Hannah Arendt, filosofa alemana (1906-1975)
Hannah Arendt,
conocida filosofa alemana de ascendencia judía, causó una gran conmoción
en los años 60 cuando acuñó el subversivo concepto de la "banalidad del
mal" para referirse a las atrocidades nazis. Su vida privada tampoco
pudo escapar a la controversia debido a su sonado romance con el
reconocido filósofo alemán y simpatizante nazi Martin Heidegger. De lo
que no cabe duda es de que fue una de las pensadoras más influyentes del
siglo XX, cuyos escritos describieron como nadie más supo hacerlo las
heridas abiertas en el mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día,
la figura de Hannah Arendt ha cobrado un renovado interés gracias a su
acercamiento a la naturaleza del mal, los orígenes del totalitarismo o
las crisis de refugiados, uno de los problemas más importantes de
nuestros días. Lo que hace especialmente relevante al profundo mensaje
humanista que compone el núcleo de sus teorías.
Cuando en 1961 se
celebró en Jerusalén el juicio del líder nazi Adolf Eichmann, la revista
The New Yorker escogió como enviada especial a Hannah Arendt, una
filósofa judía de origen alemán exiliada en Estados Unidos. Arendt, que
se había dado a conocer con su libro Los orígenes del totalitarismo, era
una de las personas más adecuadas para escribir un reportaje sobre el
juicio al miembro de las SS responsable de la solución final. Los
artículos que la filósofa redactó acerca del juicio despertaron
admiración en algunos (tanto el poeta estadounidense Robert Lowell como
el filósofo alemán Karl Jaspers afirmaron que eran una obra maestra),
mientras que en muchos más provocaron animadversión e ira. Cuando Arendt
publicó esos reportajes en forma de libro con el título Eichmann en
Jerusalén y lo subtituló Sobre la banalidad del mal, el resentimiento no
tardó en desatar una caza de brujas, organizada por varias asociaciones
judías estadounidenses e israelíes.
Tres fueron los temas
de su ensayo que indignaron a los lectores. El primero, el concepto de
la “banalidad del mal”. Mientras que el fiscal en Jerusalén, de acuerdo
con la opinión pública, retrató a Eichmann como a un monstruo al
servicio de un régimen criminal, como a un hombre que odiaba a los
judíos de forma patológica y que fríamente organizó su aniquilación,
para Arendt Eichmann no era un demonio, sino un hombre normal con un
desarrollado sentido del orden que había hecho suya la ideología nazi,
que no se entendía sin el antisemitismo, y, orgulloso, la puso en
práctica. Arendt insinuó que Eichmann era un hombre como tantos, un
disciplinado, aplicado y ambicioso burócrata: no un Satanás, sino una
persona “terriblemente y temiblemente normal”; un producto de su tiempo
y del régimen que le tocó vivir.
Lo que dio aun más
motivos de indignación fue la crítica que Arendt dispensó a los líderes
de algunas asociaciones judías. Según las investigaciones de la
filósofa, habrían muerto considerablemente menos judíos en la guerra si
no fuera por la pusilanimidad de los encargados de dichas asociaciones
que, para salvar su propia piel, entregaron a los nazis inventarios de
sus congregaciones y colaboraron de esta forma en la deportación masiva.
El tercer motivo de reproches fueron las dudas que la filósofa planteó
acerca de la legalidad jurídica de Israel a la hora de juzgar a
Eichmann.
De modo que lo que
esencialmente provocó las críticas fue la insumisión: en vez de defender
como buena judía la causa de su pueblo de manera incondicional, Arendt
se puso a reflexionar, investigar y debatir. Sus lectores habían
esperado de ella un apoyo surgido del sentimiento de la identidad
nacional judía y de la adhesión a una causa común, y lo que recibieron
fue una respuesta racional de alguien que no da nada por sentado. En
palabras de Aristóteles, en vez de limitarse a ser una “historiadora”,
Arendt se convirtió en “poeta”.
Sus adversarios
llegaron a ser muchos; el filósofo Isaiah Berlin no quería ni oír hablar
de ella, y el novelista judío Saul Bellow afirmó que Arendt era “una
mujer vanidosa, rígida y dura, cuya comprensión de lo humano resulta
limitadísima”, aunque otra conocida escritora, Mary McCarthy, publicó en
Partisan Review un largo ensayo en apoyo de Eichmann en Jerusalén. Así,
el libro de Arendt generó en los sesenta toda una guerra civil entre la
intelectualidad neoyorkina y europea. |
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