«El
Parnaso»
Un día,
Doña Purita llegó al aula con la esplendorosa idea de
hacer una revista. Lo había leído, para bien o para mal, en
una publicación dedicada al perfeccionamiento del
profesorado y le pareció de perlas que nosotros, tan
necesitados de métodos modernos, la lleváramos a la práctica
y así, por lo menos una vez en la vida, nos ilusionáramos
por aprender algo.
Según el artículo leído por Doña Purita, para realizar una
revista en el aula con fines educativos, lo esencial era que
los mismos alumnos, con toda la libertad posible, la
hicieran ellos solos. Era, según la publicación, lo más
importante de todo, ya que agilizaba la creatividad,
obligaba a trabajar a los que como nosotros éramos vagos a
natura y además se aprendía muchísimo a hacer revistas.
Dicho y hecho. Para cumplir a rajatabla las pautas
indicadas, Doña Purita empezó ella misma por decidir los
trabajos para los que estábamos capacitados cada cual, según
sus propias actitudes y gustos (los de Doña Purita). De esta
guisa, a Gutiérrez le tocó reseñar la semana de fiestas,
«a ver si por fin se entera de algo», y a Mariloli y
Manolín hacer una entrevista al director,
«a ver si se
les pega una parte de su sabiduría»; Ricardito se
encargaría de los anuncios, porque era un entrometido, y así
todos los demás. Noticias, reportajes, chistes, dibujos, a
cada cual lo suyo.
Nunca habíamos visto a doña Purita tan radiante de
felicidad. La revista la publicitó ella misma en la sala de
profesores con todo el entusiasmo del que era capaz:
«Estamos haciendo una revista que va a renovar los métodos
pedagógicos en este colegio, y lo que es más importante, los
alumnos se lo han tomado por primera vez en serio, y con una
gran dosis de entusiasmo».
Qué lejos estaba ese día Doña Purita de atisbar ni siquiera
de lejos los aciagos días que le depararía su mala estrella
por haberse metido en la ardua empresa de realizar una
revista con gente como nosotros.
Llegó el día en el que todos los esfuerzos, en forma de
redacciones, noticias, anuncios, entretenimientos, dibujos y
lo que a cada uno se le ocurriera, debían ser presentados
ante la mesa de Doña Purita, que como redactora jefe se
había constituido en único juez y árbitro para decidir lo
que se publicaba o no se publicaba.
En primer lugar se estableció el turno de aportaciones sobre
el título o nombre que debería llevar la revista, que según
la publicación pedagógica era conveniente que eligieran los
mismos alumnos. Esto resultaba de vital importancia para
poder continuar adelante en su elaboración.
Participando cívica y responsablemente, cada uno fue
exponiendo sus nombres preferidos. Ahí empezaron los
problemas para Doña Purita, que estuvo al borde del ataque
de histeria cuando oyó que para una revista de carácter
literario de altura alguien osara proponer nombres como el
de El menudillo de pollo, o el de Más
da una piedra, o Los Tritones de Doña
Purita, Las tres haches (La
Hodisea, La Hilíada y la Heneida), El
Puntero, El esterno-cleido-mastoideo,
etc. que componían una interminable lista que hizo temer a
Doña Purita por el buen nombre y la mejor fama de su todavía
inédita revista.
Y es que a los alumnos de entonces cuando nos dejaban pensar
pensábamos por demás, según la maestra. La solución tuvo que
darla la misma Doña Purita, que cortó por lo sano
«... y
como parece difícil ponerse de acuerdo, la revista se
llamará El Parnaso, un nombre que además de muy
original, le va de maravilla a una revista culta y literaria
de la categoría y distinción que todos pretendemos».
Aquella noche, en la tranquilidad de la mesa de camilla de
su casa, Doña Purita comenzó la lectura de los trabajos
realizados con toda ilusión por sus alumnos para ser
publicados en la revista.
La maestra se encontraba realmente satisfecha por el
resultado de los acontecimientos de la mañana, y por lo
bien que los alumnos habían encajado el nombre propuesto por
ella, (salvo Maripili,
¡quién iba a ser!, que había
apostillado mediante un pareado lo de
«Oh, oh, El
Parnaso, ¡que atraso!»). De pronto, y sin que mediara
nada importante, sin saber porqué, sin datos objetivos que
lo demostraran, más bien por tufo, por intuición femenina
tal vez, o porque no se fiaba de nosotros ni un pelo, o
porque siempre se temió lo peor, o vaya usted a saber
porqué, de pronto, repito, Doña Purita tuvo el pálpito de
que el haberse metido en la redacción de una revista podía
acabar en un buen lío.
Y es que la entrevista con el director, que habían hecho
Mariloli y Manolín, estaba pasable, por qué no decirlo, pero
hubo que meterle tijera porque no era posible que el
director, el señor director hubiera afirmado que
«aún
quedan algunos maestros que no tratan bien a sus alumnos y
rodarán cabezas por doquier debido a ello...»; o lo que
se decía del profesor de gimnasia, al que en un artículo
sobre actividades diversas realizado por Rosarito y otros se
decía de él que era algo así como
«tío bueno, macizo y
cachetón...» a lo que Doña Purita creyó oportuno
igualmente meter tijera; o lo de la
«Oda al Puntero»,
de autor anónimo, bastante bien realizada literaria y
métricamente por cierto, pero a la que Doña Purita no tuvo
más remedio que censurar en su integridad porque ponía en
tela de juicio los métodos didácticos de Don Honorato.
Al finalizar la sesión de lectura, la revista había sufrido
una merma de más o menos el setenta y ocho y medio por
ciento de lo realizado por nosotros. Menos mal que Doña
Purita se había adjudicado ella misma una buena parte de los
textos para salvar la dignidad ante el resto de los maestros
y dar una mayor seriedad, contenido y profundidad a la
publicación.
El Parnaso, Revista Literaria
fue, por fin, publicada y se distribuyó por todo el ámbito
escolar, quedando el colegio entero satisfecho con La
Gaceta de Doña Pureta, como se la apodaba en
camarillas clandestinas. Doña Purita no llegó a enterarse
del apodo rimado de su publicación, y seguramente tampoco le
hubiera importado demasiado pues era ella y nadie más la
protagonista indiscutible del feliz acontecimiento, y a ella
sola llegaban todas las felicitaciones.
Y también los sinsabores a los que ya habíamos hecho
alusión. Y es que al cabo de muy pocos días de la
presentación, reparto y difusión de El Parnaso,
Revista Literaria, una llamada
directa de Don Sergio, el Inspector Jefe, a Doña Purita,
cambió la alegría en sinsabor, la miel del triunfo en acíbar
de sufrimiento y derrota:
«...Sí Don Sergio, claro Don
Sergio, no sabía, Don Sergio, Usted descuide, Don Sergio...,
Perdón, Don Sergio, Intentaré remediarlo, Don Sergio».
Doña Purita acabó la conversación telefónica entre ella y el
Inspector Jefe con la palidez cadavérica que confiere el
rigor mortis.
No era para menos. Doña Purita no sabía, o no se acordó en
su momento, o no se le pasó por las mientes, o sencillamente
no le dio importancia a que Don Sergio, El Inspector Jefe,
desde su juventud, por su afición a las artes literarias, a
la lectura de rimas, odas, leyendas, epopeyas, églogas y
poemas de toda suerte, era apodado por amigos y enemigos,
con el simpático apodo de Don Parnasillo. Y
a Don Sergio no le hacía ni pizca de gracia el mote, y
siempre se lo tomaba como una ofensa personal.