Don Honorato se levantó un lunes con
la idea de que cuanto más deberes para hacer en casa, peor;
o lo que es lo mismo, pensaba, cuanto más se trabaje en
clase, mejor, o dicho de otra forma, es en el colegio donde
niños y jóvenes deben formarse sobre lo que está en los
programas y donde deben desarrollar la mayoría de las
actividades que les permiten aprender. El maestro recordaba
como una pesadilla su última semana, le había ido mal,
rematadamente mal, tuvo la tentación una y mil veces de
tirar la toalla. Don Honorato, insomne, para evitar
problemas se tomó cuatro tilas, hizo de tripas corazón y
obedeció órdenes de dirección, concretamente de
Doncarlosmari, y encargó a sus alumnos un trabajo sobre
ecología.
Comencemos desde el principio, cuando
se gestaron los hechos que dieron lugar a los sinsabores y
desvelos de don Honorato. El joven y entusiasta director,
Doncarlosmari, aceptó con ilusión un proyecto organizado por
el ayuntamiento, muy concretamente por la concejala de medio
ambiente, que ideó con el fin de limpiar la ciudad, hacerla
más vistosa para el turismo y, de paso, lograr un puñado de
votos más en las próximas elecciones. La regidora pensó que
la educación cívica debiera comenzar desde la escuela, y
emitió un bando para proclamar a los cuatro vientos un
concurso en el que se premiaría el mejor trabajo infantil
dedicado a la defensa del entorno y a dejar los barrios como
los chorros del oro. Doncarlosmari entró al trapo, le
entusiasmó el proyecto, se le pasó por el magín en un flash
su imagen como futuro edil municipal vitoreado por las
multitudes, y lo llevó a Claustro.
Allí lo propuso Doncarlosmari ante los
profesores, una representación de las madres y del personal
administrativo y auxiliar, un alumno llevado a la fuerza y
el conserje de la escuela que estaba para lo que saltara: El
director se sintió Pedro de Amiens, el Ermitaño, aquel monje
que en el siglo XI animó a las masas europeas a ir a
combatir a los infieles para liberar Jerusalén. Faltó a
Doncarlosmari subirse a la mesa para declamar su mitin,
repitió que era una invitación, de aceptación voluntaria, no
impuesta, democrática, como planteaba siempre las cosas, y
les llamó a la responsabilidad, a poner en alto la insignia
de aquella escuela y a trabajar solidariamente, con
generosidad y esfuerzo en la aventura que a todas luces
llenaría de honores la escuela en la que todos ellos, no lo
dudaba, estaban felices por el deber cumplido, como decían
los antiguos.
Quienes conocían a Doncarlosmari
intuían que aquella sonrisa de medio lado, y dar pocas
explicaciones con cara de que si no se hace por las buenas
se hace por las malas, traería complicaciones futuras. El
término «voluntariamente», para el director, poseía un
significado oculto con característica de metamensaje
sibilino, algo así como hazlo si te parece o si no, atente a
las consecuencias.
Don Honorato pensaba que, como
cualquier aprendizaje que se relacionara con el
comportamiento y con los valores, el orden, el respeto a la
naturaleza, y todo lo que eran actuaciones ciudadanas,
debiera adquirirse con fundamentaciones serias, de buenas,
sin castigos ni amenazas, para no crear anticuerpos hacia el
conocimiento y la ciencia pura.
Lo de las tareas en casa venía de
antiguo, una cuestión reiterativa, recalcitrante y aburrida
hasta la saciedad. El fondo del asunto es la conveniencia, o
no, de hacer trabajar a los niños en su casa, o lo que es lo
mismo, hacer trabajar a los padres lo que los maestros no
pueden, o no saben, o no quieren, trabajar en el colegio.
Doncarlosmari lo tenía muy claro, soltero y sin compromiso
que se supiera, aunque malas lenguas comentaron que lo
vieron en el cine haciendo manitas con la inspectora de
educación, no tenía el problema en casa, precisamente donde
lo tenía era en la escuela. Al director lo apoyaba una
facción del colegio, proclives a que los padres debieran
hacerse cargo de las tareas que se encomendaran a los niños
para hacer en su casa, pues para eso los habían tenido, que
parece mentira traer hijos al mundo y después dejar las
tareas para la escuela. Sin embargo, no todos pensaban
igual, e incluso entre quienes pensaban igual, había
diferentes procedimientos de actuación, diferencias mínimas,
en ocasiones de concepto o de estrategia, y en otras porque
sí, parecían quebraduras insondables.
«Se abre el debate», declamó
Doncarlosmari teatralmente , mientras recapacitaba sobre los
sistemas liberales y democráticos, «dejo hablar para que se
peleen entre ellos y así yo al final impongo una solución de
consenso, la mía, para no llegar a las manos». La discusión
fue un resumen calcado de las principales ideas que las
redes, la televisión y los medios de comunicación transmiten
a sus seguidores y adeptos. Pelea total e indiscriminada,
agresiones verbales y descalificaciones disimuladas y sin
disimular.
El joven director dejó las cosas muy
claras, estaba informado convenientemente de que lo de las
tareas en casa era discutible, muy discutible, pero también
había leído que, aunque hay países que las rechazan de
plano, algunos expertos afirman que es muy positivo que
progenitores y familiares se impliquen con la obligación de
sus infantes, una manera muy eficaz para que adquieran
disciplina y capacidad de trabajo (y de paso fastidio un
poco a los padres, pensaba el director). Doña Purita le
rebatió con apasionamiento que también algunos expertos
decían que más de 30 minutos al día de tareas fuera del aula
son inadmisibles, que los niños necesitan descansar y jugar,
que la familia debe actuar como tal, y no convertirse en la
continuación de la escuela, a lo que don Prudencio, maestro
experimentado, añadió que las tareas en casa producen
desequilibrios familiares, un gran stress y no conducen a
nada. Doncarlosmari argumentó que para gustos y opiniones
todo son colores, que hay quien dice que las tareas en casa
son imprescindibles, que una de las obligaciones del sistema
educativo es implicar a los padres en lo que ocurre en la
escuela, que hay mucho advenedizo quejica entre madres y
padres, y que si tal y cual. Don Prudencio le contestó que
sí, pero que muchos deberes crean anticuerpos, y es
excesivo, que lo bueno y breve dos veces bueno, que a
ciertas edades es mejor tener más tiempo para ser niños y
disfrutar la vida.
Pasaron las horas, demasiadas, (Nota
1) y el claustro no avanzaba, la discusión se alargó, se
hizo violenta. Doncarlosmari esperaba que los problemas, los
suyos, se le solucionaran por aclamación, sin recurrir a la
autoridad, pero no fue así, e insistió en la obsesión de
muchos padres por las actividades extraescolares, que
reniegan de los deberes pero les acosan a danza, inglés,
gimnasia rítmica, fútbol, piano y trombón de varas.
La mayoría, harta de perder el tiempo,
quiso que terminara aquella discusión sin fin, que desde una
simple división de opiniones pasó a ser confrontación épica,
como en cada reunión, con las fuerzas equiparadas, en dos
bloques, en trincheras bien definidas, sin el más mínimo
acercamiento de posiciones.
Don Honorato, doña Purita y don
Prudencio, los maestros de mayor experiencia, a un lado, en
una cohorte, explicaron sus experiencias negativas, contaron
sus batallitas, explicaron con pelos y señales los
inconvenientes de las tareas en casa; Paquita, la conserje,
los apoyaba pues sus experiencias personales como madre la
hacían dudar de las tareas impuestas, que se copiaban a
veces literalmente de Internet, así, tal y cómo, textos sin
cambiar una tilde, tipos de letra sin venir a cuento, sin
molestarse a buscar otro, y quedaba un producto acabado con
las mismas imágenes, márgenes, faltas de ortografía,
colores, estilos y problemas sin solucionar que el texto
propuesto en las redes. Los partidarios de mandar tareas al
domicilio familiar, contestaban, argumentaban, que era una
forma idónea de implicar a los padres, de hacerlos sufrir,
en suma, a lo que la mamá de Manolín, siempre al lado de la
dirección, asentía que sí, que sí, que lo que dijera
Doncarlosmari.
Doncarlosmari, presionado por las
circunstancias, dio el cerrojazo de golpe. Él era el
Director. Se haría el trabajo para el ayuntamiento, no era
para tanto, la escuela quedaría bien, y tal vez recibieran
un premio, el ayuntamiento financiaba todos los años una
visita al consistorio para que todo el mundo apreciara el
denodado trabajo de los concejales por el medio ambiente. Y
el tema, facilito: los cultivos transgénicos en América del
Sur en la época del desarrollismo. Facilito y, sobre todo,
de gran utilidad para el futuro de los estudiantes. El
director, Doncarlosmari, autor de la idea y promotor del
proyecto, se había decantado por lo que él decía era de
rabiosa actualidad, a pesar de que doña Purita había
propuesto que se dedicara mayor tiempo a que los alumnos
llevaran a sus casas mensajes como lo de reciclar basuras,
respirar aire puro, y esas cosas, o no fumar en la casa, que
también implicaba a la familia.
Y la tarea llegó a los hogares en
blocks, cuadernos y apuntes, y se abrió de nuevo la caja de
Pandora. Pandora, acompañada de varias madres, acudió
soliviantada, llena de truenos y relámpagos, al colegio, a
reclamar, a quejarse, a arman un poco de ruido, por el
dichoso transgénico, cómo se puede pedir un trabajo de la
noche a la mañana, busca en Internet, sobre los cultivos
transgénicos en América del Sur, 160.000 resultados en
Google, los nervios a flor de piel, y hay que lavar, y
planchar, era no ya excesivo, sino un atraco a manos armada.
Algunos de lengua suelta contaron que Doncarlosmari salió
del colegio por la puerta de atrás, disfrazado de empleado
del ayuntamiento.
Doña Purita y don Honorato se
lamentaron durante semanas en silencio tras el resultado de
la redacción sobre transgénicos. El difícil e inestable
equilibrio entre el aula y su entorno familiar, la
complicada armonía de los integrantes de la Comunidad
educativa estaba en entredicho, la sutil, a veces precaria,
concordia entre los alumnos de diferentes orígenes podía
irse al traste debido a influencias ecológicas transgénicas.
Ambos maestros clamaron al cielo para que les enviaran
mejores tiempos. Lejos estaban de imaginar que lo peor no
había comenzado, que Maripili y sus secuaces estaban a punto
de desencadenar una cruzada contra las tareas escolares que,
si el lector es paciente y sigue estas desventuras, se
encontrará que en el próximo volumen, Pandora y sus fuerzas
ígneas se desencadenarían sobre la faz de la comunidad
educativa.
Nota 1
Puede parecer una exageración, pero el
autor de este relato padeció en varias ocasiones de su
experimentada vida claustros que comenzaban a las cinco y
media de la tarde y llegaban a la madrugada. Eran otros
tiempos, sí, en los que los Consejos escolares y los
Claustros fueron cuidados y potenciados tanto por las
administraciones públicas como por los padres y los
profesionales de la educación.