Y llegó el día de la
excursión a la Granja Escuela. El municipio concedió a toda
la escuela el premio de ver vacas, cabras, patos y pollos,
como explicó doña Purita a sus alumnos, para que así
«pudieran palpar desde una edad temprana la vida natural, y
conocieran de esa forma, en vivo y en directo, un pollo, por
ejemplo, vivo, en vez de conocerlo solamente cadáver,
desplumado, congelado y precocinado». El galardón municipal
fue otorgado a la escuela por sus habilidades
cinematográficas en pro de la defensa del medio ambiente, y
se premió una película que, a criterio del Consistorio,
cumplía con los requisitos propuestos de tomar contacto con
la naturaleza, valorar su cuidado y dar pistas para su
conservación.
Ir a la Granja Escuela «El
redil del tío Roberto» S.L:, sin embargo, no fue tarea
fácil. Hubo de superarse el interminable tiempo de
incertidumbres y burocracias, reticencias de madres y
padres, permisos de la inspección, seguro de accidentes y
negativas de algunos maestros a arriesgarse en aquella
aventura. Algunos progenitores mantenían la idea de que sus
hijos eran seres débiles, carentes de toda defensa y no
confiaban en que los maestros cuidaran debidamente a retoños
ajenos. Siempre había alguna madre que se añadía a las
comitivas, con el fin de vigilar si todo se realizaba con
corrección y fundamentalmente para que su propio vástago no
se desmandase. Una madre, como tal, poseía, de por sí, el
derecho adquirido por siglos de autoridad y costumbre,
incluso la obligación, a veces, de dar a su niño algún
«chirlo», tirón de orejas o directamente un grito o un
bofetón, cosa que no hubiera en absoluto tolerado que lo
hiciera un maestro.
Doncarlosmari, el director,
era siempre el más indeciso, cualidad inherente a su cargo
de responsabilidad, decía y se desdecía, recordaba
experiencias anteriores que con frecuencia concluyeron en
consecuencias para él bastante incómodas. Por ello, en la
quietud de su despacho se debatía en la incertidumbre,
cambiaba de opinión en fracción de segundos, como si
deshojara una margarita virtual: « … no se va, se va», todo
son problemas, qué lío organizar una excursión con tales
irresponsables, don Honorato, doña Purita, que ya debieran
estar jubilados, dinosaurios de otras épocas que se
resistían a abandonar la maldita costumbre de meterse en
complicaciones propias de gente más joven. Lo malo es que a
los antediluvianos se sumaron los más jóvenes, la conserje,
otros profes y hasta el guarda de seguridad, que apoyaron
desde el comienzo la aventura.
La gerencia de la
Granja-Escuela, herederos de Roberto González, «tío
Roberto», quería huir como fuera de la idea de visitas
tradicionales; es decir, que la visita fuera lo menos
parecido a la de un museo, dentro de lo posible. Sin
embargo, el mundo está lleno de contradicciones, y la
Granja-Escuela era lo más parecido a un museo que se pudiera
encontrar, se mire por donde se mire, y como tal trataba
didácticamente la situación.
Una educadora de la granja,
Maribel, psicóloga, contratada temporal a tiempo parcial,
durante el horario escolar, hubo de hacer un acelerado curso
de ordeñe de vacunos y un tratamiento de auto hipnosis para
perder su cerval miedo a las gallinas. Ella era la que
recibía a los niños, los organizaba como un rebaño, por algo
estaban en una granja, los tenía en orden y, si hacía falta.
les daba cuatro voces para conducirlos por el camino recto.
A los maestros se les dio un folleto explicativo del
recorrido, inspirado en el del Museo de arte romano de
Mérida, salvo que en vez de columnas romanas, mosaicos,
bustos y fíbulas, lo visitable eran vacas, gallinas, cerdos,
avestruces, otros animales de corral y, como se verá más
adelante, algunas atracciones modernas, realizadas con los
más recientes adelantos y con adecuadas ilustraciones sobre
la razón de aplicar lo último en nuevas tecnologías.
En el fascículo se explicaba
con detalles didácticos cómo la Granja Escuela «El redil del
tío Roberto», pretendía parecerse lo más posible a un
videojuego, en el que se aunaba lo audiovisual, los
sobresaltos y la sorpresa, con la aventura vertiginosa. Para
comenzar, aunque había vacas, ovejas y cerdos, que no podían
faltar en una granja, se había reunido un sinfín de animales
exóticos, de los que no se encuentran normalmente en una
granja al uso: tres cerdos vietnamitas, dos avestruces, una
jaula con periquitos, otra de loros y un terrario con una
culebra. En una esquina, un cocodrilo disecado motorizado
abría y cerraba sus fauces llenas de colmillos amenazadores
a la par que una especie de aullido infrahumano pretendía
imitar el conocidísimo y particular grito de los saurios en
películas de seres antediluvianos y en algunos parques
temáticos.
A pesar de las pretensiones
de la gerencia de «El redil del tío Roberto», la visita
parecía más bien el tren del terror de las ferias, pensaba
don Honorato, pues todo eran sustos repentinos, sobresaltos
y ruidos imprevistos. Comenzaba la visita en una sala oscura
de tenebrosas cortinas, en la que reunieron a todos; los
niños, expectantes, incluso temerosos, oyeron en la
oscuridad un guirigay de sonidos de animales, gruñidos,
rebuznos, mugidos, berreos y balidos, de los que surgió un
audiovisual: pollitos naciendo del huevo al compás y ritmo
del Aleluya de Haendel, la música más apropiada sin duda
para el nacimiento de pollos de un huevo. Flores que se
abrían, abejas en pleno proceso de polinización, caballos
salvajes en las verdes praderas de Canadá, salmones en su
sufrido salto vital hacia el desove... Cuando los niños
estuvieron suficientemente impresionados, confundidos,
asustados y aburridos, se abrieron las cortinas y un golpe
feroz de luz inundó el ambiente.
Un cambio radical de música,
trompetas, clarines y tambores, algo así como si Cleopatra
entrara triunfante en Roma, dio paso al siguiente paso del
espectáculo. Una vaca de insubstancial mirada esperaba a los
niños al mismo tiempo que rumiaba impasible. «¡A ordeñarla,
niños!», dijo Maribel emocionada, y la propia Maribel ordeñó
a la vaca mientras animaba a los pequeños a ayudarle en la
tarea. La mamá de Manolín dijo que su hijo no tocaba a una
vaca, «a saber cuántas manos la habrían manoseado antes.»
Y tras el ordeñe de la vaca, aquello no paró un segundo: los
niños soportaron un video en tres dimensiones sobre cómo
funcionaba una granja en el Antiguo Egipcio y otra en las
culturas Mayas; de allí pasaron a un espacio en el que
mientras se sucedían miles de fotografías de animales de
toda especie y clase, se aturdió a los visitantes con
sonidos a todo volumen de gorjeos de aves, relinchos de
caballos, barritar de elefantes y aullidos de monos. «Ahora
aparece Tarzán», comentó Rosarito a grito pelado para
hacerse oír por toda la concurrencia.
Después, y de golpe, se hizo
la paz. En el exterior, un sufrido burro esperaba impávido
su entrada en escena. Sin comprender (el burro), que su
especie se encuentra en peligro de extinción, Maribel le
hacía dar un recorrido circular, medido, cada uno con tres
niños encima; treinta y seis niños se atrevieron, por lo que
el jumento dio doce vuelta al circuito. No subió Manolín, a
causa de su madre. «quién se habrá sentado antes en ese
burro», dijo. Al finalizar la jornada, el borrico quedó
bastante más extinto que cuando la escuela llegó a la
granja. Los jinetes, encantados de la vida, no olvidarían
nunca el ecuestre momento.
Aquel día se caracterizó por
la gran cantidad de vivencias, emociones y anécdotas que
guardar en la memoria. El público infantil se murió de risa
con el picotazo de avestruz que se llevó Maribel, la
instructora, cuando quiso explicarles a los niños que los
avestruces tenían mal genio pero que en el fondo eran de
fiar si se les trataba con cariño y consideración. Sin
embargo, lo que siempre recordaron Maripili, Mijail,
Rosarito, Abdulá, Maripili, Ricardito, Gustavín, Mariloli,
Akira, Fátima, Pepillo, Gutiérrez, Kumiko, Agustín, Bogdánov
(para diferenciarlo del otro Mijail), Eduard Wellington y
los demás, fue tocar realmente a un cerdo. Maribel les
explicó que era necesario palpar a los animales, tener
experiencias táctiles y olfativas, y no solamente visuales,
de las que había excesiva proliferación y se podían ver en
Youtube.
El animal elegido fue un
cerdo. En fila, todos, salvo la inevitable excepción de
Manolín, manosearon y olfatearon al gorrino, ya
acostumbrado, aceptada estoicamente su suerte por la sesión
diaria de tocamientos. Eso sí, en posición de foto, ya que
dos fotógrafos, un ujier enviado por el consistorio ad hoc
para el acto, y Maribel en nombre de la Granja Escuela se
encargaron de plasmar los hechos para la posteridad y para
negocios o actividades políticas posteriores, e
inmortalizaron cada pose. ¿Quién tiene una foto tocando un
cerdo…? Casi nadie, contados con los dedos de la mano… Sin
embargo hay quien presume de haberse fotografiado, y lo
exponen en marco de plata, con un famoso o famosa, sea
presidente de gobierno, futbolista, cantante de flamenco o
el mismo papa.
Doncarlosmari prometió,
además, en un alarde de generosidad no acostumbrado, un
premio para la mejor fotografía realizada con el móvil. Se
hicieron cientos de fotos, la mayoría de ellas al avestruz,
a los cerdos vietnamitas, y a Maribel, que gustó a la
mayoría de los chicos. Abdulah propuso hacer un selfing, con
lo que don Honorato y doña Purita estuvieron enseguida de
acuerdo; alguien les dio un móvil, todos se juntaron como
una piña, le enseñaron a don Honorato en qué lugar era
necesario presionar y….. ¡flashhhh!, para la posteridad.
Maripili ya lo comentó a la
vuelta. «Quiero volver otro día a la selva».