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La proyección

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

La proyección


(Basado en las anotaciones del diario de Don Honorato un día 18 de Marzo, lunes).

 

Las reflexiones de Don Honorato en su diario íntimo, confirman lo que un lunes nefasto, que quedó en la memoria de todos, sucedió en el aula. Luctuoso a la par que aciago, sobre todo para Don Honorato se entiende, ya que todo lo que normalmente era desagradable para Don Honorato significaba para nosotros más bien asueto y diversión. 

Don Honorato había anunciado durante toda la semana anterior que el lunes, a primera hora, nos pasaría una sesión de diapositivas, «de un gran interés didáctico y pedagógico, que aparte de la belleza de las imágenes, ustedes tendrán una visión amplia y definitiva sobre los ornitorrincos, su morfología, su vida, su alimentación, sus insólitos sistemas reproductores para un mamífero y las principales características que han hecho de ellos una rareza en el reino animal»

Aunque lo del interés por los ornitorrincos nunca fuese excesivo entre nosotros, la idea de una sesión de diapositivas y por lo tanto el convencimiento de que Don Honorato en día de proyección no solía preguntar la lección, fue acogida por toda la clase con alaridos de emoción sin límites que hicieron pensar a Don Honorato que los ornitorrincos eran nuestra debilidad. 

Pero como quien mejor puede contar lo que ocurrió aquél fatídico, aciago y nefasto  - repito - lunes es el mismo diario de Don Honorato, a él me remito:

Decía el diario:

 «Les había prometido ya con anterioridad (a nosotros, se entiende) que iba a ponerles una diapositivas sobre los ornitorrincos, tema por demás interesante e instructivo y en el que había depositado todo mi entusiasmo de maestro. En el día en que esto escribo, he llegado al aula con el fin de realizar la proyección, y han comenzado inmediatamente la mayoría de mis males. A pesar de que se lo había advertido, recordado y hecho escribir al conserje en su libreta, el proyector no fue llevado al aula, lo cual me ha obligado a buscar yo mismo el aparato, no sin antes tener que rastrear las llaves de la sala de audiovisuales, ya que al perderse el conserje, que quién sabe nunca donde se mete, no aparecían por ninguna parte. Han sido ubicadas casi a la media hora, lo que ha provocado un gran retraso en el horario y que la clase entera haya hecho durante ese tiempo lo que se le ha antojado»

Cuando Don Honorato volvió al aula con las llaves, venía que se lo llevaban los demonios, las parcas guadañudas y todos los dioses del averno. Más todavía cuando vio las frases alusivas a los ornitorrincos que había escritas en la pizarra. En la pizarra se veía, en caracteres gigantescos: «¡Ornitorrincos go home!», que Don Honorato se tomó como ofensa personal, y nos dijo que los ornitorrincos, a pesar de su cara de pato y de su pico, eran tan mamíferos, del orden de los monotremas por más señas, como cualquiera de nosotros, si no más. 

El paseo desde el aula hasta el salón de proyecciones fue épico. La clase entera había perdido durante los tres cuartos de hora de espera el poco interés, si es que alguno hubiera habido por los ornitorrincos y por la proyección, creciendo en proporción geométrica las ganas de recreo, de no hacer nada, de pasarlo bien y de armar follón. Por esta razón se desfiló triunfalmente hasta el lugar en que sucedió la tragedia. Ya hubiera querido Aida, en su marcha triunfal, entrar con semejante ritmo en el escenario. Cuando Don Honorato se dispuso a conectar el proyector, el nivel de conflicto de la clase había subido a límites casi insuperables. Cuando Don Honorato se dio cuenta de que el cable del enchufe no llegaba y necesitaba un alargador, el ambiente respiraba ya aires de batalla campal. Cuando Don Honorato se enredó con el cable que le trajeron, la batalla ya era naval, algo así como la de Lepanto, o casi peor, como el desastre de la Armada Invencible cuando lo de la tempestad. 

Y es que mientras a Don Honorato se le enredaban o se le cruzaban los cables, la clase entera, o jugaba a los barquitos, o bien saltaba sobre los pupitres, o bien se hacía señales de banderas por encima de las sillas al mismo tiempo que los mil diablos del genio maligno de Don Honorato se convertían por segundos en miles y en millones. 

Todo terminó de repente, cuando por fin la luz del proyector iluminó la pared del aula. Las huestes abencerrajes, prorrumpieron al unísono en un cerrado aplauso, coreado por vítores a Don Honorato y a los ornitorrincos y se armó una muy gorda mientras unos gritaban lo de «¡Don Honorato, Don Honorato!», y los otros contestaban lo de «¡cara pato, cara pato!», por los Ornitorrincos, no por Don Honorato.

 Mientras Don Honorato intentaba hacerse entender sin lograrlo, el timbre del pasillo sonaba esforzándose en ser escuchado para anunciar que la clase había terminado. 

© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez