Doña Purita siempre tuvo una
especial inclinación, dedicación y empeño en enseñar a sus
alumnos, amigas, vecinos, conocidos, y a quien quisiera
oírla, lo que la Humanidad desde sus comienzos había
dedicado al arte. «La Cultura», con mayúsculas, le habían
enseñado en su escuela de magisterio, son todos los
productos que va generando la Especie Humana, desde que se
efectuó el primer proceso de hominización, cuando un mono
bajó de los árboles, se puso en pié y salió a procurarse
otros alimentos en las extensas praderas de África. Un
producto cultural es, según Bronislaw Malinowski, desde una
cazuela de barro, a un hacha de sílex, de una pintura
rupestre a la escultura del David de Miguelángel o a los
escritos de Parménides de Elea, de una canica a las
irritantes contestaciones de Maripili en clase. Doña Purita,
desde muy joven, se dedicó ella misma con interés al estudio
de la cultura en todas sus facetas y variedades, que
abarcaban tanto sus expresiones y técnicas como su historia
y avatares a lo largo y ancho de los siglos.
Buscó con dedicación
materiales y documentos, fotografías y textos, en los que
sus alumnos, durante años, pudieron apreciar las maravillas
que forjaba la Especie Humana; incluso gente que en otros
quehaceres se mostraba con brutalidad y violencia, dejaban
para la posteridad, verdaderas filigranas en todos los
materiales imaginables. Momentos en los que predominaba la
guerra, la corrupción y el veneno para eliminar adversarios,
dieron lugar a asombrosas obras de arte, pues en muchas
ocasiones los más sanguinarios dejaban para la descendencia
bellos e imborrables recuerdos para que la admiración por el
arte eclipsara sus crímenes.
Doña Purita quiso dar a sus
alumnos la posibilidad tecnológica que ella no tuvo,
iniciarles en la historia de la humanidad, a través de los
habitantes del planeta, ya fueran toscos artesanos o
artistas de prestigio que habían producido para el deleite
de sus mecenas y de las venideras generaciones. Sus maestras
y maestros le transmitieron muchos de aquellos
conocimientos, con libros y a través del arcaico proyector
de opacos, el antediluviano de los proyectores, que
achurrascaba libros y reproducciones; más tarde utilizaron
un vetusto proyector de transparencias de cristal, con el
que tomaron contacto con las siete maravillas del mundo, lo
mejor del arte, códices miniados, Altamira, Egipto, el
románico y el Renacimiento, que entusiasmaron a la joven
maestra con Grecia y el discóbolo. Sus profesores le
enseñaron todo aquello mediante diapositivas o imágenes y
hacían las clase y los exámenes eficaces y muy divertidos.
Hacía años que doña Purita
utilizó un proyector de diapositivas, ya obsoleto también,
que lo alternaba con un retroproyector, más añejo aún, y ya
al final, lo que le facilitó mucho las cosas, gracias a los
inventos tecnológicos de última hora, un proyector digital
de última generación. Habían pasado aquellos tiempos en los
que doña Purita debía oscurecer la clase para poder ver las
diapositivas, cuando sus alumnos, en operación comando,
aprovecharon para cambiar las notas y otros desastres. (Nota
1)
Lo más significativo, lo que
hoy se narra, es que un día se fueron todos al Museo del
Prado. Previamente habían visto diapositivas y analizado
algunas obras de arte, iban preparados con cuadernos, útiles
de escritura y lo que era muy importante, sus teléfonos
móviles que, como se verá más adelante, fueron de gran
importancia para el desarrollo de la historia. Es necesario
señalar que los teléfonos móviles estaban prohibidos en la
Escuela, por orden perentoria de la Inspección, y que el
hecho que nos ocupa, trasgredía, a sabiendas de los maestros
y sus cómplices, las más exigentes normas de la inspectora,
Doña Josefina que, aunque aficionada a las nuevas
tecnologías y adicta al móvil, prohibía su uso en las
escuelas.
Don Honorato iniciaba la
marcha, los niños y niñas de la mano, de dos en dos, con
cuidado al pasar las calles, Doña Purita y Olegario, un
joven profesor que controlaba las nuevas tecnologías,
cerraban la comitiva, junto a los infaltables, la mamá de
Manolín, pegada a su vástago, Paquita, la conserje, Matilde,
sobrina de doña Purita, que siempre echaba una mano y
Arsenio, del personal de limpieza, experto en que no se
desmandaran las huestes.
Don Olegario, el profesor
joven, había explicado ya a los niños, Maripili, Mijail,
Rosarito, Abduláh, Manolín, Maripili, Ricardito, Gustavín,
Mariloli, Akira, Fátima, Pepillo, Gutiérrez, Kumiko,
Agustín, Bogdánov (para diferenciarlo del otro Mijail),
Eduard Wellington y a los demás, que algunos museos cuentan
con un sistema propio de búsqueda de información sobre los
cuadros, apps propias, y que el Museo del Prado, lo tenía
(Nota 2). También explicó a los maestros, a doña Purita y a
los niños que el término app es una abreviatura de la
palabra en inglés application y que es como un programa, un
juego, pero que sirve para buscar información sobre cuadros,
pintores, música y vídeos. Hicieron prácticas en clase con
la App del Museo, lo que supuso una gran diversión y algunos
castigos, visitas a dirección y varias reconvenciones pues
don Olegario era un buen profesor, pero muy suyo, y
cualquier risita, mofa o chascarrillo sobre las nuevas
tecnología se lo tomaba como afrenta personal.
La entrada al Museo no
estuvo exenta de peligros, despistes, escapadas, vigilancias
de los maestros y algún coscorrón solapado, así como al
bies, que se llevó Pepillo, por tirar de las trenzas a
Rosarito, sacar la lengua a Abdulah, poner la zancadilla a
Gutiérrez e intentar dar un mordisco al bocadillo de
Agustín.
Por exigencias del Museo,
llegaron con antelación suficiente, como grupo que eran; la
espera supuso para los maestros un plus de inseguridad,
cuidado y sobresaltos. Doña Purita se consolaba a sí misma
con sus propias convicciones, ya que, se decía para sí, «lo
importante es salir de clase, que se aprende más que en las
aulas», y que correr algunos riesgos era inherente a la
aventura de renovar la enseñanza.
Llegar al cuadro «Las
Meninas», la obra elegida por doña Purita fue otra
aventura.... infinidad de tentaciones para una caterva de
seres juguetones e indisciplinados, recorrer pasillos
amplísimos llenos de figuras, guerreros, señoras con poca
ropa, angelitos sin ropa, santos, pájaros, ciervos,
paisajes, cultura centenaria que incitaba a la
contemplación, «en pelotas», dijo Maripili, que se llevó una
mirada asesina de doña Purita. Don Honorato, don Olegario,
la mamá de Manolín, Paquita, la conserje, la sobrina de doña
Purita y Arsenio, siempre atento, impedían el desmadre y que
los más irresponsables patinaran por aquellos inmensos
pasillos y atropellaran a visitantes y turistas.
Ante el cuadro de Diego
Rodríguez de Silva y Velázquez, «Las Meninas», se hizo el
silencio. Los de la clase no vieron a Velázquez, ni a los
reyes reflejados en el espejo, ni se preocuparon dónde había
el pintor colocado el punto de fuga, ni se fijaron en los
contraluces, sombras y penumbras, ni en la composición
cromática, ni la soberbia ubicación de los personajes:
solamente vieron un perro. Un perro, un can, en realidad un
mastín, sobre el que el enano Nicolaso Pertusato, que juega
con él, posa unu pie sobre su lomo, o le da una patada, y el
mastín permanece como si tal cosa.
Doña Purita deshizo los
efluvios amorosos de sus alumnos hacia los animales con unas
cuantas palmadas de atención, tan sonoras que hicieron que
carraspeara como reconvención uno de los vigilantes.
«Las Meninas», o como
explicó doña Purita, «La familia de Felipe IV», fue pintada
al óleo sobre lienzo, una de las obras pictóricas más
analizadas y comentadas en el mundo del arte, terminada de
pintar por Velázquez en 1656. Ante la distracción de la
clase, gestos, excesivos «guauguaus», gruñidos y más
ladridos en relación al mastín, la maestra cambió de
estrategia, argucia didáctica que podía desviar el curso de
los acontecimientos.
Don Olegario, puso
inmediatamente a trabajar al grupo, «¡sacar los móviles!».
La mención de los móviles fue santo remedio. El joven
maestro dio unas cuantas indicaciones, buscar en el móvil el
resto de los datos, en qué se pintó y con qué, qué año,
porqué, quiénes están representados en el cuadro,
identificar a cada uno, sus hechos, su papel en la corte, y
unas cuantas preguntas más. Toda la clase se puso en acción.
Maripili escribió en su bloc
que «la profundidad del ambiente de la pintura está
acentuada por la alternancia de las jambas de las ventanas y
los marcos de los cuadros colgados en la pared derecha», a
lo que Rosarito le añadió que «además la falta de definición
aumenta hacia el fondo, siendo la ejecución más somera hasta
dejar las figuras en penumbra», se quedó tan ancha, y cuando
don Olegario les preguntó «¿qué significa eso?», dijeron
ambas a un tiempo: «¡ah, no sé!, lo pone el móvil.»
Los niños pasaron
olímpicamente de la información sobre los reyes, Velázquez y
otros personajes, salvo de la infanta Margarita, centro de
la pintura, de la que hubo numerosos comentarios irónicos
sobre su extraño peinado. Cuando don Olegario les volvió a
insistir en que vieran lo que había en el móvil, Internet
les sugirió otras preguntas, que inmediatamente dejaron sin
respuesta a don Honorato, doña Purita y don Olegario:
¿Porqué se llama guardainfante (Nota 3) lo que lleva la
princesa sobre la falda?» y «la princesa, ¿tenía novio?»
(Nota 4). Algunos, como Abdulah, tenían otras dudas, «¿Qué
es una enana acondroplásica? (Nota 5), en alusión a la
figura de Mari Bárbola, que está a la derecha, o por
Nicolasito Pertusato, el que está poniendo el pie en el
mastín, un enano de origen noble que llegó a ser ayuda de
cámara del rey. «¿Y el perro? ¿por qué no cuenta la historia
del perro?»
Transcurrido el tiempo que
el Museo otorga a un grupo escolar con guías digitales, doña
Purita respiró relajada y Don Olegario les dijo que
guardaran los apuntes de cada uno, que ya lo hablarían en la
escuela, el lugar idóneo para despejar dudas.
Cuando Mariloli le contó a
su abuelo que, entre otras pinturas del Museo del Prado,
había visto la obra de Velázquez, «Las Meninas», un cuadro,
le dijo «en el que el pintor puso su mayor empeño para crear
una composición a la vez compleja y creíble», el abuelo no
lo podía creer. Además Mariloli le habló de Pedro Pablo
Rubens, de don Francisco de Goya y Lucientes, de Doménikos
Theotokópoulos, al que todo el mundo conocía como «el
Greco», porque era griego, y así de otros pintores más.
Y es que la escuela será una
institución atrasada, arcaica, obsoleta y rancia, pero
cuando algunos maestros quieren hacer cosas, las hacen, con
ternura e imaginación. En el aula de doña Purita, las
paredes estaban forradas de cuadros de los principales
pintores que los alumnos vieron en el Museo, y de vez en
cuando los remiraban y hablaban sobre ellos. Y con un cañón
proyector, y muchas imágenes de pintores, escultores,
estilos artísticos y productos culturales de todas las
épocas, doña Purita hacía maravillas que quedaban para la
posteridad en los corazones y en las mentes de sus alumnos.
Notas
Nota 1. El bolso de doña
Purita. Publicado en «El puntero de don Honorato, el bolso
de doña Purita y otros relatos para andar por clase». Facep,
Almería, 252 págs. Segunda Edición. Grupo Comunicar. Huelva.
1998.
/puntero/02_dona_purita_bolso.htm
Nota 2. La Guía del Prado
para iPad incluye una selección de varias centenas de las
obras principales de su colección y las presenta de forma
cronológica, clasificándolas según las escuelas
internacionales más conocidas: española, italiana, flamenca,
holandesa, francesa, alemana y británica. Además, se han
añadido capítulos referentes a obras sobre papel, escultura
y artes decorativas.
Nota 3. Se llama
guardainfante a una especie de falda redonda muy hueca hecha
de alambres con cintas utilizado en la cintura por las
mujeres españolas de los siglos XVI y XVII. Se denominaba
así porque permitía ocultar los embarazos.
Nota 4. La infanta Margarita
de Austria tenía unos cinco años cuando la pintó Velázquez,
y desde muy niña estaba comprometida en matrimonio con su
tío materno, Leopoldo I de Habsburgo. Los retratos, unos
cuantos, realizados por el pintor servían, una vez enviados,
para informar al novio sobre el aspecto de su prometida.
Nota 5. La acondroplasia es
una causa común de enanismo, se relaciona en el 75 % de los
casos con mutaciones genéticas (asociadas a la edad parental
avanzada) y en el 25% restante con desórdenes autosómicos
dominantes.