Guía didáctica para enseñanza secundaria y Universidad

El ojo humano

 

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez

 

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El ojo humano y su percepción


No podemos deslindar el lenguaje del ojo humano, enaltecido desde la antigüedad entre el resto de los sentidos, discriminando al tacto, al gusto y al olfato. Los primeros homínidos dependían de todos los sentidos para su supervivencia y el lenguaje de los gestos hizo que el ojo fuera considerado primordial, trasmisible como cultura ya que pronto se pudo escribir o pintar en las paredes, y marcar después en piedra o en tablillas para la posteridad. Quedó así el símbolo escrito como principal vehículo de comunicación y también de poder. Es el ojo humano, en toda la iconografía, el que prevalece, incluso como símbolo religioso en Egipto, el ojo del faraón, o el de las naves griegas, o el del dios bíblico que todo lo ve, al que nada se escapa, o el de la dignidad de la mirada humana, ‘se te puede mirar a los ojos’. Lo que no se ve no existe, ‘ojos que no ven, corazón que no siente’. Contra ello está gran parte del meollo del pensamiento filosófico, que cuestiona desde lo más profundo la primacía del ojo humano e intenta ver más allá, aplicando, analizando y creando mediante otras vías de percepción.

En el lenguaje que nos presentan las pantallas también ha prevalecido el ojo humano, y la vista como sentido imprescindible, aportando al mundo la sensación de la sola imagen, aunque en movimiento, cuando en el cine hay música y sonidos, ambiente, sentimientos, historia... Un elemento gramatical imprescindible en el lenguaje filmado es el plano detalle (invento comunicativo por excelencia), un primerísimo plano que en el rostro se centra en los ojos, más bien en la mirada, de la que capta sus matices, presentando al ojo humano en pantalla grande, tan grande como los velámenes de las naves griegas y en las pantallas pequeñas se hace imprescindible para captar los detalles.

En la literatura del siglo XX queda una muestra, la de Orwell, que identifica al ojo que todo lo ve como el símbolo de la dictadura mundial, el ‘Gran hermano’ que domina porque conoce, al igual que el ‘Gran Hermano’ de la tele, que contrata, intriga y esclaviza a sus súbditos, ya sean concursantes o teleadictos.

Sin embargo el ojo humano, la percepción que la especie humana tiene de los hechos, no siempre es el mismo; los pueblos cambian, cambian formas de comportamiento, intereses, ideologías, posibilidades tecnológicas. Cada ojo humano de cada cultura diferente, exige productos culturales distintos. (Martínez-Salanova 2005)

 

El ojo vigilante


Novela picaresca española. “El diablo cojuelo”, de Luis Vélez de Guevara, publicado en 1641,  en el que su protagonista, diablo y cojo, tenía el poder de levantar los techos de las casas de Madrid a medianoche para ver qué es lo que estaba ocurriendo dentro de ellas. Desde su atalaya en la torre de San Salvador, el cojuelo le dice al estudiante don Cleofás: "advierte que quiero empezar a enseñarte distintamente, en este teatro donde tantas figuras representan, las más notables, en cuya variedad está su hermosura..." Este libro, donde un diablillo curioso, y por demás cojo, se convierte en espía de los vecindarios, apareció en 1641 y es una de las joyas de la literatura picaresca.

George Orwell publicó su novela futurista “1984”, en 1949. Narró la amenaza universal de un gran ojo vigilante, el ojo del big brother —el hermano mayor— un ojo capaz de mantenerse abierto sin parpadear nunca para espiarnos. “Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado”, sentenciaba Orwell. Describe un mundo totalitario donde se manipula a los sujetos obligándolos a ver y a pensar lo que un grupo minoritario dirigido por el gran hermano quiere. De este modo el gran hermano borra la realidad dándole a la gente la versión de los hechos que a él le parece conveniente. Todo es controlado a través de la telepantalla, textualmente Orwell dice: “despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no hay escape. Nada es del individuo a no ser unos cuantos centímetros dentro de su cráneo”. El pasado de cada ser humano y de la historia del lugar era borrado permanentemente y reescrito de acuerdo a las conveniencias del partido del Gran hermano. Eran aparatos en los que el Partido tenía colocadas cámaras que grababan todos los movimientos y palabras de los ciudadanos de Oceanía y en especial los miembros del Partido. Estaban por todos lados y con ellas el Partido controlaba cualquier signo de rebelión, ya fueran frases o palabras contra él o una simple expresión facial delatora. Sólo los componentes del Partido interior podían desconectarlas y dejar de ser vigilados durante media hora. Algunas de ellas estaban ocultas de manera que podían delatar a miembros del Partido que tenían comportamientos conspiradores cuando no se sentían vigilados. También servían como medio propagandístico para el Partido ya que por ellas enunciaban constantemente sus lemas y eslóganes además de informar de sus victorias contra el enemigo.

Es lo mismo que hace en sus dominios el dueño de la fábrica en la película clásica de Chaplin. Existe una inmensa pantalla en los aseos de los trabajadores desde la que el dueño vigila a quienes van a ellos a pasar el rato.

El sistema de manipulación y control a través de la pantalla chica fue el argumento de la película The Truman Show (1998), donde un sujeto nace, se cría y vive en un mundo de simulacro. Ya allí lo real y lo simulado aparecen como indiferenciados. 

Para redoblar la apuesta de que simulación y realidad no pueden distinguirse en 1999 se estrenó “Matrix”, que en forma de brillante metáfora plantea la vieja idea de ser y existir solo en el sueño o en la pesadilla de un otro. El horror aumenta cuando ese otro es Matrix una computadora gigante que usa seres humanos como pilas descartables para generar energía. La frase conmovedora del relato es “Bienvenido al desierto de lo real” que marca el descubrimiento de un mundo devastado  pero propio.

Los programas de Gran Hermano. Obsesión por saberlo todo. El síndrome orwelliano de la vigilancia  ha entrado de tal manera en las conciencias, que existen programas de gran éxito en todo el mundo que tienen que ver con el gran ojo omnipresente. Cada uno de los espectadores, desde la pantalla de su casa puede ver, igual que el diablo cojuelo o que el ojo de Orwell , lo que hace en la intimidad un grupo de personas, hombres y mujeres, sometidas a un encierro de días. Es como si el telespectador estuviera entrenándose para convertirse en espía de extraños, y también de sus vecinos. Porque una de las nuevas tareas de la humanidad será espiar.

El síndrome del big brother vigilante ha ganado fuerza después de los ataques terroristas del 11 de septiembre del año pasado. Los planes de seguridad del gobierno de Estados Unidos prevén que los carteros, los ascensoristas, los que reparan televisores y cañerías, los encargados de la limpieza de los edificios, se conviertan en parte de una red de informantes ad honorem, instruidos para transmitir al big brother todo lo que ven y escuchan. Un gran ojo auxiliado de millones de pequeños ojos. Así sucedía en España en tiempos de franco, en el que taxistas, carteros, porteros, etc, eran chivatos al servicio de la policía de la dictadura. (A partir de una idea de Sergio Ramírez. Managua)

Steven Spielberg, en su película, Minority Report coloca como protagonista principal a un detective del año 2054, John Anderton —interpretado por Tom Cruise— que es miembro de una brigada de prevención del crimen. Para entonces, según las conclusiones de un equipo de especialistas del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que Spielberg reunió para oír su consejo, la privacidad, tal como hoy la entendemos, habrá desaparecido gracias a la tecnología. El crimen, podrá ser detectado en la mente del criminal antes de que se cometa. Se da omnipresencia de las pantallas a lo largo de toda la película… pantallas-periódico, pantallas-publicicidad, etc…

Es curioso, pero las pantallas se han convertido en la forma más importante de acceso a todo tipo de información. Las utilizamos para leer el periódico, ver películas, comunicarnos con otras personas y, lo más importante, para trabajar. Podríamos debatir si nuestra sociedad es una sociedad de espectáculo o de simulación, pero de lo que no cabe duda es que es una sociedad de la pantalla.

“La tecnología podrá ver a través de las paredes, de los techos. Podrá penetrar en el santuario de nuestras familias”, afirma Spielberg. Hoy ya existen micrófonos que captan desde el exterior lo que sucede en un edificio, cámaras que detectan el calor, la respiración…

 

Pantallas para ver la realidad


En nuestra sociedad, lo que no se ve no existe. Las pantallas tienen por ello tanta influencia y al mismo tiempo requieren de la educación y de la responsabilidad de los espectadotes para trascenderlas y buscar la realidad.

En los reality se le pide al público que vote quién se queda y quién se va, quién sigue apareciendo en la pantalla y quién desaparece. Los juegos son una forma de aliviar la angustia en la cual se vive, transformando en activo lo vivido pasivamente, haciéndole a otro lo que temo que me suceda a mí. Literalmente que otro me haga desaparecer.

En la novela de Orwell es el sistema el que hace desaparecer a los ciudadanos. “lo habitual era que las personas caídas en desgracia despareciesen sencillamente y no se volviera a oír hablar de ellas. Nunca se tenía la menor noticia de lo que hubiera podido ocurrirles, en algunos casos ni siquiera estaban muertos”.

En nuestra sociedad se hace invisible a quien  no aparezca en la pantalla. Y si alguien molesta, o no gusta, o tiene poco morbo, es fácil hacerlo desaparecer. Mediante votaciones realizadas por móviles, de una forma anónima, sin ninguna implicación ni compromiso por parte del votante, mediante pantallas y teclas se ejerce la función evaluadora.

 

Actitudes ante la pantalla...

Ante las pantallas es necesario que nos situemos como espectadores. No existiría la televisión, sin televidentes, sin que miles de personas estuvieran «Ante la pantalla» contemplando sus siempre atrayentes contenidos, «barnizados» permanentemente de múltiples colores, sonidos y movimientos.

Sin embargo, hay que preguntarse: «¿Cómo nos influye la relación con las pantallas?» , ante la televisión, la reina de las pantallas, nadie queda impasible. «¿Qué nos enseña? y «¿En qué nos perjudica?

No solamente es necesario que seamos capaces de interpretar los mensajes de la tele, tenemos que «apropiarnos», hacer que las pantallas sean nuestras, siendo capaces de crear nuestros propios mensajes con ellas y de dominarlas conscientemente.

«El teleconsumidor activo y creativo: el buen telespectador» nos invita nuevamente a vivir la aventura de conocer y disfrutar la tele, como uno de los instrumentos más valiosos que el desarrollo y el progreso de la Humanidad ha puesto en nuestras manos, pero que al mismo tiempo puede convertirse en una bomba con dinamita, si no sabemos usarla de una manera crítica, de una forma creativa, es decir, siendo televidentes activos que, lejos de dejarse manipular y de ser seducidos -«entontecidos»- ante sus mensajes, la conocen, la quieren, la usan, se divierten con ella, la juzgan, se distancian, la critican, la emplean... En definitiva, buenos telespectadores activos que ejercen con plena conciencia su derecho a ser libres. (Aguaded, La caja mágica).

Nos queda, entonces, situarnos «ante la pantalla» como telespectadores y seamos capaces de ver nuestra realidad y la de tele como dos universos distintos y al tiempo complementarios, pero que hemos de ser capaces diferenciar y de equilibrar. Tenemos también por ello que reflexionar sobre la importancia que la televisión tiene en nuestras vidas: cómo nos influye, qué aspectos positivos y negativos nos puede acarrear, cuáles son sus efectos perniciosos si hacemos un mal uso de ella y qué valores nos puede aportar si somos inteligentes en su consumo.

En definitiva, nos toca ahora pararnos a pensar -porque es importante para nuestra vida y nuestro desarrollo como personas-, cuál es nuestra relación con la televisión, qué alternativas tenemos con la tele y ante la tele. Y si de verdad somos conscientes de que nos jugamos mucho en ello, tendremos que ser serios y adquirir compromisos con nosotros mismos para comenzar a ser buenos telespectadores.

 

Lo que se oculta detrás de la pantalla


«Es usual, cuando llegamos a casa, apretar el botón de la televisión o del mando a distancia y comenzar a ver imágenes y escuchar informaciones. En una sociedad como en la que vivimos, todos podemos ser manipulados, pero esa posibilidad de engaño y falsedad estará muy ligada a nuestra pasividad e ignorancia. Si nos limitamos a ser meros receptores y acumular acríticamente lo que la televisión -con zapping o sin él- nos ofrezca, seremos víctimas propicias para ello. Pero también es posible preguntarse: ¿qué se oculta detrás de la pequeña pantalla? Conocer lo que pasa y cómo pasa, seguro que nos ayudará a enfrentarnos críticamente a este mágico artilugio tecnológico. En definitiva, lo peor de la televisión, como de tantas otras cosas, es no saber nada de ella, ni de su funcionamiento, ni de sus mecanismos, ni de su capacidad de influir en nosotros, ser «analfabetos en su consumo». Un solo ejemplo ilustrará lo que estamos diciendo: un anuncio que dura sólo 15 ó 20 segundos tiene, la mayoría de las veces una mayor capacidad de impacto que libros completos, conferencias, discursos, películas... ¿Por qué? Ese anuncio ha sido cuidadosamente preparado por expertos en mensajes publicitarios que durante varios días, semanas e incluso meses, han planificado el mensaje y grabado cuidadosamente, buscando hasta la saciedad la musiquilla más pegadiza, los interiores o exteriores más sugerentes, el atuendo de los personajes más llamativo y el eslogan persuasivo más impactante.

¿Qué hay detrás de la televisión? ¿Cuál es su cara oculta?