Los sitios de Zaragoza
Siempre nos pareció raro eso de que los profesores no
llegaran nunca al final del libro. Era como si en el cuento
de La Bella Durmiente del Bosque la princesa no se hubiera
casado con el príncipe.
Si el libro era de Matemáticas y Geometría, estudiábamos las
matemáticas, pero no veíamos nada, o casi nada, de
geometría, con lo que hacíamos muchas cuentas pero pocos
volúmenes.
Si el libro era de química, como no nos daba tampoco tiempo,
dejábamos la química del carbono que siempre estaba al final
nadie sabe por qué, sin ni siquiera tocarla. A pesar de que
la química del carbono, como nos hemos enterado mucho más
tarde es la del petróleo, la del Golfo Pérsico y por lo
tanto la de los petrodólares.
Tampoco llegábamos nunca a la trigonometría, que siempre la
ponían detrás de la aritmética, a pesar de que con ella
hubiéramos aprendido algo más a situarnos en el espacio y
tal vez en el tiempo.
Maripili decía que no era cuestión de tiempo sino de que ni
Don Honorato ni Doña Purita sabían tampoco los finales de
los libros y que por eso Don Honorato se pasaba cantidad de
tiempo con lo de las valencias y los pesos específicos que
era un verdadero rollo y nunca llegaba a las gasolinas ni a
los carburantes que era mucho más entretenido y útil.
Lo de doña Purita todavía peor pues también, según Maripili
que era una sabihonda, no llegaban a la trigonometría por
aquello de los senos y cosenos y tangentes y cotangentes que
sonaba a palabrotas.
En historia pasaba lo mismo. Ya de por sí la historia
siempre empieza por el principio y termina por el final,
porque claro, no vamos a ver antes a los godos que a los
etruscos, por ejemplo. Los libros son como las películas que
siempre empiezan por las letras del comienzo
y acaban por el The End
(2).
Don Honorato siempre intentó convencernos de que la Historia
de España, por ejemplo, acababa en un feliz final con música
de fondo de
El
sitio de Zaragoza, de Cristóbal Oudrid,
«cuando los valientes
y aguerridos patriotas españoles expulsaron a las huestes
napoleónicas de nuestra península poniendo así punto final a
una de las épocas más llenas de oprobio de la historia de la
humanidad». Don Honorato terminaba esta hermosa
disertación con lágrimas en los ojos poniendo cara de
alcalde de Móstoles cuando lo del telegrama.
Y es que don Honorato, siempre empezaba la historia por el
principio, es decir cuando lo de la prehistoria y lo de la
Dama de Elche, que más tarde se demostró que era más bien
Damo, y la terminaba cuando podía.
También nos contaba la triste vida de los celtas, que eran
largos y rubios y Pepillo decía que al revés que las labores
de la Tabacalera del mismo nombre, que como decía su padre
eran cortos y de un negro horrible.
El caso es que nos pasamos la historia ganando a los
invasores, como el caso de Viriato con los romanos, don
Rodrigo con los árabes, Carlos Quinto con los herejes, don
Juan de Austria con los turcos, Felipe Segundo con los
portugueses, y así hasta que entre Daoíz, Velarde, Agustina
de Aragón, Palafox, El Empecinado y algunos más como he
contado antes, se puso punto final a etcétera etcétera
etcétera. Etcéteras que significan que todos los pueblos de
la tierra nos odiaban y después nos invadían, y nosotros,
españoles valerosos, siempre teníamos, a pesar de los
muertos y de los que se suicidaban antes de rendirse
(3),
patriotas de repuesto, preparados para defendernos de los
invasores.
Y ahí terminaba nuestra historia. Con Napoleón derrotado y
con un maravilloso The End
(4),
y música de fondo del Aleluya de Haendel.
Así llegábamos a los exámenes de junio, sin enterarnos de
que había habido más tarde guerras carlistas en las que
ganaron los liberales, de que perdimos una a una todas
nuestras colonias, y los doblones y los maravedíes.
Tampoco nos enteramos de que el último siglo estuvo lleno de
votaciones, de botas, de monarquías y de dictaduras que iban
y venían. No tuvimos claro que no hubo solamente una
victoria sino muchísimas derrotas
En definitiva, a pesar de que nos aprobaban las asignaturas,
a final de curso siempre nos quedábamos con el pesar de no
haber llegado al final de la historia y con la sensación de
que la Cenicienta no se podía casar con el príncipe ni de
que el Séptimo de Caballería era capaz de llegar a salvar a
la humanidad.
(1)
Créditos les llaman los entendidos. (Nota del
primer copista).
(2)
FIN. (N. del T.)
¡GRACIAS POR TRADUCIRLO! (Nota de un lector
agradecido).
¡De nada!, ¡A mandar que para eso estamos! (N.
del T.)
(3)
Aquí el editor inserta dos notas en una:
1- Se hace referencia a saguntinos y numantinos.
2- (Nota de un lector anónimo, un tanto
desequilibrado según algunos, que se permite
enmendar la plana a tantos historiadores y gente de
bien. La enmienda o apostilla se encontró manuscrita
en uno de las muchas versiones que se han hallado de
estas memorias):
los españoles siempre hemos tenido
entre nuestros héroes a personas dispuestas a
suicidarse por un quítame allí esas pajas, con
perdón. Dicen los psicólogos que entre el héroe y el
estúpido hay solamente un paso.
(4)
FIN. (N. del T.)
¡De nada! (N. del mismo)
(5)
El
autor, hijo de su época, como Viriato o Boabdil
lo fueron de las suyas, no ha podido evitar en este
párrafo, filosofar un poco y caer en la cursilería
un mucho. Perdonémosle e intentemos comprenderle
aunque nos resulte difícil entender su anticuado y
febril razonamiento.
(N. del T.)