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De flor en flor

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

De flor en flor


 

Antiguamente lo confundíamos todo. No distinguíamos muy bien un decibelio de un estreptococo. Éramos capaces de escribir en un examen que los vertebrados de sangre fría eran los que no tenían columna vertebral, o que los reyes católicos eran Melchor, Gaspar y Baltasar. 

En fin, que estábamos hechos un lío. Sobre todo en Ciencias Naturales, cuando Doña Purita nos explicaba los de los estambres y los pistilos, y lo del ovario, el estilo y el estigma, o cuando las abejitas que se iban posando de flor en flor, de paso removían el polen y se lo llevaban a otra flor y, «bueno, pues igual que con el fruto que nace de ahí, pues igual nos pasaba a nosotros cuando nos traía la cigüeña», nos explicaba Doña Purita. Y se quedaba tan campante. 

Y nosotros también, porque como lo que ponía el libro nos lo aprendíamos de memoria y lo que decía Doña Purita nos traía sin cuidado, el resultado era que sabíamos con toda perfección y dominábamos al máximo lo de que los espermatozoides tenían colita y lo de que los óvulos se implantaban y todo lo demás. 

Nos considerábamos verdaderos eruditos sobre los fenómenos de la procreación de las flores y de los animales, entre ellos los racionales. Sin embargo nuestros conocimientos teóricos no nos sacaban de algunas de las dudas más importantes y seguíamos sin entender del todo infinidad cosas. 

Por ejemplo lo del parto: El parto no nos lo explicaban ni medio bien, y lo de los nueve meses era un misterio, y más misterio aún cómo pasaba lo que pasaba.

Por esta razón surgió en la clase un movimiento de cuchicheos, de rumores bajo cuerda, de risas, de dimes y diretes, de consultas a diccionarios, y de miradas alevosas a Doña Purita. También nacieron multitud de comentarios, «que si tal y que si cual, que si no se casaba era por fea y antipática y todo eso», que provocaron que la maestra, sintiéndose aludida, tocada en su moral y sobre todo en su fibra profesional, decidiera agarrar al toro por los cuernos y preparar la contraofensiva. 

La contraofensiva fue que se compró libros y láminas, se trajo unas diapositivas de educación sexual de lo más católicas que había, editadas por San Pablo Films, toleradas para menores de los de entonces, y que tenían hasta el Nihil Obstat, el Imprimátur, la Indulgencia Plenaria y la Bendición Apostólica de Su Santidad Inocencio Octavo. 

Doña Purita nos reunió a todos, nos habló como solamente ella sabía hacerlo, llegándonos al corazón, amable y cariñosa como siempre. Con su actitud logró el silencio más riguroso y la atención más despierta, sin que nadie se perdiera ni una sílaba, ya que además de su maravillosa actitud antes mencionada se preocupó de avisar, «por si acaso y sin ánimo de amenazar», que no quería oír comentarios, y que si alguien se reía o se daba codazos con el vecino, «se vería con el director, y allá él». Motivados de esta forma por Doña Purita, comenzó la clase de educación sexual. 

Vimos las diapositivas, las flores y los pajaritos en amor y compañía y cómo se querían las criaturitas de Dios. Vimos las semillitas en el aire, abejitas inocuas en los cielos, entre las flores y en los campos, y a una pareja de jóvenes ante el altar, muy sonrientes y pletóricos de felicidad interior, y por fin, a la joven en la cama de la clínica con un precioso bebé en sus brazos, mientras su joven y bello esposo tomándole de la mano la miraba dulcemente a los ojos con cara de arrobo de inmaculada de Murillo. 

Doña Purita explicó más tarde, a raíz de la diapositiva de la madre joven que estaba en la clínica, que la cigüeña no existía, que los niños no vienen de París y que ya éramos mayores para entenderlo y que si no fuera por el amor de nuestros padres, hubiera sido imposible que nosotros naciéramos. 

Y así, y ya que se había metido en el embrollo, llegó a contarnos, con todo el misterio, entre colores que le subían y bajaban, cómo era lo del embarazo, y sobre todo, aunque más difícil, lo del parto. 

La cosa hubiera quedado de miedo, sobre todo para Doña Purita. Cuando terminó su explicación, la maestra interpretó erróneamente el completo silencio reinante en la sala como una aceptación y absoluto entendimiento de lo explicado; creyó que ya había pasado el mal rato. Por ello resopló ampliamente, convencida de que se había quitado un gran peso de encima. 

Todo se complicó más tarde, casi inmediatamente, cuando intervino Rosarito, que acabada la disertación de la maestra preguntó, tras levantar la mano y que le fuera concedido el permiso de intervención: «Doña Purita, ya tenemos claro por dónde salen los niños. Ahora queremos que nos explique usted también por donde entran»

 

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez