A los que saben
que no saben nada
y por lo tanto están capacitados
para enseñar y aprender,
a los que creen en el humor y la sonrisa
como vehículo de comunicación,
a los que ejercen con esfuerzo la creatividad,
a los que practican a sabiendas la tolerancia,
a los que hacen posible la solidaridad. |
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Don Honorato y Doña
Purita, Gutiérrez, Rosarito y Enriquito tal como los vio Esperanza Martínez-Salanova cuando tenía 11
años.
Fueron publicadas en
Aularia |
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Para presentar estos relatos en la Web
He escrito mucho en mi
vida profesional, libros y artículos todos ellos técnicos. Cuando he podido
he introducido en las páginas el humor, la creatividad y la diversión,
porque creo firmemente en el humor como medio de comunicación, como terapia
contra el estrés y como iniciador de ilusiones… La risa evita muchas
úlceras. «Bienaventurados
los que saben reírse de sí mismos porque lo pasarán de miedo toda su vida».
La fuente principal de estos relatos es
el humor sin
cortapisas que proviene de la misma realidad.
Es necesario
reírse, sanamente por
cierto, de sí mismo y de los demás,
para
tener ocasión de
disfrutar mejorando cada uno sus
propias contradicciones y rutinas.
Estos relatos los escribí para que
os divirtáis, con vosotros y de vosotros,
recordando historias y personajes pasados o, tal vez por venir. Y ahí es
donde probablemente esté su
intención
primitiva. Nacieron en las páginas de
periódicos y en la revista «Aularia» y, por la insistencia de algunos amigos
se convirtió en libro, del que se hicieron dos ediciones. Decidí más tarde
exponerlo en esta red de redes, para el uso de quienes quieras reflexionar
con humor sobre su propia existencia. Cuando
hacemos humor reflexivo sobre nosotros mismos, hacemos futuro, nos
adelantamos a los tiempos, creamos porvenir, ya que pensamos críticamente en
el presente de cara a la posterioridad,
nos obligamos a eliminar del rostro cualquier rictus desagradable y nos
convertimos en personas más amables y comprensivas.
Por otra parte, como dice
Chaplin en las primeras palabras de su película El chico,
«para
conseguir una sonrisa, y tal vez una lágrima…»
También decimos, nos vamos a morir de risa, lloro de risa, porque la risa y
el llanto, como sentimientos están unidos a la reflexión y a la
comunicación.
Estos relatos son de una
escuela que llega desde los primeros momentos, del pupitre hasta la
universidad y va para todos aquellos que alguna vez hayan estado sentados
ante una pizarra, globo terráqueo a la derecha según se mira, y aroma a
lapicero y a tinta de tintero, con exámenes al tresbolillo y castigos contra
la pared. Una escuela
humana y divertida cuando
se la recuerda al paso de los años.
Estos
relatos intentan
ser, como decía
de ellos
un amigo en un periódico, el reflejo de una escuela que
nunca existió, porque era imposible, de puro real, que existiera. Es por lo
tanto fruto de situaciones
actuales
y anacrónicas,
al
mismo tiempo tan reales o falsas como la vida misma.
Nunca existió
(o sí)
doña
Purita, la maestra protagonista, aunque todavía pululen por el orbe miles de
doñas puritas, con su cariño por la enseñanza, su afición desmedida por los
contenidos, su maternal y entrañable mal genio, y sobre todo su bolso, que
es como el corazón en el que todo cabe, porque encierra un mundo de cosas,
todas necesarias y al mismo tiempo totalmente superfluas. Doña Purita era
aquella a la que toda renovación le parecía morir un poco, y aun así se
renovaba cuando podía.
Tampoco conoció nadie a
Don Honorato, ante todo maestro, enamorado de la astronomía y que por andar
siempre por las estrellas, o en las nubes, qué más da, se le escapaban de
control los irresponsables de siempre, haciéndole caer, pese a su buena
voluntad, en maravillosas experiencias y al mismo tiempo en los mayores
desastres. A don Honorato le copiaban en los exámenes, fue arrastrado por el
suelo, le hicieron caer en ridículo ante el inspector… pero en realidad, sus
alumnos, aunque no lo parecía a primera vista, y a veces ni a segunda, le
querían con locura y día a día respetaban su dignidad atendiendo en clase.
Fueron ellos los que han escrito estros relatos para que la humanidad
conociera su doliente esfuerzo y su dedicación a la enseñanza.
Y qué vamos a contar de
la pandilla, de la clase en general, masa al mismo tiempo amiga y enemiga de
los maestros, individualizada en Rosarito, y en Gutiérrez, y en Maripili, y
en Ricardito, y en Manolín, y en Gustavito y en un montón más de simpáticos
insensatos que de la misma manera que por todos los medios destrozan los
planes de la maestra, piden su vuelta cuando
ella
se va.
La clase en su conjunto,
como un coro, es el compendio de todos los alumnos que en este mundo han
sido. Lo que a ellos les sucede en las aulas de
estos relatos son
hechos, anécdotas o situaciones que han podido, de hecho han sucedido en
cualquier lugar de esta galaxia, o de este mundo, o de este continente, o de
este país o de esta provincia. Seamos galácticos y no provincianos para
apreciar y entender que los fenómenos educativos son universales y que en
todas partes cuecen habas, incluso en Washington, en el
Kazajistán,
donde las cuecen a calderadas y en Siberia, donde antes descongelan el
hielo, pero donde las cuecen igualmente.
Quiero decir, que no
somos ni mejores ni peores, que el puntero ha sido, y todavía es,
un recurso didáctico generalizado,
ya sea en su formato primigenio, vara de
madera pulida u desbastada, en de metal desplegable telescópico, o en sus
nuevas formas digitales o láser y, que
aunque vamos mejorando en su uso, queda todavía mucho por hacer, tela que
cortar….
Debo decir, desvelando un
secreto, que don Honorato fue en realidad un profesor mío, llamado don
Honorato, pero que se parece muy poco al don Honorato de la historia. Al
bolso de doña Purita lo conocí en una escuela, pero su dueña no se llamaba
doña Purita ni se parecía en nada a la de los relatos. Tanto los maestros,
como el dire, como el grupo de la clase son un compendio de personas que no
han existido, pero que se parecen mucho a nosotros, y a nuestros vecinos del
tercero derecha. Anacronismos, conductas y situaciones que ocurren desde
hace un millón de años a esta parte, siguen ocurriendo en estos momentos, y
gracias a Dios, porque somos una especie humana en constante evolución. A
pesar de los pesares las cosas deben seguir cambiando, y al mismo tiempo se
siguen repitiendo.
Siempre me he preguntado
si la escuela, la institución educativa en general, ha cambiado tanto, desde
el puntero, es decir, desde las cuevas de Altamira hasta el presente. Al
principio se usaba el dedo de señalar, más tarde el puntero, que terminaba
en punta y que servía también para señalar, ya sea islas canarias en el
mapa, músculos y huesos en una lámina, y ya en la realidad, fuera de mapas y
de láminas, las costillas, el lomo u otros lugares de la anatomía cuando el
interfecto o interfecta llamábase Sofía, Ricardito,
Maripili,
Gutierrez o Manolín. El puntero va cambiando al compás de las nuevas
tecnologías, telescópico, o láser
(¡cuidado con los
ojos!), o digital.
¿Ha cambiado de la misma forma la comunicación en las aulas?.
Estos
relatos van
dedicados
a todos los que han pasado por la institución educativa, en todas o en
cualquiera de sus miles de variantes,
aunque
su paso por las aulas haya sido de un solo minuto, para ir a recoger a un
niño…
Es un desafío para todos
el hacer una educación más reflexiva, más humana, más festiva, más crítica,
mas seria, más divertida, más responsable, más justa, más respetuosa, más
alegre, más eficaz, … |