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El
autor, presenta en este artículo, partiendo de unas cuantas anécdotas
vividas por él en torno al cine, y relatadas con humor, una visión sobre
lo que la magia y el entorno del cine puede hacer con relación a una
visión didáctica, educativa y crítica del séptimo arte. La realidad y la
ficción, la narración literaria y cinematográfica, la imagen didáctica,
la historia y la novela, y en general la vivencia real de la imagen en
movimiento son excusa, base y fundamento para ilusionar hacia el
aprendizaje del cine y de todo aquello a lo que sirve como punto de
referencia.
«En
mi pueblo, cuando éramos niños, mi madre nos preguntaba a mi hermano y a
mí si preferíamos ir al cine o a comer con una frase festiva:
'¿Cine
o sardina?'.
Nunca escogimos la sardina».
Guillermo Cabrera Infante.
«…la
diferencia es que ‘la fuerza de la veracidad’, inherente a la imagen,
hace a la mentira más eficaz, y por lo tanto más peligrosa».
Giovanni Sartori.
«Democratización
no es solamente acceso indiscriminado a la información sino, y sobre
todo, a la participación responsable».
Enrique Martínez-Salanova
«…Las
imágenes no cuentan nada. Un film relata cuando es un conjunto de
señales visuales y auditivas, de grafismo, de imágenes y de sonidos que,
juntos, constituyen una narración».
Pierre
Sorlín.
«…la
visión del cine está en los ojos del que mira…».
Guillermo Cabrera Infante.
«…al
principio fue la palabra, así dice el evangelio de Juan. Hoy se tendría
que decir que al principio fue la imagen…».
Giovanni Sartori.
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En
mis años mozos, existían dos tipos de cine, los cines caros, con aroma a
perfume barato, y los cines de pipas, pletóricos de diversos y confusos
olores y situaciones. En los primeros, para personas de mayor poder
adquisitivo, una sola película por sesión, relativamente buenas butacas,
y el silencio riguroso desde el comienzo de la proyección aseguraban ver
con relativa tranquilidad un film. En los otros, en los de pipas, de
sesión continua, dos películas que se podían ver varias veces por un
módico precio; un ambiente de jolgorio comunicativo, de encuentro de
amigos y de comentarios, en los que la visión de una película podía
llegar a constituir toda una aventura. Ambos tipos de cine (no olvidemos
tampoco los cines al aire libre), tenían algo en común: cuando se
apagaban las luces y se iluminaba la pantalla, se lograba el silencio
más absoluto. En los primeros cines, el silencio se mantenía hasta el
final, ya se encargaba el acomodador de ello; en los otros, en los
baratos, en relación con el interés que despertaba la película.
Me
encontré hace unos años en un cine, en un pueblecito de Marruecos, con
película “de tiros”, no recuerdo cual, hablada en inglés con subtítulos
en francés. El público se mantenía en el cine, en riguroso silencio,
mientras la caballería ligera del general Errol Flinn perseguía a los
indios, o cuando el bueno estaba a punto de ser atrapado por los
malvados cuatreros. El resto de la película, es decir, diálogos y otras
inútiles escenas, el público en pleno salía del cine a charlar afuera, a
la calle. Alguien avisaba de alguna interesante escena de acción y en
aquel momento todos entrábamos a continuar la película. Era divertido,
porque íbamos al cine a pasarlo bien.
Cuando el 28 de diciembre de 1895 una locomotora atravesó el salón de
café del Grand Hótel de París, los hermanos Lumiére habían logrado un
milagro: un tren podía atravesar una pared sin romperla. Fue el asombro
de todos los parroquianos del salón indio, que habían pagado un franco
para ver un acontecimiento que ya corría de boca en boca desde que nueve
meses antes, el 22 de marzo de 1895, los asistentes a una conferencia
organizada por la sociedad para la promoción de la industria francesa,
en un local de la calle Rennes, en París, asistieron boquiabiertos a lo
que fue la primera proyección pública de la salida de los obreros de la
fábrica Lumiére. Había nacido el cine. Había nacido el cine documento,
el cine historia, el cine que refleja la realidad, el cine mágico. La
misma magia que se producía en la familia de Cabrera Infante cuando
elegían el cine a la sardina.
El
año pasado, llevé a un instituto, para un debate en una semana cultural
la película de Carol Reed, “El tercer hombre”; con cierto temor de que
no fuera suficientemente interesante y entretenida. Pensé en un
principio presentarles algo más juvenil, de esta época, dinosaurios y
cosas así. Aposté sin embargo por esta película antigua, en blanco y
negro, con un tema un tanto lejano… Acerté, y contra mis propios
pronósticos -la motivación es así de impredecible- la magia del cine
funcionó; la temática -corrupción, tráfico de drogas, intrigas y
persecuciones- causó impacto, y se pudo establecer un riquísimo debate
sobre el cine y sus temas.
La
introducción del cine en el aula, aunque sea a través del vídeo,
proporciona a profesores y alumnos la posibilidad de divertirse, de
vivir el cine, la magia del séptimo arte, de tomar contacto con el arte,
la imagen, la historia, la literatura, la filosofía, la naturaleza y la
sociedad.
El
mundo entero al alcance de todos los españoles
«Chan
ta ta chan tatachan tachan tachan tata tata chan tachan ta ta ta tachan
tachan …….Tan tan tan tan tantarantan tán».
Como habrán podido apreciar los lectores esta es la letra de la música
del NODO,
«el
mundo entero al alcance de todos los españoles».
La
música, la letra, y la orquestación general del nodo, era el prolegómeno
imprescindible de cualquier otra película. Fue parte de la historia de
varias generaciones de españoles, y como todo en el cine, tan falso como
real. Hoy, los nodos, siguen siendo documentos históricos, que ilustran
el espíritu ideológico dominante en una época cercana para los de varias
generaciones y sin embargo lejanísima para los que nacieron después del
70, es decir para toda la juventud. El cambio tan absoluto que dio la
situación en España, hace que cineastas de hoy, deban concebir
referencias obligadas a la historia pasada con el fin de crear
documentos que hagan comprender mejor aquella situación. El espíritu
de la colmena (1973), de Victor Érice, Las bicicletas son para el
verano (1984), de Jaime Chávarri, algunas
metáforas de Carlos Saura como Ana y los lobos (1972), La caza
(1965) y otras muchas de otros directores, han ido reflejando
indirectamente situaciones en las que la república, le guerra civil o
los años del franquismo estaban en el trasfondo, haciendo si cabe más
humano el sentido que da lo meramente histórico. No obstante en un
recuadro presento una selección de películas que se pueden considerar
históricas en referencia a dichas épocas.
El
cine es la historia del siglo XX, ya que nació a finales del siglo
pasado. Casi todo lo sucedido en este siglo se ha filmado, tanto en
documental, como película ficción. En algunos casos el cine refleja la
realidad casi tal y cómo es. Otras veces se basa en la fantasía y
utiliza todas las posibilidades que tiene de entretener y enseñar a los
espectadores.
Es
el cine el que coloca al mundo al alcance de todos los españoles.
La
trastienda del cine, la salsa de tomate y el solideo de Richelieu
Desde un balcón, en 1955, frente a la catedral, entonces colegiata, de
Logroño, vi filmar una secuencia de la película Calle Mayor, de
Bardem. Los exteriores se rodaron entre Cuenca y Logroño. La secuencia
simulaba la salida de misa de la catedral de una pequeña ciudad de
provincias. En el balcón de al lado estaba colocada una de las cámaras y
parte del equipo técnico –nadie sabía allí en aquel tiempo quién era
Bardem, por lo que no puedo decir si estaba él allá- pero un día
completo viendo filmar la misma escena, las conversaciones que se
mantenían de balcón a balcón, y la magia de un rodaje, me caló hasta los
huesos, y aumentó mi afición por el cine… y por sus entresijos, es decir
por sus técnicas. Posteriormente siempre que he podido me he metido en
filmaciones, he comido pelos de barba y sudado como extra toda una
jornada de verano, cuarenta y dos a la sombra, en el Hospital Tabera de
Toledo; envuelto en una capa da paño castellano simulaba ser parte del
populacho que vitoreaba al cardenal Richelieu, de solideo púrpura, en
una película italiana
sobre «Los
Novios»,
la
obra de Manzoni, que ni siquiera he oído nombrar posteriormente. De vez
en cuando sigo yendo, cuando me da el mono de seguir en la trastienda
del cine, a ver a los especialistas del poblado del Oeste en el desierto
de Tabernas… Menos es nada. El cine es muy rico en situaciones, trucos,
simulaciones, …
Esta trastienda, que es la que reproduce la verdadera técnica
cinematográfica, se puede reconstruir en las aulas. Es necesario
aprender lo que hay tras una secuencia aparentemente fácil. Varias veces
he ido con chicos y chicas a filmar películas. Un saco de disfraces y
utensilios -sin olvidar la salsa de tomate para las sangres-, una idea
más o menos guionizada, y echarse al monte es suficiente para hacer la
prueba. Una duna da el pego, tanto como arena de playa como para
desierto del Sahara; un arbusto, según el punto de mira de la cámara
puede parecer un altísimo árbol, un matojillo o una selva impenetrable;
en pequeñas alturas en una rambla se pueden simular ascensiones por
cordilleras inaccesibles. Otra vez la magia del cine.
Lo
difícil es hacer captar a los
«novatos»
la diferencia entre tiempo de filmación, tiempo real y tiempo fílmico.
Para lograrlo hay que hacer pruebas. Sin miedo. Sugiero hacer esos
experimentos. En cierta ocasión filmábamos una especie de película de
aventuras en las que los malvados traficantes de drogas en una escena
final eran acorralados por las fuerzas del bien y acribillados tras un
combate apocalíptico. El guión estaba claro, las instrucciones
aparentemente, también. Cuando sonaron los primeros disparos, todo el
que debía morir, murió. Lo malo fue que todos murieron a un tiempo: es
decir, no se respetó el tiempo de filmación. Se hizo a tiempo real. Lo
que se produjo fue un montón de cadáveres sin ton no son mientras la
cámara filmaba solamente el plano del difunto al que debía filmar. Hubo
que repetir paso a paso cada plano, cada escena, cada detalle, cada
fallecimiento violento, pero ya con instrucciones más claras para
entender qué es un tiempo de filmación. Alguno tuvo que repetir la
escena varias veces hasta que “murió” a gusto del director. Cuentan que
la secuencia de la ducha de Psicosis(1960), de Hitchcock, un
minuto en tiempo cinematográfico, se tardó en rodar más de una semana de
tiempo de filmación. Y Anthony Perkins ni siquiera estuvo allí. A
Charles Chaplin le desertaban los técnicos, los actores y hasta los
productores por lo minucioso que era para rodar una secuencia. Una
semana le llevó hacer el encuentro entre el vagabundo y la ciega en
Luces de la ciudad.
Al
principio de la era del sonoro se perfilaron tres formas de abordar la
creación cinematográfica. La primera de ellas se basó en el montaje,
método que consiste en rodar y después juntar los fotogramas. La segunda
da prioridad a la puesta en escena, con secuencias narrativas más
largas. La tercera fue el documental, un aproximación más real a la vida
cotidiana, sin actores ni artificios. La historia del cine es el modo en
el que los directores han combinado estas tres vías para expresar su
concepción personal del mundo. Este mundo se puede representar en las
aulas.
Hace pocos días rodábamos con profesores un mensaje didáctico sobre los
riesgos que produce fumar. Un cigarro encendido -hasta que se apagó- fue
la pauta de rodaje en tiempo de filmación. Figuras de plastilina que
representaban las estaciones del año eran los actores. Se filmó a ritmo
vertiginoso para aprovechar la ceniza vertical del cigarrillo. La caída
de la ceniza coincidió con una figura de muñeco de nieve, el invierno,
que pasaba por segunda vez, como todas las estaciones, mientras sonaba
el tictac del reloj de la vida y un texto escrito informaba sobre la
ventaja de vivir sin fumar. Los entresijos, la trastienda, la magia del
cine en un escenario reducido de cartulina, un cigarro, unas ingeniosas
figuras de plastilina y un guión lleno de creatividad dieron la magia a
un mensaje en ritmo de spot publicitario. La filmación duró lo que la
ceniza del cigarro. El tiempo cinematográfico de la secuencia, veinte
segundos. La representación de tiempo real, varios años: la cantidad de
veces que pasaron las estaciones ante los ojos del espectador.
La
Tía Tula, su director y el sabio que descubrió la pólvora
Cuando todavía era yo veinteañero en un cine club de los de antes,
logramos hacernos con la película La tía Tula y con su director,
Miguel Picazo. Miguel en aquellos tiempos era ya un hombre joven y
dirigió el coloquio sobre su propia película. Un erudito local,
interpretó una de las secuencias aplicando cierta interpretación que no
satisfizo al director. Picazo decía que en aquella secuencia en concreto
no había querido decir lo que el
«entendido»
local decía que el director había querido decir. Se enzarzaron en una
discusión, el director y el sabio nativo, sobre qué había querido decir
el director. Miguel Picazo zanjó el tema afirmando que en todo caso él
era el director, y que lo que quería decir no era lo que el erudito
decía y que en todo caso tal vez se hubiera podido interpretar mal pero
que en todo caso lo dicho, dicho estaba y que cada cual lo interpretara
como quisiera pero que no se lo achacaran a él. El erudito, para no ser
menos, decidió que la interpretación válida era la suya, no la del
director.
Lo
importante del cine es gustarlo, disfrutarlo. No es normal que los
espectadores entren a una sala cinematográfica con mentalidad de crítico
de cine, dispuesto a sacar las asaduras a la película con el fin de
hacer más tarde un artículo de opinión literaria sobre la misma. La
primera función del cine es la de entretener, captar la atención, lograr
que el espectador se introduzca totalmente en la historia o relato que
aparece en la pantalla. Las interpretaciones deben ser subjetivas, ya
que el cine es arte.
Muchos de los directores de cine a los que se entrevista en televisión o
que dan su opinión por otros medios, afirman que ellos cuando hacen una
película no piensan en los mensajes como elemento primordial;
simplemente quieren transmitir sus ideas. A veces, los analistas del
cine desentrañan mensajes, diseccionan contenidos, filosofías e
ideologías intentando encajar al director pensamientos o ideas que este
nunca tuvo, o que por lo menos nunca intentó plasmar en la película.
«El cine no tiene nada que ver con el teatro; los que lo creen se
equivocan. Es absolutamente original. En La quimera del oro,
destrozo un cojín; las plumas bailan, blancas, en la pantalla negra. En
el teatro tal efecto sería imposible de obtener. Por lo demás, ¿qué
habría añadido de vivacidad la palabra a esta escena?. El arte
cinematográfico se parece más a la música que cualquier otro. Cuanto más
trabajo, más me sorprenden sus posibilidades y más convencido estoy de
que aún no conocemos nada de él». Estas declaraciones, debidas a Charles
Spencer Chaplin, fueron publicadas en julio de 1929. El gran Charlot
replicaba con ellas a quienes consideraban el cine como una especie de
«teatro en conserva» o de creación literaria expresada con elementos
especiales. El cine aglutina todas las artes: la pintura, la literatura,
la fotografía, la narrativa, la expresión corporal, la música …
Brigitte Bardot, el cine de evasión y la comunicación cinematográfica
Allá por los años sesenta y tantos andaba yo en Bélgica en unas
prácticas pedagógicas, a ritmo centroeuropeo, es decir levantarse a las
6,00, desayuno 6,10, primer contacto 6,30… Todo el día super
estructurado y programado al segundo hasta las ocho de la tarde en que
supuestamente debiéramos estar durmiendo; todo se nos daba por escrito,
incluida la marca, matrícula y color del coche del monsieaur que nos iba
a recoger, en cada momento. Esto duraba ya bastantes días y nuestras
mentes se desequilibraban paulatinamente. Un día, de pronto, decidimos
una fugaz huida. Nos evadimos al cine a ver una inocua, prescindible y
espantosa película de BB, que en esos tiempos estaba prohibida en
España. El cine no resultó de evasión pero lo nuestro fue una real
escapada de la realidad. En los últimos tiempos las pantallas se han
llenado de películas intrascendentes, pero que entretienen. Se ha vuelto
al cine espectáculo, se llenan de nuevo las salas y el cine es otra vez
comercial. Para bien y para mal.
Se
ha repetido en muchas ocasiones que el cine no es tan sólo una industria
o un comercio. Por encima de cualquier otra consideración y antes de ser
tomado como Séptimo Arte -según la definición del crítico
cinematográfico italiano Ricciotto Canudo en su Manifiesto del
séptimo arte-, el cine ha de ser visto como medio de comunicación,
con su técnica expresiva concreta y precisa.
«…entender
mediante conceptos y entender a través de la vista se combinan en una
‘suma positiva’, reforzándose o al menos integrándose el uno en el otro.
Así pues, la tesis es que el hombre que lee y el hombre que ve, la
cultura escrita y la cultura audio-visual, dan lugar a una síntesis
armoniosa. A ello respondo que si fuera así sería perfecto».
Giovanni Sartori, en
«Homo
videns»
(1998), piensa que esta síntesis no se ha logrado. Por el contrario, se
crea una ‘suma negativa’ en el que en el encuentro entre concepto e
imagen pierden los dos, el homo sapiens y el homo videns.
Si
la sociedad, principalmente en las aulas y en la familia, no se enfrenta
a la idea de hacer lectura, gramática y síntesis creativa audiovisual,
corremos el peligro de ser absorbidos por un mundo de imágenes
desconceptualizadas. Palabra e imagen no se contraponen, se explican. La
frase hecha
«una
imagen vale más que mil palabras»,
puede ser absolutamente verdadera o totalmente falsa, cuando no se
complementa la imagen con las mil palabras.
Las masacres de Sanjinés, la ficción cinematográfica y el descafeinado
de Costa Gavras
Vi en un país
sudamericano la película El coraje del pueblo (1972), del
director boliviano Sanjinés. La película es una recreación, en los
mismos lugares de los hechos, con los indígenas que sobrevivieron a
cinco masacres que el ejército, creo que en tiempos de la dictadura del
general Torres, realizó para acabar con una huelga minera. En uno de los
casos hicieron sonar la sirena en la madrugada y cuando iban saliendo de
sus casas los mineros eran acribillados sin piedad; en otra los
esperaron en el campo y cuando las mujeres y los niños en manifestación
iban a pedir razón de sus maridos, los asesinaron en pleno campo… Así
hasta cinco matanzas. Cuando salimos del cine, las calles de los
alrededores estaban rodeadas por tanques del ejército. El impacto para
los asistentes fue total: se dieron casos de huida inconsciente y de
enfrentamiento verbal contra los soldados, pues la magia del cine en
unión con el espectáculo real hizo efecto en nuestras conductas.
«…por
suerte, existen las ficciones…»
Pierre Sorlín, para explicar la historia, volver a hechos ya pasados,
evitar la visión cronológica del historiador. El cine revisa la historia
desde ópticas diferentes.
«El
discurso histórico no es una letanía de datos y hechos, es una narración
que intenta recrear un momento del pasado. ¿Puede haber narración sin
color y sin emoción? Claro que no. Los filmes no aportan datos pero
permiten al historiador revivir lo que ha dejado de existir».
Las ficciones crean el cine porque hacen volver al historiador hacia
preocupaciones de otras épocas sobre los mismos hechos. Hay películas
que en su momento tuvieron gran éxito por su planteamiento filosófico,
histórico o ideológico. Algunas de ellas, no han soportado el paso del
tiempo en cuanto a lo comercial o a lo ideológico. Sin embargo pueden
ser de interés y volverse a ver como documentos de una época. Hay
películas indiscutiblemente carentes de calidad, y que sin embargo
pueden servir como documentos históricos, reflejo de una época o
manifestación de una idea. Al contrario, verdaderas joyas técnicas del
cine, son hoy descalificadas injustamente por su concepción ideológica
integrista o desfasada.
Cuando Costa Gavras contó la historia, en Missing, de un
desaparecido norteamericano en la dictadura de Pinochet, lo hizo para un
público norteamericano. Esto supuso descafeinar la historia, quitarle
fuerza y sordidez, y sobre todo y lo que es más importante, dar el
protagonismo a norteamericanos, como si los únicos perjudicados hubieran
sido ellos. El que haya visto la película podrá apreciar que los
chilenos apenas aparecen, y si lo hacen son siempre telón de fondo. La
película hizo mucho bien al mundo para explicar lo que había pasado en
Chile, pero tiene muy poco de real, al contrario que otras películas del
mismo director. Cuando Gino Pontecorvo filma La batalla de Argel,
procura por el contrario poner énfasis en la sordidez de la represión y
la tortura.
La
escalera de Odessa, las botas de la dictadura y la didáctica en el cine
El
día 11 de septiembre de 1973 quedé con unos amigos, a las cuatro y media
de la tarde, para ver, en el Teatro Concepción, de Concepción, en Chile,
la película El acorazado Potemkim, de Eisenstein. Era la tercera
película que se iba a proyectar
dentro de una semana dedicada al cine soviético. Hacía años que andaba
yo con deseos de ver la película, y la ocasión se presentaba magnífica,
y así hubiera sido si ese mismo día no se hubiera producido el golpe
militar del general Pinochet contra el gobierno constitucional de
Salvador Allende. Como es natural, ese día no se proyectó ni esa ni
ninguna otra película. En otro intento, años después, de ver la película
citada, otro golpe militar, esta vez en Argentina, me impidió verla. No
hay duda que la película, para mí, estaba gafada. Al cabo de los años la
pude disfrutar, en vídeo, alquilada en un vídeo club. Así rompí el
maleficio, hasta el punto en que no hay curso, clase, reunión, artículo
o debate en el que no la cite, la presente o haga ver alguna de sus
secuencias. Es una de mis películas fetiche. Esta vez escribo sobre ella
como ejemplo de cine didáctico.
En
una escena, ya antológica en la historia del séptimo arte, Eisenstein,
jugando admirablemente con la realidad y la ficción presenta la terrible
y apasionante escena de la escalera de Odessa, en la que las tropas del
zar, disparan a quemarropa sobre la población civil que despedía a los
marinos del acorazado.
La
secuencia, eminentemente didáctica, ya que sabemos que Eisenstein estaba
a sueldo de la propaganda del régimen soviético; algunas de sus
magníficas películas fueron financiadas con la intención de dar a
conocer la revolución rusa y sus antecedentes a los ciudadanos que no la
habían vivido. Estamos ante el cine didáctico puro. Más tarde, con la
película Octubre, otra joya de la cinematografía histórica, fue forzado
por Stalin a cortar cerca de tres cuartos de hora de película, aquellos
en los que salía Trosky. La historia se la comió en parte la censura.
La
secuencia de la escalera de Odessa en El Acorazado Potemkim es
una secuencia falsa llena de planos verdaderos. Una masacre así no pudo
durar casi diez minutos en la realidad. Para mostrar didácticamente a
los espectadores la terrible secuencia, el director debió ralentizar,
retener, recrearse, engañar, para testimoniar eficazmente lo que
significa la violencia del poder armado contra ciudadanos desarmados.
En
los primeros planos generales, la escalera es relativamente corta para
la cantidad de escalones que unos soldados sin rostro, pero con botas
crecidas desde su propia sombra, descienden mientras matan a diestro y
siniestro. Los principales personajes, definidos por Eisenstein mediante
primeros planos en los momentos iniciales de la secuencia, van
debatiéndose entre el miedo, el enfrentamiento, las carreras, sus gestos
horrorizados o desafiantes, hasta que la mayoría muere por los disparos
de las tropas del zar. Sin embargo, y lo quiero destacar por la
importancia que tiene en la secuencia, hay dos personajes que aparecen
de pronto, como por arte de la magia del cine: una madre que lleva el
cochecito con un niño en su interior. Esas personas, madre e hijo, no
podían estar dentro de aquel caos. No tienen cabida física en la
secuencia, no se dan de ellos referencias anteriores, no encajan ni
caben en la escalera, ya que las tropas ya habían dominado la situación
desde todos los ángulos. Si las tropas de a pie están en lo alto van
bajando interminablemente y los cosacos a caballo cortan la retirada en
la base de la escalera… ¿De dónde salen la mujer y el niño?. De la magia
de Eisenstein, simplemente, que creador del montaje intelectual,
ideológico, no le preocupó en demasía un desajuste, una situación
inverosímil, o una imposibilidad física.
Sabemos, lo he referido en otros artículos, que esa matanza nunca
ocurrió en Odessa. A Eisenstein le cautivó el marco y lo utilizó para
contar una historia falsa que ha ocurrido miles de veces en la realidad.
En Chile, en Concepción sin ir más lejos vi yo una escena parecida, con
menos muertos, días después de lo que he contado más arriba. A
Eisenstein le cautivó la plástica de la imagen de la escalera, las luces
y las sombras, el movimiento de las masas, y lo utilizó para presentar
el mensaje que deseaba. Como dato, quiero destacar que el resto de la
historia, como en la mayoría de los casos, es casi cierta. Existió
realmente el motín del Acorazado Potemkim, pero la historia no acabó
bien: Los marinos fueron apresados poco después en Ucrania por la armada
del Zar y condenados a muerte.
Eisenstein, uno de los más ilustres magos de la historia del cine,
resaltó en esta secuencia una de las mayores situaciones de emotividad,
efectividad y tensión de la historia del cine. Logró y sigue logrando el
propósito, con espectadores de hoy, de impresionar, enseñar, instruir,
estableciendo una relación causa-efecto en la utilización del elemento
cinematográfico, filmación y montaje, entre una idea y la expresión
metafórica que ha permitido que
«realmente»
captemos mediante la ficción la realidad de una historia que nunca
existió pero que siempre está existiendo.
La
lectura de Enrique V, y los antropólogos de Spielberg
En
mi adolescencia vi la película Enrique V, de Lawrence Olivier,
sobre la obra de Shakespeare. Aquel mismo día comenzó mi afición por
Shakespeare. Otro día Alejandro el Magno (1955), de Rober Rossen
me inició en la vida de Alejandro y en mi interés por la lectura de la
historia, que se fue acrecentando con más lectura de otras épocas y al
mismo tiempo con el interés por el cine histórico.
Jóvenes de hoy han adquirido su interés por la antigüedad o por la
antropología tras ver películas
«intranscendentes»
de Indiana Jones, o por la paleontología y la biología tras disfrutar o
sufrir con los dinosaurios de Spielberg.
Hace pocos días leí el guión de la película de Almodóvar, Carne
trémula. Me fascinó el guión, no soy especialmente adicto a
Almodóvar, y no había visto la película en el cine, pero me fui a
alquilarla de inmediato al vídeo club más cercano. Las diversas
historias que se cuentan, y la relación que se va generando entre los
personajes, quería verla en imágenes, que no desmerecen de forma alguna
al guión, y viceversa.
Desde el comienzo, el cine se ha valido de la obra literaria, se dan
estrechos vínculos y transvase de temas y técnicas y si bien la
literatura aporta argumentos, el cine aporta a la literatura –y al comic-
ritmo y puntos de vista diferentes. La actitud pasiva ante la pantalla
puede y debe dinamizarse mediante la lectura, así como la lectura puede
enriquecerse con imágenes. Desde siempre sigo con mi afición a la obra
de Shakespeare, viendo y coleccionando todas las películas que se hacen
sobre su obra: Olivier, Welles, Branagh… Me aporta visiones diversas a
la que yo tengo cuando leo, y además, me presenta imágenes realizadas
por especialistas que cuidan ambientación y vestuario. Complementan
visualmente la historia. Ya lo decía Mcluhan en su
«Aula
sin muros».
De la misma forma, sigo disfrutando con las películas históricas e
inmediatamente acudo a las enciclopedias, libros de historia y CD-ROM o
Internet para apreciar cuánta verdad y cuánto novelado hay en ellas.
El
cine aporta contenidos –historia, arte, geografía-, sentimientos -llorar
o reír con Charles Chaplin- valores -solidaridad, violencia, venganza-,
diversión, arte, comedia, música…
Hay que aprender disfrutando con el cine.
Recuadro 1
Algunas películas del cine español ligadas a la república, guerra
civil
y primeros años del franquismo
Ver también:
Cine y guerra
civil
Frente de Madrid (1940), de Edgar Neville
Raza (1941), de José Luis Sáenz de Heredia
El Santuario no se rinde (1949) de Arturo Ruiz Castillo
Cerca del cielo (1951), de Viladomat
Embajadores en el infierno (1956), de José María Forqué
Las últimas horas (1965), de Santos Alcocer
Companys, proceso a Cataluña (1979), de José María Forn.
Casas Viejas (1983), de López del Río
Memorias del general Escobar (1984) de José Luis Madrid
Dragón Rapide (1986) de Jaime Camino
El largo invierno (1991) de Jaime Camino
Tierra y Libertad (1995) de Ken Loach
Libertarias (1996) de Vicente Aranda |
Recuadro 2
Algunas películas españolas realizadas a partir de obras literarias
en lengua castellana
Ver también:
Cine y literatura
“La malquerida” (1940), de López Rubio, obra de Benavente
“Don Quijote de la Mancha” (1947), de Rafael Gil, obra de Cervantes
“El Alcalde de Zalamea” (1953), de José Maesso, obra de Calderón de
la Barca
“Cañas y barro” (1954), de Juan de Orduña, obra de Blasco Ibáñez
“Zalacaín el aventurero” (1954). De Juan de Orduña, obra de Pío
Baroja
“La tía Tula” (1964), de Miguel Picazo, obra de Unamuno
“La Dama del Alba” (1965), de Rovira Beleta, obra de Alejandro
Casona
“La busca” (1966), de Angelino Fons, obra de Pío Baroja
“La guerrilla” (1972), de Rafael Gil, obra de Azorín
“Pascual Duarte” (1975), de Ricardo Franco, obra de Camilo J. Cela
“La cruz del diablo” (1975), de Jhon Gilling, obra de Bécquer
“In memoriam”(1977), de Enrique Brassó, obra de Bioy Casares
“Soldados” (1978), de Alfonso Ungría, obra de Max Aub
“La regenta” (1979), de Gonzalo Suárez, obra de Leopoldo Alas
“Clarín”
“La verdad sobre el caso Savolta” (1979), de Antonio Drove, obra de
Eduardo Mendoza
“Bodas de sangre” (1980), de Carlos Saura, obra de García Lorca
“La colmena” (1982), de Mario Camus, obra de Camilo J. Cela
“Los Santos Inocentes” (1984), de Mario Camus, obra de Miguel
Delibes
“La casa de Bernarda Alba” (1987), de Mario Camus, obra de García
Lorca
“Divinas palabras” (1987), de José L. García Sánchez, obra de Valle-Inclán
“Sangre y arena” (1989), de Javier Elorrieta, obra de Blasco Ibáñez
“Esquilache” (1989), de Josefina Molina, obra de Buero Vallejo
“Beltenebros” (1991), de Pilar Miró, obra de Antonio Muñoz Molina
“El rey pasmado” (1991), de Imanol Uribe, obra de Torrente Ballester
“La pasión turca” (1994), de Vicente Aranda, obra de Antonio Gala
“El perro del hortelano” (1996), de Pilar Miró, obra de Lope de Vega |
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