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Los cuentos de doña Purita

 

Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep, Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva. 1998.

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 

 

Los cuentos de doña Purita


 

Como ya se ha visto y leído en otros recuerdos anteriores, Doña Purita fue durante muchos años profesora de Literatura. Sus clases se pasaban en un santiamén, pues nos contaba infinidad de cuentos y de historias entresacadas sabiamente de los argumentos de las distintas obras que los autores, escritores, poetas, dramaturgos y literatos de todas las épocas, «siempre que estuviesen en el programa», habían escrito para nosotros.

Lo de «para nosotros» era un decir, pues nosotros, lo que se dice nosotros, los de la clase, nunca habíamos leído ni una sola línea escrita realmente para la posteridad por autor, escritor, poeta, dramaturgo o literato alguno.

 Me explico: Lo normal era que, o bien leyéramos resúmenes para niños, o que doña Purita nos contara, eso sí, con todo su lírico entusiasmo, el argumento de las novelas, poesías, cartas o narraciones que los antedichos autores, escritores, poetas, dramaturgos y literatos habían escrito. Los autores siempre piensan con ingenuidad digna de todo elogio que escriben para el público en general y que les lee todo el mundo, cuando verdaderamente quien les lee son solamente los miles de doñas puritas que pululan por el planeta.  

Resumiendo: que si en algún caso nos permitían leer algo, siempre era en diferido, o censurado, o resumido, o a través de intermediarios, como ya se relata en otras circunstancias de esta memoria. 

Ni que decir tiene que probablemente doña Purita tampoco había leído la mayor parte de las obras literarias, cartas, novelas, dramas o narraciones que nos contaba, sino que sacaba previamente sus resúmenes de algún tratado de literatura, que a su vez era el compendio de la obra crítica completa de algún sesudo, documentado y voluminoso estudio realizado por sabios expertos, y que a su vez eran producto de sus muy personales interpretaciones sobre los autores, escritores, dramaturgos, poetas o literatos, que, ingenuos ellos, hijos de su época, pensaban que escribían para que les leyera la gente normal. 

Lo que doña Purita nos contaba, en suma, traspuesta de lirismo, sobre Virgilio, Demóstenes, Julio César, Pérez Galdós, o sobre la vida de Santa Oria Virgen, de Gonzalo de Berceo, no era más que el resumen de un escueto extracto que un experto en Literatura sintetizó interpretando, a su modo y manera, lo que los escritores, poetas, etcétera, habían escrito. 

Doña Purita razonaba, intentando convencernos, de que si leíamos todo lo que escribían los literatos, no acabaríamos el programa, y además, y por si fuera poco, «esos señores», siempre escribían para mayores. A nuestra edad ya teníamos bastante con estudiar lo fundamental, y con aprender la gran cantidad de cosas que estaban en el libro de texto, letra pequeña y bastardilla incluidas. 

Por poner ejemplos, que nunca está de más, nos aprendimos de memorieta que don Ramón de Campoamor había nacido en Navia, Asturias, en 1817, y que Fray Benito Jerónimo Feijoo era natural de Casdemiro, en Orense, y que los grandes libros de la literatura hindú antigua fueron los Vedas, los Puranas y las Grandes Epopeyas, aunque nunca supimos de qué epopeyas se trataba, ni si el libro de los Vedas se llamaba así porque estaba vedado a los menores.

Tampoco leímos el Libro de Alexandre porque promovía la superstición, ni las Obras del Arcipreste de Hita porque eran licenciosas, ni al Lazarillo de Tormes por Pícaro, ni a Quevedo por cínico y amoral, ni el Don Juan Tenorio por verde. En todo el curso, leímos tres capítulos de Don Quijote de la Mancha, en edición especial para niños y un folleto ilustrado que nos contaba las aventuras del Mío Cid. 

Las demás historias, poesías, narraciones, cuentos, incluyendo el de la Bella Durmiente del Bosque, y leyendas, incluidas las de Gustavo Adolfo Bécquer, nos las contaba la propia doña Purita, que además de ponerle el énfasis requerido para cada ocasión, se consideraba a sí misma mucho más de fiar que todos los escritores de la literatura castellana y universal juntos. 

Un día, Doña Purita, a la que se le había solicitado en reiteradas ocasiones que nos leyera un libro de verdad, se trajo de la biblioteca uno de nuestros clásicos más insignes: El Quijote. Ha pasado tanto tiempo que no recuerdo muy bien cuál fue el pasaje que desencadenó la tormenta. Pudo ser cualquiera.

Doña Purita leyó y leyó. En cierto momento, en que la atención iba decayendo debido al calor, a la monótona voz de la maestra, y a la desgana general por aquella clase en particular, sucedió algo que cambió los acontecimientos de la jornada. De pronto, en fracciones de segundo, la intuición colectiva del grupo detectó que algo ocurría, ya que doña Purita detuvo imperceptiblemente su lectura. Todos miramos y aguzamos los sentidos, intentando interpretar el trasfondo de aquel silencio. 

Cuando descubrimos que además de callarse, doña Purita se ponía roja como un tomate, más tarde pálida como un pepino, y luego verde como una lechuga, la atención del grupo había subido cien enteros. Cuando Doña Purita, tras mirar por encima de los anteojos para ver si nos habíamos dado cuenta, y ver que nadie, en apariencia, atendía lo más mínimo, quedó tranquila, cerró el libro, y tras un suspiro, aclaró que la lectura se continuaría en la clase siguiente. 

Sin embargo la atención no había decaído sino todo lo contrario. Se formó inmediatamente la comisión de expertos, integrada por Pepillo, Agustín y Rosarito. En la primera ocasión partieron para la Biblioteca y se trajeron el libro en cuestión. Se buscó el capítulo, se leyó íntegramente hasta encontrar el párrafo y más tarde, el lugar en el que se produjo el corte de Doña Purita: Ahí estaba la madre del cordero, el misterio, la incógnita y el arcano. Hubo que buscar en el diccionario, hasta encontrar el verdadero significado de aquella palabra ancestral que un castellano en constante evolución no había permitido llegar hasta nosotros. 

Aquella tarde, toda la clase tenía unos conocimientos más profundos no solamente del idioma, sino también de los desvelos de Doña Purita por salvaguardar la pureza, no ya del lenguaje, sino de la moral y las buenas costumbres. 

No obstante, al día siguiente, quedó patente, con claridad meridiana, la síntesis que el grupo de expertos había realizado sobre el asunto. Cuando llegó Doña Purita a clase, algún estudioso del Castellano del Siglo de Oro, seguramente sin afán de molestar, probablemente para recordar a doña Purita el párrafo en el que se había quedado el día anterior había escrito con mayúsculas y ocupando toda la pizarra la frase siguiente:

«Díjole don Quijote a Sancho: ¡Hijos de mala putaña aquellos que...!» (1)


(1) Leonard Boucholais de Ratisbona (1919-...), en su obra " Análisis estructural comparado de las ideas literarias del Siglo XXI con las de Otros Siglos.", Ediciones Esquizo, Tokio, 1937, afirma en la página 4.337 del tomo quinto de la obra citada que ha podido comprobar que esta frase, por lo menos tal y como fue transcrita en la pizarra, y que el autor coloca en El Quijote, no se encuentra en dicho libro, en ninguna de sus dos partes, aunque sí algunas muy parecidas. Esto no quiere decir que el término empleado no fuera utilizado en aquella época, y que no esté referido varias veces en la obra de Cervantes y en las de sus coetáneos. Recordemos que estas memorias son recuerdos de infancia del autor, y como tal han sido escritos. (Nota del séptimo copista.


© Enrique Martínez-Salanova Sán    n bn chez