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Prohibido prohibir

o de cómo se puede hacer de la necesidad virtud

Filmar con los móviles, una actividad lúdica que conjuga grandes sobresaltos con la promesa de la visita a una granja escuela

Los dibujos son de Pablo Martínez-Salanova Peralta

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez


El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


 

 


 

Don Carlosmari, el director, decidió un día que se prohibían los teléfonos móviles en toda la escuela, que «nada de llamar a la familia, a los novios y novias, ni mandar mensajes». Se acabó eso de estar «todo el día con el cachivache en la mano, sin atender a los maestros», un ruidoso centro educativo que de ser un modelo de silencio se había convertido en un entreverado de timbrazos, sonidos de las más diversas procedencias, tonos y cantinelas incontrolables. La prohibición regía tanto para alumnos como para los maestros, ampliado al personal de limpieza y servicios, conserjes, visitantes, incluso para quienes, temporalmente, pasaran por la escuela con el fin de realizar alguna reparación, poner un enchufe o pintar una puerta.

De todos es sabido que las prohibiciones tan tajantes nunca fueron buenas, y menos en asuntos escolares, donde cada quien se las ingenia para hacer de su capa un sayo, despistar al adversario o sacar partido de la adversidad. Don Carlosmari olvidaba que la escuela es una institución ancestral, que sobrevive a pesar de adversas vicisitudes, ataques, represiones, recortes presupuestarios, terremotos, inundaciones y todo tipo de fenómeno meteorológico o totalitario.

Los teléfonos móviles continuaron su imparable uso en la clandestinidad, a escondidas en rincones y servicios higiénicos, en el trastero y bajo pupitres y abrigos. Hubo infinitas formas de hacerlo pues, cuando algo se prohíbe, más deseos dan de saltar las normas, de evitar las proscripciones y de hacer caso omiso a las reglas. No le valió ni a Dios en el paraíso que, al prohibir comer manzanas inventó los regímenes de adelgazamiento, la tarta de manzana, la necesidad de departir con ofidios y la moda de alta hoja de parra.

Fue precisamente en aquellos días, en los que la obsesión contra el uso y disfrute de los móviles estaba en su apogeo, cuando don Honorato se enteró de que había un festival cinematográfico infantil, de temas científicos, para que los niños filmaran con cualquier tipo de aparato inalámbrico, móvil, celular, tablet o Smartphone. El concurso cinematográfico prometía como galardón máximo la visita de toda la clase que consiguiera la mejor puntuación a una granja avícola en la que, además de aves (obvio), había ocas, cerdos, conejos, un avestruz (igualmente ave) y suficiente campo como para desahogar cualquier tipo de brío infantil. Entusiasmado Don Honorato, se le ocurrió la gran y feliz idea de hacer entre sus alumnos y los que quisieran sumarse, un concurso de películas que tuvieran que ver con la protección de la naturaleza, la defensa del medio ambiente, el amor a los animales y a las plantas y la sana afición por el deporte al aire libre.

Y en el mismo instante en que surgió la idea y se difundió, nació el conflicto. La guerra de secesión norteamericana, lucha fratricida que todos conocemos, se podía quedar corta con lo que sucedió aquel mes en una escuela, de suyo tan pacífica, en donde únicamente había revuelo cuando la inspectora anunciaba visita o se presentaba de improviso, y en caso de grandes nevadas o invasión de hormigas.

Pero vamos al grano. Don Honorato se alió con doña Purita, con don Prudencio, que ya andaba casi para jubilarse, y con Reme, maestra a la que todo el mundo llamaba Reme, a secas, entusiasta, dinámica, un sol de maestra. También se subieron al carro de las filmaciones clandestinas Paquita la conserje y Arsenio, del personal de limpieza, ambos en misión de apoyo, distracción y camuflaje. Sin ellos hubiera sido imposible llevar a buen término la aventura.

El gran problema, aparte de tener que iniciar las tareas a escondidas de don Carlosmari, fue elegir tema. «El qué», como dicen los expertos. ¿Qué filmamos? ¿Hacia dónde dirigimos nuestros objetivos y nuestras cámaras? Al comité rector, formado por doña Purita, don Honorato, Reme y don Prudencio, les costó llegar a un acuerdo. A don Prudencio, forofo de la jardinería y la botánica y profesor de Ciencia naturales, le apetecía que se hiciera un documental sobre el desarrollo de las plantas, tan fácil como poner una legumbre en un vaso y seguir, paso a paso, el crecimiento. Doña Purita no estaba muy de acuerdo pues conocía a sus inquietos alumnos, y sabía que lo que les gustaba era llegar y besar el santo, aquí te pillo aquí te mato, ver y filmar, sin esperar tantos días para observar los resultados. Ella prefería, hija de su tiempo y ferviente enamorada de las puestas de sol, filmar atardeceres, paisajes... Don Honorato, sabida su afición a la astronomía, hubiera decidido filmar la luna o las estrellas, imposible por las horas escolares y la clandestinidad en la que había que llevar el caso, o algún experimento de laboratorio... La decisión la tomaron al ver que nadie daba su brazo a torcer. Que cada grupo filmara lo que quisiera, siempre que tuviera que ver con la vida natural, aunque fuera la vida de alguno de los miles de gatos que deambulaban por allí, o algunas situaciones y fenómenos más lejanos, como los peligros de la extinción de las anémonas submarinas o el misterioso nomadismo del cangrejo peregrino australiano…

¿Y el cómo? Don Honorato era partidario de que toda idea, siempre que fuera clara, era buena para comenzar; con la ayuda de Doña Purita que añadiría sus saberes literarios. Tras la idea, vendría la realización del guión, que podría hacerse en grupo, para que los irresponsables, individualistas, excesivamente sueltos alumnos aprendieran ciertas pautas de comportamiento social.

Hecho el guión, se buscarían las localizaciones, lo que daría una oportunidad a los susodichos irresponsables, individualistas, excesivamente sueltos alumnos tomar contacto con la naturaleza, el exterior, la luminosidad ambiental y la pureza de los espacios abiertos. La filmación sería, para el maestro, el resultado de todo lo anterior, un fluir de imágenes surgidas del sano contacto con el entorno. Como la lechera del cuento, don Honorato soñaba con un soberbio montaje, presentaciones en la escuela, alfombras rojas, una difusión sin precedentes en las redes y por fin, el ansiado premio, más por gloria que por el mismo galardón.

Los mayores problemas surgieron al buscar el ¿cuándo?. Don Carlosmari no salía casi nunca de la escuela, y todo estaba ya preparado para aprovechar una de sus escasas ausencias. Pactar con él, imposible: : «He dicho que está prohibido, y está prohibido».

La operación de distracción para alejar a Don Carlosmari del colegio fue complicada. Alguien dejó una nota anónima sobre su escritorio en la que se le conminaba perentoriamente a acudir a inspección por asuntos graves. Tal fue su susto que el director salió de estampida, no sospechó de una nota en la que las letras estaban recortadas de titulares de periódico, como en las películas de secuestros.

Fuera ya don Carlosmari de la escuela, comenzó el operativo, día D, hora H. En diferentes grupos salieron de la escuela en direcciones contrarias, por allí por los alrededores; un grupo se dedicó a filmar basuras, con la idea de que dieran con la clave de la limpieza, el orden, el reciclaje... aunque Manolín pensó, y así filmó, que una basura eran también las pintadas de las calles, los chicles pegados en la aceras, los escupitajos, las hojas... y volvió con un surtido completo de obras de arte,

El resultado final fue extraño y variopinto: hormigas, mariposas, el ojo de Maripili, planos cenitales de los pies de Rosarito en marcha, trote, galope, tropezón con piedra y caída libre, sonido de lloros, más bien berridos, doña Purita que atiende a la caída fuera de plano, móvil filmando desde el suelo... Al final, entre tal cantidad de productos realizados fue complicado elegir los que podían competir. Se eligió finalmente, tras duras deliberaciones del jurado, una producción realizada por Mariloli y Abdulá, que persiguieron durante horas un escarabajo pelotero, desde que desgajó una porción de excremento, hizo una bola, y la transportó con mucho esfuerzo, a empujones, una considerable distancia, hasta que la enterró en el suelo. Ya dijo doña Purita que aquella película era un homenaje a los antiguos egipcios, para los que el el tal escarabajo pelotero servía de amuleto de la suerte pues representaba la inmortalidad del alma a través de los ciclos de reencarnaciones, la representación de RA, el sol naciente, y «qué mejor para representar la conservación de la naturaleza». Ella misma tenía un escarabajo de piedra recubierta de color azul, que llevaba con orgullo desde que un antiguo novio se lo trajo de Egipto.

Cuando llegó don Carlosmari de Inspección, airado, furibundo, amenazador, intentó buscar culpables. Nadie sabía nada. Paquita la conserje y Arsenio que, cuando llegó el director andaba quitando hojas caídas en el patrio, juraron no haber visto nada ni nadie ajeno  en toda la mañana, aunque Paquita dejó caer que una vez, en su pueblo, alguien vio a seres extraños llegados del bosque que dejaban notas parecidas en las viviendas. Un bufido de don Carlosmari la dejó seca.

Y para sorpresa del director, en primer lugar, y de los confabulados más tarde, cierta mañana llegó un agente de la autoridad municipal al colegio con la notificación oficial de que el Sr. Alcalde, y el resto de la Corporación: «tengo a bien conceder, y concedo, con la oposición de la oposición, un premio visita a la Granja Escuela Aves palmípedas S.A., a dicha Escuela Pública, etc, etc, por su meritoria participación en el certamen escolar etc, etc... realizado con teléfonos móviles, etc, etc... por lo que etc, etc... se personen a la brevedad en etc, etc, para recabar las pertinentes instrucciones etc, etc. que les serán muy satisfactorias. Dios guarde a usted muchos años, etc, etc».

La sucursal del banco que corría con los gastos, valoró positivamente, sobre otros cientos de vídeos, el film de doce minutos que se presentó al certamen, e hizo destacar en anotación marginal la labor esforzada del escarabajo pelotero que, de un excremento (sic), un insecto, coleóptero por más señas, Scarabaeus laticollis para ser más exactos, creaba nuevas formas de vida y supervivencia depositando una bola de secreciones (sic), en un agujero, conveniente símil que al director de la sucursal, don Aquilino Cifuentes, pareció muy apropiado para promover el ahorro.

Don Carlosmari olvidó que, a pesar de sí mismo, se había logrado aquel premio y recibió con satisfacción el diploma y los aplausos, con cara de ser el promotor, principal realizador e inventor de la idea, además de un par de besos de la concejala de parques y jardines, promotora del evento que financiaba el Banco. En la granja, cuya visita era el objeto principal del premio, se podría filmar, esta vez con permiso de don Carlosmari, con toda suerte de móvil, cámara e instrumento, digital, virtual o analógico, lo que allí pudiera acontecer.

Pero esto puede ser motivo de otro relato.