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Anexo 1

El lenguaje, vehículo de cultura

Con finalidad educomunicativa

© Enrique Martínez-Salanova Sánchez

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El puntero de don Honorato/Bibliografía/Lecturas de cine/Glosario de cine


De la idea al guión

Aprender a contar historias con imágenes y palabras

Aprender a analizar la ficción

Anexo 1. El lenguaje vehículo de cultura

Anexo 2. Realidad y ficción en el medio televisivo

Anexo 3. Producción de películas Anexo 4. El país de los engaños

Anexo 1: El lenguaje, vehículo de la cultura


Enrique Martínez-Salanova Sánchez

El lenguaje, al mismo tiempo que se transforma constantemente, sirve de elemento transformador de la sociedad en la que se desarrolla, ofreciendo a la especie humana abundantes recursos para sus investigaciones y para el intercambio cultural, haciendo evolucionar tanto los sistemas sociales y de interrelación, como los educativos y políticos. La visión actual del mundo y de la especie humana pugna con los propios valores, poniendo en solfa los conocimientos que se van acrecentando acerca de la propia realidad humana y de su incierto futuro. Los diferentes lenguajes son a la vez vehículo de cultura y producto cultural, por lo que se genera una dialéctica intrínseca a la sociedad, a la que la sociedad no puede ser ajena. El cine, como productor de lenguajes se convierte en lenguaje en sí mismo, y tiene la facultad de transformarse y de ser vehículo de cultura, colaborando en la evolución de la sociedad.

Los valores simbólicos del lenguaje llevan a la comprensión de los elementos menos tangibles de los cuerpos de costumbres. Los nuevos valores provocan inéditos planteamientos que la ética va considerando. Un producto social como el cinematográfico, reproduce los esquemas culturales y éticos del grupo humano en el que se asienta, al mismo tiempo que potencia o cuestiona los propios valores sociales y los devuelve de nuevo a la sociedad convertidos, acrecentados, traducidos en relatos, imágenes, contenidos, modos, formas de expresión, ideas y pensamientos que a su vez inciden en la cultura social de grupo humano.

Los ideales que guían la conducta y regulan los símbolos, las leyes, las convenciones y los sistemas comunicativos de todo lenguaje, incluido el cinematográfico, se nutren de recientes descubrimientos mientras revelan la solidez y al mismo tiempo, dialécticamente, el cambio de algunas de las raíces más profundas de la cultura misma. Si el lenguaje es el «índice de la cultura» para los antiguos antropólogos, bien es verdad que son los simbolismos los que nos autorizan a considerar el lenguaje como «vehículo de costumbres», en su sentido más amplio.

Los descubrimientos tecnológicos y la transformación del lenguaje

Durante los últimos años se ha producido un cambio vertiginoso en el lenguaje, producido sin duda por la inmediatez de los medios tecnológicos. Se hablan idiomas, se entremezclan signos, símbolos y sonidos, nos entendemos mediante códigos comunes a todos los idiomas, mientras que en el mundo de la tecnología digital se perfila un idioma común en el que predominan los iconos, el inglés adaptado a cada lugar y los movimientos y sonidos de una era globalizada. Esta realidad nos proporciona percepciones diversas a las de las generaciones anteriores y nos obliga a pensar que las generaciones que vienen poseerán expresiones y modos de actuar ante el lenguaje muy distintas a las nuestras. Debemos aceptar esta realidad con el fin de que el sistema lingüístico siga siendo un cúmulo de procesos abiertos a los cambios culturales y tecnológicos que harán posible la supervivencia de la especie humana.

Si retrocedemos nada más que un tiempo relativamente corto en nuestra historia, nos encontramos que, si bien nuestra cultura ha conocido la escritura durante muchos siglos, los cambios no siempre fueron tan rápidos como los que vemos en los últimos diez años.

Tradicionalmente procedemos como si, en su velocidad, la evolución cultural fuera a la par de la biológica. Las decisiones sobre aspectos éticos las tomamos mirando hacia atrás, nunca hacia delante, cuando ya se habla de ética del «mínimo común», seguimos dando por sentado que la moral está tan anquilosada como pretendemos que lo esté el lenguaje.

La vista es el sentido humano que más tiene en cuenta el cine

En el lenguaje cinematográfico también ha prevalecido el ojo humano, y la vista como sentido imprescindible, aportando al mundo la sensación de la sola imagen, aunque en movimiento, a pesar de que en el cine hay música y sonidos, ambiente, sentimientos, historia... Un elemento gramatical imprescindible en el lenguaje cinematográfico es el plano detalle (invento comunicativo por excelencia), un primerísimo plano que en el rostro se centra en los ojos, más bien en la mirada, de la que capta sus matices, presentando al ojo humano en pantalla grande, tan grande como los velámenes de las naves griegas.

Un ojo que se queda clavado de por vida es el ojo sin vida de Janet Leigh en la película Psicosis (Hitchcock, 1960). Un plano detalle que se mantiene durante bastantes segundos para, en un alarde de perfección lingüística fundirse con el agua que sale por el desagüe de la bañera fundida a la sangre de ella. La vida se retira de los ojos de la protagonista al mismo tiempo que la sangre corre hacia la oscuridad del agujero.

Sin embargo el ojo humano, la percepción que la especie humana tiene de los hechos, no siempre es el mismo; los pueblos cambian, cambian formas de comportamiento, intereses, ideologías, posibilidades tecnológicas. Cada ojo humano de cada cultura diferente, exige productos culturales distintos.

La decisión de los realizadores

El cine supone decisiones, ya que las necesidades de comunicación y la cantidad de espectadores es infinita. Por otra parte, las limitaciones del lenguaje cinematográfico son evidentes. Para trasmitir mensajes se deben tener en cuenta los elementos reales, la vida de los espectadores. Es ahí cuando el director toma sus decisiones. En la película sobre la Semana Santa de Sevilla, Semana Santa (1992), Manuel Gutiérrez Aragón filma espectacularmente varias procesiones, el ambiente visual, el sufrimiento y el arte. Al añadirle el sonido, el director descartó el sonido directo y apostó por una banda sonora magistralmente interpretada por «The London Fhilharmonic», con saetas cantadas por José de la Tomasa, y la banda de cornetas y tambores «Armaos de la Macarena». ¡Bien, magistral!. Pero no real. Si el director, que hizo una obra de arte, y posiblemente ello pretendía, hubiera querido dejar un documento «más real», debiera haber «hablado» con otras claves, otros encuadres, otras tomas, y sobre todo mantener, aunque hubiera sido parcialmente, el sonido directo, con su silencio lleno de murmullos, sus arrastres de pies, sus contenidas tosecillas y sus carraspeos. Hubiera sido mucho más complicado y posiblemente más caro, pero más real. Les pasó así a los que hicieron un documental sobre el tracoma ocular, explicando en unos grandes primeros planos cual era la mosca transmisora. Los nativos argelinos a los que iba dirigida, no hicieron el menor caso, pues vieron tan grande la mosca a pantalla completa que pensaron que no era la suya. No reconocieron la realidad.

El lenguaje de los rótulos

En los comienzos del cine no existía el guión. Sin embargo, el texto estuvo siempre presente, ya que al no poder hablar los intérpretes las complicaciones de los personajes, sus estados de ánimo o las palabras difíciles de expresar con mímica eran explicadas mediante rótulos. Los rótulos fueron evolucionando hasta convertirse en estilos muy diferentes y en verdaderas marcas de fábrica de directores y de productores. La redacción de rótulos para las películas mudas era un arte por derecho propio. Tenían que cumplir varias misiones. Una de ellas era la de transmitir una información que se hubiese tardado mucho en explicar visualmente. Debían sugerir largos y profusos diálogos con sólo unas cuantas frases. Era un trabajo de especialistas, normalmente contratados por los estudios.

Hoy día el rótulo explicativo rara vez se utiliza en el cine. Los realizadores prefieren decirlo todo con imágenes o diálogos. En los telefilmes se utilizan más los rótulos, tal vez para ganar tiempo a la acción, sin tantas explicaciones habladas. En algunas películas se insertan títulos explicativos de que ha pasado el tiempo o que se ha cambiado de lugar. No cabe la menor duda de que ayudan al espectador. Sin embargo en el cine se intenta evitarlos, dando al espectador claves icónicas, o música, o palabras, que le permitan conocer el paso del tiempo o el cambio de lugar.