Extraído de J.L.
Cebrián, en La sociedad hipnotizada, publicado en El espectador,
Uruguay en 2004
Podemos creer que,
entre las ocho y once de la noche, fácilmente más de una tercera
parte de las poblaciones se encuentra sentada ante el televisor,
independientemente de cuál sea la calidad de los programas que
se les ofrece. No ha existido en la historia de la Humanidad un
fenómeno capaz de condicionar por sí mismo los hábitos y las
formas de vida de tan gran número de personas a la vez. Las
compañías eléctricas descubrieron hace muchos años que el final
del llamado prime time (tiempo principal) en la televisión
supone un descenso acelerado en la curva de consumo de energía,
pues cuando termina se apagan no solo los televisores sino todas
las luces de la casa y la gente se va a dormir. Las empresas
suministradoras de agua aprendieron, a su vez, que ése puede ser
un instante de extraordinaria demanda, pues millones de
ciudadanos hacen sus abluciones antes de acostarse.
Aunque las
premoniciones de Fahrenheit 451 no se han cumplido, de momento,
en lo que se refiere a la desaparición del libro frente a la
dictadura audiovisual, es preciso reconocer que el reinado de la
pantalla, en sus diferentes versiones, ha sido ya establecido.
La sociedad interconectada lo está por un hilo o por una antena
parabólica, pero cada vez más es la pantalla en único mediador
visible.
Las nuevas
aplicaciones de la televisión digital y la obsesión por el
establecimiento de un terminal audiovisual único han concluido,
además, por determinar no sólo el tiempo, sino también el
espacio doméstico. Cada vez son más las casas en las que se
dedica una habitación para ese exclusivo uso. Cuando las
posibilidades económicas de la familia son escasas y los
domicilios pequeños, basta con sustituir el antiguo salón
(salón-comedor, en la propaganda de las inmobiliarias) por esa
dependencia. La pantalla del televisor desempeña en el paisaje
un papel totémico, y constituye el verdadero altar mayor del
templo de la familia, ante el que tantas veces se inmolan sus
miembros, víctimas de la incomunicación y el desencuentro. En el
resto de las habitaciones, sean los dormitorios, el despacho o
la cocina, otras pantallas, por lo común de dimensión más
reducida, ayudarán a dotar a las respectivas estancias del
carácter de capillas menores de la nueva religión audiovisual y
cibernética. Quizá sea pensando en esos aposentos privativos de
la intimidad como se desarrolle más rápidamente la convergencia
entre el televisor y la computadora. Es imposible imaginar que
podamos someter a toda la familia a la humillación de no ver la
película de esta noche a fin de que uno de sus miembros pueda
conectarse a la red. Pero en la exclusividad de su cuarto uno
puede optar por el uso coyuntural de la pantalla sin necesidad
de duplicarla para nada. Eso nos ayuda a descubrir que son,
sobre todo, los individuos y no los grupos los destinatarios
primeros de las nuevas tecnologías. El teléfono móvil, el
ordenador personal, la fragmentación temática de los canales de
televisión, el video, los auriculares de alta fidelidad, los
walkman, son todos ellos inventos dedicados al individuo.
Aumentan las facultades de elección personal frente a la antigua
necesidad de compartir las actividades de ese género.
El establecimiento de
lazos particulares entre el individuo y la pantalla no tiene
únicamente una explicación de ese género, sino otra
resueltamente técnica. Contrariamente a lo que sucede con la
proyección clásica de una película, en la que la luz se origina
a espaldas del espectador, la pantalla de una computadora o de
un televisor emite unos rayos luminosos que inciden directamente
sobre la retina de quien la contempla. Eso produce un verdadero
efecto hipnótico. El cibernauta de nuestros días no es sólo un
navegante, es además un navegante solitario, aún si él mismo no
es consciente de su condición. Su capacidad de relacionarse con
los otros, en ese universo global por el que deambula, le
conduce a un ensimismamiento, a un encerramiento en sí mismo
frente a su entorno más cercano.
Encerrado en la
oscuridad de su pequeño gueto doméstico, un cibernauta avezado
puede durante horas envolverse en la ilusión de que su núcleo de
amigos, sus preferencias, sus manías, sus amores y hasta sus
odios viven encapsulados en esa especie de nueva bola de cristal
a la que puede castigar mudándose de "sitio" o simplemente
apagándola, cuando le responde algo inconveniente o que no le
gusta. ¿Puede?
Anexo
2. Poder e información
Extraído
de El poder diluido, nueva fase de la democracia occidental.
Jesús Timoteo Álvarez. 09/07/2005. Fuente: http://www.tendencias21.net
Hacia 1980 los medios
(prensa, radio y televisión entonces) no constituía ni siquiera
un sector. Dependían del Estado (primer propietario de medios en
cualquier país europeo), perdían dinero año tras año y operaban
como herramientas para la acción política de los gobiernos y un
poco para la actividad comercial de las empresas.
Hacia el año 2004 y
en torno a las pantallas (televisión, ordenador y móvil) ha
quedado organizado un poderoso sector de información y
comunicación en el que convergen todas las viejas y nuevas
industrias culturales (libros, cine, música, videojuegos) además
de los medios convencionales y nuevos (prensa, radio,
televisión, Internet), de la telefonía convencional y nueva
(llamadas, sms) y de una creciente oferta de servicios en red
(acceso y proveedores de Internet) y de servicios audiovisuales
a la carta para las pantallas (guías, películas, música). Es un
hipersector de InfCom de acelerado crecimiento y que supone en
España en torno al 3% del PIB con porcentajes superiores en
otros países occidentales.
Esta realidad así
presentada es innegable. Es innegable por el evidente peso de
las pantallas en la vida individual y colectiva, por el peso
económico manifiesto de los sectores de la información, el
entretenimiento, la cultura convencional, los videojuegos, la
producción televisiva, por la presencia de las pantallas como
terminales de una red mundial y local capaz de establecer una
relación directa entre usuarios, consumidores o votantes y
agentes sociales de toda condición. Pues bien, esta innegable
realidad ha provocado en tan pocos años un amplísimo número de
transformaciones y efectos de los que recogemos las más
importantes.
El
dominio de las pantallas
La televisión se
situó ya a finales de los años 70 en cada hogar estableciendo
una relación diaria de más de tres horas con cada familia. El
ordenador hizo lo propio durante los años 90 en el trabajo
primero y en casa después, con un importante porcentaje de
población.
El teléfono móvil
universalizó formas originales de comunicación a través de una
pequeña pantalla personal especialmente entre los adolescentes y
más jóvenes. La suma de las diferentes pantallas supone el sueño
de la mercadotecnia, porque permiten el acceso directo y muy
personalizado a todo tipo de usuarios, consumidores y votantes.
Permiten asimismo un
retorno e interactividad más controlable que nunca y una
relación directa y horizontalizada con los diferentes segmentos
de mercado.
El
individuo como poder
Se trata de un salto
cultural análogo al que se produjo en el Renacimiento con la
reforma religiosa (luterana) y la implantación de la imprenta:
los individuos pudieron entonces prescindir de intermediarios,
tanto en su relación con Dios como en su dependencia intelectual
y emotiva con predicadores y maestros.
Algo similar sucede
ahora. Más del 60% de la población europea ha asistido a la
escuela hasta los 18 años y casi un cuarto de la población
adulta más joven ha conocido las aulas universitarias, según
datos CEOE para 2003. Más del 90% ve diariamente la televisión y
porcentajes altísimos de población construyen su entorno y
reaccionan al mismo en el teléfono móvil, se transportan a
realidades virtuales en los videojuegos, provocan y reciben todo
tipo de ofertas y respuestas “en tiempo” y “en línea”.
Nada que ver con
relaciones lineales (un agente emisor, un canal con ruidos, unos
receptores) ni siquiera con un sistema circular plano (en
esquema) de relación y venta (el marketing convencional), sino
con una realidad en red en la que cada cual puede ser emisor y
receptor al mismo tiempo y en cuya intelección y organización (“targetización”)
hay que partir casi del uno más uno hasta formar grupos cada vez
más minoritarios o con un mínimo común denominador cada vez más
ancho e indefinido (la sociedad “soft” ).
del
Libro Blanco sobre la Educación y la formación.:
Enseñar y
aprender hacia la sociedad cognitiva.
Comisión de las
Comunidades Europeas. Bruselas 1995.
Como ha subrayado el
informe sobre “Europa y la sociedad global de la información”
del Grupo de alto nivel presidido por el Sr. Bangemann (mayo de
1994): “en todo el mundo, las tecnologías de la información y
las comunicaciones están generando una nueva revolución
industrial que ya puede ser considerada tan importante y
profunda como sus predecesoras”.
Esta revolución no
puede dejar de tener, al igual que las precedentes,
consecuencias para el empleo y el trabajo.
De hecho, no está
demostrado que las nuevas tecnologías hagan disminuir el nivel
de empleo. Algunos países tecnológicamente avanzados han sabido
crear en torno a las nuevas actividades relacionadas con la
información una cantidad de empleos comparable, incluso en
algunos casos superior a la cantidad de empleos destruidos en
las demás actividades.
Es cierto, por el
contrario que las tecnologías de la información han transformado
la naturaleza del trabajo y la organización de la producción.
Dichas transformaciones están modificando profundamente la
sociedad europea.
La producción masiva
va desapareciendo en provecho de una producción más
diferenciada. La tendencia a la larga de desarrollo del trabajo
asalariado permanente, es decir, de jornada completa y duración
indefinida, parece invertirse. Las relaciones de producción y
las condiciones de empleo cambian. La organización de la empresa
evoluciona hacia una mayor flexibilidad y descentralización. La
búsqueda de la flexibilidad, el desarrollo de cooperaciones en
red, el aumento del uso de la subcontratación y el desarrollo
del trabajo en equipo son algunas de las consecuencias de la
penetración de las tecnologías de la información.
Ahora, las
tecnologías de la información contribuyen a hacer desaparecer
aquellos trabajos rutinarios y repetitivos que pueden
codificarse y programarse mediante máquinas automáticas. El
trabajo tendrá un contenido cada vez más cargado de tareas
inteligentes que requieren iniciativa y adaptación.
Pero las tecnologías
de la información, al tiempo que facilitan la descentralización
de tareas, las coordinan en redes interactivas de comunicación
en tiempo real, que funcionan tanto entre continentes como entre
despachos de una misma planta. El resultado es, a la vez, una
mayor autonomía individual del trabajador en la organización de
su actividad y una percepción menos buena del marco general de
esta actividad. El efecto de las nuevas tecnologías es doble:
por un lado, aumentan sensiblemente el papel del factor humano
en el proceso de producción, y por el otro hacen al trabajador
más vulnerable a las transformaciones de la organización del
trabajo, pues se convierte en un simple individuo confrontado a
una red compleja.
Las tecnologías de la
información penetran de manera masiva tanto en las actividades
vinculadas con la producción como en las relativas a la
educación y formación. En este sentido, producen un acercamiento
entre las “maneras de aprender” y las “maneras de producir”. Las
situaciones de trabajo y las situaciones de aprendizaje tienden
a acercarse, si no a ser idénticas desde el punto de vista de
las capacidades movilizadas.
Esta mutación
vinculada a las tecnologías de la información tiene
repercusiones económicas y sociales más generales: desarrollo
del trabajo individual autónomo, actividades terciarias y nuevas
fórmulas de organización del trabajo, llamadas “cualificantes”,
prácticas de descentralización de la gestión, horarios
variables.
La sociedad de la
información conduce finalmente a plantearse la cuestión de saber
si, más allá de las nuevas técnicas de conocimientos que ofrece,
el contenido educativo que lleva en su interior será para el
individuo un factor de enriquecimiento o. por el contrario, de
empobrecimiento cultural. Hasta ahora la atención se ha
centrado en las potencialidades ofrecidas por las autopistas de
la información, por la revolución de lo casi instantáneo que
opera, por ejemplo INTERNET, en las relaciones entre empresas,
investigadores, universitarios. Pero también es de temer que la
calidad del mundo de los multimedia, y en particular de los
programas educativos, conduzca a una cultura ‘de poca calidad’
en la que el individuo pierda todos sus referentes históricos,
geográficos, culturales.
Por eso, en
particular con motivo de la reunión del G7 en Bruselas en marzo
de 1995 sobre la sociedad de la información. la Comisión hizo
tanto hincapié en la necesidad de fomentar la producción europea
de programas educativos. La sociedad de la información
modificará los métodos de enseñanza substituyendo la relación
demasiado pasiva entre profesor y alumno por la nueva relación,
a priori fecunda, de la interactividad. Sin embargo, la
modificación de las formas de la enseñanza no puede suplir la
cuestión de su contenido.
Anexo
4: Claves del lenguaje de los
móviles
ABC. Blanca
Torquemada, con información de los profesores Santiago Lorente,
de la Universidad Politécnica de Madrid, y Carmen Galán, de la
Universidad de Extremadura
A: taptc vnirt mñn a
ks?ms padrs s vn y m qdo slo.
(¿Te apetece venirte
mañana a casa? Mis padres se van y me quedo solo.)
B: n sé si pdré xq ms
padrs stan mazo rayaos xq ayr ygué topedo xla nxe.cnt.
(No sé si podré
porque mis padres están «mazo rayaos» porque ayer llegué «to»
pedo por la noche. Contesta.)
A:oie vnt anda y yama
a algn y mntams 1a fies.
(Oye, vente anda y
llama a alguien y montamos la fiesta.)
B: okis. 1b (Vale. Un
beso.)
Irene tiene veinte
años, acreditada experiencia en la emisión y recepción de
mensajes a través del móvil («SMS») y nos brinda este ejemplo de
conversación «críptico-juerguista» entre jóvenes, aunque tiene
muy claro que este lenguaje busca más la inmediatez y la
economía de medios que la clásica «ocultación» de planes ante
los padres: «No se me ocurre nada que pueda usarse para engañar
a los padres con este lenguaje, porque lo bueno del móvil es
precisamente eso: que no lo pueden leer tus padres porque lo
llevas tú siempre encima».
Cada vez más
jóvenes
Lo cierto es que
asistimos a una revolución social, más que tecnológica. Las
cifras nos dan una idea clara del explosivo alcance del
fenómeno: tenemos en España 17 millones de líneas de teléfono
fijas, ochenta años después de los comienzos de su implantación,
y sin embargo contamos ya con 33 millones de suscriptores de
móviles, en menos de una década. La telefonía de bolsillo ha
cambiado modas y modos, porque los mensajes SMS han generado un
nuevo lenguaje entre jóvenes cada vez más jóvenes.
Elena, ocho tiernos
años, ya maneja con absoluta soltura su «juguete». Sus padres
están divorciados y, al contemplarla enfrascada, casi autista,
frente a las menudas las teclas surgen los interrogantes: ¿Se lo
habrán regalado el padre o la madre sólo para compensarla por la
«desestructuración» familiar o será, más bien, un elemento
estratégico interpuesto por uno de ambos progenitores para
evitar la interferencia «del otro» y paliar que un frío régimen
de visitas dictaminado por un juez coarte la comunicación con la
niña? «No dudes de que es lo segundo», sentencia Santiago
Lorente, sociólogo especializado en el impacto de las nuevas
tecnologías y profesor de la Universidad Politécnica de Madrid.
«Una funcionaria de los juzgados de Valencia -comenta- me ha
dicho que están proliferando las denuncias de padres y madres
porque los «ex» compran móviles a los críos. Se desestiman esas
demandas, claro. ¿Cómo penalizar ante un regalo? O, ¿cómo juzgar
moralmente ese obsequio, y no hacerlo con una «play station» o
una «game boy»?».
Lorente es también
coordinador de un reciente estudio encargado por el Injuve,
«Juventud y teléfonos móviles», en el que, ante la falta de
datos estadísticos fiables (no se puede determinar el número de
usuarios adolescentes o jóvenes porque muchas líneas son de
prepago, con las tarjetas «de rascar», por ejemplo) se ha
recurrido a una elocuente metodología comparativa con lo que
sucede en otros países europeos.
Similar en todos
los países
Los resultados
demuestran una sorprendente simetría en los comportamientos de
los jóvenes de diferentes naciones a la hora de elaborar el
lenguaje de los móviles, que busca, en todos los idiomas, máxima
economía, y es reflejo de una «compulsión comunicativa».
Búsqueda de la inmediatez en estado puro.
El ejemplo más simple
para entenderlo es que si en el lenguaje SMS español la palabra
«saludos» se escribiría «salu2», en inglés, «for you» («para
ti») sería «4 u». Aprovechar la fonética de los números y las
letras para economizar signos es la regla número uno.
«Nada nuevo hay bajo
el sol», añade Lorente, quien nos recuerda cómo la escritura
hebrea, vetusto ejemplo, no utiliza vocales, y nos remite a
situaciones cotidianas (el morse, los apuntes de los bachilleres
y universitarios, donde «xq» significa «porque»). Por eso, la
voz del sociólogo quita hierro a los augurios apocalípticos
«para la pureza del lenguaje, o para la supervivencia del núcleo
familiar». Lo que sí ve es, precisamente, «relación entre las
transformación de la familia y la expansión de este lenguaje,
según han estudiado con detalle sociólogos italianos, en una
estructura muy similar a la española. Nos hacen notar que la
pauta muy común del hijo único que pasa muchas horas solo en
casa porque la madre trabaja provoca una necesidad de
comunicación que se vuelca en el SMS porque es más barato que la
conversación de voz. Además, el móvil, como objeto de uso
personal y casi intransferible, es un perfecto territorio de la
intimidad, al menos por el momento: en algunos países se están
empezando a desarrollar aparatos con GPS (como en los
vulgarmente llamados «coches con ordenador», que siguen el
itinerario que se les fija), que actuarían como «localizador»
por satélite del lugar en el que se encuentran los hijos en el
caso de que no contesten o algo les suceda.
De juguete a
mensajero
Según Lorente, la
relación de los más jóvenes con los móviles pasa por tres fases:
en una primera (infantil), el individuo toma el móvil por una
consola más de juegos; después, en la adolescencia, se aferra a
los SMS como parapeto de emociones y timideces y después, con
una mayor madurez, a la conversación de voz. Richard Ling, autor
noruego de origen norteamericano, cataloga el móvil como nuevo
elemento de los tradicionales ritos de paso o de iniciación: su
posesión y disfrute indica el comienzo del tránsito a la edad
adulta. Fernando Fernández de Lis, gerente de Desarrollo de
Mercado de Telefónica Móviles calcula que «cada usuario joven,
como media, emite el doble de mensajes SMS que un «no joven» y
hay usuarios adolescentes que realizan hasta el 80 por ciento de
sus comunicaciones a través del móvil en forma de mensaje y sólo
un 20 por ciento en voz»..
Concurso poético
De bachilleres
estudiábamos que una lengua se consolidaba cuando adquiría
«tradición culta»; esto es, cuando quedaba acuñada en la
creación literaria.
Y he aquí que la
Universidad Internacional de Cataluña acaba de convocar y
fallar, con motivo del último Sant Jordi, el I Concurso de
Poesía SMS. La utilización de los grafismos con funciones
expresivas (Huidobro), la disortografía (Juan Ramón y las jotas)
o el afán de síntesis (conceptismo quevediano) están tan
presentes en la propia sustancia del género que un teléfono
móvil difícilmente puede ser enemigo de un poeta, debieron
pensar los padres de la idea. El resultado ha sido «bueno, sin
alharacas», según Carmen Galán, profesora de la Universidad de
Extremadura que formaba parte del jurado. De forma sorprendente,
los organizadores no consiguen localizar, por ahora, a los
ganadores del tercer premio, atrapados en el anonimato de las
llamadas perdidas.
Gramática parda
Estas son las
«académicas» normas que rigen los mensajes SMS, para iniciación
de profanos, según recoge el estudio del Injuve «Juventud y
teléfonos móviles»:
-¿Signos de
interrogación? Con uno basta.
-¿Para qué quieres la
h? Se utiliza sólo en los acrónicos y en contados casos.
-¿Acentos? ¿eso qué
es?
-Las vocales de las
palabras habituales sobran.
-Aprovecha el sonido
de las consonantes (t=te, k=ca, kb=cabe)
-Si hay muchas
consonantes, te imaginas las vocales (kdmos?=¿quedamos?)
-La Ch se convierte
en X (mxo=mucho)
-La LL se convierte
en Y (ymme=llámame).
-Sí a la eñe. La
tilde es gratis (mñn=mañana)
-Los signos y las
cifras valen por lo que significan o por lo que suenan (salu2)
-Regla de oro: Todo
lo que se entiende, sirve.
GLOSARIO:
tq: Te quiero.
bss: Besos.
mk?: ¿Me quieres?
hl: Hola.
aptc: Apetece.
cnt: Contesta.
xa: Para.
xo: Pero.
nt1d: No tengo un
duro.
pdt: Paso de ti.
npi: Ni puta idea.
clga: Colega.
-Expresiones muy
comunes quedan reducidas a iniciales: asc (al salir de clase),
ktps (¿qué te pasa?), qt1bd (que tengas un buen día), tblg (te
veo luego), tkrm (tengo que irme).
-A veces se
introducen formas de expresarse cercanas a las asignaturas que
estudian: k pb! (¡Qué plomo!), o XX (chica) XY (chico).
-Adaptaciones
fonéticas del inglés: plis (please) ailvu (I love you).
-Se sustituye s por z
en los plurales que aluden a versiones de software pirateadas («gamez»)
-Síntesis máxima: +t
(súmate, apúntate, como invitación a una fiesta).
Enrique
Martínez-Salanova Sánchez. Comunicar 25
Uno de los
principales desafíos con los que se encuentra la sociedad de la
información es el deterioro de la participación ciudadana. A
pesar de las facilidades de comunicación, el ciudadano se
enclaustra en su pequeño entorno familiar y social, dando la
espalda a los problemas del mundo y volviéndose cada día más
solitario. Durante décadas, la información que se aporta a
través de los medios de comunicación, sobre todo la de
televisión, es mediatizada por la influencia de los grandes
poderes económicos, que organizan la información mundial para
que los ciudadanos la lean, la entiendan, la asimilen y la
utilicen de forma dirigida. Ante los medios, los ciudadanos
asumen una postura pasiva, alienada, no implicativa y
escasamente participativa. Ante la necesidad de que los
ciudadanos tomen conciencia de sus responsabilidades la
televisión, al igual que otros medios comunicativos, debe
adquirir el compromiso de levantar al ciudadano de su apatía,
proponiendo y sugiriendo actitudes activas y participativas. Las
cadenas de televisión deben tomar conciencia de su función
educadora.
«Lo que para mí
cuenta no es hacer una obra perfecta, sino tender un puente para
el contacto humano». Jean Renoir
«Pasamos de una ética
de interrelación personal, de proximidad, a una ética en la que
la interacción es virtual o se desarrolla a distancia, con texto
pero sin gesto; con imágenes pero sin cuerpos». Norbert Bilbeny
«La Humanidad no
puede soportar mucha realidad». Thomas S. Elliot
La mayoría de los
mensajes que reciben los ciudadanos lo hacen por medio de
pantallas. Pero, a diferencia del mundo orweliano, en el que una
gran la pantalla multiplicada hasta el infinito era la única
referencia, el ámbito vital del siglo XXI se desenvuelve para el
ciudadano en infinitas referencias, en miles de lugares, a
partir de millones de puntos de información, entre ellos la de
multitud de pantallas de toda índole, desde las megapantallas de
cine o de los espectáculos al aire libre hasta las minúsculas
pantallas de telefonía móvil, pasando por la televisión y los
ordenadores. La empresa, la familia, la ciencia, la publicidad,
las utilizan para comunicase, publicitarse, vender o informar.
Como ya sabemos, el ritmo de la información se hace cada día más
vertiginoso. La cultura impuesta desde el mundo que domina las
pantallas, conduce tanto al descubrimiento y la creación de
pautas culturales como a su cambio y destrucción.
La especie humana se
encuentra en perpetuo cambio, entre lo tecnológico y lo
ideológico, que intervienen indefectiblemente entre sí,
generando procesos perceptivos y de pensamiento muy diferentes a
los que la sociedad había vivido hasta el presente. Los
adelantos tecnológicos, que acomodan todas las posibilidades
humanas en lugares más asequibles, pueden conseguir, si la misma
sociedad no lo remedia, que en un mundo de mayor y mejor
comunicación, en plena sociedad de la información,
paradójicamente sitúe a la especie humana en una actitud más
pasiva. La sociedad, cada día más, espera que los problemas se
resuelvan por sí solos o que alguien los resuelva, adquiriendo
así los individuos la misma actitud reverencial que los países
pobres tienen a los poderosos, los ciudadanos, espectadores de a
pie, tienen a las macroestructuras que van a solucionar sus
problemas. Se establecen nuevos valores y paradigmas, nuevas
relaciones de dependencia, bienestar y consumo, cuando es más
necesaria que nunca una actitud creativa y crítica
Siendo como es la
cultura un fenómeno esencialmente humano, la ruptura de la
serenidad y la lentitud en la transmisión de normas de conducta
entre unas y otras generaciones, está creando conflictos. Los
patrones culturales cambian con una celeridad nunca dada en la
historia de la humanidad, casi a la misma velocidad que lo hacen
las nuevas tecnologías, se desestabiliza en muchas ocasiones el
status preestablecido, y se crean confrontaciones generacionales
profundas en un mundo en que los jóvenes nacen en un mundo
tecnificado que en ocasiones sus padres y profesores se resisten
a aceptar, mas aún cuando ven que las fronteras desaparecen, las
pautas culturales se homogeneizan, y el desequilibrio en las
relaciones interpersonales crea, sobre todo en los adultos,
sensación de inseguridad y por lo tanto miedo.
Hay que entender y
asumir que las pantallas, es estos cambios, se hacen
imprescindibles, tanto para los que pretenden hacerse con el
poder mundial de la economía, las finanzas, la cultura y la
ideología, como para los ciudadanos que pueden enfrentarlo,
creando una sociedad más solidaria y creativa. La televisión es
creadora de cultura, el periódico es creador de opinión; es
necesario tenerlos en cuenta. La especie humana, en general, se
encuentra entre la ansiedad que genera el futuro y el deseo
positivo de los nuevos avances sociales. A pesar de que los
individuos están en muchas ocasiones a merced de quien los
manda, es necesario pensar que la creatividad, individual y
social, la búsqueda de nuevas soluciones a los problemas, es
pieza clave para resolver los problemas que se plantean ya que
se pierde interacción personal y se crece en contactos
tecnológicos individuales.
La adaptación de la
especie humana al medio ambiente digital será más positiva si se
sustenta en un sistema de valores desde el que las instituciones
básicas de la sociedad promuevan la aceptación participativa y
crítica de los medios de comunicación y de información.
La televisión realiza
en estos momentos labores paternales, asesoras y lúdicas,
llenando una gran parte de la vida de los individuos de la
especie humana. El resto, la búsqueda de datos y la
comunicación, se comparten entre Internet, la telefonía móvil y
los videojuegos. Los multimedia, generalmente con pantalla,
surten al individuo de todo lo que en su vida cognoscitiva
necesita, y hace superflua cualquier otra vía de comunicación,
relaciones interpersonales, educativas, lectura, etc. El espacio
reducido de unos pocos metros cuadrados se convierte en un
ecosistema individual de recepción de comunicación y de emisión
de la misma.
En la actualidad, los
medios de comunicación sustituyen en muchos casos a los mayores
en la socialización de niños, adolescentes y jóvenes. Lo que
antes el niño o el adolescente recibía exclusivamente por vía de
sus mayores en la familia o en la institución escolar, lo recibe
ahora a través de los medios de comunicación, fundamentalmente
de la televisión.
La televisión, sobre
todo, deja sin movimiento al ciudadano, que queda estático ante
su pantalla, le comunica lo que interesa, le enseña lo que
quiere, lo divierte, lo educa, lo duerme, lo acompaña en sus
comidas y en su ocio. El ciudadano, en muchas ocasiones, está
pendiente de la programación televisiva para hacer sus planes,
se hace adicto a determinados programas que condicionan sus
actividades y su ocio. Esta dependencia hace que se piense que
lo que no sale en la televisión no ha sucedido y que siempre, lo
que sucede en la tele es cierto. De todo lo demás, de lo que en
la televisión no sale, el ciudadano no se entera, o lo que es lo
mismo, a efectos de participación ciudadana en los problemas del
mundo, queda alejado de toda información, y por lo tanto de toda
implicación.
Los desequilibrios
Nuestros hijos nacen
ya en plena sociedad de la información, en la era de
cibernética, y solamente conocen esa posibilidad. Sin embargo,
los adultos, estamos más en la era de la cultura mecanicista y
lineal que en la era de la cibernética y de los mosaicos de la
información. Como mucho, estamos a caballo entre ambas. Nuestros
hijos viven la era de la cultura cibernética, han nacido con
ella, y sus cerebros se adecuan desde sus primeros balbuceos a
un mundo plagado de iconos, de imágenes y de signos, en el que
prima la velocidad que traen consigo las nuevas tecnologías.
La diferencia
sustancial que se produce es que acabamos teniendo diferentes
formas de percibir la realidad, utilizamos metodologías y medios
diferentes de acceder a la información, y en muchos casos
-mecanismos de defensa por no entender la otra visión-
despotricamos, en el caso de los mayores por la forma adictiva
en que los jóvenes utilizan las pantallas de todo tipo. Los
jóvenes y los niños, quedan solos en la utilización de las
pantallas, rechazan en muchos casos el libro y otras fuentes de
información y no se sienten apoyados por padres y profesores,
por lo que aprenden por su cuenta, o con amigos, reduciendo
inmensamente sus posibilidades de uso.
Son grandes, por
tanto, los desequilibrios que provoca la diferente forma de
encarar los medios entre las antiguas y las nuevas generaciones.
Los padres y profesores no conocen las verdaderas necesidades de
sus hijos y alumnos, no entienden su dependencia, pero tampoco
saben orientar hacia las posibilidades que poseen los medios ni
orientan hacia la madurez en su utilización.
Los puntitos
negros. La implicación del medio.
«Si te ofreciera
20.000 dólares por cada puntito que se parara, ¿me dirías que me
guardase mi dinero o empezarías a calcular los puntitos que
serías capaz de parar? ¡Libres de impuestos, amigo, libres de
impuestos!»
Esta frase es del
guión de la película El tercer hombre, basada en la
novela homónima de Grahan Green, El tercer hombre, hecha
cine por Carol Reed en 1949. El personaje que interpreta Orson
Welles intenta –desde lo más alto de la noria del parque de
atracciones de Viena- convencer a su amigo americano, papel que
interpreta Joseph Cotten, de lo fácil que es eliminar seres
humanos, más aún cuando hay sustanciales beneficios por ello. La
fuerza de estas afirmaciones no está solamente en el pavoroso
contenido que entrañan, sino más bien –o más aún- del sentido
que se les ha querido dar: no importa tanto eliminar personas si
se realiza desde la más absoluta impunidad y lejanía.
Posiblemente, muy poca gente es capaz de matar a nadie cara a
cara, mirando a los ojos a la víctima, pero cuando se hace desde
un despacho, mediante una firma en un papel… Orson Welles
intenta convencer a su amigo y justifica así su propia forma de
vida. El hecho es similar al que en el primer acto de la obra de
teatro La barca sin pescador, relata el dramaturgo
español Alejandro Casona. El diablo ofrece a un empresario en
bancarrota, con el fin de que logre otra vez su riqueza, la
posibilidad de colocar su dedo en cualquier punto
–aleatoriamente- del globo terráqueo. La acción, aparentemente
intrascendente, de señalar un punto del mapa suponía la muerte
de un ciudadano anónimo del mundo.
En ambos casos, los
recursos escénicos o fílmicos, previstos por los autores,
obligan al espectador a tomar partido: lo hacen pensar, lo
incomodan en su butaca, lo alían con un personaje en contra de
otro. Las artes de la comunicación poseen recursos para provocar
sentimientos, no ya por el mismo contenido del mensaje, sino –y
además- por el modo de contar, por el lenguaje utilizado, por la
fuerza de las imágenes, por la música o los textos, o por el
actor o actriz que lo protagoniza… En la secuencia de la noria,
de la película El tercer hombre, los planos y
contraplanos, las luces y las sombras, una espléndida
perspectiva desde lo alto de la noria –en arriesgado picado sin
el cual el texto de las personas vistas como puntitos negros no
hubiera podido contarse- las miradas entre los protagonistas, la
música, y por supuesto el texto de Grahan Green, ponen en escena
la defensa de la corrupción y logran que el espectador,
ignorante y expectante desde el comienzo del film, tome por fin
partido. Alejandro Casona, en el drama La barca sin pescador,
tras la respuesta afirmativa del empresario, que coloca el dedo
en el globo terráqueo, hace surgir entre bambalinas un
escalofriante grito, el de un pescador que muere asesinado desde
la lejanía. El espectador recibe un mensaje trágico, que más
tarde irá desvelando el dramaturgo entre el segundo y tercer
acto.
Los mensajes que se
transmiten a través de las pantallas del cine, tradicionalmente
han sido mensajes comprometidos, los cineastas han hecho gala de
narrar dramas humanos, de relacionar el mundo de la ficción con
el de la realidad por medio de imágenes, de relatos dramáticos o
cómicos, pero con un trasfondo humano, social, artístico o
creativo. La televisión, sin embargo, por el hecho de ser de
fácil acceso, se ha convertido en ramplona, en banal, en un
medio en el que todo vale con el fin de ganar audiencia. Lo que
es la principal baza de la televisión para sobrevivir se ha
convertido en arma arrojadiza contra la cultura.
El paseo de los
famosos. La irresponsabilidad de las cadenas
Hoy la televisión no
implica a nadie, no compromete, más bien aliena. La televisión
vive dentro de ella, los noticiarios traen el mundo, los
problemas y sus soluciones al propio ecosistema televisivo
familiar, del que el ciudadano no sale. Se produce en los
medios, en general y sobre todo en la televisión, una permanente
espiral de uso de los propios programas de televisión en otros,
como si la televisión -mejor cada cadena televisiva- tuviera
toda la información en ella misma. Los famosos de un programa,
que el mismo programa hace famosos, participan además de todos
los programas de la cadena, concursos, debates, etc.. La cadena
se preocupa en ocasiones de hacer marketing con ellos, ya sea en
forma de galas, paseos por el país, discos, libros…las otras
cadenas, también se los disputan -o utilizan lo que consideran
más relevante en los llamados programas de zapping- así como las
revistas del corazón. Y la espiral no se acaba, es infinita, a
estos famosos se suman sus parientes más cercanos, amantes,
novios o novias, que a su vez generan a su alrededor una nueva
serie de personas allegadas que son utilizadas hasta el infinito
por los medios. Estos personajes, creados de la nada, los
utiliza la TV hasta la saciedad, los vuelve y revuelve a
introducir en los hogares, hasta que por la ley de la entropía,
van dejando gradualmente de tener interés y son abandonados.
Esta superficialidad
en los contenidos, hace que la televisión se convierta en un
espectáculo de una banalidad absoluta. Quien está tras los
programas de televisión define la misma comunicación –sin
ninguna posibilidad de ingerencia del espectador- define el
contexto y el tiempo, en el que hay que definir la comunicación.
Las mismas cadenas establecen los códigos lingüísticos, deciden
lo que se debe o no ver, integra los códigos y repertorios más
compartidos del lenguaje oral o escrito, los códigos y
repertorios éticos y morales, sin más techo ni norma que el
índice de audiencia, propone estilos personales a los que el
espectador se adapta por fuerza, ya que el espectador se ha
creado la necesidad de estar ante el televisor, y cree todo lo
que el televisor propone.
La televisión, al
mismo tiempo, facilita los elementos no comprensivos, que no se
ajustan todavía a la cultura del momento, y por tanto el
espectador debe ir entrenándose y aprendiendo poco a poco, hecho
esto de un modo sutil y no consciente. Es a través de lo no
comprendido como se infiltran en el acto de comunicar las
características propias del sistema social, las que a pesar de
las diferencias interpersonales, las diferentes ideologías, los
compromisos afectivos, los intereses y objetivos del ciudadano,
transmiten e instalan en el acto comunicativo una estructura
perpetuadora de las relaciones de dependencia que se aprecian en
sistemas más amplios. Una gran contradicción es que se predica
una democratización de la sociedad y una participación cada vez
mayor en ella, pero quienes definen los procesos de comunicación
son los que detentan el poder mediático.
La televisión no se
responsabiliza en ningún caso del proceso comunicativo que se
crea, dejando al espectador la responsabilidad de que en el
nivel consciente establezca la reflexión crítica, el aprendizaje
creador, la respuesta activa, la promoción de su individualidad,
su rescate como sujeto digno, no sometido a los caprichos y
avatares de la televisión y a la dictadura de las pantallas.
Dar a conocer la
realidad para cambiarla
Las televisiones –al
contrario que el cine- no han optado por la vía del compromiso.
Es necesario conocer la realidad para cambiarla. Es cierto que
hay programas televisivos, algunas series y reportajes, que
intentan presentar la realidad. Sin embargo, caen en la mayoría
de ocasiones en la superficialidad o en el sensacionalismo. Los
temas de los reportajes, en gran medida están ligados también al
mundo de lo sensacionalista.
Las series, algunas
muy divertidas y con magníficos y chispeantes guiones, adolecen
de la superficialidad del resto de la programación, presentando
una actualidad de titulares de prensa sensacionalista, en la que
en un solo episodio pasan miles de cosas con toda rapidez pero
sin entrar en absoluto en ello, sin intentar promover en ningún
caso la reflexión o el análisis.
La televisión debiera
contribuir a ese conocimiento de la realidad, pero no solamente
en píldoras o retazos. Debe buscar puntos de vista diferentes,
ahondando en los problemas, presentando una realidad en las que
todos los problemas, no solamente los más sensacionalistas,
tengan cabida.
Televisión
educativa-televisión educadora
La televisión nos
muestra un mundo que se enfrenta a problemas variados y de
diferente profundidad, desde el hambre masiva e indiscriminada y
los desastres ecológicos hasta temas de sexo, religión o
política. Sin embargo, la superficialidad con que se tratan
consigue generalmente que el espectador se haga con ideas
superficiales o muy equivocadas del mundo que le rodea,
sintiendo muchas veces impotente para conocer rigurosamente y en
profundidad la realidad de los hechos o el sentido verdadero de
los pensamientos u opiniones.
La mayoría de los
problemas serios que se tratan en televisión se trivializan, los
debates no se realizan con corrección, se busca y provoca el
enfrentamiento entre los contertulios o los participantes con el
fin de no perder audiencia. Se pactan en la trastienda del
programa formas de enfrentar el debate con el fin de que el
interés no decaiga, y si decae, los presentadores tienen trucos
suficientes para levantar el interés enfrentando en muchas
ocasiones verbal, gestual y en ocasiones con agresiones físicas
a los oponentes. Esto da como resultado que no se llega al fondo
de los problemas. En otras ocasiones la imagen sustituye o
enmascara el contenido.
Es necesario que las
televisiones acepten la responsabilidad de educar. Y quiero
hacer énfasis en dos conceptos que normalmente se confunden y
que en el caso de la televisión debieran definirse y aplicarse.
Televisión educativa y televisión educadora.
Para que una
televisión sea educativa, debe tener intencionalidad educativa.
Propósitos y objetivos claros, definición de la audiencia a la
que va dirigida y por ende adecuación de los métodos, lenguajes
y estructuras a ella… Un ejemplo pudiera ser Barrio Sésamo,
definido para niños de seis años, con metas muy claras que
abarcan un amplio abanico de posibilidades, instructivas y
educativas relativas a esa edad y metodología y lenguaje
referido a la misma. No es conveniente ni necesario que toda la
televisión sea educativa.
Normalmente
confundimos educativo con instructivo. Lo instructivo tiene que
ver con los conocimientos o movimientos que se aprenden
mecánicamente. Para que sean educativos, estos aprendizajes
deben poseer algo más, que sean significativos, que estén en un
contexto más amplio, que el que aprende los inserte en un
entorno, que asimile los valores del aprendizaje, etc. Un
documental puede ser instructivo, pero si no está dentro de un
contexto, si no se adapta el lenguaje, las formas y los tiempos,
a la edad de quien que se pretende sea espectador, no será
educativo.
A mi entender, toda
la televisión debe ser educadora (no educativa). Como decía más
arriba, estamos en un mundo en el que existen desafíos
importantes que debemos encarar entre todos. No es posible que
las televisiones, con la fuerza cultural y capacidad subyugadora
que poseen entre los ciudadanos, se desentiendan de esa
responsabilidad. Una televisión educadora es la que plantea,
propone y estructura sus programas pensando en que en el mundo
hay problemas de todos y que hay que colaborar en crear
corrientes de opinión y de debate para que los ciudadanos
busquen también su propia responsabilidad.
Por ejemplo:
¿No podrían las
televisiones proponer que las formas y modos de los debates
fueran menos violentos e hirientes y más respetuosos con las
opiniones de otros participantes?. Los moderadores, ¿no podrían
mantener mejor los niveles de interés con los propios contenidos
y no con el aumento de la agresividad, del insulto o de la
descalificación? Necesitamos como ciudadanos modelos de debate
diferentes a los que vemos en televisión, que por nuestra retina
y oídos entren en nuestro cerebro maneras diferentes de respetar
la opinión, de dirigirse a otras personas, de mantener un
criterio…Con estas preguntas y comentarios intento explicar mi
idea de la televisión educadora. Hay magníficos temas tratados
en televisión, en programas que pierden su posible función
educadora por sus modos sensacionalistas, violentos e
irrespetuosos.
El tema de la
violencia en la televisión, también es un ejemplo. No es tan
peligroso presentar la violencia como no dar posibilidades para
rebatirla, debatirla o cuestionarla. Se han llenado páginas de
periódico y se han elaborado multitud de informes y de trabajos
en relación con la violencia en televisión. Sin embargo, hay más
violencia en la sociedad, en la familia, que en los programas de
televisión. O el tema de la discapacidad, que se trata al mismo
tiempo que se oculta a los discapacitados…
Debemos pedir a las
cadenas coherencia al presentar sus contenidos, pues es clave la
forma de presentación para que los contenidos tengan validez. Yo
propondría a las televisiones, para que aumenten su capacidad
educadora, un cuidado especial en temas como el medioambiente,
la solidaridad, la paz y la violencia, la responsabilidad, la
tolerancia, el respeto a opiniones y culturas diferentes. Son
temas básicos en los que el mundo está de acuerdo. Y lo más
importante: no está en que los temas se traten, que ya se
tratan, sino que se haga sin sensacionalismo, apelando al
compromiso de los espectadores, imbuyéndose las cadenas de estos
mismos proyectos, para que surjan con espontaneidad y
naturalidad.
La pantalla
estrella
El acto educativo
ayuda a superar la dicotomía entre realidad y ficción
Ilda Peralta Ferreyra
En plena sociedad de
la información, en una sociedad invadida por los medios de
comunicación, las pantallas cobran una relevancia especial
gracias a los avances tecnológicos. La televisión sigue siendo,
sin duda, la estrella de las pantallas, encauzando una cultura
global que es mediatizada por las grandes empresas de la
información bajo el mando de los poderes económicos y políticos
mundiales.
El gran desafío de
los educadores –padres, profesores, responsables y
comunicadores- es adquirir la fuerza suficiente para, en un
principio, utilizar el poder icónico y emotivo de la televisión
con finalidades educativas, y al mismo tiempo, proponer a los
educandos –alumnos y sociedad en general- las posibilidades
educativas y didácticas suficientes como para convertir la
fuerza de la televisión y su mensaje, en un vehículo e
instrumento imprescindible de búsqueda de información, de
apreciación de la realidad y de puerta a la investigación.
Las pantallas invaden
el mundo. Desde finales del siglo XIX, en que se inventó el
cinematógrafo, han llegado a todos los extremos del mundo,
primero en las grandes paredes, más tarde, introduciéndose en
los domicilios a través de la televisión, en la actualidad, cada
vez más reducidas, en los teléfonos móviles, videojuegos, etc..
Vivimos llevando las pantallas con nosotros, de la misma forma
en que antes llevábamos un libro o una revista.
Sin embargo, el medio
televisivo sigue siendo la pantalla por excelencia. Las nuevas
tecnologías han logrado que se vea la televisión con tanta
definición como el cine, y a tamaños que se le van aproximando.
La televisión, además, cada día acrecienta su poder de
seducción, adaptándose a las nuevas corrientes artísticas y
tecnológicas, llevando –sobre todo a los hogares- un mundo que
atrae y subyuga, .que aliena y entretiene.
La sociedad, sin
embargo, no debe soportar en lo más profundo de su entidad
cultural, una bomba de tiempo contra sus raíces, sus productos
culturales y su libertad, pues la televisión, además de ser un
maravilloso cauce de informaciones, conocimientos, diversión y
creatividad, introduce mecanismos culturales globales, el
pensamiento único, la primacía de las ideas de los
económicamente más poderosos, la amoralidad de algunos programas
que introducen en la ciudadanía una visión morbosa o cínica de
la sociedad…
Poder cultural de
la televisión
La televisión es,
junto con la prensa, ese cuarto poder del que tanto se ha
hablado. Sin embargo, las cosas han cambiado. La prensa ha
cedido una gran cuota de poder a la televisión, fundamentalmente
en sus aspectos culturales y sociales. La prensa sigue poseyendo
un magnífico poder mediático en cuanto a su incidencia en los
procesos políticos, al tener capacidad de movilizar a las
conciencias pensantes, encumbrar o desmoronar carreras
políticas, o encauzar a la opinión pública en determinadas
direcciones. La pantalla, la televisión, sin embargo, fundamenta
su poder en los cambios culturales que se desarrollan en el
ámbito familiar y social.
La televisión ayuda a
crear costumbres, lo más profundo de los elementos culturales de
una sociedad. Las costumbres generan consumo, cambian a medio
plazo –a veces a muy corto- la estructura familiar y social,
pueden del mismo modo crear irrealidades y fantasías con
negativa incidencia en la misma cultura en la que participan.
Estar a merced de los impactos vertiginosos de los medios de
comunicación, hace inestable la socialización, pone en cuestión
los sistemas educativos formales e informales y perjudica
notablemente las relaciones interpersonales y familiares.
Tecnología y
supervivencia
Uno de los más
grandes desafíos que se presenta a la especie humana en el siglo
XXI es que debe utilizar la tecnología para la supervivencia de
la misma especie y de su cultura. La sociedad, sin embargo,
desde el principio de los tiempos, aunque se hace más evidente
en la actualidad, ha manipulado la información, la comunicación,
y las técnicas, haciéndolas servir a los intereses de unos
pocos, exponiendo a la humanidad a la desastrosa posibilidad de
que tanto la propia especie humana como su cultura se vean
amenazadas. Se justifican las guerras, se ven como naturales las
violaciones de los derechos humanos, se argumentan como de
necesidad económica prioritaria los factores medioambientales
negativos, nos imbuimos de cultura basura, nos creemos la
información sesgada, engañosa y mediatizada…
La realidad es
necesario conocerla, y los medios, a pesar de lo anterior,
pueden ayudarnos. La sociedad y los individuos, para
desmitificar y transformar a los medios de comunicación deben
establecer relación con ellos. La cómoda postura de rechazar la
tecnología nada soluciona, aparte de que puede ser una excusa, o
un mecanismo de defensa- que enmascara un miedo cerval o una
carencia de iniciativa. Nada se soluciona con aborrecer la
televisión, escandalizarse con ella o tenerle miedo y evitarla.
Televisión al
servicio de la especie humana
No podemos ignorar el
problema cultural que generan los medios de comunicación, ni
ignorar sus consecuencias inhibiéndose en la búsqueda de
soluciones. La televisión, creada por la especie humana, puede
perfectamente estar al servicio de ella –de toda ella- y de su
cultura.
En las aulas, por
ejemplo, se dedica bastante tiempo a la literatura escrita y muy
poco o nada al análisis del mensaje icónico, olvidando el
tremendo poder que la imagen organizada por los grandes medios
de comunicación de masas tiene en la formación de conciencias y
en los cambios culturales. En las familias, los padres olvidan
el gran poder de la televisión y no controlan su uso, ni toman
conciencia de que una lectura crítica de la televisión es
fundamental desde el nacimiento de los hijos.
Las pantallas, y la
televisión es la estrella de ellas, están en todas partes. La
televisión, además, posee un poder de penetración cada vez mayor
en los hogares, en la misma calle y en los centros de enseñanza.
Esta realidad implica un desafío para el sistema educativo,
padres y educadores, y para las administraciones de los estados
que tienen que ver con la educación, la cultura, la sociedad o
los derechos de las personas.
La fuerza del
debate educativo
La televisión y su
intención comercial no deben ser mitificadas. Se puede dar la
vuelta a los mensajes televisivos convirtiéndoos en fuente y
objetivo de investigación, de reflexión y de conocimiento
crítico, superando la fuerza de las imágenes por otra fuerza que
se da en las aulas, que complementa a la anterior: la fuerza del
debate crítico. Los profesores no deben mitificar la televisión,
como si fuera algo lejano, inaccesible o intangible, de difícil
acceso a los profanos; el desafío es ver la televisión,
analizarla y comprender sus mecanismos de manipulación, con el
fin de integrarla en el trabajo de las aulas.
Descubrir la
realidad
La realidad como
hecho objetivo no es posible conocerla, pero sí nos podemos
acercar a ella. La investigación es la clave del acercamiento a
la realidad. Y las bases de la investigación deben estar en las
aulas y en las familias. La creatividad, la curiosidad, el deseo
de cambiar las cosas, la búsqueda de información, la capacidad
crítica y el debate sereno están en la base de cualquier
investigación y del aprendizaje y desarrollo de la misma.
En el espectador de
televisión, sobre todo en los más pequeños, se aprecia la
dualidad que se crea entre la realidad y la ficción. Se ven
seguidamente, sin pausas no otras referencias, escenas reales y
ficticias, sin que se den explicaciones. Cuando la violencia
auténtica está entreverada con la falsa sin atender a
explicaciones, el espectador ignorante, o inocente, o
simplemente despistado, tiene a confundir los conceptos, y no
discriminar la realidad de la ficción. Sin mirar la televisión
comprensivamente, sin reflexionar sobre lo que se ve o sin
debatir sobre lo reflexionado, es prácticamente imposible
adquirir la suficiente madurez como para interpretar la
televisión y aprender con ella.
Para iniciar en la
lectura responsable de le televisión, hay que trascender la
disociación grave entre la realidad y la ficción, entender que
los problemas que se viven en el televisor, sean noticias de
hambres o violaciones, o personas que desnudan su alma, su vida
y su conciencia en los reality show, forman parte de la
fachada de una realidad que existe y que es conveniente buscar.
La intensidad con la
que se vive el problema de la televisión puede llevar a dos
consecuencias radicales: Creerlo todo, introduciéndose
falsamente en un mundo de esquizofrenia, o pasar por encima de
todo, creándose una conciencia angelical de que no sucede nada
importante.
Por ello es
imprescindible el debate familiar y en las aulas de lo que
sucede en la televisión, de lo que se propone como consumo –la
publicidad encubierta o no-, de los elementos mercantiles y
comerciales y de los intereses de las cadenas, de los
informativos, de los programas de entretenimiento, de los
reality show, etc... Analizar los reportajes y comentarios sobre
los problemas del mundo y de las personas, sobre la destrucción
del medio ambiente, el hambre, la violencia, los derechos
humanos, las enfermedades, las reivindicaciones, etc., Intentar
descubrir la realidad de lo que se ve en televisión
complementando con otros medios: Internet, libros, consultas,
enciclopedias…
Trascender y superar
así la disociación grave entre lo que se ha visto y lo que nos
cuentan por otra parte. |