La proyección
(Basado en las anotaciones del diario de Don Honorato un día
18 de Marzo, lunes).
Las reflexiones de Don Honorato en su diario íntimo,
confirman lo que un lunes nefasto, que quedó en la memoria
de todos, sucedió en el aula. Luctuoso a la par que aciago,
sobre todo para Don Honorato se entiende, ya que todo lo que
normalmente era desagradable para Don Honorato significaba
para nosotros más bien asueto y diversión.
Don Honorato había anunciado durante toda la semana anterior
que el lunes, a primera hora, nos pasaría una sesión de
diapositivas,
«de un gran interés didáctico y pedagógico,
que aparte de la belleza de las imágenes, ustedes tendrán
una visión amplia y definitiva sobre los ornitorrincos, su
morfología, su vida, su alimentación, sus insólitos sistemas
reproductores para un mamífero y las principales
características que han hecho de ellos una rareza en el
reino animal»
Aunque lo del interés por los ornitorrincos nunca fuese
excesivo entre nosotros, la idea de una sesión de
diapositivas y por lo tanto el convencimiento de que Don
Honorato en día de proyección no solía preguntar la lección,
fue acogida por toda la clase con alaridos de emoción sin
límites que hicieron pensar a Don Honorato que los
ornitorrincos eran nuestra debilidad.
Pero como quien mejor puede contar lo que ocurrió aquél
fatídico, aciago y nefasto - repito - lunes es el mismo
diario de Don Honorato, a él me remito:
Decía el diario:
«Les había prometido ya con anterioridad
(a nosotros, se entiende) que iba a ponerles una
diapositivas sobre los ornitorrincos, tema por demás
interesante e instructivo y en el que había depositado todo
mi entusiasmo de maestro. En el día en que esto escribo, he
llegado al aula con el fin de realizar la proyección, y han
comenzado inmediatamente la mayoría de mis males. A pesar de
que se lo había advertido, recordado y hecho escribir al
conserje en su libreta, el proyector no fue llevado al aula,
lo cual me ha obligado a buscar yo mismo el aparato, no sin
antes tener que rastrear las llaves de la sala de
audiovisuales, ya que al perderse el conserje, que quién
sabe nunca donde se mete, no aparecían por ninguna parte.
Han sido ubicadas casi a la media hora, lo que ha provocado
un gran retraso en el horario y que la clase entera haya
hecho durante ese tiempo lo que se le ha antojado».
Cuando Don Honorato volvió al aula con las llaves, venía que
se lo llevaban los demonios, las parcas guadañudas y todos
los dioses del averno. Más todavía cuando vio las frases
alusivas a los ornitorrincos que había escritas en la
pizarra. En la pizarra se veía, en caracteres gigantescos:
«¡Ornitorrincos go home!», que Don Honorato se tomó
como ofensa personal, y nos dijo que los ornitorrincos, a
pesar de su cara de pato y de su pico, eran tan mamíferos,
del orden de los monotremas por más señas, como cualquiera
de nosotros, si no más.
El paseo desde el aula hasta el salón de proyecciones fue
épico. La clase entera había perdido durante los tres
cuartos de hora de espera el poco interés, si es que alguno
hubiera habido por los ornitorrincos y por la proyección,
creciendo en proporción geométrica las ganas de recreo, de
no hacer nada, de pasarlo bien y de armar follón. Por esta
razón se desfiló triunfalmente hasta el lugar en que sucedió
la tragedia. Ya hubiera querido Aida, en su marcha triunfal,
entrar con semejante ritmo en el escenario. Cuando Don
Honorato se dispuso a conectar el proyector, el nivel de
conflicto de la clase había subido a límites casi
insuperables. Cuando Don Honorato se dio cuenta de que el
cable del enchufe no llegaba y necesitaba un alargador, el
ambiente respiraba ya aires de batalla campal. Cuando Don
Honorato se enredó con el cable que le trajeron, la batalla
ya era naval, algo así como la de Lepanto, o casi peor, como
el desastre de la Armada Invencible cuando lo de la
tempestad.
Y es que mientras a Don Honorato se le enredaban o se le
cruzaban los cables, la clase entera, o jugaba a los
barquitos, o bien saltaba sobre los pupitres, o bien se
hacía señales de banderas por encima de las sillas al mismo
tiempo que los mil diablos del genio maligno de Don Honorato
se convertían por segundos en miles y en millones.
Todo terminó de repente, cuando por fin la luz del proyector
iluminó la pared del aula. Las huestes abencerrajes,
prorrumpieron al unísono en un cerrado aplauso, coreado por
vítores a Don Honorato y a los ornitorrincos y se armó una
muy gorda mientras unos gritaban lo de
«¡Don Honorato,
Don Honorato!», y los otros contestaban lo de
«¡cara
pato, cara pato!», por los Ornitorrincos, no por Don
Honorato.
Mientras Don Honorato intentaba hacerse entender sin
lograrlo, el timbre del pasillo sonaba esforzándose en ser
escuchado para anunciar que la clase había terminado.