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Ser y tener
La escuela unitaria en
un ambiente rural
©Enrique
Martínez-Salanova Sánchez
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El
puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas
de cine/Glosario
de cine
El maestro Jose
Salazar, en 1926 |
La escuela
unitaria rural
En Francia siguen existiendo escuelas
en las que se reúnen niños y niñas de todas las edades en una clase
única en la que el profesor intenta adaptar la materia a los diferentes
tipos de necesidades. En ella los más pequeños comparten con los mayores
sus experiencias y sus aprendizajes. Ésta es la realidad que nos muestra
la película
Être et avoir (Ser y tener), un
documental de la mano de
Nicolas Philibert. El film se rodó en
un pequeño pueblo de la región de Auvergne, en el norte de Francia.
(Las reflexiones
que siguen, que me han recordado las de otros maestros y maestras
conocidos por mí, las he resumido de las de la maestra Pilar
Monteagudo, en referencia a una ponencia de Andresa Biesa Garde, maestra
en Lucena de Jalón, una de las localidades del Colegio Rural Agrupado de
Lumpiaque).
La literatura profesional sobre esta
realidad no es muy abundante, sin embargo en este tipo de escuelas se
realizan prácticas innovadoras y otros tipos de escuela pueden tomar
nota sobre todo en lo referente a la respuesta a la diversidad que se
da en la escuela unitaria.
Las escuelas unitarias destacan por
su diversidad y la implicación en la vida de la comunidad. La
convivencia está marcada por el escaso número de alumnos y gracias a
este hecho el conocimiento que tiene de ellos y de sus familias es muy
profundo; esto facilita su trabajo en el aula. Otra consecuencia de esta
realidad es que su escuela es integradora; aquí todos los niños y niñas
son aceptados y necesarios para realizar aprendizajes.
Dentro de la organización del aula,
el agrupamiento del alumnado es flexible, primero por necesidad y
segundo por las ventajas que aporta en cuanto a metodologías
innovadoras. Los agrupamientos se hacen por «niveles abiertos», en
función del tipo de actividad o del aprendizaje a adquirir. Así, un
alumno puede incorporarse durante un periodo de tiempo en un contenido
bien a un nivel inferior o superior al de su edad sin que se produzca
una ruptura de la organización interna de la clase. Esto facilita que
cada alumno mantenga su propio ritmo de trabajo y aprendizaje.
Es muy importante cómo programar,
ordenar y secuenciar los contenidos. Para tener una visión global se
pueden utilizar los «mapas de contenidos», con el fin de identificar
cómo se repiten en los diferentes niveles y a qué profundidad. Después,
selecciona, prioriza y simultanea. Cuando trabaja un contenido hace
rentable su intervención en los diferentes niveles y, para llegar a todo
el alumnado, se adapta a sus características personales.
Otra nota de identidad es cómo se
aprovecha el contexto social y natural; utilizado como eje motivador de
nuevos aprendizajes y también para facilitar que sean asequibles a
todos. Cualquier excusa sirve para propiciar la curiosidad y el interés
de los alumnos y alumnas.
La interacción y el aprendizaje
cooperativo son otras de las estrategias que se utilizan para atender a
la diversidad. La interacción facilita el intercambio de ideas y las
relaciones afectivo-sociales. En este tipo de aulas se aprecia
especialmente la sensibilidad, la estética, el arte y la creatividad.
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Ser y tener. El
documental
Ser y tener. Être et avoir.
2002. Francia. 104 min.
Dirección: Nicolas Philibert.
Género: Documental.
Producción ejecutiva: Gilles
Sandoz.
Música: Phillippe Hersant.
Fotografía: Katell Djian y
Laurent Didier.
Montaje: Nicolas Philibert.
Intervenciones: Georges Lopez,
Laura, Guillaume, Julien, Jonathan, Nathalie, Olivier, Alizé, Johann,
Jessie, Jojo, Marie, Létitia, Axel.
Sinopsis. Inspirado en el
fenómeno francés de la escuela unitaria, muestra la vida de una pequeña
clase de un pueblo a lo largo de todo un curso, mostrándonos una cálida
y serena mirada a la educación primaria en el corazón de la Landa
francesa. Un grupo de alumnos entre 4 y 10 años, reunidos en la misma
clase, se forman en todas las materias bajo la tutoría de un solo
profesor de extraordinaria dedicación. Maestro de la autoridad
tranquila, el profesor Georges Lopez conduce a los chicos hacia la
adolescencia, mediando entre sus disputas y escuchando sus problemas. |
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Nicolas Philibert. El
director
Nació en Nancy, Francia, en 1951. Después de sus
estudios de filosofía en la universidad de Grenoble comenzó a trabajar
de asistente de dirección, escenógrafo e incluso debutó como actor en la
película Les camisards (René
Allio. 1972). Su tránsito hacia la realización se produjo con
La voz de su amo (La voix de son
maître. 1978) de dirección compartida con Gérard Mordillat donde se
retrata a doce directivos de grandes empresas y el vértigo de las
alturas financieras en las que habitan. Tras varios cortos y un largo
sobre personalidades del deporte llegarían las obras incluidas en este
ciclo.
De los nueve largometrajes dirigidos por Philibert
hasta la fecha, cinco han sido los elegidos por el ministerio francés:
La ciudad Louvre (La ville
Louvre. 1990), En el país de los
sordos (Le pays des sourds. 1992),
Un animal, varios animales (Un
animal, des animaux. 1994), Lo de
menos (La moindre des choses. 1996) y
Ser y tener (Être et avoir.
2002). |
Comentarios al documental
Ver:
Documental para pensar en este
sitio
«En un mundo en
el que la población del planeta se aglomera en un 60 % en grandes
ciudades, a veces los urbanos olvidamos el mundo rural. Un espacio
humano conquistado a la naturaleza, pero en el cual la convivencia
obliga a una relación no exenta de dureza. Ser y tener puede calificarse
de un proyecto documental sobre la escuela rural, la escuela unitaria en
la cual alumnos de diferentes edades conviven con su profesor. El film
no tiene protagonistas de película, aunque sus protagonistas reales
consiguen dar alma a un film lleno de humanidad. Niños de entre 4 y 10
años arropados por un ejemplar profesor vocacional con 35 años de
experiencia y a punto de jubilarse. Un hombre que, más allá de recitar
dictados, enseñar a dibujar o a aprender a leer y a escribir, todo en
una misma aula, acompaña en estos primeros años de aventura vital a unos
niños a los cuales la vida ha situado en un medio duro. Un medio en el
cual con diez años un niño se maneja con soltura sobre el tractor.
(de Terra.es)
«Se trata de un documental sincero y
emotivo, muy recomendable para aquellas personas que estudian
magisterio, pero también para todos aquellos maestros que están en
activo pero han olvidado cuáles son las claves de la enseñanza.
Georges López, el protagonista de Être
et avoir, es profesor de una docena de estudiantes de entre 4 y 11 años.
Los separa por mesas en función de la edad y explica las diferentes
lecciones por turnos. Además ofrece una atención personalizada para
asegurarse de que cada uno de los niños y niñas ha entendido todo.
El documental se rodó entre diciembre
del año 2000 y junio del 2001, y muestra la historia de la clase y de un
profesor de 55 años a punto de retirarse. Hijo de un emigrante español
en Francia, López asegura que no podría imaginarse a sí mismo haciendo
otra cosa que no fuera enseñar. Por eso, a lo largo de todo el film se
descubre a un hombre volcado en sus alumnos, que se esfuerza por
corregir los problemas de disciplina, la vagancia y la falta de
motivación.
Es una lección para todos los
espectadores que permite reflexionar entorno al fenómeno de la
educación. Es una mirada serena a una clase en Francia y al reto de
aprender a ser y tener; un himno a la enseñanza». (Meritxell
Díaz, 3 de Febrero de 2007)
La película nos recuerda aquellas
épocas en las que la relación entre el maestro y los alumnos era mucho
más que académica, siendo la Escuela un autentico espacio de crecimiento
personal a todos los niveles. Hoy que tanto hablamos de atención a la
diversidad, de éxito para todos, etc., podríamos acudir a ejemplos como
el que nos muestra esta película para recuperar la auténtica esencia de
la educación: el compromiso para ayudar a los alumnos a ser personas, a
ampliarles las visiones del mundo mucho, a hacerles ciudadanos.
El film retrata todos los aspectos
que suceden en un aula: contenidos académicos, resolución de conflictos,
aprendizaje de valores, normas, educación emocional, juego y disfrute,
esfuerzo, disciplina, convivencia, diversidad… No es un film de ficción,
pues muestra la vida de personajes reales que viven al compás de una
cámara que parece inexistente, pero casi fabula al captar la esencia de
cada personaje. Desde la mocosa Alizé, al despierto Jojo, a los rivales
Olivier y Julien, pasando por la inquieta Marie, de origen asiático, a
la compleja Natalie, por sólo citar algunos de los pequeños
protagonistas.
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Una cultura para
la educación (Sobre Ser y tener)
Por José Antonio Marina *
Fuente: La Vanguardia 18/2/04
A menudo una obra artística convoca a
una serena reflexión. Esto ocurre con la película
Ser y tener, que ha activado en
muchos países europeos debates acerca del reto de transmitir el saber,
sobre qué, cómo y quién instruye. La que sigue es nuestra contribución.
Estos días ando ocupado redactando un
informe sobre la educación española para la revista «Papeles de
Economía». Reviso datos de nuestro país y de nuestro entorno cultural.
Hay un déficit de docentes, y su profesión está considerada de alto
riesgo. Enseñar se ha convertido en una misión imposible. Nadie está
contento. Los profesores echan la culpa a los padres, los padres a los
profesores, y ambos a la televisión. Dejo los papeles, los datos, los
testimonios y me voy al cine a ver una película titulada
Ser y tener. Esta expresión
tiene resonancias filosóficas y educativas. Gabriel Marcel escribió una
obra con ese título. Erich Fromm lo cambió ligeramente en uno de los
libros: «¿Tener o ser?», y Edgar Faure publicó un conocido informe sobre
educación, encargado por la Unesco, bajo el título: «Aprender a ser». El
propósito de todas estas obras era enseñar a valorar las personas por
encima de las cosas. Un hombre vale lo que valen sus relaciones, y las
relaciones de propiedad son las menos importantes.
Disfruté mucho con la película, que
cuenta en tono tierno y divertido la historia de un maestro rural, en
una de esas escuelas unitarias donde conviven alumnos de edades muy
diferentes. Es un documental que, por la habilidad con que está montado,
se sigue con el interés y la emoción de una gran historia. Durante la
proyección, iba comparando lo que veía -una historia animosa, alegre, de
plenitud personal, de implicación de las familias en la educación de los
niños- con los informes y testimonios que acababa de leer. En un momento
de la película, los niños dicen que de mayores quieren ser maestros. Por
su parte, el maestro está orgulloso de haber triunfado en la vida... por
ser maestro. Una pregunta me daba vueltas. ¿Cómo es la realidad? ¿Como
me dicen los maestros españoles o como me cuenta la película?
Por de pronto, en el cine se trata de
una escuela rural, en plena naturaleza. Eso es lo que me ha sorprendido
en la película, su naturalidad.
Por oposición, los datos, las
imágenes que tengo de nuestras escuelas, me parecen muy poco naturales,
forzados. Una de las cosas más tristes que estamos haciendo es eliminar
la infancia. Hemos agrandado desmesuradamente la adolescencia/juventud,
que ahora comienza a los diez años y termina a los treinta, pero hemos
reducido dramáticamente la infancia. Los niños juegan poco y reciben una
información no filtrada, y ambas cosas han sucedido por primera vez en
la historia del mundo. Tener un hijo ya no es un acto natural sino el
resultado de una consultoría. Sin duda, la situación de la infancia en
los países pobres es mucho peor, pero la diferencia estriba en que
nosotros tenemos en teoría los medios para ayudarlos, para protegerlos,
pero no acabamos de descubrir el modo de hacerlo.
La película, con su inquietante
contraste con la realidad, me ha hecho dar muchas vueltas a la relación
entre educación y cultura. Tradicionalmente la función de la educación
ha sido transmitir la cultura de una sociedad a las nuevas generaciones.
Ha sido siempre un medio para conservar las soluciones aceptadas. Pero
ahora parece que la cultura que los adultos hemos creado no es apropiada
para los niños, desnaturaliza la infancia. Por eso, los padres y los
docentes nos sentimos inermes. La causa no es que lo estemos haciendo
mal, sino que la cultura que deberíamos transmitir a nuestros hijos es
perturbadora. En un cierto sentido, nunca han estado más protegidos los
niños que como lo están en un país desarrollado. ¿De dónde viene
entonces esa sensación de que están en peligro? No de los padres, ni de
la escuela, sino de la cultura que nos envuelve a todos, y que es
inhóspita también para todos.
Tal vez tendríamos que cambiar la
dirección de este dinamismo, y en vez de hacer de la educación la
transmisora de la cultura existente, necesitemos crear una cultura para
la educación, un modo de vida que se pueda enseñar. Algo así como
diseñar un mundo en el que nos gustaría que los niños pudieran vivir.
Recuerdo cuánto me impresionó leer un
libro de Margaret Mead sobre los arapesh, un pueblo de la Micronesia
cuyo ideal de vida se resume en dos metas: hacer que crezcan bien los
niños y el ñame, su principal alimento. Todo su modo de vida está
orientado a conseguir que los niños se sientan amorosamente recibidos,
que se encuentren en casa en un mundo tan hostil. Para lograrlo, han
creado una cultura de solidaridad, buen humor y ternura. Al hacerlo, han
hecho un mundo más humano y cálido. Y esto es lo que me interesa
destacar.
Estudio con tenacidad profesional la
historia y variación de los sentimientos. La estructura familiar, y todo
su sistema de afectos, se ha visto alterada en los últimos cincuenta
años por la necesaria liberación de la mujer. Desde entonces hemos
vivido un bricolage familiar que intenta buscar un nuevo modo de
estructura, de relación con un modo satisfactorio y estable de convivir.
Sospecho que la película Ser y tener
es un síntoma de cambio. Acabo de leer en «L’Express» una entrevista con
Elisabeth Badinter, que se muestra preocupada por lo que considera una
amenaza para la situación femenina. Teme que el alza de los valores
maternales, la insistencia en las ventajas de la lactancia materna, o en
la importancia de los primeros años, pueda utilizarse para encerrar de
nuevo a las mujeres en casa. «Se está volviendo -dice- al mito de la
maternidad feliz. A hacer de ella el destino ideal de las mujeres, como
si fuera la única vía a la felicidad. Esto es volver al siglo XIX.» Este
despertar del deseo maternal parece extenderse por muchas naciones,
aunque con importantes diferencias. En Dinamarca, el cincuenta por
ciento de los niños los tienen mujeres voluntariamente solas. El antiguo
lema: «Hijos sí, maridos no» parece haber triunfado.
Me parece un momento importante para
la reflexión. Por primera vez en la historia de la humanidad, las
mujeres, al menos en los países desarrollados, han podido elegir
voluntariamente ser madres. Esto me parece un gran progreso ético. Pero
ahora lo que necesitamos en ser capaces de hacer un mundo donde la
maternidad no esté sujeta a tantos condicionamientos ideológicos,
económicos y sociales. Hay una razón por la que debemos cuidar el amor
maternal. Con él entró en el mundo el amor, ese sentimiento paradójico
que hace consistir mi felicidad en la felicidad de otra persona. El gran
antropólogo Iräeneus Eibl-Eibesfedt lo ha mostrado muy convincentemente.
Después, encantados con ese sentimiento, hemos querido exportarlo a
otras relaciones afectivas, por ejemplo, las de pareja. Por eso, la
ternura, que es sentimiento hacia la infancia, se ha ampliado a las
relaciones sexuales y a los amores adultos. Esa «maternización de la
realidad» nos ha mejorado. Ahora, el endurecimiento de las relaciones,
el individualismo feroz, la autosuficiencia, están refluyendo hacia el
amor maternal y sometiéndole a confusiones y desánimos. Sería terrible
que se debilitara, o se proscribiera, ese amor, que dio origen a lo más
cálido de nuestros sentimientos. Y debería ser una tarea de todos
protegerlo. Sería una vuelta a los verdaderos orígenes de nuestra
humanidad, pero manteniendo lo que hemos aprendido acerca de la igualdad
de los sexos. ¿Cómo podríamos hacerlo? No lo sé, pero es cosa de
pensarlo. Mientras tanto, les aconsejo que mediten en un viejo proverbio
africano que expresa lo más sabio que he oído sobre educación: «Para
educar a un niño, hace falta la tribu entera». Estoy por cambiarlo:
«Para educar a la tribu hace falta un niño al que cuidar».
* José Antonio
Marina es filósofo, autor de una vasta obra en la que destacan títulos
como "Teoría de la inteligencia creadora", "Crónicas de la
ultramodernidad", "Dictamen sobre Dios" y, el más reciente, "Los sueños
de la razón" (todos en Anagrama) |
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©Enrique
Martínez-Salanova Sánchez |
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