Cuento aquí cómo la
vida de los maestros no finaliza con una fiesta de despedida
en la escuela, por grande, entrañable, afectiva o solemne
que sea. Al contrario, el agasajo por la jubilación de Doña
Purita y de don Honorato fue el comienzo de una nueva etapa,
cibernética, no menos real y con una proyección espacial, a
todo el orbe, a la Humanidad entera, galáctica,
inconmensurable. El homenaje fue por supuesto una magnífica
ocasión de recordar los avatares y logros, una vida entera,
completa, dedicada a educar, a formar, a instruir a decenas
de generaciones de gentes bulliciosas e irresponsables, a
las que encauzaron con paciencia por el camino del optimismo
y de la responsabilidad. Fue un encuentro bullicioso y feliz
lleno de adornos, banderitas, discursos, concurso de relatos
y poemas, dibujos murales, pintadas de tiza en los patios y
una frustrada ascensión en globo aerostático, que ideó el
profesor de sociales, pero que no fue del agrado de madres y
padres y descartado por peligroso.
Lejos estaban los
maestros de cualquier tipo de recuerdo que empañara el acto,
de años de esfuerzos y algunos sinsabores, y en su memoria
solamente quedaban evocaciones alegres, momentos en los que
los alumnos fueron los únicos protagonistas de su trabajo.
Tanto don Honorato como doña Purita recordaban sus éxitos,
que tenían tanto que ver con los de sus alumnos. Pasaban por
su magín, como en un film inacabable, cientos de rostros, de
niños primero, de adultos después, que hicieron su vida, su
profesión, con aquella base escolar que ellos les
proporcionaron.
Para los niños, por
otra parte, una fiesta siempre fue una fiesta, se celebrara
lo que se celebrara, y olvidaban las razones de la
conmemoración de inmediato. Los niños siempre piensan en
presente, el aquí y ahora, tienen pocos recuerdos, su vida
corta les lleva a lo inmediato, fundamentalmente al juego y
a los bonitos momentos, con escasas comparaciones con el
pasado y mucha alegría del presente, los recuerdos malos
pasan enseguida si otros los sustituyen, ya vendrá el mañana
a recordar algunas miserias. Precisamente ahí se basa la
salud de los niños, en olvidar con facilidad los malos
momentos, eliminados con presteza de sus cerebros a nada que
otra vivencia entra en sus vidas, que sustituye lo negativo,
eliminado de su cerebro para guardar informaciones
importantes, al mismo tiempo que lo desagradable, lo feo, lo
áspero o lo complicado, queda bloqueado como recuerdo para
el futuro.
Para los otros maestros era otra cosa. Algunos añoraban
entre emociones y tristezas el cambio de estatus de sus
compañeros de tantos años mientras el director,
Doncarlosmari, no disimulaba su alivio, pues para él las
despedidas sirven igualmente para decir adiós a algunos
problemas, y consideraba en su interior más profundo que ya
era hora de desprenderse con honores de dos carcamales
sabelotodo expertos en contar batallitas, cuestionar sus
métodos y quitarle la paciencia cuando le hacían ver a cada
rato algunas incongruencias en las novedades que su mente
inquieta y renovadora intentaba implantar. Era ya momento,
consideraba, de mejorar las cosas y de que le dejaran
dirigir la escuela sin constantes, y arcaicas,
intervenciones y desafortunadas, y antediluvianas, críticas.
Hacía más de diez años
que Doña Purita cavilaba con tristeza sobre su jubilación,
quiso hacerlo con dignidad y se preparó para ello. Maestra
en las redes telemáticas desde que entraron en su vida,
decidió convertirse en educadora, maestra, instructora y
mentora en red, y se puso manos a la obra, abrió su web, se
introdujo en cuantos mecanismos de difusión conocía, y
comenzó a propagar sus reflexiones, alguno de sus poemas y
reivindicaciones sociales y su idea sobre cómo era
importante el papel de la mujer en el globo; todo ello lo
alternaba con fotografías de sus trabajo de crochet y de
patchwork, de estudio de las hormigas, mirmecología se
denomina, y de sus aficiones en el campo de la cetrería,
adiestramiento de halcones, en el que era una experta. La
difusión de su trabajo e ideas en las redes para todo el
mundo, sin distinción de personas, ideas o afiliaciones,
complementaban su vida y aquietaban su espíritu en momentos
de desasosiego.
La maestra contagió a
don Honorato en su afición, y le animó a seguir su ejemplo,
a entrar en las redes, a jubilarse telemáticamente con
dignidad. «Cuando se es educador», le decía, «se es para
toda la vida, y la vida no se acaba un día, de pronto, que
hay que dar mucha guerra aún» y le argumentaba que si la
tecnología proporciona nuevas posibilidades, hay que
utilizarlas. «Yo te pongo al día, Honorato, en esos
vericuetos virtuales». En la tierra o en la nube, en lo real
o lo virtual, Don Honorato era reacio a esas realidades
intangibles que enervaban su espíritu pragmático y metódico,
no entendía cómo lo palpable, lo evidente, lo indiscutible,
podía ser también real en una nube, en espacios desconocidos
e impalpables; por ello era renuente al cosmos cibernético,
a aquellos cambios a los que le encaminaba doña Purita. La
maestra le hablaba de la importancia de entrar en la
telemática y de cómo era un medio magistral para que el
maestro pudiera mostrar al mundo su ingenio y sus trabajos
en astronomía, botánica, mineralogía y espectroscopia. El
estudio de los espectros de la radiación electromagnética
era una de sus raras habilidades, de cuando andaba por
observatorios astronómicos, cuando analizaba la luz visible
y su espectro, conocimientos adquiridos que tanto
beneficiaron sus capacidades docentes durante toda su vida,
en la que era capaz de detectar movimientos y efectos
subyacentes en la masa infantil.
Cuando don Honorato, a
regañadientes, aceptó el reto, dio un paso hacia un nuevo
mundo, incorpóreo e inacabable. Su vida cambió, el
ciberespacio y los misterios de esos mundos ignotos,
paralelos, desconocidos para él, dominaron su vida. Se
introdujo en la sistematización telemática y en el inmenso,
proceloso, inacabable mundo de las redes. Tras los primeros
intentos, su mente curiosa lo entusiasmó y se matriculó en
un curso para principiantes que le quitó el miedo, un
segundo curso que canalizó sus intereses, y otro más, al que
le guió doña Purita, que lo lanzó, libre por fin, al
ciberespacio infinito, sin temores ni contemplaciones.
Y en el cosmos, Purita
y Honorato se volvieron a encontrar en una inmensa aula
infinita, con miles de alumnos y alumnas de todos los países
y todas las lenguas, con Rosaritos y Maripilis, y Manolines
a montones, a los que se añadieron nuevos alumnos de todos
los países del mundo, de raras costumbres y de apellidos
extraños. Los poemas de doña Purita llegaron a los confines
del mundo. Las fotografías planetarias de don Honorato
alentaron a gentes de todo el planetas a mirar más al cielo,
a fotografiarlo y a difundirlo. Entre los dos animaron a
muchas personas a escribir poemas y hacer fotografías de
objetos, situaciones y mundos inverosímiles, que se
difundieron por el infinito y multiplicaron los contactos,
los alumnos, las fotografías, las opiniones y las ideas.
Y comenzaron también
los desasosiegos. Se iniciaron con algunas consultas de poca
monta que los maestros recibían de sus contactos más
cercanos, antiguos alumnos, familia y amistades entrañables
de su entorno.
De pronto, casi sin sentirlo, se desbordaron los escritos,
felicitaciones y consultas. Decenas de correos electrónicos
se acumularon en sus ordenadores, entre la satisfacción y el
desconcierto, hubo quienes se comunicaban para saludar y
agradecer, hubo quienes, simplemente, consultaron sobre
asuntos relativamente sencillos, quienes les pusieron en un
aprieto o quienes directamente pidieron la luna, el camino
más corto para llegar al Aconcagua, cuántos ocelos tiene el
ojo de una mosca, o las diferencias entre fisión y fusión
nuclear, o que le diera ejemplos de tetrástrofo monorrimo,
les pedían opiniones políticas o asesoramiento judicial.
Doña Purita recibió con profusión consultas inverosímiles
que abarcaban desde el punto de cruz hasta la mejor forma de
abrillantar las uñas de los halcones, o una petición de
recomendación para un trabajo en el Ministro de Cultura de
Suráfrica.
Un día, don Honorato
recibió un correo de Malasia, que amablemente le solicitaba
información sobre el Acanthaspis petax, que obligó al
maestro a investigar sobre el llamado insecto asesino, de la
familia de los hemípteros, descrito por primera vez por el
entomólogo sueco Carl Stål en 1865. Aprovechó don Honorato
la larga explicación que envió a Mohd Kamaruzzaman, en el
que le agradecía su interés y de paso le daba unas
informaciones supletorias sobre los celentéreos que había
publicado en la web.
Los maestros, se
obligaron a estudiar, dedicaron horas de estudio y búsqueda,
y contestaban a todo el mundo con presteza y educación,
aunque soslayando con delicadeza aquellos asuntos absurdos o
a los que les era imposible dar respuesta.
Doña Purita y don
Honorato se hicieron así universales, pues en su cosmos se
integraron gentes que apoyaron lo que hacían, en el que
publicaban y difundían ideas y aprendían juntos, en búsqueda
de nuevas ideas, conceptos, experiencias y tecnologías,
llegaron a un elevado grado de especialización cada uno en
las materias en la que eran expertos.
En espacios de
colaboración y encuentro, con otras personas educadoras en
red, interesadas en la construcción de una ciudadanía
global, seria o divertida, comprometida, sufriente a veces,
conscientes de la necesidad de verdad y justicia,
participativa y alegre, en la que cada cual aporta y habla
lo que más sabe, organizaron o participaron en acciones y
proyectos en los que se construye la escuela global.
Y quien los quiera
contactar, siempre podrá encontrarlos en las nubes.