Enrique
Martínez-Salanova Sánchez
El lenguaje, al mismo tiempo que se transforma
constantemente, sirve de elemento transformador de la sociedad en la que se
desarrolla, ofreciendo a la especie humana abundantes recursos para sus
investigaciones y para el intercambio cultural, haciendo evolucionar tanto
los sistemas sociales y de interrelación, como los educativos y políticos.
La visión actual del mundo y de la especie humana pugna con los propios
valores, poniendo en solfa los conocimientos que se van acrecentando acerca
de la propia realidad humana y de su incierto futuro. Los diferentes
lenguajes son a la vez vehículo de cultura y producto cultural, por lo que
se genera una dialéctica intrínseca a la sociedad, a la que la sociedad no
puede ser ajena. El cine, como productor de lenguajes se convierte en
lenguaje en sí mismo, y tiene la facultad de transformarse y de ser vehículo
de cultura, colaborando en la evolución de la sociedad.
Los valores simbólicos del lenguaje llevan a la
comprensión de los elementos menos tangibles de los cuerpos de costumbres.
Los nuevos valores provocan inéditos planteamientos que la ética va
considerando. Un producto social como el cinematográfico, reproduce los
esquemas culturales y éticos del grupo humano en el que se asienta, al mismo
tiempo que potencia o cuestiona los propios valores sociales y los devuelve
de nuevo a la sociedad convertidos, acrecentados, traducidos en relatos,
imágenes, contenidos, modos, formas de expresión, ideas y pensamientos que a
su vez inciden en la cultura social de grupo humano.
Los ideales que guían la conducta y regulan los
símbolos, las leyes, las convenciones y los sistemas comunicativos de todo
lenguaje, incluido el cinematográfico, se nutren de recientes
descubrimientos mientras revelan la solidez y al mismo tiempo,
dialécticamente, el cambio de algunas de las raíces más profundas de la
cultura misma. Si el lenguaje es el «índice de la cultura» para los antiguos
antropólogos, bien es verdad que son los simbolismos los que nos autorizan a
considerar el lenguaje como «vehículo de costumbres», en su sentido más
amplio.
Los descubrimientos tecnológicos y la transformación
del lenguaje
Durante los últimos años se ha producido un cambio
vertiginoso en el lenguaje, producido sin duda por la inmediatez de los
medios tecnológicos. Se hablan idiomas, se entremezclan signos, símbolos y
sonidos, nos entendemos mediante códigos comunes a todos los idiomas,
mientras que en el mundo de la tecnología digital se perfila un idioma común
en el que predominan los iconos, el inglés adaptado a cada lugar y los
movimientos y sonidos de una era globalizada. Esta realidad nos proporciona
percepciones diversas a las de las generaciones anteriores y nos obliga a
pensar que las generaciones que vienen poseerán expresiones y modos de
actuar ante el lenguaje muy distintas a las nuestras. Debemos aceptar esta
realidad con el fin de que el sistema lingüístico siga siendo un cúmulo de
procesos abiertos a los cambios culturales y tecnológicos que harán posible
la supervivencia de la especie humana.
Si retrocedemos nada más que un tiempo relativamente
corto en nuestra historia, nos encontramos que, si bien nuestra cultura ha
conocido la escritura durante muchos siglos, los cambios no siempre fueron
tan rápidos como los que vemos en los últimos diez años.
Tradicionalmente procedemos como si, en su velocidad,
la evolución cultural fuera a la par de la biológica. Las decisiones sobre
aspectos éticos las tomamos mirando hacia atrás, nunca hacia delante, cuando
ya se habla de ética del «mínimo común», seguimos dando por sentado que la
moral está tan anquilosada como pretendemos que lo esté el lenguaje.
La vista es el sentido humano que más tiene en
cuenta el cine
En el lenguaje cinematográfico también ha prevalecido
el ojo humano, y la vista como sentido imprescindible, aportando al mundo la
sensación de la sola imagen, aunque en movimiento, a pesar de que en el cine
hay música y sonidos, ambiente, sentimientos, historia... Un elemento
gramatical imprescindible en el lenguaje cinematográfico es el plano detalle
(invento comunicativo por excelencia), un primerísimo plano que en el rostro
se centra en los ojos, más bien en la mirada, de la que capta sus matices,
presentando al ojo humano en pantalla grande, tan grande como los velámenes
de las naves griegas.
Un ojo que se queda clavado de por vida es el ojo sin
vida de Janet Leigh en la película Psicosis (Hitchcock, 1960). Un
plano detalle que se mantiene durante bastantes segundos para, en un alarde
de perfección lingüística fundirse con el agua que sale por el desagüe de la
bañera fundida a la sangre de ella. La vida se retira de los ojos de la
protagonista al mismo tiempo que la sangre corre hacia la oscuridad del
agujero.
Sin embargo el ojo humano, la percepción que la especie
humana tiene de los hechos, no siempre es el mismo; los pueblos cambian,
cambian formas de comportamiento, intereses, ideologías, posibilidades
tecnológicas. Cada ojo humano de cada cultura diferente, exige productos
culturales distintos.
La decisión de los realizadores
El cine supone decisiones, ya que las necesidades de
comunicación y la cantidad de espectadores es infinita. Por otra parte, las
limitaciones del lenguaje cinematográfico son evidentes. Para trasmitir
mensajes se deben tener en cuenta los elementos reales, la vida de los
espectadores. Es ahí cuando el director toma sus decisiones. En la película
sobre la Semana Santa de Sevilla, Semana Santa (1992), Manuel
Gutiérrez Aragón filma espectacularmente varias procesiones, el ambiente
visual, el sufrimiento y el arte. Al añadirle el sonido, el director
descartó el sonido directo y apostó por una banda sonora magistralmente
interpretada por «The London Fhilharmonic», con saetas cantadas por José de
la Tomasa, y la banda de cornetas y tambores «Armaos de la Macarena». ¡Bien,
magistral!. Pero no real. Si el director, que hizo una obra de arte, y
posiblemente ello pretendía, hubiera querido dejar un documento «más real»,
debiera haber «hablado» con otras claves, otros encuadres, otras tomas, y
sobre todo mantener, aunque hubiera sido parcialmente, el sonido directo,
con su silencio lleno de murmullos, sus arrastres de pies, sus contenidas
tosecillas y sus carraspeos. Hubiera sido mucho más complicado y
posiblemente más caro, pero más real. Les pasó así a los que hicieron un
documental sobre el tracoma ocular, explicando en unos grandes primeros
planos cual era la mosca transmisora. Los nativos argelinos a los que iba
dirigida, no hicieron el menor caso, pues vieron tan grande la mosca a
pantalla completa que pensaron que no era la suya. No reconocieron la
realidad.
El lenguaje de los rótulos
En los comienzos del cine no existía el guión. Sin
embargo, el texto estuvo siempre presente, ya que al no poder hablar los
intérpretes las complicaciones de los personajes, sus estados de ánimo o las
palabras difíciles de expresar con mímica eran explicadas mediante rótulos.
Los rótulos fueron evolucionando hasta convertirse en estilos muy diferentes
y en verdaderas marcas de fábrica de directores y de productores. La
redacción de rótulos para las películas mudas era un arte por derecho
propio. Tenían que cumplir varias misiones. Una de ellas era la de
transmitir una información que se hubiese tardado mucho en explicar
visualmente. Debían sugerir largos y profusos diálogos con sólo unas cuantas
frases. Era un trabajo de especialistas, normalmente contratados por los
estudios.
Hoy día el rótulo explicativo rara vez se utiliza en el
cine. Los realizadores prefieren decirlo todo con imágenes o diálogos. En
los telefilmes se utilizan más los rótulos, tal vez para ganar tiempo a la
acción, sin tantas explicaciones habladas. En algunas películas se insertan
títulos explicativos de que ha pasado el tiempo o que se ha cambiado de
lugar. No cabe la menor duda de que ayudan al espectador. Sin embargo en el
cine se intenta evitarlos, dando al espectador claves icónicas, o música, o
palabras, que le permitan conocer el paso del tiempo o el cambio de lugar. |