Don Carlosmari, el director, decidió
un día que se prohibían los teléfonos móviles en toda la
escuela, que «nada de llamar a la familia, a los novios y
novias, ni mandar mensajes». Se acabó eso de estar «todo el
día con el cachivache en la mano, sin atender a los
maestros», un ruidoso centro educativo que de ser un modelo
de silencio se había convertido en un entreverado de
timbrazos, sonidos de las más diversas procedencias, tonos y
cantinelas incontrolables. La prohibición regía tanto para
alumnos como para los maestros, ampliado al personal de
limpieza y servicios, conserjes, visitantes, incluso para
quienes, temporalmente, pasaran por la escuela con el fin de
realizar alguna reparación, poner un enchufe o pintar una
puerta.
De todos es
sabido que las prohibiciones tan tajantes nunca fueron
buenas, y menos en asuntos escolares, donde cada quien se
las ingenia para hacer de su capa un sayo, despistar al
adversario o sacar partido de la adversidad. Don Carlosmari
olvidaba que la escuela es una institución ancestral, que
sobrevive a pesar de adversas vicisitudes, ataques,
represiones, recortes presupuestarios, terremotos,
inundaciones y todo tipo de fenómeno meteorológico o
totalitario.
Los teléfonos
móviles continuaron su imparable uso en la clandestinidad, a
escondidas en rincones y servicios higiénicos, en el
trastero y bajo pupitres y abrigos. Hubo infinitas formas de
hacerlo pues, cuando algo se prohíbe, más deseos dan de
saltar las normas, de evitar las proscripciones y de hacer
caso omiso a las reglas. No le valió ni a Dios en el paraíso
que, al prohibir comer manzanas inventó los regímenes de
adelgazamiento, la tarta de manzana, la necesidad de
departir con ofidios y la moda de alta hoja de parra.
Fue precisamente
en aquellos días, en los que la obsesión contra el uso y
disfrute de los móviles estaba en su apogeo, cuando don
Honorato se enteró de que había un festival cinematográfico
infantil, de temas científicos, para que los niños filmaran
con cualquier tipo de aparato inalámbrico, móvil, celular,
tablet o Smartphone. El concurso cinematográfico prometía
como galardón máximo la visita de toda la clase que
consiguiera la mejor puntuación a una granja avícola en la
que, además de aves (obvio), había ocas, cerdos, conejos, un
avestruz (igualmente ave) y suficiente campo como para
desahogar cualquier tipo de brío infantil. Entusiasmado Don
Honorato, se le ocurrió la gran y feliz idea de hacer entre
sus alumnos y los que quisieran sumarse, un concurso de
películas que tuvieran que ver con la protección de la
naturaleza, la defensa del medio ambiente, el amor a los
animales y a las plantas y la sana afición por el deporte al
aire libre.
Y en el mismo
instante en que surgió la idea y se difundió, nació el
conflicto. La guerra de secesión norteamericana, lucha
fratricida que todos conocemos, se podía quedar corta con lo
que sucedió aquel mes en una escuela, de suyo tan pacífica,
en donde únicamente había revuelo cuando la inspectora
anunciaba visita o se presentaba de improviso, y en caso de
grandes nevadas o invasión de hormigas.
Pero vamos al
grano. Don Honorato se alió con doña Purita, con don
Prudencio, que ya andaba casi para jubilarse, y con Reme,
maestra a la que todo el mundo llamaba Reme, a secas,
entusiasta, dinámica, un sol de maestra. También se subieron
al carro de las filmaciones clandestinas Paquita la conserje
y Arsenio, del personal de limpieza, ambos en misión de
apoyo, distracción y camuflaje. Sin ellos hubiera sido
imposible llevar a buen término la aventura.
El gran problema,
aparte de tener que iniciar las tareas a escondidas de don
Carlosmari, fue elegir tema. «El qué», como dicen los
expertos. ¿Qué filmamos? ¿Hacia dónde dirigimos nuestros
objetivos y nuestras cámaras? Al comité rector, formado por
doña Purita, don Honorato, Reme y don Prudencio, les costó
llegar a un acuerdo. A don Prudencio, forofo de la
jardinería y la botánica y profesor de Ciencia naturales, le
apetecía que se hiciera un documental sobre el desarrollo de
las plantas, tan fácil como poner una legumbre en un vaso y
seguir, paso a paso, el crecimiento. Doña Purita no estaba
muy de acuerdo pues conocía a sus inquietos alumnos, y sabía
que lo que les gustaba era llegar y besar el santo, aquí te
pillo aquí te mato, ver y filmar, sin esperar tantos días
para observar los resultados. Ella prefería, hija de su
tiempo y ferviente enamorada de las puestas de sol, filmar
atardeceres, paisajes... Don Honorato, sabida su afición a
la astronomía, hubiera decidido filmar la luna o las
estrellas, imposible por las horas escolares y la
clandestinidad en la que había que llevar el caso, o algún
experimento de laboratorio... La decisión la tomaron al ver
que nadie daba su brazo a torcer. Que cada grupo filmara lo
que quisiera, siempre que tuviera que ver con la vida
natural, aunque fuera la vida de alguno de los miles de
gatos que deambulaban por allí, o algunas situaciones y
fenómenos más lejanos, como los peligros de la extinción de
las anémonas submarinas o el misterioso nomadismo del
cangrejo peregrino australiano…
¿Y el cómo? Don
Honorato era partidario de que toda idea, siempre que fuera
clara, era buena para comenzar; con la ayuda de Doña Purita
que añadiría sus saberes literarios. Tras la idea, vendría
la realización del guión, que podría hacerse en grupo, para
que los irresponsables, individualistas, excesivamente
sueltos alumnos aprendieran ciertas pautas de comportamiento
social.
Hecho el guión,
se buscarían las localizaciones, lo que daría una
oportunidad a los susodichos irresponsables,
individualistas, excesivamente sueltos alumnos tomar
contacto con la naturaleza, el exterior, la luminosidad
ambiental y la pureza de los espacios abiertos. La filmación
sería, para el maestro, el resultado de todo lo anterior, un
fluir de imágenes surgidas del sano contacto con el entorno.
Como la lechera del cuento, don Honorato soñaba con un
soberbio montaje, presentaciones en la escuela, alfombras
rojas, una difusión sin precedentes en las redes y por fin,
el ansiado premio, más por gloria que por el mismo galardón.
Los mayores
problemas surgieron al buscar el ¿cuándo?. Don Carlosmari no
salía casi nunca de la escuela, y todo estaba ya preparado
para aprovechar una de sus escasas ausencias. Pactar con él,
imposible: : «He dicho que está prohibido, y está
prohibido».
La operación de
distracción para alejar a Don Carlosmari del colegio fue
complicada. Alguien dejó una nota anónima sobre su
escritorio en la que se le conminaba perentoriamente a
acudir a inspección por asuntos graves. Tal fue su susto que
el director salió de estampida, no sospechó de una nota en
la que las letras estaban recortadas de titulares de
periódico, como en las películas de secuestros.
Fuera ya don
Carlosmari de la escuela, comenzó el operativo, día D, hora
H. En diferentes grupos salieron de la escuela en
direcciones contrarias, por allí por los alrededores; un
grupo se dedicó a filmar basuras, con la idea de que dieran
con la clave de la limpieza, el orden, el reciclaje...
aunque Manolín pensó, y así filmó, que una basura eran
también las pintadas de las calles, los chicles pegados en
la aceras, los escupitajos, las hojas... y volvió con un
surtido completo de obras de arte,
El resultado
final fue extraño y variopinto: hormigas, mariposas, el ojo
de Maripili, planos cenitales de los pies de Rosarito en
marcha, trote, galope, tropezón con piedra y caída libre,
sonido de lloros, más bien berridos, doña Purita que atiende
a la caída fuera de plano, móvil filmando desde el suelo...
Al final, entre tal cantidad de productos realizados fue
complicado elegir los que podían competir. Se eligió
finalmente, tras duras deliberaciones del jurado, una
producción realizada por Mariloli y Abdulá, que persiguieron
durante horas un escarabajo pelotero, desde que desgajó una
porción de excremento, hizo una bola, y la transportó con
mucho esfuerzo, a empujones, una considerable distancia,
hasta que la enterró en el suelo. Ya dijo doña Purita que
aquella película era un homenaje a los antiguos egipcios,
para los que el el tal escarabajo pelotero servía de amuleto
de la suerte pues representaba la inmortalidad del alma a
través de los ciclos de reencarnaciones, la representación
de RA, el sol naciente, y «qué mejor para representar la
conservación de la naturaleza». Ella misma tenía un
escarabajo de piedra recubierta de color azul, que llevaba
con orgullo desde que un antiguo novio se lo trajo de
Egipto.
Cuando llegó don
Carlosmari de Inspección, airado, furibundo, amenazador,
intentó buscar culpables. Nadie sabía nada. Paquita la
conserje y Arsenio que, cuando llegó el director andaba
quitando hojas caídas en el patrio, juraron no haber visto
nada ni nadie ajeno en toda la mañana, aunque Paquita dejó
caer que una vez, en su pueblo, alguien vio a seres extraños
llegados del bosque que dejaban notas parecidas en las
viviendas. Un bufido de don Carlosmari la dejó seca.
Y para sorpresa
del director, en primer lugar, y de los confabulados más
tarde, cierta mañana llegó un agente de la autoridad
municipal al colegio con la notificación oficial de que el
Sr. Alcalde, y el resto de la Corporación: «tengo a bien
conceder, y concedo, con la oposición de la oposición, un
premio visita a la Granja Escuela Aves palmípedas S.A., a
dicha Escuela Pública, etc, etc, por su meritoria
participación en el certamen escolar etc, etc... realizado
con teléfonos móviles, etc, etc... por lo que etc, etc... se
personen a la brevedad en etc, etc, para recabar las
pertinentes instrucciones etc, etc. que les serán muy
satisfactorias. Dios guarde a usted muchos años, etc, etc».
La sucursal del
banco que corría con los gastos, valoró positivamente, sobre
otros cientos de vídeos, el film de doce minutos que se
presentó al certamen, e hizo destacar en anotación marginal
la labor esforzada del escarabajo pelotero que, de un
excremento (sic), un insecto, coleóptero por más señas,
Scarabaeus laticollis para ser más exactos, creaba nuevas
formas de vida y supervivencia depositando una bola de
secreciones (sic), en un agujero, conveniente símil que al
director de la sucursal, don Aquilino Cifuentes, pareció muy
apropiado para promover el ahorro.
Don Carlosmari
olvidó que, a pesar de sí mismo, se había logrado aquel
premio y recibió con satisfacción el diploma y los aplausos,
con cara de ser el promotor, principal realizador e inventor
de la idea, además de un par de besos de la concejala de
parques y jardines, promotora del evento que financiaba el
Banco. En la granja, cuya visita era el objeto principal del
premio, se podría filmar, esta vez con permiso de don
Carlosmari, con toda suerte de móvil, cámara e instrumento,
digital, virtual o analógico, lo que allí pudiera acontecer.
Pero esto puede
ser motivo de otro relato.