Y visto lo visto, doña Purita
se confinó. Entre las cuatro paredes de su domicilio. No era
la primera vez, en momentos terribles de su pasado se
recluyó para que un temporal político pasara por delante de
su casa. Sabía estar encerrada, y cuántas veces lo hizo por
corregir ejercicios, ayudar, asesorar, animar o consolar a
los cientos, miles, de alumnos que aprendieron con ella.
Ahora lo hacía por obediencia y solidaridad. Era muy
importante no ser causa ni vehículo de contagio, además de
defenderse ella misma de cualquier situación de riesgo, que
más vale prevenir que curar.
Le costó a doña Purita la
reclusión, sí, no hubo otro remedio. Era amante de las
praderas y los cerros, de respirar la montaña, de caminar
por senderos rurales, de vivir los aires de la sierra.
Encerrarse entre cuatro paredes en soledad, le causó
tristezas, dejar de observar, controlar, reñir y explicar a
los irresponsables de sus alumnos la llenó de zozobra. Así
eran las cosas, la Humanidad superó otras pestes que, aunque
se saldaran con tragedias, cambios de gobierno, infinidad de
muertos por las calles y en ocasiones desmanes y guerras,
hicieron avanzar la ciencia y el conocimiento. Sin embargo,
abandonar el contacto directo con los alumnos era otra
cuestión, ausencias muy difíciles de superar.
El primer día de encierro
suspiró con un aydemidiosmío profundo, salido de sus
entresijos, sentido, en el que resumió pesadumbres y
sentimientos, observó con detenimiento el saloncito,
preparado para estar a solas con los propios trabajos y
pensamientos, se encomendó a sus ancestros, que ya vivieron
sucesos similares y se dispuso a un estado de obediencia
solidaria, reclusión generosa de la que pensaba salir en
unos pocos días. Cuando finalizó la preparación de unas
clases que de momento no sabía si eran posibles, se
entretuvo leyendo versos, y rememoró situaciones en las que
la poesía fue su bálsamo, cuando elucubró fantasías
juveniles, hizo literaturas y poemas, en los mismos lugares
en los que pasó la adolescencia, donde en su niñez escribió
sobre el olor a vaca, las delicias de la canela en los
postres maternos, la picadura de abejas y el caminar exacto
de las hormigas, que se transformaron en su adolescencia en
rimas sobre amores perdidos de pastores y caminantes,
entremezclados con trasgos y ninfas de las campiñas.
Y llegó la primera noche, y
abrió las ventanas y se sumó a los miles de aplausos con los
que sus vecinos hicieron homenaje a quienes generosa y
profesionalmente se dedicaban a ayudar, paliar, sanar a sus
conciudadanos. Abrir las ventanas no fue solamente un soplo
de aire puro, un contacto con el fresquito del atardecer, un
respiro a sus angustias, fue mucho más, abrirse al mundo,
encontrarse con su vecindario en las ventanas y balcones,
envueltos en sonoros aplausos dedicados a quienes exponían
sus vidas en el cuidado de los infectados por ese virus
desconocido que asolaba la faz de la Tierra.
El soplo del atardecer,
acompañado de la música de fondo de los aplausos, que se
acompañaba de canciones e instrumentos musicales, despejó el
aire viciado de la casa, que desde niña le habían enseñado,
lo mejor una buena corriente de aire para dispersar las
miasmas, limpiar de ponzoña el ambiente, y volver a comenzar
la tarea. Un buen barrido era indispensable para iniciar
cualquier jornada de trabajo.
Abrir las ventanas supuso el saludo al vecindario, y notó
que el cuerpo le pedía más, el saludo a sus vecinos abrió su
espíritu, y constató que al mismo tiempo que se purificaba
el aire, abría su mente, y deseaba desplegarse más, y entró
en su ordenador y se explayó en momentos y redes, conectó
con el mundo, con amistades y conocidos, algunos muy
lejanos, otros de cercanías de siempre. Experta en redes, y
un tanto mandona, llamó, organizó, dispuso, primero a don
Honorato, su compañero de trabajo e infortunios, de avances
y retrocesos, de evoluciones y vueltas atrás. Doña Purita
siempre fue partidaria de tener puertas y ventanas abiertas,
en su casa, en su clase, hacia el mundo, nunca cerrar una
posibilidad de comunicación, de aprender, de buscar, jamás
cerrar un diálogo, una discusión, dejar abiertos caminos,
cauces, conversaciones, en una discusión mantener la calma y
las vías de comunicación con alumnos y padres, con amistades
y con vecinos, nunca perder los nervios. El confinamiento,
se prometió, sería un nuevo aliciente para aprender mientras
enseñaba.
Y sí que se dispuso a buscar
formas de manifestarse, de hacerse notar, de trasmitir
mensajes y contagiar, difundir, animar. Y recordó a Facundo
Cabral, y su poema
«Está la puerta abierta,
la vida está esperando
con su eterno presente,
con lluvia o bajo el sol. »
Y ahí encajó a don Honorato,
al que implicó en sus ilusiones didácticas y contagió su
experiencia en las redes, y lo hizo emerger de su
confinamiento, y convenció de hacer uso de sus conocimientos
y posibilidades y abrirlos al mundo, a nuevas ventanas y
redes, y convencieron a otros compañeros, antiguos alumnos,
familiares y amistades de toda la vida a reunirse con ellos.
No cabía la soledad sin la
gente, como cantaba Facundo
«Está la puerta abierta,
juntemos nuestros sueños
para vencer al miedo
que nos empobreció. »
A don Honorato le encantó la
idea de las puertas abiertas, las ventanas de par en par y
abrirse a los mundos infinitos, desconocidos. El maestro fue
siempre un enamorado de las grandes dimensiones planetarias,
sabía de estrellas y asteroides, de universos sin fin y de
leyes cósmicas, vivió su vida personal y docente en el mundo
de las matemáticas y la ciencia empírica y la astronomía, y
fue feliz al iniciar en las redes el camino de los contactos
siderales, los cálculos astrofísicos y las diversiones y
entretenimientos, juegos matemáticos que tanto le hicieron a
él aprender y que tanto juego le habían dado en sus clases.
Inventó nuevas actividades y diversiones, rebuscó en
carpetas y cuadernos y rescató miles de ilusionantes
pasatiempos para aprender, juegos, retos, que pensó durante
décadas para sus alumnos. Y los trasmitió en las redes, los
abrió al mundo y permitió que entraran en ellos, se
entusiasmaran personas de todas las edades de lugares que
nunca imaginó.
Hizo jugar , calcular y
buscar soluciones a infinidad de personas desconocidas con
bolitas de papel, palillos, lapiceros, gomas de borrar,
vasos y tazas, los recuadros de un mantel, las formas
geométricas de la vivienda, el agua y las botellas de
refresco, los tapones, y un sinfín de elementos con los que
animó a realizar cálculos, a imaginar situaciones, a crear
estrategias, que azuzaron, avivaron el pensamiento y la
creatividad, orientaron a resolver problemas, y las
trasmitieron por las redes. Así conocieron e inventaron
sobre los ángulos, los círculos, se adentraron en la
hipotenusa, los catetos y la regla de tres, y al hacer una
vidriera con papeles de colores, celofán, cartulinas y
pinturas, trabajaron las figuras planas, los triángulos, los
paralelogramos y el círculo y sus tangentes y secantes. Y
ligaron su geometría a los trabajos de los antiguos griegos
y medievales, con lo que se introdujeron en la historia y la
naturaleza.
Don Honorato sugirió buscar
fractales en Internet, y llegaron a descubrir las teorías
del caos, y llenaron el mundo de vidrieras llenas de
colores, que alegraron con figuras planas, geométricas,
hipotenusas y catetos sus viviendas, en las que entraba la
luz y recordaba lo que aprendieron.
Maripili, Rosarito, Manolín y
otros se animaron a hacer un calidoscopio, idea de un
estudiante hindú que pronto se sumó desde Bombay y se
ofreció a enseñar a hacer el artilugio, un instrumento
óptico que genera formas geométricas. Algo mágico en lo que
decenas de personas se unieron, hicieron sus prácticas,
difundieron, se comunicaron entre ellos, se dieron ideas,
mediante un sinfín de comentarios, comunicaciones, mensajes
y conocimientos.
Doña Purita animó al uso del
móvil para filmar, filmarse, comunicar sentimientos y
descubrimientos, para que se abrieran los corazones y las
viviendas en las redes, y las extendieron, y la ola se
amplió al mundo, y se enviaron a los confines, sin saber a
dónde, y llegaron mensajes de todos los continentes. Se les
desbordó el procedimiento, se generó un verdadero
movimiento, desde el mundo entero llegaron actividades,
preguntas, informaciones, filmaciones, fotografías, poemas,
solicitudes de que se organizaran cursos, seminarios,
talleres y conferencias, se originaron muchas preguntas, y
ellos conectaron con otros maestros, otros profesores que
fueron complementando su tarea.
Y lo hicieron todos juntos,
como cantaba Facundo Cabral
«Iremos de uno en uno,
después de pueblo en pueblo
hasta rodear al mundo
con la misma canción.»
Doña Purita abrió las redes a
la poesía, a la música, a la creatividad, y organizó un
entramado en el que todas las artes eran bienvenidas, el
dibujo, la danza, la realización de máscaras y azulejos,
donde se utilizaban todas la técnicas, acuarelas,
rotuladores, recortes, filmaciones, y todas las situaciones
posibles, pensar metáforas, construir herbarios, fotografiar
el agua, diseñar nubes o plasmar las emociones del paisaje.
Y aprendieron lo que era un
haiku, la composición de origen japonés, que consta de tres
versos de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente, sin rima. Y que
con dos versos más se convierte en un tanka, y llegaron
tankas y haikus a millones incluso de Australia y Nueva
Zelanda, y se organizaron grupos en la red que los
improvisaban y difundían, pues proceden de un sistema del
renga, género de poesía colaborativa japonesa que se trabaja
en conjunto, y que facilita la participación y la
improvisación. Y lo hicieron entre varios, se le ocurrió a
Rosarito, iniciar los tres versos del tanka y alguien en el
otro lado del mundo terminaba los versos finales, y se
llenaron de emociones y sentimientos, y se expresaron así
flores y paisajes, que se acompañaban de fotos y videos.
Y aprendieron y disfrutaron,
crearon y se emocionaron con las fotos, pintura, dibujos,
collage, esbozos de la Naturaleza, caligramas, poemas de
todas las formas y recursos imaginables, incluso con poemas
corporales, o basados en la exploración de los sonidos y el
canto de los pájaros. E hicieron teatro, y cantaron, y
bailaron al son de instrumentos inverosímiles, a los que se
añadieron gentes de pueblos lejanos con sus ritmos y sones.
Los poemas dieron la vuelta
al mundo y volvieron a manos de sus iniciadores convertidos
en dibujos, o en otros poemas, ya fueran haikus, sonetos o
kaligramas, y se desarrolló la creatividad en tejidos de
cuerda, canciones, composiciones florales, dibujos animados,
hilos, tejidos y trenzados, mariposas de seda, colecciones
de todo lo imaginable, pinturas de tiza en las calles,
globos, farolitos, y se superó toda creatividad. Y hubo
quien grabó poemas, recitados, y creó «Audio-poemas»,
montajes con fondos musicales que ampliaron las ideas,
sugirieron otras realizaciones y dieron lugar a diversos
productos de audio y vídeo, recreaciones de cuentos,
relatos, biografías y poemas.
Y se recordó a personas casi
olvidadas, ya en las brumas de la historia, creadores de
relatos y poemas, y a quienes hicieron avanzar la ciencia, y
así salieron del baúl de los arrinconados mujeres y hombres
que ya en sus tiempos revolucionaron el mundo de la cultura,
que extendieron ideas y descubrimientos sin necesidad de
redes telemáticas, que dieron su vida por un invento, que
padecieron miseria o persecución por sus escritos, dibujos o
ideas. Y las redes telemáticas los llevaron de un lugar a
otro, y se buscaron en los estantes de bibliotecas sus
escritos y en la red sus trabajos, y se rescataron
efemérides y hechos perdidos, y fueron algunos descendientes
de aquello famosos quienes dieron a la red más datos, y
documentos, que a su vez se trasmitieron, se manifestaron, y
animaron a otras búsquedas.
Así llegaron a manos de los maestros, admirados, cartas,
escritos, obras inéditas, material muy valioso para la
ciencia y la literatura, al mismo tiempo que imágenes y
fotografías de tiempos pasados, de gentes que aportaron al
mundo cuando aún no existían las redes, que tenían en
tiempos de pandemia la posibilidad de salir a flote, a la
vista del mundo. Y los maestros sobre ese material asombroso
invitaron a continuar la búsqueda, y a difundir los
descubrimientos, y a crear nuevos inventos, diferentes
dibujos, otras perspectivas, y las redes se llenaron de
recetas de cocina, de fotografías sobre ilustraciones en
aceras, y recuerdos de quienes hicieron poesía y literatura.
Y doña Purita rememoraba a
Charles Baudelaire, «Quien desde fuera mira a través de una
ventana abierta, jamás ve tantas cosas como quien mira una
ventana cerrada. No hay objeto más profundo, más misterioso,
más fecundo, tenebroso y deslumbrante que una ventana
tenuemente iluminada por un candil. Lo que la luz del sol
nos muestra siempre es menos interesante que cuanto acontece
tras unos cristales. En esa oquedad radiante o sombría, la
vida sueña, sufre, vive.»
Y propusieron leer libros, ya
fueran encontrados en escondidas estanterías o nuevas
adquisiciones, y que las lecturas se manifestaran en las
redes, «cuéntanos lo que lees para que todos lo leamos»,
dijeron, y miles de personas de todas las edades les
hicieron caso, se dispusieron a buscar nuevos textos,
poemas, novelas, biografías, y las contaron en sus blogs, en
sus mensajes, en sus fotografías, en las sesiones de vídeo,
en sus filmaciones, y animaron a familiares, a amistades
cercanas, y también a gentes del otro confín del planeta. Y
se convirtió en eslogan, «Cuéntanos lo que lees para que
todos lo leamos», animó a miles de ciudadanos, que buscaron
en rincones y librerías qué leer.
Y así, abiertas puertas y
ventanas, se mantuvieron en confinamiento, ilusionados,
esperaban la última idea que llegara por las redes, una
sugerencia de don Honorato o de doña Purita, de trabajos
creativos, decenas de personas se convirtieron en miles, tal
vez en millones, pues las olas cibernéticas no paran, no se
conoce su influencia ni su término, rompen fronteras,
difunden información y entusiasmo, no tienen límites entre
las artes y las ciencias, el juego y la investigación, la
diversión y la difusión, y amplían el campo de acción de
pinturas, imágenes o poemas.
Doña Purita y don Honorato
eran conscientes de que un maestro no debe querer que sus
alumnos repitan esquemas, que hagan lo mismo que se les
muestra, sino que hagan suyo el aprendizaje para
transformarlo, no se trata de repetirlo sino de adaptarlo a
cada persona. Y hasta el fin de la pandemia, las ventanas se
mantuvieron abiertas, las redes se convirtieron en cauce
imprescindible de transmisión del conocimientoy.