No podemos
deslindar el lenguaje del ojo humano, enaltecido desde la
antigüedad entre el resto de los sentidos, discriminando al
tacto, al gusto y al olfato. Los primeros homínidos dependían de
todos los sentidos para su supervivencia y el lenguaje de los
gestos hizo que el ojo fuera considerado primordial, trasmisible
como cultura ya que pronto se pudo escribir o pintar en las
paredes, y marcar después en piedra o en tablillas para la
posteridad. Quedó así el símbolo escrito como principal vehículo
de comunicación y también de poder. Es el ojo humano, en toda la
iconografía, el que prevalece, incluso como símbolo religioso en
Egipto, el ojo del faraón, o el de las naves griegas, o el del
dios bíblico que todo lo ve, al que nada se escapa, o el de la
dignidad de la mirada humana, ‘se te puede mirar a los ojos’. Lo
que no se ve no existe, ‘ojos que no ven, corazón que no
siente’. Contra ello está gran parte del meollo del pensamiento
filosófico, que cuestiona desde lo más profundo la primacía del
ojo humano e intenta ver más allá, aplicando, analizando y
creando mediante otras vías de percepción.
En el lenguaje
que nos presentan las pantallas también ha prevalecido el ojo
humano, y la vista como sentido imprescindible, aportando al
mundo la sensación de la sola imagen, aunque en movimiento,
cuando en el cine hay música y sonidos, ambiente, sentimientos,
historia... Un elemento gramatical imprescindible en el lenguaje
filmado es el plano detalle (invento comunicativo por
excelencia), un primerísimo plano que en el rostro se centra en
los ojos, más bien en la mirada, de la que capta sus matices,
presentando al ojo humano en pantalla grande, tan grande como
los velámenes de las naves griegas y en las pantallas pequeñas
se hace imprescindible para captar los detalles.
En la literatura
del siglo XX queda una muestra, la de Orwell, que identifica al
ojo que todo lo ve como el símbolo de la dictadura mundial, el
‘Gran hermano’ que domina porque conoce, al igual que el ‘Gran
Hermano’ de la tele, que contrata, intriga y esclaviza a sus
súbditos, ya sean concursantes o teleadictos.
Sin embargo el ojo humano, la percepción
que la especie humana tiene de los hechos, no siempre es el
mismo; los pueblos cambian, cambian formas de comportamiento,
intereses, ideologías, posibilidades tecnológicas. Cada ojo
humano de cada cultura diferente, exige productos culturales
distintos. (Martínez-Salanova 2005)
Novela picaresca española. “El diablo
cojuelo”, de Luis Vélez de Guevara, publicado en 1641, en el
que su protagonista, diablo y cojo, tenía el poder de levantar
los techos de las casas de Madrid a medianoche para ver qué es
lo que estaba ocurriendo dentro de ellas. Desde su atalaya en la
torre de San Salvador, el cojuelo le dice al estudiante don
Cleofás: "advierte que quiero empezar a enseñarte distintamente,
en este teatro donde tantas figuras representan, las más
notables, en cuya variedad está su hermosura..." Este libro,
donde un diablillo curioso, y por demás cojo, se convierte en
espía de los vecindarios, apareció en 1641 y es una de las joyas
de la literatura picaresca.
George Orwell publicó su novela futurista
“1984”, en 1949. Narró la amenaza universal de un gran ojo
vigilante, el ojo del big brother —el hermano mayor— un ojo
capaz de mantenerse abierto sin parpadear nunca para espiarnos.
“Quien controla el pasado controla el futuro: quien controla el
presente controla el pasado”, sentenciaba Orwell. Describe un
mundo totalitario donde se manipula a los sujetos obligándolos a
ver y a pensar lo que un grupo minoritario dirigido por el gran
hermano quiere. De este modo el gran hermano borra la realidad
dándole a la gente la versión de los hechos que a él le parece
conveniente. Todo es controlado a través de la telepantalla,
textualmente Orwell dice: “despiertos o dormidos, trabajando o
comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no hay
escape. Nada es del individuo a no ser unos cuantos centímetros
dentro de su cráneo”. El pasado de cada ser humano y de la
historia del lugar era borrado permanentemente y reescrito de
acuerdo a las conveniencias del partido del Gran hermano. Eran
aparatos en los que el Partido tenía colocadas cámaras que
grababan todos los movimientos y palabras de los ciudadanos de
Oceanía y en especial los miembros del Partido. Estaban por
todos lados y con ellas el Partido controlaba cualquier signo de
rebelión, ya fueran frases o palabras contra él o una simple
expresión facial delatora. Sólo los componentes del Partido
interior podían desconectarlas y dejar de ser vigilados durante
media hora. Algunas de ellas estaban ocultas de manera que
podían delatar a miembros del Partido que tenían comportamientos
conspiradores cuando no se sentían vigilados. También servían
como medio propagandístico para el Partido ya que por ellas
enunciaban constantemente sus lemas y eslóganes además de
informar de sus victorias contra el enemigo.
Es lo mismo que hace en sus dominios el
dueño de la fábrica en la película clásica de Chaplin. Existe
una inmensa pantalla en los aseos de los trabajadores desde la
que el dueño vigila a quienes van a ellos a pasar el rato.
El sistema de manipulación y control a
través de la pantalla chica fue el argumento de la película The
Truman Show (1998), donde un sujeto nace, se cría y vive en un
mundo de simulacro. Ya allí lo real y lo simulado aparecen como
indiferenciados.
Para redoblar la apuesta de que simulación
y realidad no pueden distinguirse en 1999 se estrenó “Matrix”,
que en forma de brillante metáfora plantea la vieja idea de ser
y existir solo en el sueño o en la pesadilla de un otro. El
horror aumenta cuando ese otro es Matrix una computadora gigante
que usa seres humanos como pilas descartables para generar
energía. La frase conmovedora del relato es “Bienvenido al
desierto de lo real” que marca el descubrimiento de un mundo
devastado pero propio.
Los programas de Gran Hermano. Obsesión por
saberlo todo. El síndrome orwelliano de la vigilancia ha
entrado de tal manera en las conciencias, que existen programas
de gran éxito en todo el mundo que tienen que ver con el gran
ojo omnipresente. Cada uno de los espectadores, desde la
pantalla de su casa puede ver, igual que el diablo cojuelo o que
el ojo de Orwell , lo que hace en la intimidad un grupo de
personas, hombres y mujeres, sometidas a un encierro de días. Es
como si el telespectador estuviera entrenándose para convertirse
en espía de extraños, y también de sus vecinos. Porque una de
las nuevas tareas de la humanidad será espiar.
El síndrome del big brother vigilante ha
ganado fuerza después de los ataques terroristas del 11 de
septiembre del año pasado. Los planes de seguridad del gobierno
de Estados Unidos prevén que los carteros, los ascensoristas,
los que reparan televisores y cañerías, los encargados de la
limpieza de los edificios, se conviertan en parte de una red de
informantes ad honorem, instruidos para transmitir al big
brother todo lo que ven y escuchan. Un gran ojo auxiliado de
millones de pequeños ojos. Así sucedía en España en tiempos de
franco, en el que taxistas, carteros, porteros, etc, eran
chivatos al servicio de la policía de la dictadura. (A partir de
una idea de Sergio Ramírez. Managua)
Steven Spielberg, en su película, Minority
Report coloca como protagonista principal a un detective del año
2054, John Anderton —interpretado por Tom Cruise— que es miembro
de una brigada de prevención del crimen. Para entonces, según
las conclusiones de un equipo de especialistas del Instituto
Tecnológico de Massachusetts, que Spielberg reunió para oír su
consejo, la privacidad, tal como hoy la entendemos, habrá
desaparecido gracias a la tecnología. El crimen, podrá ser
detectado en la mente del criminal antes de que se cometa. Se da
omnipresencia de las pantallas a lo largo de toda la película…
pantallas-periódico, pantallas-publicicidad, etc…
Es curioso, pero las pantallas se han
convertido en la forma más importante de acceso a todo tipo de
información. Las utilizamos para leer el periódico, ver
películas, comunicarnos con otras personas y, lo más importante,
para trabajar. Podríamos debatir si nuestra sociedad es una
sociedad de espectáculo o de simulación, pero de lo que no cabe
duda es que es una sociedad de la pantalla.
“La tecnología podrá ver a través de las
paredes, de los techos. Podrá penetrar en el santuario de
nuestras familias”, afirma Spielberg. Hoy ya existen micrófonos
que captan desde el exterior lo que sucede en un edificio,
cámaras que detectan el calor, la respiración…
En nuestra sociedad, lo que no se ve no
existe. Las pantallas tienen por ello tanta influencia y al
mismo tiempo requieren de la educación y de la responsabilidad
de los espectadotes para trascenderlas y buscar la realidad.
En los reality se le pide al público que
vote quién se queda y quién se va, quién sigue apareciendo en la
pantalla y quién desaparece. Los juegos son una forma de aliviar
la angustia en la cual se vive, transformando en activo lo
vivido pasivamente, haciéndole a otro lo que temo que me suceda
a mí. Literalmente que otro me haga desaparecer.
En la novela de Orwell es el sistema el que
hace desaparecer a los ciudadanos. “lo habitual era que las
personas caídas en desgracia despareciesen sencillamente y no se
volviera a oír hablar de ellas. Nunca se tenía la menor noticia
de lo que hubiera podido ocurrirles, en algunos casos ni
siquiera estaban muertos”.
En nuestra sociedad se hace invisible a
quien no aparezca en la pantalla. Y si alguien molesta, o no
gusta, o tiene poco morbo, es fácil hacerlo desaparecer.
Mediante votaciones realizadas por móviles, de una forma
anónima, sin ninguna implicación ni compromiso por parte del
votante, mediante pantallas y teclas se ejerce la función
evaluadora.
Ante las pantallas es necesario que nos
situemos como espectadores. No existiría la televisión, sin
televidentes, sin que miles de personas estuvieran «Ante la
pantalla» contemplando sus siempre atrayentes contenidos,
«barnizados» permanentemente de múltiples colores, sonidos y
movimientos.
Sin embargo, hay que preguntarse: «¿Cómo
nos influye la relación con las pantallas?» , ante la
televisión, la reina de las pantallas, nadie queda impasible.
«¿Qué nos enseña? y «¿En qué nos perjudica?
No solamente es necesario que seamos
capaces de interpretar los mensajes de la tele, tenemos que
«apropiarnos», hacer que las pantallas sean nuestras, siendo
capaces de crear nuestros propios mensajes con ellas y de
dominarlas conscientemente.
«El teleconsumidor activo y creativo: el
buen telespectador» nos invita nuevamente a vivir la aventura de
conocer y disfrutar la tele, como uno de los instrumentos más
valiosos que el desarrollo y el progreso de la Humanidad ha
puesto en nuestras manos, pero que al mismo tiempo puede
convertirse en una bomba con dinamita, si no sabemos usarla de
una manera crítica, de una forma creativa, es decir, siendo
televidentes activos que, lejos de dejarse manipular y de ser
seducidos -«entontecidos»- ante sus mensajes, la conocen, la
quieren, la usan, se divierten con ella, la juzgan, se
distancian, la critican, la emplean... En definitiva, buenos
telespectadores activos que ejercen con plena conciencia su
derecho a ser libres. (Aguaded, La caja mágica).
Nos queda, entonces, situarnos «ante la
pantalla» como telespectadores y seamos capaces de ver nuestra
realidad y la de tele como dos universos distintos y al tiempo
complementarios, pero que hemos de ser capaces diferenciar y de
equilibrar. Tenemos también por ello que reflexionar sobre la
importancia que la televisión tiene en nuestras vidas: cómo nos
influye, qué aspectos positivos y negativos nos puede acarrear,
cuáles son sus efectos perniciosos si hacemos un mal uso de ella
y qué valores nos puede aportar si somos inteligentes en su
consumo.
En definitiva, nos toca ahora pararnos a
pensar -porque es importante para nuestra vida y nuestro
desarrollo como personas-, cuál es nuestra relación con la
televisión, qué alternativas tenemos con la tele y ante la tele.
Y si de verdad somos conscientes de que nos jugamos mucho en
ello, tendremos que ser serios y adquirir compromisos con
nosotros mismos para comenzar a ser buenos telespectadores.
«Es usual, cuando llegamos a casa, apretar
el botón de la televisión o del mando a distancia y comenzar a
ver imágenes y escuchar informaciones. En una sociedad como en
la que vivimos, todos podemos ser manipulados, pero esa
posibilidad de engaño y falsedad estará muy ligada a nuestra
pasividad e ignorancia. Si nos limitamos a ser meros receptores
y acumular acríticamente lo que la televisión -con zapping
o sin él- nos ofrezca, seremos víctimas propicias para ello.
Pero también es posible preguntarse: ¿qué se oculta detrás de la
pequeña pantalla? Conocer lo que pasa y cómo pasa, seguro que
nos ayudará a enfrentarnos críticamente a este mágico artilugio
tecnológico. En definitiva, lo peor de la televisión, como de
tantas otras cosas, es no saber nada de ella, ni de su
funcionamiento, ni de sus mecanismos, ni de su capacidad de
influir en nosotros, ser «analfabetos en su consumo». Un solo
ejemplo ilustrará lo que estamos diciendo: un anuncio que dura
sólo 15 ó 20 segundos tiene, la mayoría de las veces una mayor
capacidad de impacto que libros completos, conferencias,
discursos, películas... ¿Por qué? Ese anuncio ha sido
cuidadosamente preparado por expertos en mensajes publicitarios
que durante varios días, semanas e incluso meses, han
planificado el mensaje y grabado cuidadosamente, buscando hasta
la saciedad la musiquilla más pegadiza, los interiores o
exteriores más sugerentes, el atuendo de los personajes más
llamativo y el eslogan persuasivo más impactante.
¿Qué hay detrás de la televisión? ¿Cuál es
su cara oculta?
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