Miedo a volar
(1)
Un día llegó el nuevo. Venia de la mano del
director, el cual le aseguró que le iba a ir muy bien con
nosotros. El nuevo era bajito, llevaba traje de chaqueta y
corbata a rayas. Y gafas. Se llamaba Jorge Puig pero había
que llamarle Yordi Puch. A la pandilla, eso de que el apodo
viniera ya impuesto desde afuera no le gustó nada y aunque
empezamos a llamarle El Puch, se le hizo cruz
y raya desde el principio. Siempre pasaba lo mismo cuando
llegaba alguien por primera vez.
Siempre hay excepciones. El año anterior, cuando llegó Iñaki
Sasarramundi Bengoechea, ya desde el primer día empezó a ser
de la pandilla, o la pandilla de él, no estaba muy claro,
pues aseguró de entrada que
«si
no sois mis amigos y me dejáis las canicas os inflo a
leches, pues».
Con El Puch fue distinto. El Puch
era muy callado y aguantaba todas las bromas, y ni se
enfadaba ni nada, y jugaba él sólo en el patio, sin meterse
con nadie.
Un día estábamos con Doña Purita en clase
«de
trabajos forzados»
(manualidades lo llamaba ella), y nos ordenó
hacer una pajarita de papel. Nos salía fatal. Todos
sudábamos con el esfuerzo. Todos, menos El Puch,
que no se descomponía ni por esas y que en el mismo tiempo
en que los demás, resoplando a pulmón, hacíamos una
pajarita arrugada, él hizo su pajarita, y otra más. Sin
inmutarse, sin que se torciera su corbata a rayas. Y para
colmo, la pajarita de más que había hecho, volaba. Sí,
cuando se le tiraba de la cola, movía las alas.
A Rosarito le sentó tan mal lo de la pajarita que volaba que
decidió no dirigir la palabra a Yordi nunca más,
«Por
cursi»,
dijo. Para colmo Doña Purita felicitó a
El Puch y le puso un diez en pajaritas de
papel, y él como si nada. Ni se hizo el creído, ni nos miró
a los demás por encima del hombro.
Sin embargo a partir de aquel hecho se desencadenaron una
serie de situaciones que debo referir. En los días
siguientes se observaron movimientos extraños en clase. Una
mañana, Agustín le dio a El Puch la mitad de
su bocadillo de salchichón, y aquella misma tarde el
mismísimo Agustín apareció, presumiendo, con una pajarita de
papel que volaba.
«La
he hecho yo solito»,
le dijo Agustín a Ricardito.
«Traidor»,
le dijo Ricardito a Agustín.
Al día siguiente, se pudo observar que El Puch,
jugaba con unas canicas que habían sido de Ricardito,
«Traidor»,
le dijo Maripili a Ricardito cuando le vio por la tarde
jugando con una pajarita de papel que volaba.
A la semana siguiente toda la clase sabía hacer la pajarita
de papel que volaba, al mismo tiempo que las canicas, los
cromos de Gengis Kan conquistador de Mongolia, los
sacapuntas y la mitad de los bocadillos de toda la clase,
pasaban a las manos de El Puch.
Días más tarde Yordi Puch fue admitido
solemnemente en la pandilla como miembro de honor primero y
de pleno derecho después, y más tarde en el equipo de
fútbol, en el que acabó metiendo más goles que Agustín y
Pepillo juntos.
Mientras tanto cada día éramos más diestros en hacer
pajaritas de papel de las que volaban. Lo malo, o por lo
menos lo malo para Don Honorato, es que las pajaritas se
hacían en la clase de matemáticas, en la de geografía, en la
de religión y hasta en la de gimnasia, sin atender a otras
cosas.
Don Honorato tuvo que tomar cartas en el asunto, sobre todo
cuando los de tercero, y los de quinto, y luego los
pequeñajos aprendieron a hacer pajaritas de papel de las que
volaban, y se hacían en todos los cursos en las clases de
matemáticas, y en la de geografía y en la de religión, y
hasta en la de gimnasia.
Cuando las cosas pasaron a mayores, el director nos llamó al
salón de actos y pronunció un discurso, en el que nos expuso
lo maravillosa que era la disciplina. También nos soltó
aquello de
«lo
que se preocupan los maestros por vosotros»,
y lo de que
«vuestros
padres no se merecen esto»
y
«que
son tan buenos».
También nos espetó lo de siempre:
«que
este es un centro educativo que siempre se ha caracterizado
por su seriedad, su orden y disciplina, una disciplina que
ahora no vamos a acabar de un plumazo
(¿lo diría por las alas de las pajaritas?)
con la merecida fama que durante tantos lustros se ha ganado
a pulso esta institución educativa»,
y por fin, como colofón dijo que
«¡ya
estaba bien de pajaritas!»,
que le teníamos
«hasta
el gorro»
y que
«a
buen entendedor con pocas palabras basta»
(la disertación había durado más de tres cuartos de hora).
Aquella tarde, Maripili y Rosarito aseguraron haber visto
con sus propios ojos, por el ojo de la cerradura de la sala
de profesores, a Don Honorato y al dire,
jugando con una pajarita de papel de las que mueven las
alas. Nadie les creyó.