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Insectos, con perdón

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Insectos, con perdón


 

Lo bien que aprendíamos las cosas con don Honorato. Ya en varias ocasiones me he referido a su capacidad pedagógica, y sobre todo a que aprendiéramos mediante la experiencia directa. Con frecuencia nos acercaba a la realidad, aún a costa de su integridad física, psíquica y moral, llevándonos a vivir realmente lo que él explicaba en clase. 

Un día nos acompañó al campo a buscar insectos, para que viéramos in situ, y observáramos como se merece lo que él nos había enseñado sobre patas de insectos, élitros, metamorfosis, orugas y mariposas. 

También nos dijo que nos sacaba al contacto con la naturaleza «para que fuéramos alguien el día de mañana» y «para que lo que él hablaba no nos entrara por un oído y nos saliera por otro». Es conveniente reseñar de todas formas que llevábamos más de una semana, recalcitrantemente inaguantables, pidiéndole que nos sacara al campo. 

Habíamos visto casi todo lo relativo a los animales tal y como lo iba dando el libro: los artiodáctilos y los solípedos, vulgo caballos, las aves en peligro de extinción y otras muchas, y los reptiles, incluidos los cocodrilos. El último día, anterior a los hechos que aquí se relatan, vimos lo de los insectos. Fue por causa de estos invertebrados por lo que pasó lo que pasó. 

Salimos por la mañana, en filas, camino del campo, sin nada especial que reseñar salvo que Pepillo y Maripili se perdieron, que don Honorato estuvo a punto de un ataque de apoplejía a resultas de ello y que cuando Pepillo y Maripili aparecieron, a la media hora, todo hay que decirlo, venían de la mano de un municipal, que le decía a don Honorato que «si usted es el maestro es usted el responsable. Hay que tener más cuidado, que los timbres de las casas no se tocan. Ya le enseñaría yo cuatro cosas sobre cómo tratarlos... que con estos especímenes hay que tener mano dura», como si don Honorato la tuviera blanda. 

Ya en el campo, don Honorato respiró más tranquilo el aire puro, porque entre las montañas no suele haber timbres que tocar, y porque nos vio tan dispuestos a recoger cualquier tipo, forma o clase de insecto, es decir, hormigas, saltamontes, libélulas, escarabajos o mariposas, que se le pasó el enfado, y lo del municipal y sus timbres que no se tocan. 

Pusimos manos a la obra, y al grito de «¡todos a buscar bichos!» de Agustín, coreado por el resto, nos dispersamos por barrancos, valles y colinas. La colección, conociendo nuestro propio entusiasmo por el tema y la creatividad que nos caracterizaba en esos casos, prometía ser muy variada. 

A la hora exacta, don Honorato tocó el silbato. «Don Honorato y su aparato», informó Rosarito, que siempre tenía algo que decir. Volvimos poco a poco. Enseñábamos nuestra caza. Fue difícil explicarse por qué don Honorato se enfadó tan rápido y con tal energía al ver las lagartijas y el sapo que traía Ricardito, las tres lombrices de Felipe, los huevos de perdiz de Mariloli, la gran cantidad de tornillos viejos y de piedras que aparecieron y las ocho hormigas asfixiadas que se traía Agustín en un puño, a las que don Honorato consideró, aunque difuntas, por lo menos, insectos. 

Como la vuelta se hacía urgente, Don Honorato dio la orden de regreso. Al pasar lista fue donde se descubrió, «otra vez, verán ahora lo que es bueno» la ausencia de Maripili y de Pepillo. Don Honorato sopló y resopló su silbato, «Don Honorato y su aparato», volvió a informar Rosarito. Todos gritamos hasta hartarnos. Por separado y a la vez, intercalando entre las llamadas a Maripili y a Pepillo algún que otro «Don Honorato y su aparato».

 Pasó el tiempo. Alguien dijo que porqué no llamaban otra vez al guardia. Don Honorato, que además de no estar para insensateces tenía escaso sentido del humor, estuvo otra vez al borde de la apoplejía. Fue entonces cuando aparecieron los perdidos. 

Nunca se supieron las causas que dieron lugar a lo que pasó: tal vez fue porque Pepillo y Maripili quisieron demostrar con su esfuerzo y buena intención al respecto que deseaban hacer méritos para que se olvidara lo del municipal, los timbres y la escapada por las calles; tal vez fue porque, al igual que los demás, tampoco ellos se enteraron de que lo que Don Honorato pretendía era que se hiciera una colección de insectos; tal vez fue porque simplemente aquel día así les vino en gana a los protagonistas. Nadie lo sabrá nunca, pero ahí queda eso. 

El caso es que cuando aparecieron por detrás de una loma Maripili y Pepillo, traían un bicho para la colección. ¡Pero qué bicho, santa madre de Don Honorato!. Porque lo que Maripili y Pepillo traían, arrastraban más bien, arrastraban repito, ya que el bendito animal que no quería ni bien ni mal ser llevado a una colección de insectos, era un bicho con perdón, es decir, un tremendo, pesado y enfadadísimo marrano.

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez