglón seguido sobre el hecho de que las
costumbres no se podían cambiar de la noche a la mañana, y que la
historia se hace poco a poco, y en cuestiones religiosas más poco a
poco todavía.
Todos nos enteramos ese día, gracias a las dotes pedagógicas y la
infinita paciencia de Doña Purita de que la Primera Comunión, se
hace desde tiempos inmemoriales con los trajes reglamentarios:
«de marinerito para los niños», sin importar la graduación, y
aquí es donde Paquito se llevó la mirada asesina por preguntar
«que
si me puedo disfrazar de Popeye, doña Purita». Y las niñas
«de largo, de blanco, con bolsito y corona de flores, como todos los
años, y nada de estatuas griegas, ¡Hasta ahí podíamos llegar!».