No gustó a don Honorato que
sus antiguos colegas de la escuela dijeran de él que andaba
en las nubes, en la estratosfera, que aún cuando siempre fue
un incordio, desde su jubilación aún más, vivía en las redes
y por lo tanto en las nubes, y le aconsejaron con retintín
que por el bienestar suyo, de la Humanidad, y sobre todo de
ellos mismos, se dedicara a pasear al sol y que hiciera como
otros jubilados, mirar al tren o las obras de la carretera,
y dejar en paz a quienes seguían trabajando en pro de la
educación de la infancia. Fue a causa de que el maestro
comentara en las redes algunos aspectos cuestionables de una
educación escolar que a él le pareció obsoleta y periclitada
(sic) cuando, en un rapto de sinceridad malsana, se explayó
a gusto en los universos digitales. Jubilado sí, fuera de
las aulas, sí, pero no en los cielos. Y se acordó de aquel
antiguo grabado que representa el momento en el que Sócrates
fue colocado por Aristófanes en un cesto, sobre la tierra,
colgado, en el aire, en su obra satírica «Las nubes».
Aristófanes acusaba a Sócrates de sofista o, lo que era lo
mismo, de que enseñaba a sostener ideas contrarias a las
justas, y que utilizaba bellaquerías en sus escritos. Decía
del anciano filósofo que andaba fuera del mundo. Don
Honorato no pudo soportarlo y entró a la palestra
telemática.
Pero vamos por partes.
Doncarlosmari, el director de
la escuela en la que el maestro y doña Purita dejaron vida y
salud durante décadas, escribió un Twuit, un tuit, para
entendernos, de 294 caracteres en el que afirmaba que: «Hubo
maestros en esta escuela que, ya afuera, en su nube, en
plena irresponsabilidad, critican a sus colegas, se creen
superiores a los demás y elucubran con las ideas más sanas,
así corrompen a la juventud, como vulgares y trasnochados
sofistas, ellos que no son nadie, que mejor es que callen».
Don Honorato vio enseguida
que el joven director aducía los mismos argumentos contra él
que Aristófanes utilizó contra Sócrates, de los que quedó
constancia fehaciente en «El Banquete», de Platón. El
maestro entendió, o quiso entender, que Doncarlosmari
utilizó contra él los mismos calificativos que el
comediógrafo griego asignó al sabio griego y que, al subirlo
al cesto, mirando al cielo, en niveles superiores, sin
contacto terreno, se rió del sabio, lo desprestigió con
bromas pesadas, y se refirió a él como «mendigo parlanchín
de mirada espectral, que nunca se lava, y va habitualmente
descalzo y vestido con un lúgubre manto» ya era el colmo. A
pesar de que nada de eso decía el texto de 294 caracteres, y
don Honorato tenía muy en cuenta su higiene personal y era
pulcro y limpio, se dio por aludido cuando el director entró
a realizar juicios sobre su limpieza y esmero.
Y claro, don Honorato se
subió, no al cesto ni a la nube, sino a la parra, y se lió.
Un calentón lo tiene cualquiera pero que le llamaran sofista
le llegó al alma y fue el comienzo de una conflagración en
el universo telemático de magnitudes siderales. Eso fue
cuando en un tuit de respuesta se le escapó lo de obsceno y
escatológico comediógrafo de tres al cuarto. para referirse
al joven director y, aunque más tarde se dijo y desdijo, y
explicó que eran epítetos normales en la antigüedad clásica,
y más referidos a los comediógrafos, se abrieron de par en
par las puertas del averno.
Casi todo el mundo entró al
trapo, de arriba abajo, de izquierda a derecha, en oblicuo,
de aquí para allá y de allá para acá, infinidad de mensajes
que abarcaron a parte de la comunidad educativa, y en la que
no solamente intervino don Honorato y parte de la población,
sino que también se coló en el debate una concejala y la
mamá de Manolín, que nunca faltaba en estas beligerancias.
La concejala de festejos, Sofía, cuando vio una referencia
indiscutible a su actuación municipal, con insinuación
directa a los «sofistas», o «sofiestas», contra ella y sus
seguidores partidarios, captó el mensaje, de cuando aquella
vez que negó una ayuda para las fiestas del colegio. Aunque
le dijeron sus colaboradores que lo de sofistas nada tenía
que ver con ella, la concejala siguió adelante, en sus
trece, erre que erre. Recordaba aquellos escarnios
escolares, cuando le gritaban «De Sofía nadie se fía», «Sofiesta
se va de fiesta», y se dijo que quien ríe último ríe mejor y
se guardó sus enojos para cuando le vinieran a solicitar
nuevamente alguna ayuda.
Lo cierto es que se
trasladaron sin ton ni son por el firmamento virtual unas
cuantas cosas que no debieron decirse, pero que se dijeron,
y quedaron ahí. Qué peligrosas son las redes, cuando
irreflexivamente se lanzan denuestos, improperios,
calificaciones o insultos con las que uno pasa de la
intimidad de la mesa de camilla al universo total, de lo que
se piensa a lo que se hace saber, de lo intrínseco a lo que
llega a los mundos exteriores, al cosmos.
Fue entonces cuando doña
Purita entró al trapo. Muy descontenta por cómo se trataban
el asunto, y no solamente por las incorrecciones
gramaticales y algunos errores ortográficos con los que los
tertulianos iban de dimes y diretes. No le gustó tampoco la
gran cantidad de inexactitudes, argumentos innecesarios,
descalificaciones y, sobre todo, que tocaran a Honorato, su
compañero de fatigas y ahora colega en las redes. Publicó en
su blog: «Si entran en Aristófanes y en la antigüedad
clásica, lo menos que pueden hacer quienes juzgan desde su
ignorancia, incompetencia e inexperiencia, es irse al
Pensadero, o Pensatorio, según la traducción que se hiciera.
Y se detenía la maestra en explicar que el Pensadero, lugar
de pensar, era el lugar de estudios que ideó Aristófanes
como crítica a la Academia de Sócrates. Ahí debiera ir a
reflexionar Doncarlosmari, donde merecía un puesto, él que
hablaba tanto de «El rincón de pensar», no pensaba. Doña
Purita explayó su disertación a la filosofía griega al
completo, al devenir de Heráclito, el líquido universo
virtual, el agua que fluye en los ríos, que se solidifica en
la nieve, o se hace densa en la tenue corporeidad de las
nubes… ¡oh!, la filosofía griega.
Y corregía doña Purita en su
blog, se lanzaba de frentón contra la argumentación de
Doncarlosmari sobre «Las nubes», de Aristófanes, y le
explicó de cómo Estrepsíades, harto de que su hijo Fidípides
se negara a ir a pensar a la academia, entró él mismo, y
aprendió de quien especulaba, elucubraba, decidía. Y
directamente, conminó a Doncarlosmari a que hiciera eso, que
se internara en una institución y aprendiera algo sobre los
argumentos justos e injustos, que le ayudara a evitar
opiniones antiguas y adquiriera opiniones nuevas, como en
las nubes, tal y como proponía Aristófanes.
Contestó Doncarlosmari
molesto, en su blog, lo difundió en el tuiter, y con todo su
potencial analógico y didáctico, en el tablón de corcho de
la escuela, amplificado por los sistemas tradicionales de
exponerlo durante el desayuno de los maestros, la junta
directiva, el Consejo Directivo y en el boletín del cole, en
papel y por email, a los cuatro vientos. El joven director
achacaba a los maestros jubilados una divinización del mundo
virtual, exaltados por la plebe, y por citar otra vez a
Aristófanes, entró en lo clásico, hablaba de tantos sitios
de corrupción de jóvenes, como el propio Platón escribe al
inicio del Eutifrón, la acusación consiste en corromper a
los jóvenes a través de sus nuevas ideas perniciosas, que
era eso lo de enseñar en los espacios virtuales, ¡ah!, y los
teléfonos móviles, que la enseñanza no acaba en la escuela,
y que cada uno se forma a sí mismo de por vida. Se refería
Doncarlosmari a una acusación que hizo de forma velada don
Honorato, que utilizaba exactamente los mismos términos que
utilizaba Aristófanes contra Sócrates y aquellos que
promovían que, desde el no saber nada, se podía promover una
vida rica en conocer cuantas más cosas mejor.
Tanto hablar de nubes, doña
Purita rememoró a Campoamor, que escribió en el poema
«Colón», canto XII, «¡Y las nubes, conforme adelantaban,
pasaban, y pasaban, y pasaban!...» «¿Y es más cierto lo
real? No, no; en resumen, es sombra y nada más la humana
gloria; nubes que van y vienen es la historia». Doña Purita
se exaltaba en la idílica de su mundo virtual que, como las
nubes de Campoamor, nos ofrecen el espectáculo de la vida.
La existencia, ¿qué es sino un juego de nubes? Diríase que
las nubes son «ideas que el viento ha condensado»; ellas se
nos representan como un «traslado del insondable porvenir».
«Igualito que en las redes», finalizaba su elucubración doña
Purita.
Total, que Aristófanes /Doncarlosmari,
que desvalorizaba a Don Honorato /Sócrates, colgándolo en un
cesto mientras observa el cielo, y dice que nada sabe para
así conseguir que quien cree saber algo dé razón de su
sabiduría, para hacer partícipes de sus conocimientos a los
demás.
Y ascendió doña Purita, en su
defensa de lo inmaterial, de lo cibernético, de la nube
existencial del universo telemático, hasta la literatura
medieval, que convirtió en tópico el aludir a lo fluyente,
fungible, licuable, o líquido como se le llama en el argot
digital, como símbolo del rápido correr de los años, del
pasar de la existencia humana. Como decía en aquellas coplas
que Jorge, Jorge Manrique, entonaba a la vida, «a los ríos
que van a dar en la mar que es el morir».
Claro, comentó Doncarlosmari
en su blog, refiriéndose a lo doña Purita y a don Honorato,
jubilados que se quieren hacer pasar por modernos,
¿líquidos, licuados, o liquidados? Lo de «líquidos» lo
comentaba no sin cierto sarcasmo por lo que decía el
sociólogo Zygmunt Bauman, autor del concepto «modernidad
líquida» para definir el estado fluido y volátil de la
actual sociedad, que no posee valores demasiado sólidos y
está plagada de fluctuaciones e incoherencias por la
vertiginosa rapidez de los cambios, que han ha debilitado
los relaciones entre las personas.
Don Honorato que, por
avatares de la vida y de la edad pasó de la dureza a la
flexibilidad, no comprendía cómo se podía ir hacia atrás en
los avances didácticos. Con los esfuerzos que le había
costado su propio cambio, de llevar a Manolín, a Maripili, a
Rosarito, en filas, como dios manda como decían antes, a
conseguir hablar con ellos, a incitarlos a aprender de todo
un poco, a ayudarles a buscar en la naturaleza y en las
personas, a sentir curiosidad por la ciencia y la historia,
los fenómenos naturales y los cuerpos astronómicos, a
intentar que aprendieran. Aquello de lo líquido le sonó a
insulto, a chino mandarín, investigó en las redes, y más aún
se soliviantó. Volvió a entender que lo tachaban de
«postmoderno» que, unido a lo del cesto en las nubes, se vio
ahora de estrella del pop, en la inopia, disfrazado de raro
y desafecto a las ideas tradicionales. Doña Purita hizo
causa común con su colega de tantos lustros y juntos
plantearon sus estrategias para dar la cibernética batalla
final.
Era fundamental establecer
una base logística, un puesto de mando, un cuartel general.
Doña Purita propuso como tal la Biblioteca Municipal, en la
que no faltaba ni documentación ni artilugios tecnológicos,
incluidos los acústicos. Como se explica en cualquier manual
al uso, el puesto de mando avanzado debe establecerse en un
lugar cercano a la emergencia para ofrecer mejor control y
coordinación de los efectivos y actuaciones, y el edificio
de la Biblioteca se ajustaba perfectamente ya que se
encontraba justamente en frente del colegio en el que
Doncarlosmari, al decir de don Honorato, perpetraba sus
desmanes.
Y allí se vieron con sus
aliados. Allí llegó el incombustible Manolin, ya Manuel y
pronto don Manuel, la extrovertida Maripili, María Pilar, la
ingeniosa Rosarito, Rosario Pérez Belmonte, y otros de la
pandilla, en donde no podían faltar ni Abdulah ni Akira, ni
el joven profesor Olegario, para dar el toque informático a
la contienda.
A Doña Purita se le ocurrió
que el campo de batalla podría ser poético, unos juegos
florales, al estilo de los ludi Floreales, que en la antigua
Roma se celebraban para honrar a la diosa Flora.
Don Honorato hubiera
preferido algo más palpable, real, tangible, contundente,
aunque le pareciera peligroso utilizar la ciencia, la
química o los fenómenos naturales y atmosféricos, los rayos
y las tormentas y, a sugerencias de los aliados, dio su
brazo a torcer. A pesar de que en la Roma de la antigüedad
el festival tenía connotaciones licenciosas y sensuales, y
era de carácter plebeyo, no les importó, y pusieron manos a
la obra.
Los de afuera, desde la Biblioteca, sitiaron la escuela, la
ciudadela, el núcleo duro en el que se asentaba
Doncarlosmari y sus seguidores, refugiados en la fortaleza
de dejar casi todo como estaba y con la idea de que, si
había que cambiar algo, que fuera exterior, vistoso, pintar
fachadas, limpiar el polvo, maquillaje en el que eran
expertos. Era un táctica antigua y muy sencilla, pero de
probada eficacia durante siglos: cuando algo no funciona, se
le cambia de nombre y alguna cosilla de poca monta, de cara
a la galería, mientras todo sigue igual. Algo así como el
dicho popular, «el mismo perro con distinto collar».
Los sitiadores se repartieron
los papeles. La coordinación de los recursos, directamente
lo llevaría don Honorato; el asesoramiento técnico sobre
riesgos específicos, Rosarito, Rosario, que estudiaba
farmacia; el establecimiento de sistemas de comunicaciones,
don Olegario, y Akira la informática; los sistemas de
análisis se encomendaron a Abdulah; la coordinación de
medios logísticos y zonificación, Manolin y Maripili, y el
control cronológico de intervenciones y eventos, se lo
adjudicó doña Purita.
Doncarlosmari y sus adeptos
iniciaron su tarea de investigación en las redes con la
finalidad de encontrar algún punto débil en sus adversarios,
que eran muchos, a su entender.
Y así, ambos bandos afilaron
lápices, empuñaron ordenadores, se guarecieron en sus
respectivos reductos y se reconcentraron en el diseño de
estrategias de ataque y defensa. Todo llegará, pero nuestros
lectores lo podrán seguir en el próximo volumen, en el que
es posible que se solucionen, o no, algunos de los problemas
ya esbozados.