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Guisando que es gerundio

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Guisando que es gerundio


 

Además del recreo, que para muchos de nosotros era la única razón de existir del colegio y de asistir al mismo, lo que más nos divertía y dónde mejor nos lo pasábamos era en las clases de Historia de España. 

Don Honorato se esmeraba diariamente en hacerlas agradables. Era de admirar lo que aquel santo varón, tantas veces vilipendiado, hacía para que entendiéramos que los españoles éramos el pueblo privilegiado de la tierra, y que nuestros héroes patrios eran mucho más héroes que todos los héroes y semihéroes de todos los demás países y pueblos de la tierra juntos. 

Don Honorato nos contaba historias antiquísimas, de los tiempos en los que ni siquiera él había nacido, y otras no tan antiguas pero no por ello menos heroicas. 

Debido a las historias de Don Honorato, o a su forma de contarlas, a todos nos daban muchas más ganas de ser españoles. Incluso a Francoise, al que llamábamos Fransuá porque era de Tulús de la France, el pobre, le hubiera gustado ser por lo menos descendiente de algún celtíbero aunque fuese solamente por parte de padre. 

Los mayores enemigos históricos de Don Honorato eran los que se inventaron, redactaron, publicaron y extendieron la nefasta Leyenda Negra, cuentos mal intencionados y calumniosos «creados por los envidiosos adversarios de nuestro país y de nuestra raza para desprestigiarnos ante Europa, América y el Japón». La Leyenda Negra intentaba demostrar que nuestro país «no había realizado gesta gloriosa alguna en el mundo, y que solamente un puñado de vagabundos aventureros,  por razón de su hambre y su afán de riqueza, había destruido personas, países y culturas, con la excusa de la cruz y por medio de la espada». 

Los portugueses, por ejemplo, intentan demostrar que Viriato era lusitano, o sea de un pueblo de Portugal, lo que nos sentaba fatal, porque todos sabíamos, y Don Honorato lo demostraba con su entusiasmo, que Viriato fue el español que más veces instigó y derrotó a los invasores romanos. 

O lo de Cristóbal Colón , mucho más grave por cierto, del cual casi todo el mundo afirmaba que era genovés, y que se llamaba Cristóforo Colombo para más inri, pero del que Don Honorato afirmaba que «hasta ahí podíamos llegar», pues Colón era sin ninguna duda hijo de un hidalgo español originario de un pueblecito cercano a Ciudad Real (1).

A Don Juan de Austria, lo trataba fatal la Leyenda Negra, y aunque no había nacido ni en España, ni siquiera en Austria, sino que vio sus primeras luces en Ratisbona, se ganó a pulso el ser español, y de los de verdad, pues no solamente era hijo de Carlos I de España y Quinto de Alemania sino que además se hartó de ganar batallas a todos los extranjeros que se le ponían por delante, ya fueran flamencos, turcos, moriscos o franceses. Y ahí era donde les dolía a los que escribieron la Leyenda Negra

Y solo hubiera faltado, como decía Rosarito, que hubieran dicho también «que Agustina de Aragón no era española sino sueca o neozelandesa o algo así de fuera de España. Todos estábamos muy orgullosos por lo bien que le sienta su cañón, que en las jotas rima no solamente con Aragón, sino también con invasión, con jamón y con Napoleón»

Rosarito no sabía en esos tiempos que Agustina, que en verdad se apellidaba Saragossa y Doménech no era ni siquiera de Zaragoza, ya que había nacido en Barcelona en 1790, muriendo santa y patrióticamente en Ceuta en 1858. Por lo menos, aunque catalana, no era extranjera, aunque muchos lo hubieran querido.

Don Honorato, poco a poco, nos iba haciendo gustar la historia. El ejemplo más claro se dio cuando llegamos a lo de Isabel la Católica, cuya santa vida nos contó con pelos y señales: de cómo se había enfadado muchísimo con su hermanastro Enrique el cuarto, conflicto que dio lugar a una guerra civil en Castilla; de como la misma Isabel, tan católica, tuvo que sacrificarse para casarse con el rey Fernando de Aragón, que a pesar de ser también tan católico se lo tuvieron que consultar a su hermano Enrique; y aún así lo que les costó casarse, que más parecía un serial radiofónico; de como su hermano Enrique debía ser un rey muy raro pero como era el que mandaba hasta Isabel le obedecía; de cómo, y así de paso, entre su hermano Alfonso, los nobles, y ella misma se quitaban de en medio a Juana la Beltraneja, hija de Enrique el Cuarto pero de la que las malas lenguas decían que su padre no era su padre sino un tal Beltrán y que por lo tanto no era princesa. 

La tal Juana a todos nos caía muy mal, sin saber porqué, tal vez por el nombre, o porque daba sensación de ser fea y de poco fiar, o porque la historia cuenta lo bueno de unos y lo malo de otros. Ni se sabe porqué, el caso es que nos caía mal la Beltraneja. 

Todo esto Don Honorato lo tenía clarísimo e intentaba que nosotros también lo entendiéramos, pues era fundamental para comprender la unidad nacional y toda la historia de España. 

Y al grupo entero de la clase le daba una pena inmensa  Don Honorato por lo mucho que se esforzaba y los copiosos sudores que se llevaba por explicar lo de los Enriques y la Beltraneja, «¡qué nombre le pusieron a la pobre!», que al final se metió a un convento. También nos daba lástima cuando quería que consiguiéramos una clara idea de lo de Isabel y Fernando, y todo el lío que se organizó en Castilla. 

Menos mal que se llegó a un acuerdo entre todos, explicaba Don Honorato, firmado en el mismo lugar en el que están los toros, en Guisando. El convenio al que llegaron se llamó desde aquel fausto día La Concordia de los Toros de Guisando, o vulgarmente, el pacto de Guisando. Y de ahí, por lo visto, y al decir de Don Honorato y de los historiadores de aquel tiempo, todo quedó claro en Castilla entre Enrique el Cuarto e Isabel la Católica, su hermanastra a decir verdad. 

Don Honorato pensó que todo había quedado igual de claro para nosotros porque le poníamos cara de que estábamos de acuerdo, y además porque cuando preguntó que si todo estaba claro le dijimos que estaba no ya claro, sino clarísimo, y que le habíamos entendido perfectamente. Y es que nos daba pena el esfuerzo que había hecho, y hasta le aplaudimos y todo cuando acabó la explicación. 

Por eso al día siguiente Don Honorato se quedó de piedra, como los toros, cuando al preguntar a Manolín nada más empezar la clase de Historia: «Señor Fernández, ¿qué sabe usted de Guisando?», Manolín le contestó rápidamente, sin dudar, corto y con precisión, sin inmutarse en lo más mínimo: «Guisando es el gerundio del verbo guisar, Don Honorato».



(1) Probablemente no le faltaba razón a Don Honorato al afirmar taxativamente la procedencia hispánica de Cristóbal Colón. Es necesario tener en cuenta el estudio de Fray Saturnino Galíndez de Hermosilla y Delgado, tataranieto por parte de madre del Almirante, y su décimo séptimo biógrafo, en su obra: Los deslices amorosos de mi tatarabuelo Cristóbal, cuya primera edición data de 1.724 y que se reeditó hace algunos años financiada con fondos del Quinto Centenario. En dicha obra, el insigne descendiente hace referencia a una partida de bautismo encontrada en Jutrillas del Monte a nombre de un tal Juan Colano, nacido en 1654. Es fácil apreciar que de Juan a Cristóbal, no va nada, y menos en aquellos tiempos en que los encargados de registro apenas sabían leer y escribir, como afirma el mismo Fray Saturnino. El apellido Colano, bien pudo, por razones desconocidas, convertirse en Colono, o Colón, por lo del huevo. Lo de la fecha de nacimiento, casi tres siglos después, no deja de ser una minucia que no vale la pena reseñar dada la importancia del acontecimiento y las repercusiones históricas, políticas y económicas que pudiera traer consigo una revisión. (N. del T.).

 

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez